jueves, 17 de noviembre de 2011

Ramayana, Valmiki

Hay una vasta comarca, fértil, sonriente, abundante en toda clase de riquezas, tanto en cereales como en ganado, asentada en la orilla del Sarayú, llamada Kauzala. En esta comarca, existía una ciudad, célebre en todo el mundo por haber sido fundada por Manú, cabeza del género humano.
En esta ciudad se llamaba Ayodhayá.
Feliz y bella ciudad, provista de puertas distribuidoras a distancias bien calculadas, estaba atravesada por grandes calles, ampliamente trazadas, entre las que desollaba la calle Real, en donde los surtidores de agua abatían el vuelo del polvo. Numerosos compradores frecuentaban sus bazares e innumerable joyas adornaban sus tiendas. Inexpugnable, su suelo estaba ocupado por grandes mansiones y embellecido por bosquecillos y jardines públicos. Profundos fosos, imposibles de franquear, la circundaban. Sus arsenales estaban repletos de variadas armas y sus puertas estaban cornamentadas por arcadas en donde los arqueros velaban constantemente.
Un magnánimo rey, llamado Dazaratha, cuyas victorias engrandecían periódicamente al Imperio, gobernaba por aquel entonces esta villa, como Indra gobierna su Amaravati, ciudad de los Inmortales.
Este príncipe, bien instruído en justicia y para quien ésta era el fin supremo, no tenía ningún hijo en quien continuar su estirpe y su corazón se consumía de melancolía.
Un día, meditando sobre su desdicha, le vino a la mente esta idea: ''¿Quién me impide celebrar un azwa-medha para conseguir un hijo?''
El monarca fue a encontrar a Vazisthe, le rindió el homenaje que el decoro exigía y le habló con este respetuoso lenguaje: ''Es preciso celebrar inmediatamente el sacrificio en la forma que ordena el Zasrta, y ordenarlo todo con tal esmero que ninguno de esos genios destructores de ceremonias sagradas pueda interponer algún impedimento. A ti te toca, pues, cargar sobre tus hombres el pesado fardo de un sacrificio tal''
-''¡Sí!- respondió al rey más virtuoso de los regentados-. Con toda seguridad, haré lo que Tu Majestad desea.''
Habiendo hecho llamar a Sumatra, el ministro ''Invita-le dijo Vazistha-; invita a cuantos reyes son devotos de la justicia de la tierra.''
Después de transcurridos unos cuantos días y unas cuantas noches, llegaron numerosos reyes a quienes Dazaratha había enviado pedrerías, como real obsequio. Entonces Vazistha, con el alma satisfecha, dirigió estas palabras al monarca: ''Todos los reyes han llegado¡o ¡oh, el más ilustre de los soberanos! tal como tú habías mandado. A todos les he tratado bien y les he honrado dignamente.''
Encantado por estas palabras de Vazisthe, dijo el rey: ''Que el sacrificio provisto en todas sus partes de cosas ofrecidas a todos deseo sea celebrado hoy mismo''
En seguida, los sacerdotes, consumados en la ciencia de la Sagrada Escritura, empezaron la primera de las ceremonias la ascensión del fuego, siguiendo los ritos enseñados por la tradición de Kalpa. Las reglas de las expiaciones fueron asimismo observadas enteramente e hicieron todas las libaciones que las circunstancias prescribían.
Entonces Kaauzalya describió un pradakshina , alrededor del caballo consagrado; le veneró con la debida piedad y le prodigó ornamentos, perfumes y guirnaldas de flores.



Valmiki, Ramayana, segunda edición, Barcelona, año 1982, págs 3-5, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

Cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer

Había una vez en Siria una rica compañía de mercaderes, gente sobria y honrada, que exportaba sus esperencias, paño de oro y satenes de vivos colores, a lo largo y ancho del mundo. Tan original y barata era su mercancía, que todos estaban dispuestos a venderles género y hacer negocio con ellos. Sucedió un día que algunos de los mercaderes decidieron ir a Roma, alojándose en el barrio que les pareció más conveniente para sus menesteres.
Estos mercaderes pasaron una temporada a sus anchas en la ciudad, pero sucedió que llegó a oídos de cada uno de ellos noticia de la excelente fama de la hija del emperador , doña Constanza. La información que recibieron decía: "nuestro emperador en Roma, cuya vida guade Dios muchos años, tiene una hija; si sumas su bondad ala belleza, no ha habido otra igual desde que el mundo es mundo. Que Dios proteja su honor, vanidad, junventud sin desenfreno ni capricho; la virtud guia todas sus acciones; con su humildad pone freno a toda arrogancia; es el espejo de la cortesía; su corazón es un ejemplo de santidad y su mano es generosa reparitendo caridad."
Y toda esta información era tan veraz como Dios es verdadero. Pero volviendo a la historia que estaba relatando, cuando los mercaderes acabaron de cargar sus barcos y hubieron visto a esta bendita doncella, regresaron satisfechos a su hogar en Siria y prosiguieron con sus negocios com antes . No puedo deciros nada más, sino que vivieron prósperamente para siempre. Ahora bien, ocurría que estos mercaderes se hallaban en buenas relaciones con el sultán de Siria, por lo que siempre que regresaban de un país extraño, el los recibí con generosa hospitalidad y los interrogaba sobre los diversos países para estar bien informado de todas las maravillas y portentos que pudieran haber visto y oído. Y, entre otras cosas, los mercaderes le hablaron particularmente de dona Constanza y le felicitaron una explicación circunstanciada de su gran valía con tal seriedad, que su imagen se apoderó de la mente del sultán y le obsesionó totalmente hasta que su único deseo fue el de amarla hasta el fin de sus días.


Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, Madrid, editorial Cátedra S. A., 1997, páginas 170 y 171. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

Las mil y una noches, "Noche 200"

Llegada la noche, Dinasard pidió a su hermana Shahrasad que, si no tenía sueño, les siguiera contando la historia para pasar más agradablemente la velada. Y Shahrasad accedió encantada:
Cuentan, majestad, que el joyero siguió narrando lo que había ocurrido:
Después de manifestar la voluntad de que fuera su madre quien lo enterrara, se desmayó, permaneciendo inconsciente un buen rato. Pero ya había recobrado el conocimiento cuando oímos que una doncella recitaba los siguientes versos:

Después de gozar de amor y felicidad,
la separación dolor nos ha traído.

Estar juntos, y separados luego,
no puede más que destrozar amantes.

Mejor es el breve momento de la muerte
que los largos días de distanciamiento.

Aunque Dios a todos los amantes reúne,
de mí se ha olvidado y en ansia vivo.

Casi sin darme cuenta, la doncella acabó el poema en el mismo momento que Nuraddín Alí ben Bakkar hacía un estertor y su alma abandonaba el cuerpo Yo mismo amortajé el cadáver y dejé que nuestro anfitrión lo custodiara.
Dos días después, emprendí el camino de regreso a Bagdag. Mi obligación era dirigirme, tan pronto como me fuera posible, a casa de Nuraddín Alí ben Bakkar. Y así lo hice. Los sirvientes me recibieron con gran parabién, pero yo tenía intención de hablar con la madre de Nuraddín Alí inmediatamente y pedí el permiso correspondiente. La mujer me recibió con cortesía y me invitó a sentarme.
-Que Dios Excelso os tenga de su mano -le dije, al poco rato-. Dios es quien dicta el destino de todos nosotros, y nadie puede eludir lo que Él dispone.
-Me estáis diciendo que mi hijo ha muerto, ¿no es así? -me dijo mientras lloraba amargamente.
La verdad es que no pude contestarle porque también a mí el llanto me impedía hablar. El cuerpo de la mujer se desplomó inconsciente, pero pronto acudieron un grupo de doncellas para reanimarla.
-¿Qué le ha ocurrido? -me preguntó, al volver en sí.
No tuve más remedio que explicarle la larga historia de sufrimiento y dolor de mi buen amigo Nuraddín Alí y le expresé mi más profundo pesar por haberle perdido.
-Nunca me había revelado su secreto -dijo la mujer-. ¿Cuál ha sido su última voluntad?
Le repetí las palabras que Nuraddín Alí me había dicho antes de morir y me fui, dejándola triste y desconsolada. Iba yo inmerso en mis pensamientos, triste y desconsolado por la pérdida de mi amigo, recordando los días en que tan a menudo lo visitaba, cuando de repente una mujer me agarró de la mano. Era de nuevo la sirvienta de Shamsannahar. Esta vez vestía de negro y tenía aspecto de estar profundamente afectada por alguna desgracia. No tardé en comprender que Shamsannahar también había muerto y no puede contener las lágrimas. Así pues, la sirvienta y yo intentamos consolarnos mutuamente para no derramar más llanto y sufrir más de lo necesario. Nos dirigimos a mi casa y allí le conté cómo había muerto Nuraddín Alí y me interesé por las circunstancias que habían rodeado la muerte de la joven Shamsannahar.
-Tal como os dije -me contó la sirvienta-, el califa la había encerrado en sus aposentos pero, por lo que parece, su majestad en ningún momento dio crédito a las acusaciones de que era víctima Shamsannahar. Además, el califa la quería tanto que no cesaba de elogiar sus virtudes, físicas e intelectuales y de insistir que, para él, era completamente inocente y que la quería como a ninguna otra persona. De modo que, al cabo de unos días, ordenó que fuera trasladada a una espléndida habitación con detalles de oro por todas partes. Esta decisión, sin embargo, no fue del agrado de Shamsannahar. Aquella misma tarde, el califa se dispuso, como de costumbre, a disfrutar de la compañía de sus concubinas e hizo que Shamsannahar se sentara en lugar preferente para que a nadie le quedara ninguna duda de que seguía ocupando un lugar preeminente en su corazón. Pero Shamsannahar estaba triste, no podía disimular el respeto y el miedo que le inspiraba el califa. Y una de las doncellas recitó:

El amor ha hecho una llamada a mis lágrimas,
y han contestado, esparciéndose por mis mejillas.

Mis párpados soportan el peso de la desgracia,
mostrando la pena y escondiendo el amor.

¿Cómo podré disimular mi profunda pasión
si este deplorable mío me delata?

Si la persona amada está lejos, prefiero la muerte,
y me gustaría saber si a ella lo mismo le ocurre.

Las mil y una noches, Barcelona, ed. Ediciones Destino, año 1998, págs. 420-422. Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Divina Comedia, Dante Alighieri

CANTO IV

"Cuando al águila puso Constantino
contra el curso del cielo, que ya anduvo
tras el que unió a Lavinia su destino,
ante Dios, de Europa en la frontera,
cerca del monte en el que en el nido tuvo;
bajo el sacro plumaje, hizo que fuera
el gobierno imperial de mano en mano
y que, al cambiar, la mía lo tuviera.
César he sido: yo soy Justiniano,
que, por querer del primo amor que siento,
quité a la ley las sobras y lo vano.
Y antes de estar a tal trabajo atento,
que hay en Cristo, no más, una natura
creía, y con tal fe estaba contento;
más el santo Agapito, por ventura,
que fue sumo pastor, a la correcta
fe me llevó con su palabra pura.
Yo le creí, y aquella fe perfecta
veo tan clara como ve tu mente
toda cotradicción errada y corecta.
Ya al paso con la Iglesia, prontamente
Dios me inspiró que fuera el operario
del gran trabajo, al que me di obediente;
las armas entreguéa mi Belisario
al que el brazo del cielo estuvo unido
mostrando mi descanso necesario."

Dante, Divina Comedia. Página 427. Barcelona; año 1995. Editorial Planeta, S.A. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño. Curso 2011-2012, segundo de Bachillerato

Las mil y una noches, "Noches 86 y 87"

Así pues, llegada la noche y a instancias de su hermana. Shahrasad reanudó el relato:
Cuentan, majestad, que, de acuerdo con lo que Gafar siguió contando al califa Harún Arrashid, Shamsaddín ordenó al jorobado que abandonara el lugar.
-¿Creéis que estoy loco? -gritó-. Yo no me muevo de aquí hasta que haya salido el sol. Ayer, cuando vine a hacer mis necesidades, me salió un gato negro que, en un santiamén, adquirió el tamaño de un búfalo y me dio muy precisas instrucciones acerca de cómo me debía comportar. De modo que, dejadme solo, y que sea lo que Dios quiera. ¡Maldita novia!
Pero el anciano visir Shamsaddín sacó al palafrenero del retrete.
Y śte se dirigió directamente al palacio para contar a su majestad el sultán las peripecias que había vivido con el genio, Por su parte, Shamsaddín, enormemente desconcertado y sin entender la situación, regresó a la habitación donde había dejado a su hija y le pidió que le contara todo lo que había ocurrido.
-No hay nada que contar, padre. Sencillmente, ayer las sirvientas me presentaron a un apuesto joven que ha pasado la noche conmigo. Aquí en esta silla, dejó su turbante y sus enseres personales, y, debajo de la cama, está su ropa. Por cierto, en el turbante hay algo envuelto que no sé qué es.
El visir tomó cuidadosamente el turbante de Badraddín Hasan y, al observar que se trataba de una lujose prenda, exclamó: . Y lo examinó detenidamente, descubriendo, al darle la vuelta, que llevaba un lujoso forro en el que se había cosido un pliegue de papel sellado. Acto seguido, cogió los zaragüelles, donde encontró la bolsa con los mil dinares y la hoja que rezaba: < El infrascrito, Bradaddín Hasan de Basora, ha vendido al judío Isaac el cargamento del primer barco que llegue a puerto por mil dinares, cantidad que ha cobrado por adelantado>. A Shamsaddín no se le escapó el hecho de que el joven que había poseído a su hija aquella noche era su mismísimo sobrino, hijo de su hermano Nuraddín. Y, a causa de la emoción desmayó.
La luz del alba sorprendió a Shahrasad y ella dejó de hablar.
<¡Qué historia tan maravillosa!>, exclamó su hermana Dinarsad.
afirmó Shahrasad.
Así pues, llegada la noche y a instancias de su hermana, Shahrasad reanudó el relato:
Cuentan, majestad, que, de acuerdo con lo que Gafar siguió contando al califa Harún Arrashid, al recuperarse de su pérdida de conocimiento, Shamsaddín cogió el papel plegado y sellado que estaba cosido en el turbante y se dispuso a leerlo. Huelga decir que su sorpresa fue mayúscula al descubrir que el papel contenía un mensaje de su hermano Nuraddín, escrito de su propio puño y letra.
-Hija mía ¿ sabes quién es el joven que te ha poseído?- le preguntó con manifiesta alegría-. Pues es tu primo, el hijo de mi hermano Nuraddín, y estos mil dinares constituyen tu dote nupcial.
En verdad Dios-alabado sea- es Todopoderoso, gracias a su decreto, lo que fue motivo de disgusto entre tu tío y yo se ha hecho realidad. Ya me gustaría saber cómo ha podido ocurrir.
Y, con los ojos estupefactos, siguió contemplando el papel. Ahora descubrió la fecha exacta en que su hermano lo había redactado, lo besó reiteradamente y, con una profunda añoranza hacia su hermano, recitó:

Al ver vuestras huellas, os añoro,
y me deshago en lágrimas.

Y pido a Quien de vos me separó
que me permita el reencuentro.

Al leer el mensaje entero que contenía el papel pudo conocer la fecha exacta de la llegada de Nuraddín a Basora, la fecha de su boda con la hija del visir de aquella ciudad, la fecha del nacimiento de Badraddín y la fecha en que Nuraddín murió.
El anciano visir Shamsaddín comparó los acontecimientos que había vivido su hermano con los que había vivido él mismo: las fechas de sus respectivas bodas y el nacimiento de sus hijos coincidían sorprendentemente, y, además, su sobrino había ya poseído a su hija. Ante tantas casualidades, no pudo evitar coger el papel y la bolsa con los mil dinares y dirigirse al sultán para contarle lo sucedido.El soberano encontró tan extraordinarios aquellos acontecimientos que ordenó que fueran escritos en los anales del reino.
A partir de aquel momento, el anciano visir Shamsaddín sólo tuvo un ansia: conocer a su sobrino. Pero la espera se prolongó un día, y otro, y, transcurrida una semana sin saber nada de él, tomó la firme resolución de hacer algo que seguramente nadie había hecho jamás. Cogió tinta y papel y procedió a hacer el inventario de todos los enseres de la habitación nupcial, especificando su situación exacta, y guardó en lugar aparte los
zaragüelles, el turbante y la bolsa.
La luz del alba sorprendió a Shahrasad y ella dejó de hablar
, exclamó su hermana Dinarsad.




Las mil y una noches, Barcelona, año 1998, Ediciones Destino, col. Áncora y Delfín, vol. 826, págs. 224-226. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

Las mil y una noches, "Noche 182".

Llegada la noche, Dinasard pidió a su hermana Shahrasad que, si no tenía sueño, les siguiera contando la historia para pasar más agradablemente la velada. Y Shahrasad accedió encantada: Cuentan, majestad, que Abulhasan y la sirvienta emprendieron camino en dirección a la casa de Nuraddín Alí ben Bakkar. La sirvienta permaneció de pie ante la puerta mientras él entraba para anunciar a su amigo la visita.
-¿Qué te trae por aquí? -preguntó Nuraddín Alí nada más ver entrar a su amigo Abulhasan.
-No te preocupes -respondió abulhasan, guiñándole un ojo-.
Un amigo tuyo ha enviado a su sirvienta con una carta en la que, según parece, expresa su añoranza y te explica los motivos de su tardanza en visitarte. ¿Puedes, pues, darle permiso para que pase?
-Por supuesto -asintió Nuraddín Alí ben Bakkar, dándo órdenes a uno de los sirvientes de que la hiciera pasar.
Nuraddín Alí se alegró enormemente de ver a la sirvienta de Shamsannahar y, guiñándole también un ojo para disimular ante los sirvientes, le preguntó:
-¿Cómo se encuentra vuestro amo, Dios le depare salud y bienestar?
La mujer le entregó la carta, que él cogió ilusionado, la besó y, alargándola a Abulhasan, le pidió que se la leyera. Decía así:

En el Nombre de Dios Excelso,

Pregunta al que mis noticias te trae,
y que en sus palabras puedas verme,

Al partir, me dejaste el corazón en ascuas
y los ojos en permanente vigilia.

Sólo me quedan paciencia y resignación,
y siempre reinarás en mis pensamientos.

Mirándote el cuerpo, consumido de deseo,
sabrás cómo el fuego del amor devora el mío.

Amor mío, si no hubiera sido por el irrefrenable deseo de comunicarte cómo me encuentro, qué sufrimiento me causa tu ausencia y el grado de mi añoranza, no me hubiera atrevido a pronunciar una palabra ni a escribir una sola línea. Pero quería abrirte completamente mi corazón, anunciarte mis penas físicas y sentimentales, pues si pudieras verme, ello te bastaría. En otras palabras, quiero decirte que mis ojos no encuentran descanso, que mis pensamientos únicamente tú existes, que tengo el corazón destrozado y que mi alma sufre amargamente. Tanto llego a sufrir que tengo la impresión de que no he vivido nunca un momento feliz, de que nunca he conocido la tranquilidad y de que he estado siempre abandonada. Ojalá pudiera llorar siempre ante quien comparte mis lamentos y mis lágrimas, y ante mis quejas comprende. Por eso te dedico estos versos:

De tu compañía no puedo disfrutar,
no conozco alegría, lejos de ti.

El destino nos ha separado,
y mis lágrimas por ti derramo.

Que Dios Excelso nos una de nuevo, como a todos los amantes. Pero mientras ese momento no llega, escríbeme unas palabras de consuelo. Y tú sé paciente, Hasta que Dios Todopoderoso tenga a bien facilitar nuestra tan deseada unión. Saludos a Abulhasan.

A Abulhasan la carta le carta le pareció escrita con tanto sentimiento que le conmovió profundamente y a punto estuvo de relevar en voz alta el contenido de la misma.
-Quien has escrito esta carta -dijo a su amigo Nuraddín Alí ben Bakkar- se ha excedido en delicadeza y afección. Se merece una pronta y adecuada respuesta.
-Pero ¿qué podré yo decirle? -replicó Nuraddín Alí ben Bakkar, intentando vencer su debilidad-. ¿Con qué voz puedo yo lamentarme y con qué mano puedo agarrar la pluma si cada momento que pasa mi sufrimiento se agrava?
No obstante, Nuraddín Alí ben Bakkar se incorporó y cogió una hoja de papel.
La luz del alba sorprendió a Shahrasad y ella dejó de hablar.
"¡Es un historia escelente!", exclamó su hermana Dinasard. "Pues lo que os contaré la próxima noche, si el rey me deja vivir, es mucho más extraordinario aún", dijo Shahrasad.

Las mil y una noches, Barcelona, ed. Ediciones Destino, año 1998, págs. 388-390. Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, segundo de Bachillerato, curso 2011-2012.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El Misántropo, "Acto I", Menandro

QUÉREAS.- ¿Qué dices, Sóstrato? ¿ Qué viste aquí a una muchacha libre depositando unas coronas a las Ninfas de al lado y te enamoraste de repente?
SÓSTRATO.- De repente.
QUÉR.- ¡Qué rápido! ¿Es que ya habías decidido enamorarte de alguien al salir de casa?
Sós.- Ríete, pero yo, Quéreas, lo paso mal.
QUÉR.- No lo dudo
Sós.- Por eso vengo y he pedido tu ayuda en este asunto, porque te considero un amigo y hábil para tratar asuntos así.
QUÉR.- En casos como éste, Sóstrato, hago lo siguiente: ¿necesita ayuda un amigo enamorado de una cortesana? inmediatamente la rapto y la traigo me emborracho, pego fuego a la puerta, en absoluto atiendo a razones pues ante de saber quién es, hay que conseguirla, ya que la tardanza hace crecer mucho la pasión, y la rapidez rápido la aquieta. ¿Me habla uno de casarse y de una muchacha libre? Entonces yo soy otro, Me entero de la familia, de su hacienda, de sus costumbres. Para todo el tiempo que le quede de vida le dejo yo recuerdo al amigo de cómo manejo estas cosas.
Sós.- Muy bien. Pero a mí no me gusta nada.
QUÉR.- Ahora por lo menos, hace falta que nos pongas al corriente de toda la historia.
Sós.- Con el alba despaché dede mi casa de Pirrias, mi compañero de caza...
QUÉR.- ¿Adónde?
Sós.- Para encontrar al padre de la chica o al dueño de la casa, cualquiera que él sea.
QUÉR.- ¡Por Heracles! ¡Qué dices!
Sós.- He hecho mal, porque quizá un asunto como éste no es adecuado para un esclavo.Pero no es fácil que un enamorado tenga conciencia de lo que conviene. Y me extraña todo el tiempo que tarda, pues le dije que volviera ensefuida a casa en cuanto supiera lo que me interesaba.



Menandro, El Misántropo, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca básica de Gredos, vol. 99, año 1986, págs 156-157. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

El siglo de Augusto

El primer acto del nuevo cónsul fue hacer condenar por un tirbunal regular a los asesinos de su padre en virtud de una ley, la 'lex Pedia', propuesta por el otro cónsul; luego partió hacia el norte, pata una entrevista con Antonio. Y fue cerca de Bolonia donde se estableción entre Antonio, Lépido y él, el segundo Triunvirato. A diferencia del que antaño uniera secretamente a César, Pompeyo y Craso, este nuevo triunvirato constituía una magistratura oficial, aunque de carácter excepcional. Los tres asociados se atribuían a sí mismos la misión de restaurar el Estado asegurámdole una constitución viable.
Las intrigas de los meses precedentes habían dejado demasiado resentimiento en los tirunviros , demostrando alas claras el peligro que constituía la oposición republicana, pera que no ententaran hacer imposible su renacimiento en el futuro. Y empezaron las proscripciones. Cierto treinta senadores fueron inscritos en las listas fatales para ser condenados a muerte sin juicio. Un gran número de caballeros corrieron la misma suerte. No tdos pertenecieron, pero los sobrevivientes tuvieron que esconderse; pronto no subsistió en Roma ningún miembro importante de la facción republicana. El mismos Cicerón fue muerto cuando, demasiado tarde, trataba de huir.

El siglo de Augusto

Cartas de las heroínas, Ovidio.

[Yo, Hermíone, me dirigo a ti, que hasta hace poco eras mi hermano y mi marido, y ahora sólo mi hermano. Otro lleva el nombre del esposo mío.]
Pirro, el hijo de Aquiles, violento a imagen de su padre, me tiene encerrada contra las leyes humanas y divinas. Me resistí a que me poseyera (sino en contra de mi voluntad), lo único que podía hacer; para el resto no fue lo bastante fuerte mi mano de mujer. <¿ Qué haces, Eácida? No me falta un vengador>, le dije; . Él, más sordo que el mar, mientras yo llamaba a voces a Orestes, me arrastró bajo su techo con el pelo en desorden.
¿Qué humillación peor habría soportado si, vencida Lacedemonia, yo hubiera raptado para tener nueras griegas?
Menor fue el ultraje que la Acaya vencedora hizo a Andrómaca, cuando el fuego de los griegos quemó las riquezas frigias.
Pero tú, Orestes, si es verdadero tu amor por mí y te conmueve, lanza tus valientes manos a defender lo que es tuyo. ¿Es que cogerías las armas si alguien te abriera los establos y te robara los rebaños, y te quedarías indiferente si es tu esposa lo que te roban? Mira el ejemplo de tu suegro, que reivindicó a su esposa raptada, [ para quien una mujer fue justa causa de guerra; si mi padre, indolente, se hubiera puesto a llorar en el abandonado palacio] mi madre habría seguido siendo esposa de Paris, (como antes). Y no tienes que preparar mil barcos ni mil velas ondulantes, ni innumerables soldados dánaos: ven tú. Así también se me tenía que haber buscado, que no es vergonzoso para un marido librar fieros combates por el lecho amado. ¿Qué me dices de que tu abuelo y el mío sea el mismo Atreo, hijo de Pélope, y que si no fueras mi marido, serías de todos modos mi hermano? Socórreme, por favor, como marido a mujer, como hermano a hermana, porque esos dos nombres te obligan a cumplir tu deber. MI abuelo Tindáreo, autorizado por su vida y por sus años, tenía la tutela de su nieta y me entregó a ti. Mientras que mi padre, que lo ignoraba, me había comprometido con el Eácida; ojalá pudiera más mi abuelo, que fue primero de los dos. Cuando era tu prometida, mi antorcha nupcial no hacía daño a nadie; pero si me casan con Pirro, te haré daño a ti. Mi padre, Menelao, podrá perdonar nuestro amor porque él ha sido víctima de las flechas del dios alado. Consentirá a su yerno el amor que se permitió a si mismo, y mi madre, que él amó, servirá de ejemplo. Tú eres para mí lo que mi padre para mi madre: Pirro tiene el papel que tuvo en otros tiempos el extranjero dardanio. Aunque él pueda jactarse toda la vida de las proezas de su padre, tú también tienes hazañas de tu padre que contar. El Tantálida era soberano de todos, incluso del mismo Aquiles; Aquiles era parte del ejército, mientras él era rey de reyes. Tú desciendes de Pélope, tu bisabuelo, y del padre de Pélope; si cuentas bien, eres descendiente de Júpiter en quinto lugar. Y no te falta valor. Empuñaste unas armas odiosas, ¿pero qué podías hacer, si te las dio tu padre? Yo hubiera preferido que demostraras tu valor en mejor asunto; pero no elegiste tú la causa de tu acción, sino que te fue impuesta. Tuviste que llevarlo a cabo: Egisto con la garganta abierta manchó de sangre la misma mansión que antes había manchado tu padre.


Ovidio, Cartas de las heroínas, Hermíone a Orestes, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca Básica de Gredos, vol.69, año 2001, págs. 62-64. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, segundo de Bachillerato,curso 2011-2012 .

Las Traquinias, Sófocles

HILO. Pero ni tu madre está aquí, sino que en la costera Tirinto consiguió establecer su asentamiento, y de tus hijos a uno de ella se los llevó y ahora los cuida, otros tal vez sepas que habitan la ciudad de Tebas, pero todos nosotros cuantos estamos aquí, si es preciso, padre, hacer algo, te obedeceremos y estaremos por entero bajo tus ordenas.

HERACLES. Escucha tú, entonces, el asunto. Has llegado a un punto en que deberás mostrar qué clase de hombre eres, si has de seguir siendo llamado hijo mío. Tuve yo hace ya tiempo una predicción de boca de mi padre sobre que no caería muerto a manos de ninguno de los que aún respiran, sino que sería cualquier habitante ya desvanecido del Hades. Pues bien, éste fue, la fiera del centauro, según rezaba la predicción divina, el que de esta manera a mí aún vivo me mató él ya muerto. Y te diré que semejantes a éstos sobrevivieron unos nuevos oráculos, concordes con los de antaño, los cuales, al entrar yo en el bosque sagrado de los montaraces Selos que duermen en el suelo, me hice escribir de boca de la paterna encina de muchas lenguas, la cual me comunicó que en el tiempo en que ahora vive y está presente sería llevada a cumplimiento la liberación de las fatigas que me estaban impuestas. Y yo creía que en el futuro viviría feliz. Pero eso no era otra cosa que el que yo muriera, pues a los muertos no se le añade fatiga alguna. Pues bien, puesto que esto sobreviene de forma manifiesta, hijo, es preciso que una vez más te resuelvas en aliado de este hombre, y no esperes a que mi lengua exacerbe, sino que cedas y le ayudes, reconociendo que la mejor forma de vida es obedecer al padre.

HILO. Pero, padre, siento miedo al llegar a tal punto del relato.Sin embargo, obedeceré en lo que te parezca bien.

HERACLES. Dame tu mano derecha antes de nada.

HILO. ¿Por qué vuelves así sobre esta fidelidad?

HERACLES. ¿No la tomarás al punto? ¿Desconfiarás de mi?

HILO. Aquí la tiendo, y nada será objeto de disputa frente a ti.

HERACLES. Jura entonces, por la cabeza de Zeus que me engendró que...

HILO. Que... pero ¿qué he de hacer? ¿Y esto, me será dicho?

HERACLES. Que la empresa que te diga cumplirás.

HILO. Yo lo juro con Zeus por testigo de juramento.

HERACLES. Y si lo transgredieses, suplica obtener calamidades.

HILO. No hay que temer que las alcance, porque lo cumpliré. No obstante, elevo la súplica.

HERACLES. Pues bien, ¿conoces la elevada colina del Eta consagrada a Zeus?

HILO. La conozco, porque como sacrificador muchas veces en efecto estuve allí arriba.

HERACLES. Pues allí es preciso que lleves este cuerpo mío por tu propia mano y con aquellos que necesites de entre los amigos, y que, tras cortar abundante madera de encina de profunda raíz y arrancar también abundante olivo macho silvestre, arrojes mi cuerpo dentro y prendas fuego utilizando la llama de una antorcha de pino. Y no se derrame lágrima alguna de lamento, sino que sin sollozos ni lágrimas actúa, si realmente eres hijo de este hombre. Si no, de continuo seré para ti yo, incluso cuando esté allí abajo, una maldición por siempre pesada.

HILO. ¡Ay de mí, padre!, ¿qué has dicho? ¡Qué clase de empresa me acabas de encomendar!

HERACLES. Cual es la que debe ser hecha. Si no, hazte hijo de otro padre y no te llames ya mío.

HILO. ¡Ay de mí una vez más! ¡Aqué cosas me incitas, padre! ¡A convertirme en asesino e impuro matador tuyo!

HERACLES. De ningún modo por mi parte, sino en remediador de lo que tengo y único médico de mis males.

HILO. ¿Y cómo podría curar tu cuerpo prendiendo fuego a la pira de debajo?

HERACLES. Bien si sientes miedo ante esto, pon en práctica al menos lo demás.

HILO. Al traslado al menos, tenlo por cierto, no habrá negativa.

HERACLES. ¿Y el levantamiento de la pira mencionada?

HILO. En la medida en que yo pueda, con tal de no tocarla con mis manos. Pero lo demás lo haré y no tendrás queja por mi parte.

HERACLES. Bien, bastará eso incluso. Pero concédeme un pequeño favor más, añadiéndolo a los otros grandes.

HILO. Aunque se más grande, será cumplido.

Sófocles, Las Traquinias, Madrid, ed. Alianza, col. Clásicos de Grecia y Roma, año 2008, págs. 163-166 Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato