lunes, 23 de marzo de 2015

Walter Scott, Ivanhoe

                                                 CAPÍTULO XIX




     -Póntelo, amigo Haragán, tan pronto como tu estado te lo permita, mientras voy a guardar estos cubiles de estaño, cuyas últimas gotas han caído, no sé cómo, en mi pastel. Con objeto de sofocar el ruido, porque, a la verdad, no me siento muy fuerte, acompáñame en lo que voy a cantar; no te preocupes de la letra, apenas si la sé yo mismo.
     Dicho esto, atacó a voz en grito un De profundis, mientras escondía los restos del festín, y el caballero le hizo dúo, interrumpiéndose para volver a vestir las piezas de su armadura o lanzar estrepitosas carcajadas.
     -¿Qué diablos cantáis a estas horas? -exclamó una voz desde fuera.
     -¡Dios os ampare, señor viandante! -replicó el ermitaño a quien la algazara que movía, y acaso sus libaciones nocturnas, impedían reconocer acentos familiares a su oído-. Proseguid vuestro camino, en nombre del cielo y de san Dunstán, y no nos interrumpáis en nuestras devociones, a mí y a mi vulnerable hermano.
     -Abre a Locksley, cura loco. -repuso la voz.
     -Nada temáis... es un amigo. -dijo a su huésped el ermitaño.
     -Pero, ¿quién está ahí? Mucho me importa saberlo. -replicó el caballero.
     -Sí, ¿pero qué amigo? El tuyo puede no serlo mío.
     -¡Diablo! Pregunta es esa más fácil de hacer que de contestar. ¿Qué amigo, dices? ¡Ah!, me lo recuerdas; es el buen guardabosques de quien te hablé hace poco.




     Walter Scott, Ivanhoe, Barcelona, Editorial Planeta, Colección RBA, 1994, página 214, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.



Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll

                     Alicia no sabía si tumbarse boca abajo como los tres jardineros; pero no recordaba haber oído hablar de semejante norma en los desfiles; "y además, ¿de qué serviría hacer un desfile", pensó, "si la gente tuviera que tumbarse boca abajo y no pudiese verlo?".
                    Así que se quedó de pie, y esperó.
                    Cuando la comitiva llegó a la altura de Alicia, se detuvieron todos y se quedaron mirándola; dijo la Reina con severidad:
                    -¿Quién es ésta?
                     Se lo preguntó a la Jota de Corazones, que se limitó a hacer una reverencia y sonreír por toda respuesta.
                     -¡Idiota! -dijo la Reina, sacudiendo la cabeza con impaciencia; y volviéndose a Alicia, preguntó otra vez.
                     -¿Cómo te llamas, niña?
                     -Me llamo Alicia, Majestad -dijo Alicia con mucha educación; pero añadió para sus adentros: "¡Vaya!, en realidad no son más que un mazo de cartas. ¡No tengo por qué tenerles miedo!"
                     -¿Y quiénes son ésos? -dijo la Reina señalando a los tres Jardineros que estaban tumbados alrededor del rosal; pues, como estaban boca abajo, y el dibujo de sus espaldas era igual que el del resto de la baraja, no podía saber si eran jardineros, soldados, cortesanos, o tres de sus propios hijos.
                    -¿Cómo voy a saberlo yo? -dijo Alicia, sorprendida de su propio valor-, eso no es asunto mío.
                    La Reina se puso congestionada de furia, y, tras lanzarle una mirada felina, empezó a gritar: "¡Que le corten la cabeza! ¡Que le corten...!"
                    -¡Qué tontería! -dijo Alicia, con voz alta y decidida; y la Reina se quedó callada.
               
Lewis Carroll, Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, Madrid, Ediciones Akal, Akal Literaturas, 2005, págs 176-177, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

Otra vuelta de tuerca, Henry James

     A partir de aquel momento nos habíamos de enfrentar en múltiples ocasiones a las mismas o parecidas circunstancias. Una y otra vez mi extraordinaria sensibilidad habría de proporcionarme aquellos encuentros... y una y otra vez la buena señora reaccionaría de la misma forma, expresando a un tiempo su consternación y su compasión hacia mi persona. Aquella tarde, desde luego, no asistimos a ninguna ceremonia religiosa, sino que organizamos la nuestra propia, hecha de ruegos y oraciones, lágrimas y promesas, que nos hacíamos la una a la otra en la habitación en la que nos habíamos encerrado. Era preciso descargar nuestras conciencias hasta la última gota para que nuestra confianza fuera total. La señora Grose aseguraba que ella no había visto nada, ni la sombra de una sombra. Y sin embargo, la buena señora no había pestañeado en ningún momento al oír mi relato ni se había preguntado si yo estaba en mi sano juicio. Al contrario, me trataba con la más absoluta comprensión y dulzura. El recuerdo de su caritativo comportamiento en aquellos momentos me acompañará hasta el día de la muerte.

 Henry James, Otra vuelta de tuerca, Madrid, Anaya, 1999, páginas 55. Seleccionado por Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Rudyard Kipling,Los cuentos de así fue

     Así pues, el hijo del elefante cruzó África para volver a casa, retozando con su trompa y moviéndola velozmente. Cuando quería comer fruta la cogía de un árbol tirando de ella, en lugar de esperar a que cayera  como solía hacer antes. Cuando quería hierba la arrancaba del suelo y la levantaba sin tener que ponerse de rodillas como antes solía hacer Cuando lo picaban los mosquitos, arrancaba la rama de un árbol y la utilizaba como de matamoscas; y siempre que el sol estaba ardiente, se hacía una nueva, refrescante y goteante gorra de barro. Cuando al caminar por África se sentía solo, se cantaba con la trompa haciendo más alboroto que varias bandas de cornetas juntas. Se apartó intencionadamente de su camino para buscar a una gorda hipopótoma (ésta no era pariente suyo) y darle una buena zurra, a fin de asegurarse de que era verdad lo que sobre su nueva trompa le había dicho la serpiente pitón roquera de dos colores. El resto del tiempo lo dedicó a recoger las cortezas de melón que había tirado cuando iba hacia el Limpopo... pues era un paquidermo aseado.

Rudyard Kipling, Los cuentos de así fue, Ediciones Akal, páginas 104-105
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

M.R. James, Cuentos de fantasmas

     -Conozco más o menos toda esa comarca -dijo-.Solía ir a Seaburgh con mucha frecuencia cpara jugar al golf en primavera. Desde que él murió ya no me interesó ir más. Y no sé si debería interesarme, después de lo que nos pasó en nuestra última visita.
     Fue en abril de 19...; estamos allí, y por alguna razón éramos los únicos huéspedes de hotel. Los salones comunes estaban, pues, desiertos, así que mucho nos asombró que, después de la cena, se abriera la puerta de nuestra sala y un joven introdujera la cabeza. Examinamos al joven. Era un sujeto anémico con aspecto de conejo -cabello claro y ojos claros- pero no desagradable. De modo que cuando dije: << Disculpen. ¿Ésta es una sala privada?>>, no respondimos con un gruñido afirmativo, sino que Long (o yo, no tiene importancia) le contestó:
     -Adelante, por favor.
     -¿De veras? -dijo él, y parecía aliviado.
     Por supuesto, era obvio que necesitaba compañía; y como era una persona razonable -y no esa especie de individuo capaz de prodigarle a uno toda su crónica familiar- lo invitamos a sentirse como si estuviese en su casa.


M.R.James, Cuentos de fantasmas, Madrid, Editorial: Ediciones Siruela, 1988, página 101
Seleccionado por Alejandro López Sánchez, Segundo de Bachillerato. Curso 2014/2015

Kafka, La metamorfosis





     Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruo insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.
     -¿Qué me ha sucedido?
     No soñaba, no. Su habitación, una habitación de verdad, aunque excesivamente reducida, aparecía como de ordinario entre sus cuatros harto conocidas paredes. Presidiendo la mesa, sobre la cual estaba esparcido un muestrario de paños -Samsa era viajante de comercio-, colgaba una estampa ha poco  recortada de una revista ilustrada y puesta en un lindo marco dorado. Representaba esta estampa una señora tocada con un gorro de pieles, envuelta en un boa también de pieles, y que, muy erguida, esgrimía contra el espectador un amplio manguito, asimismo de piel, dentro del cual desaparecía todo su antebrazo.



Franz Kafka, La metamorfosis, Madrid, ed. Alianza, 1999, páginas 7 y 8.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Molière, Tartufo

                                                           ACTO I
                                                        ESCENA V

                                                  (ORGÓN, CLEANTO.)


     CLEANTO. Esa doncella se ríe de vos en vuestras propias narices, hermano; y, sin el menor deseo de enojaros, os diré francamente que no le faltan motivos. ¿Dónde se habrá visto capricho semejante? ¿Será posible que un hombre posea hoy día una capacidad de seducción tal, que sea capaz de haceros olvidar todo por él, y que después de haber remediado su miseria en vuestra casa lleguéis al extremo de...?
     ORGÓN. Alto ahí, cuñado, ignoráis qué clase de hombre es ese de quien habláis.
     CLEANTO. De acuerdo, lo ignoro, ya que así lo afirmáis; pero, en fin, para saber qué clase de hombre pueda ser...
     ORGÓN. Hermano, os encantaría conocerle y vuestro embeleso por él no tendría límites. Es un hombre que... ¡ah!... un hombre, un hombre, en fin. Quien sigue sus lecciones goza de una profunda paz y como a estiércol mira al resto del mundo. Sí, soy otro hombre después de conservar con él. Con él aprendo a no sentir apego por nada, a desligar mi ama de todo afecto, hasta el punto que no me afligiría ni tanto así ver ahora mismo morir a hermanos, hijos, madre o mujer.
     CLEANTO. ¡Esos sí que son sentimientos humanos, querido cuñado!
     ORGÓN. ¡Ah! SI hubierais visto cómo le conocí, le profesaríais el mismo afecto que yo le tengo. A diario venía a la iglesia y con aire sumiso se hincaba de rodillas muy cerca de mí. Era tal la unción con que elevaba sus plegarias al Cielo, que atraía todas las miradas de los fieles; suspiraba a cada momento, y en medio de grandes arrebatos, besaba humildemente el suelo una y otra vez.



Jean-Baptista Poquelín Molière, Tartufo, Barcelona, Editorial Vicens Vives, Colección Clásicos Universales, 1998, páginas 32 y 33, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

Aventuras de Robinson Crusoe, Daniel Defoe

CAPÍTULO V
EL DIARIO

     31 de octubre.- Por la mañana salí con mi escopeta para ver si cazaba y descubría algo nuevo: maté una llama, cuyo hijito me siguió hasta mi morada; pero como no quería comer, me vi obligado a matarlo para hacerlo yo.
     1 de noviembre.- Construí mi tienda al pie del peñasco, y la hice tan espaciosa como me fue posible, sosteniéndola por medio de estacas, que clavé, y de las cuales suspendí mi hamaca, en la cual dormí por primera vez. 
     2 de noviembre.- Coloqué cerca de mí todas las cajas, tablas y pedazos de madera, e hice una especie de muralla dentro del semicírculo que había trazado para fortaleza.
     3 de noviembre.- Salí con mi escopeta, y maté dos aves, parecidas a los ánades, que me gustaron mucho. Al mediodía empecé a trabajar para hacer una mesa.
     4 de noviembre.- Este día empecé a regularizar mis horas de trabajo, de salidas, de reposo y de recreo.
     Todas las mañanas, cuando no llovía, invertía en la caza dos o tres horas; en seguida me ponía a trabajar hasta cerca de las once, después de lo cual comía lo que encontraba. Al mediodía me echaba a dormir la siesta hasta las dos, porque entonces hacía un calor extremado. En fin, por la tarde volvía al trabajo. Este día y los siguientes los dediqué a construir la mesa, porque yo no era más que un simple obrero, aunque después el tiempo y la necesidad me hayan vuelto un excelente maestro, como le hubiera sucedido a todo el que se hubiese encontrado en mi lugar.
     5 de noviembre.- Salí con mi escopeta y mi perro, y maté un gato montés; la piel era muy fina, pero su carne no valía nada. Siempre arrancaba la piel a los animales que cazaba y la conservaba. Recorriendo la costa vi muchas aves acuáticas desconocidas para mí; pero quedé sorprendido y casi asustado al divisar dos o tres vacas marinas; mientras que me pare a mirarlas, ignorando a qué especie de animales pertenecía; arrojaron al mar, y no tardaron en desaparecer.


     Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe, Madrid, edición Espasa-Calpe, S.A., páginas 73,74, 1959. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

El tambor de hojalata, Günter Grass

El horario.
     Alabé la obra pulcramente trazaba a la medida por Klepp, le pedí una copia de misma y le pregunté en qué formaba superaba los puntos muertos que pudieran presentarse. Después de breve reflexión me contestó: -Dormir o pensar en el PC.
      ¿Y si yo le contara en qué forma entabló Oscar conocimiento con su primer horario?
     Empezó sin mayor trascendencia en el Kindergarten de la señorita Kauer. Eduvigis Bronski venía a buscarme todas las mañanas y me llevaba junto con su Esteban a la casa de la señorita Kauer del Posadowskiweg, en donde con otros seis diez rapaces -algunos estaban siempre enfermos- nos hacían jugar hasta provocarnos náuseas. Por fortuna, mi tambor era considerado como juguete, de modo que no se me imponían cubitos de madera y solo se me montaba en un caballito mecedor cuando se necesitaba un caballero con tambor y gorro de papel. En lugar de papel de música me servía para mis ejecuciones del vestido de seda negra de la señorita Kauer, abrochado con mil botones. Puedo decirlo con satisfacción: con mis hojalata llegaba a vestir y desvestir varias veces al día a la flaca señorita, hecha toda de arruguitas, abrochando y desabrochando los botones al son de mi tambor, sin pensar propiamente en su cuerpo



Günter Grass, El tambor de hojalata. Editorial, Santillana Ediciones Generales, S.L. página, 93 y 94
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

M.R. James, Cuentos de fantasmas

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     Lo siguiente que debía hacer el anticuario era localizar los vitrales de la iglesia abacial de Steinfeld. Poco después de la Revolución, una gran cantidad de vitrales pasó de las disueltas abadías de Alemania y Bélgica a nuestro país, y hoy adornan varias de nuestras iglesias parroquiales, catedrales y capillas privadas. La abadía de Steinfeld fue uno de los más pródigos de estos involuntarios proveedores de nuestro patrimonio artístico (cito el anticuario) y la mayor parte de los vitrales de esa institución son identificables sin dificultad, ya por las múltiples inscripciones que mencionan su procedencia, ya por los temas, que representaban ciclos o narraciones bienes definidos.



M.R.James, Cuentos de fantasmas, Madrid, Editorial: Ediciones Siruela, 1988, páginas 40, 41.
Seleccionado por Alejandro López Sánchez, Segundo de Bachillerato. Curso 2014/2015

RENANRD Jules, Pelo de zanahoria.

     El señor Lepic les dice a sus hijos:
.    -Tenéis bastante con una escopeta para los
     dos. Los hermanos que se quieren lo comparten
     todo.
     -Sí, papá- contesta el hermano mayor
     Félix-, compartiremos la escopeta. E incluso
     bastará con que Pelo de Zanahoria me la deje de
     vez en cuando.
     Pelo de Zanahoria no dice ni que sí, ni que no,
     desconfía.
     El señor Lepic saca la escopeta de la funda verde y pregunta:
     - ¿Quién de los dos la llevará primero? Me parece que debiera ser el mayor.

  Jules Renard, Pelo de zanahoria, Madrid, Ediciones generales Akal, S.A., páginas 55, 2002 Seleccionado por Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver

TERCERA PARTE

VIAJE A LAPUTA, BALNIBARBI, GLUBBDUBDRIB, LUGGNAGG Y AL JAPÓN

CAPÍTULO PRIMERO

El autor emprende su tercer viaje. Cae en manos de unos piratas. Maldad de un holandés. Llega a una isla. Se le recibe en Laputa.

     No hacía más de diez días que estaba en casa cuando me visitó William Robinson, de Cornualles, capitáb del Buena Esperanza, un sólido barco de trescientas toneladas. Con anterioridad yo había sido médico de a bordo en una nave durante un viaje a Oriente en la que además de ser el capitán tenía el veinticinco por ciento de la propiedad; siempre me había tratado más como hermano que como oficial subalterno; y enterado de mi regreso, me efectuó una visita de pura amistad, según colegí, pues no tratamos nada de particular después de mi prolongada ausencia. Pero sus visitas se hicieron frecuentes; expresaba su alegría al ver que gozaba de buena salud; me preguntaba si ya me había instalado en casa definitivamente.

Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Barcelona, ed. Planeta, 1984, página 139.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Robert L. Stevenson, La isla del tesoro

                             Capítulo XX: La embajada de Silver



     En efecto, allí había dos hombres al otro lado de la estacada, agitando uno de ellos un trapo blanco; el otro, nada menos que Silver en persona, estaba a su lado plácidamente.
     Era aún muy temprano, y creo que la madrugada más fría que nunca había experimentado al aire libre: el frío me llegaba a los huesos. El cielo en lo alto estaba brillante y sin nubes, y las cimas de los árboles, sonrosadas por el sol. Pero donde Silver se hallaba con su lugarteniente todo parecía sombrío y estaban sumergidos hasta las rodillas en un blanco vapor que se había ido arrastrando durante la noche desde la ciénaga. El frío y el vaho juntos no decían mucho en favor de la isla. Era aquél, sin duda, un lugar húmedo, palúdico e insalubre.
     -Quédense dentro. -dijo el capitán-. Apuesto diez contra uno a que esto es una estratagema.
     Luego gritó al bucanero:
     -¿Quién va? ¡Alto o disparo!
     -¡Bandera de parlamento! -gritó Silver.
     El capitán estaba en el percho, resguardándose con cuidado del tiro traicionero que podrían dispararle. Se volvió hacia nosotros y nos dijo:
     -La guardia del doctor, de centinelas. Doctor Livesey, tome posiciones en el lado norte, por favor; Jim, al este; Gray, al oeste. La guardia que no está de servicio, a cargar mosquetes. De prisa todos y mucho ojo.


Robert L. Stevenson, La isla del tesoro, Barcelona, Editorial Vicens Vives, Aula de literatura, 1990, página 152, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

lunes, 16 de marzo de 2015

Julio César, William Shakespeare

                                      ACTO CUARTO

                                   Escena primera
 

     BRUTO.- Los buenos motivos deben dejar lugar por fuerza a los mejores: la gente entre Filipos y este lugar no tiene por nosotros más que un afecto forzado, porque nos ha escatimado su contribución. El enemigo, marchando a lo largo de ellos, reforzará con ellos su gran número, llegando refrescado, aumentado y animado: esa ventaja se la quitaremos si le hacemos frente en Filipos, con esta gente a nuestra espalda.
     CASIO.- Escúchame, buen hermano.
     BRUTO.- Con perdón tuyo; además, debes tener en cuenta que hemos puesto a prueba a nuestros amigos hasta el extremo: nuestras legiones están completas hasta el borde, nuestra causa está madura: el enemigo aumenta de día en día, y nosotros estamos en la cima y a punto de declinar. Hay un flujo y reflujo en los asuntos de los hombres, que, si se toma en la subida, lleva a la fortuna, y si se descuida, toda la travesía de la vida queda encallada en bajíos y en miserias. En un mar así flotamos ahora, y debemos aprovechar la corriente cuando nos ayuda, o perder nuestra carga.
     CASIO.- Entonces avanzaremos según tu deseo: iremos allá nosotros mismos y les encontraremos en Filipos.



William Shakespeare, Julio César, Barcelona, Editorial Planeta, Colección Clásicos Universales Planeta, 1981, página 159, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

Los viajes de Gulliver, Swift_Jonathan

Capítulo VIII

     Nunca olvidaré con qué mala gana Glumdalclitch dio su consentimiento ni las severes órdenes que impartió al paje para que me cuidase, al mismo tiempo que se deshacía en lágrimas como si presintiera lo que iba a suceder. El muchacho me llevó en mi caja durante una media hora de camino desde el palacio hacia el acantilado. Le ordené que me pusiera en el suelo y levantando uno de los postigos de la ventana contemplé el mar con atención y melancolía. 
     Me encontraba indispuesto y comuniqué al paje que iba a echar una siesta en la hamaca y esperaba que ésta me sentase bien. Me encarné a ella y el muchacho cerró cuidadosamente las ventanas para que no me enfriara. Pronto me dormí, y todo lo que puedo deducir es que mientras tanto, el paje, pensando que no estaba en peligro, fue en busca de huevos de pájaros por entre las rocas, pues antes le había visto desde la ventana cómo cogía un par de hendiduras. Sea como fuere, me despertó de pronto un violento tirón de la anilla que tenía la caja en la parte superior para facilitar el transporte. Tuve la sensación de que ésta era izada porlos aires a gran altura y que luego se desplazaba con velocidad prodigiosa

Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Barcelona, Editorial Planeta, Colección Clásicos universales Planeta, 1984, página 129. Seleccionado por: Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.


Molière, Tartufo

     ORGÓN: ¡Callaos! Sabed que, si nada tiene, es precisamente por eso por lo que hay que reverenciarlo. Su miseria, no lo dudéis, es una miseria honrosa que forzosamente ha de elevarle por encima de toda grandeza, ya que, a fin de cuentas, si se vio despojado de sus bienes, fue debido a su escaso interés por las cosas de este mundo y a su incesante apego a las eternas. Mas mi ayuda podrá procurarle los medios suficientes para salir de apuros y recuperar sus posesiones, propiedades que gozan de legítimo renombre en su región de procedencia ; pues ahí donde lo veis, es un auténtico gentilhombre.
     DORINA: Ya lo creo, eso es lo que él dice, aunque sea vanidad, señor, difícilmente se aviene con su devoción. Quien abraza la pureza de una vida santa no tiene por que presumir tanto de apellidos y linaje, pues, como ya sabéis, el humilde proceder de la religión se acomoda muy mal con esos alardes de vanidad. ¿A cuento de qué tanta presunción?... Pero ya veo que mis palabras os enojan. Hablemos, pues, de su persona y dejemos a un lado su nobleza. ¿Seríais capaz de entregar, sin el menos reparo, una hija como la vuestra a un hombre como él? ¿No deberíais acaso pensar en vuetro personal decoro y el prever las consecuencias de semejante matrimonio? Sabed que se pone en peligro la virtud de una muchacha cuando se contraría su gusto a la hora de casarse; que su voluntad de vivir como una mujer honesta depende, en gran medida, de las cualidades del marido que se le otorga, y que aquellos cuya frente todo el mundo señala con el dedo son, la mayoría de las veces, culpables de que sus mujeres sean lo que se ve que son. Es, en una palabra, sumamente difícil ser fiel a ciertos maridos hecho con arreglo a determinado patrón, y quien da lugar a que su hija caiga en manos de un hombre al que detesta es responsable ante el Cielo de las faltas que ella pueda cometer. Imaginaos, pues, a qué riesgos la exponéis adoptando semejante decisión.

Molière, Tartufo, Barcelona, Ediciones Vicens Vives, Clásicos universales, páginas 41-42
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015

Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury

                                                  CUENTO DE DON THOPAS

    Oíd con atención, señores; que os voy a relatar la alegre y amena historia de un caballero gallardo y gentil, señalado en batallas y torneos y a quien llamaban don Thopas. Había nacido éste en una remota comarca de Flandes, en un lugar denominado Poperingen. Su padre, hombre muy pródigo, era, con el favor de Dios, señor de aquel país.
     Era don Thopas un apuesto galán, de rostro blanco como la flor de la harina. Tenía los labios bermejos como las rosas, bien hecha la nariz y encendido color. Su barba y sus cabellos eran de tonos vivos como el azafrán, y aquélla le llegaba hasta la cintura. Usaba zapatos de cordobán, oscuras calzas de Brujas y veste de seda fina, con áureos recamados, que costó, en verdad, muchas monedas genovesas. 
      

      Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, ed. 5, Madrid, 1987, pág   106.
      Seleccionado por Nuria Muñoz Flores, segundo de bachillerato, curso 2014/2015.

Jack London, La llamada de la naturaleza

El que ganó la hegemonía



    -¿Eh? ¿Qué te dije? No digo nada más que la verdad cuando digo que Buck es dos demonios.
    Ésa fue la conversación de François a la mañana siguiente, cuando advirtió que faltaba Spitz y vio a Buck cubierto de heridas. Lo condujo junto a la hoguera y la iba señalando a su luz.
   -Ese Spitz pelea como un demonio -dijo Perrault, mientras inspeccionaba la abertura de los tajos y los cortes.
    -Y ese Buck pelea como dos demonios -fue la respuesta de François-. Ahora sí que haremos buenos tiempos. No más Spitz, no más problemas, seguro.
     Mientras Perrault recogía los trastos del campamento y cargaba el trineo, el conductor del trineo se dispuso a aparejar los arneses a los perros. Buck se adelantó a ocupar el puesto que debía ocupar Spitz en calidad de líder, pero François, sin reparar en él, trajo a Sol-leks a la codiciada plaza. A su juicio, Sol-leks era el mejor perro guía que le quedaba. Buck se abalanzó furioso sobre Sol.leks, desplazándolo hacia atrás para ocupar su plaza.
     -¡Eh, eh! -gritó Fraçois, dándose unas palmadas en los muslos divertidamente-. Mira a este Buck. Mata a Spitz, y piensa que va a ocupar su puesto en el trabajo.
    ¡Fuera de ahí!¡Ssssha! -gritó, aunque Buck se negó a quitarse.
   Cogió a Buck por el colodrillo, y aunque éste gruñía en tono de amenaza, lo apartó a un lado y volvió a colocar en su sitio a Sol-leks. Al viejo perro no le gustaba esto, y daba evidentes muestras de que tenía miedo a Buck. Fraçois porfiaba, pero tan pronto como se dio la vuelta, Buck volvió a desalojar a Sol-leks, que en modo alguno se resistía a dejar el sitio



Jack London, La llamada de la naturalezaMadrid, ed.Alianza Editorial, 1989, página 49-50.
Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015

Las aventuras de Tom Sawyer

CAPÍTULO XII

     -Sí, señora, eso es, creo que sí.
     -¿Lo crees?
     -Sí, señora.
     La anciana empezó a agacharse y Tom la observaba con un interés acentuado por la ansiedad. Demasiado tarde se percató el chico del <> que llevaba ella. Por debajo del cubrecama asomaba el mango de la cuchara delatora. La tía Polly la recogió y la levantó. Tom se encogió un poco y bajó la mirada. La tía Polly lo agarró por donde solía- es decir, por la oreja- y la descargó en la cabeza un buen golpe con el dedal. 
     -Y ahora, dígame usted por qué quería tratar de esa manera al pobre animal.
     -Lo hice porque me dio lástima... Como él no tiene tía...
     -¡Que no tiene tía! ¡Serás majadero! ¿Y eso qué tiene que ver?
     -¡Huy, muchísimo! Porque si hubiera tenido tía, ¡ella misma lo hubiera abrasado! ¡Le hubiera achicharrado las entrañas sin más contemplaciones que si se tratara de un ser humano!
     La tía Polly sintió una repentina punzada de remordimiento. Aquello le hacía ver la cuestión desde otro punto de vista; lo que resultaba cruel para un gato podría también ser cruel para un muchacho. Empezó a ablandarse; lo sentía mucho. Se le humedecieron los ojos, puso la mano en la cabeza de Tom y dijo con dulzura:
     -Lo hice con las mejores intenciones Tom... Y además, Tom, creo que te ha hecho bien, hijo.
     Tom levantó los ojos a su cara con un imperceptible destello de malicia en medio de su seriedad.
     -Yo sé que tenías las mejores intenciones, tiíta, y yo también las tenía con Peter. Le hizo bien a él también. Nunca le he visto tan animado, desde hace...


     Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, Ediciones generales Anaya, S.A., páginas 104, 105, 1984. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Macbeth, William Shakespeare

                                            ESCENA VII


                                Galería del castillo de Macbeth
                             
                                 Macbeth y lady Macbeth


     Macbeth.- ¡Si bastara hacerlo..., pronto quedaba terminado! ¡Si con dar un golpe se atajaran las consecuencias y el éxito fuera seguro..., yo me lanzaría de cabeza desde el escollo de la duda al mar de una existencia nueva! Pero ¿cómo hacer callar a la razón qué incesante nos recuerda su máximas importunas, máximas que en la infancia aprendió y que luego son tortura del maestro? La implacable justicia nos hace apurar hasta las heces la copa de nuestro propio veneno. Yo debo doble fidelidad al rey Duncan. Primero, por pariente y vasallo. Segundo, porque le doy hospitalidad en mi castillo, y estoy obligado a defenderle de extraños enemigos en vez de empuñar yo el hierro homicida. Además, es tan buen rey, tan justo y clemente, que los ángeles de su guardia irán pregonando eterna maldición contra su asesino. La compasión, niño recién nacido, querubín desnudo, irá cabalgando en las invisibles alas del viento, para anunciar el crimen a los hombres, y el llanto y agudo clamor de los pueblos sobrepujará a la voz de los roncos vendavales. La ambición me impele a escalar la cima. ¿Pero rodaré por la pendiente opuesta? (A lady Macbeth.) ¿Qué sucede?
     Lady Macbeth.- La cena está acabada. ¿Por qué te retiraste tan pronto de la sala del banquete?
     Macbeth.- ¿Me has llamado?
     Lady Macbeth.- ¿No lo sabes?
     Macbeth.- Tenemos que renunciar a ese horrible propósito. Las mercedes del rey han llovido sobre mí. Las gentes me aclaman honrado y vencedor. Hoy he visto los arreos de la gloria, y no debo mancharlos tan pronto.



William Shakespeare, Macbeth, Madrid, Editorial EDAF , Colección Biblioteca Edaf , 1981, páginas 43 y 44, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

Jules Verne, Viaje al centro de la tierra

     Tan curiosa isla debió, evidentemente, emerger del fondo de las aguas en una época relativamente moderna. Tal vez continúe elevándose aún por un movimiento insensible. De ser así, habría que atribuir forzosamente su origen a la acción de los fuegos subterráneos, en cuyo caso tanto la teoría de Humphry Davy como el documento de Saknussemm y las pretensiones de mi tío carecían de toda base. Esta hipótesis me condujo a examinar atentamente la naturaleza del suelo, lo que me reveló la sucesión de fenómenos que presidieron su formación.
     Islandia, absolutamente privada de terrenos sedimentarios, se compone únicamente de toba volcánica, es decir, de un conglomerado de piedras y rocas de una textura porosa. Antes de la existencia de los volcanes estaba formada por un poderoso macizo de origen eruptivo, lentamente elevado sobra las olas por el empuje de las fuerzas centrales. Todavía no había hecho irrupción los fuegos internos. Pero más tarde se abrió una amplia hendidura diagonalmente, del sudoeste al noroeste de la isla, por la cual se derramó, poco a poco, toda la pasta traquítica. La abertura era enorme y las materias en fusión, vomitadas por las entrañas del Globo, se extendieron tranquilamente en vastos mantos o en masas redondeadas. En esa época hicieron su aparición los feldespatos, las sienitas y los pórfidos.


Jueles Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Alianza, 1985, página 121. Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.


Goethe, Werther



19 de abril


     Gracias por tus dos cartas. No las he contestado antes porque dejé ésta abierta hasta recibir el cese de la corte; temía que mi madre pudiera dirigirse al ministro y entorpecer de este modo mi propósito. Mas ahora ya está todo consumado, mi cese ha llegado. No quiero deciros de qué mala gana se ha expedido, ni lo que el ministro me escribía; caeríais otra vez en nuevas lamentaciones. El príncipe heredero me envió como despedida veinticinco ducados, con unas palabras que me han hecho brotar las lágrimas; por tanto ya no necesito el dinero que hace poco había pedido a mi madre.




5 de mayo


     Mañana dejo este lugar y como el pueblo donde nací sólo dista de aquí seis millas, me gustaría verlo y recordar viejos y felices días de ensueño. Entraré por la misma puerta por donde salimos mi madre y yo cuando, después de la muerte de mi padre, ella abandonó aquel querido sitio tan familiar, para encerrarse en su insoportable ciudad. Adieu, Wilhelm, ya tendrás noticias de mi viaje.





Johann Wolfgang Von Goethe, Werther, Madrid, ed. Cátedra, col. Letras Universales, 1986, página 128.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.



Jules Verne, VIaje al centro de la tierra



     El Sneffels tiene cinco mil pies de altura. Su doble cono corona una capa traquítica que se destaca del sistema ortográfico de la isla. Desde nuestro punto de partida no podíamos ver sus dos pico perfilarse sobre el fondo grisáceo del cielo. Yo distinguía únicamente un enorme casquete de nieve ladeado sobre la frente del gigante.
     Íbamos en fila india, precedidos del cazador, quien ascendía por veredas tan estrechas que no permitían el paso de dos personas. Así, toda conversación era prácticamente imposible.
     Al otro lado del murallón basáltico del fiord de Stapi hallamos un terreno de tuba herbácea y fibrosa, residuo de la antigua vegetación de los pantanos de la península. La masa de ese combustible aún no explotado bastaría para calentar durante un siglo a toda la población de Islandia. La vasta turbera presentaba en algunos lugares setenta pies de altura, medida desde el fondo de algunos barrancos, y estaba compuesta de capas sucesivas de detritus carbonizados, separadas por formaciones de piedra pómez.
     Haciendo honor a mi parentesco con el profesor Lidenbrock, observaba yo con interés, pese a mis preocupaciones, las curiosidades mineralógicas extendidas en tan vasto gabinete de historia natural. Y al mismo tiempo rehacía en mi mente toda la historia geológica de Islandia


       Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Alianza, 1985, páginas 120-121. 
       Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

El sueño de una noche de verano, William Shakespeare

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

Atenas. Cuarto en el palacio de Teseo


  TESEO- No está lejos, hermosa Hipólita, la hora de nuestra nupcias, y dentro de cuarto felices días principiará la luna nueva; pero , ¡ah!, ¡con cuánta lentitud se desvanece la anterior! Provoca mi impaciencia como una suegra o una tía que no acaba de morirse nunca y va consumiendo las rentas del heredero.
   HIPÓLITA- Pronto declinarán cuatro días en cuatro noches, y cuatro noches harán pasar rápidamente en sueño del tiempo, y entonces la luna, que parece en el cielo un arco encorvado, verá la noche de nuestras solemnidades.
 TESEO- Ve, Filóstrato, a poner en movimientola juventud  ateniense y prepararla a las diversiones: despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría, y quede la tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no conviene a nuestras fiestas. Hipólita, gané tu corazón con mi espada, causámdote sufrimientos; pero me desposaré contigo de otra manera: en la pompa, el triunfo y los placeres.
  EGEO- Felicidades a nuestro afamado duque Teseo.
  TESEO- Gracias, buen Egeo. ¿Qué nuevas traes?
  EGEO- Lleno de pesadumbre vengo a quejarme contra mu hija Hermia. Avanzad, Demtrio. Noble señor, este hombre había consentido en casarse con ella... Avanzad, Lisandro. Pero éste, bondadoso duque, ha seducido el corazón de mi hija. Tú, Lisandro, tú le has dado rimas y cambiado con ella presentes amorosos: hascantado a su ventana en las noches de la luna con engañosa voz versos de fingido afecto, y has fascinado las impresiones de su imaginación con brazaletes de tus cabellos, anillos, adornos, fruslerías, ramilletes, dulces y bagatelas, mensajeros que las más veces prevalecen sobre la inexperta juventud; has extraviado astutamente el corazón de mi hija y convertido la obediencia que me debe en ruda obstinación.



William Shakespeare, El sueño de una noche de verano, Madrid, EDAF, 1997, página 45-46.
Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015

Su único hijo, Leopoldo Alas "Clarín"

V


     Por la noche Emma le echó del seno del hogar por algunas horas, y Bonifacio volvió al ensayo. Ahora no estaba solo en calidad de público; en todas las faltriqueras había abonados, y en la de los tertulios de Cascos se destacaba la respetable personalidad del Gobernador militar, que honraba a aquellos señores aceptando un asiento en lo oscuro. Reyes se sentó en primera fila, y en cuanto Mochi miró hacia el palco, le saludó con el sombrero. No contestó el temor por lo pronto, lo cual desconcertó al buen aficionado, principalmente por lo que pensarían sus amigos; mas ¡oh gloria inmortal, oh momento inolvidable! al lado de Mochi, frente a la cáscara del apuntador, había una mujer, una señora, con capota de terciopelo, debajo de la cual asomaban olas de cabello castaño claro y fino; y aquella mujer, aquella señora que había notado el saludo de Reyes, tocó familiarmente con una mano enguantada en un hombro el tenor, y le debió de decir:
     -En aquel palco te han saludado.
     Ello fue que Mochi se volvió con rapidísimo gesto, vio a reyes y se deshizo en cortesías...
     En el palco todos envidiaron aquello, hasta el brigadier Gobernador militar de la provincia; y más envidiaron la sonrisa con que la dama de la capota se atrevió a acompañar el saludo de Mochi, muy satisfecha, al parecer, de haberle advertido su distracción.
     Reyes encontró en sus ojos la mirada de la Gorgheggi  - que no era otra la dama- y muchas veces, muchas, pensando después en aquel momento solemne de su vida, tuvo que confesarse que impresión más dulce ni tan fuerte no la había experimentado en toda su juventud, tan romántica por dentro.
     <>


     Leopoldo Alas "Clarín", Su único hijo, Madrid, Edición Espasa-calpe, S.A., páginas 46, 47, 1979. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer

Capitulo XVIII

     ¡Tom estaba hecho todo un héroe! No iba dandi saltos y bailando, sino que andaba con un paso jactancioso y digno, propio de un pirata que sabe pendientes de sí los ojos de todo el mundo. Y en realidad así era; hacía como si no viera las miradas ni oyera los comentarios que suscitaba su paso, pero eran como un alimento para su alma. Los chicos más pequeños que él, de que Tom les aceptara, como si él fuera el tambor que va al frente de una procesión o el elefante que camina delante de las fieras de un circo. Los muchachos de su propia edad aparentaban no saber en absoluto que había estado ausente; sin embargo, se concomían de envidia. Hbubieran dado cualquier cosa a cambio de la piel morena y bronceada de Tom y su brillante notoriedad; y Tom no habiera cedido ninguna de estas cosas ni a cambio de un circo.

    En la escuela los niños asediaron tanto a Tom y a Joe y les lanzaron miradas de tan elocuente admiración, que los dos héroes no tardaron en ponerse insufriblemente engreídos. Empezaron a contar sus avnturas a audiencias anhelentes... y no hicieronmás qu empezar, porque aquello parecía que no iba a tener fin, de tantos añadidos como les iban poniendo en su imaginación.

     Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, Ed. castellana, Editorial Anaya, 1984, página 147.
 Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver

                                        Segunda parte
                                     Viaje a Brobdingnag


                                    Capítulo primero

     La naturaleza y el destino me habían condenado a una vida activa e inquieta. A los dos meses de mi regreso volví a abandonar mi patria embarcándome en las Downs el 20 de junio de 1702 en el Adventure, comandado por el capitán John Nicholas, un oficial nativo de Cornualles, con destino a Surat. Tuvimos viento muy favorable hasta que llegamos al cabo de Buena Esperanza, donde desembarcamos para aprovisionarnos de agua potable; pero habiéndose descubierto una vía de agua descargamos las mercancías y pasamos el invierno allí; además, al haber enfermado el capitán de paludismo, no pudimos abandonar el cabo hasta finales de marzo. Zarpamos entonces y tuvimos un placentero viaje hasta que cruzamos los estrechos de Madagascar; pero al norte ya de aquella isla, y a unos cinco grados de latitud sur, los vientos que, según se ha observado, soplan del noroeste en aquellos mares con una intensidad igual y constante desde principios de diciembre hasta primeros de mayo, el 19 de abril comenzaron a hacerlo con mucha mayor violencia y más del Poniente que lo habitual, durante veinte días seguidos; esto nos llevó un poco al este de las islas Molucas y a unos tres grados al norte del ecuador, tal como estableció nuestro capitán por una fijación que realizó el 2 de mayo.



Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Barcelona, Editorial Planeta, Colección Clásicos universales Planeta, 1984, página 73, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

Walter Scott, Ivanhoe

     -Eso me enamoraría, porque nunca este país tuvo tanta necesidad del apoyo de los que le aman.  Escuchadme, pues, y os enteraré de una empresa en la cual, si no mienten las apariencias, podéis representar un honroso papel. Una banda de malvados, con trajes que no son dignos de vestir, se han apoderado de un noble inglés, llamado Cedric el Sanjón, de su pupila y de Athelstane de Coningsburgh, su amigo; los conducen a Torquilstone, un castillo situado en esta selva. Ahora bien, os lo pregunto a fuer de buen caballero y de leal inglés, ¿queréis ayudarnos a libertarles?
     -Mis votos me obligan a ello.Y vos, que reclamáis mi auxilio en su favor, no me disgustaría saber quié sois.
     -Soy un hombre oscuro; pero amo a mi país y a los amigos de mi país. Básteos eso por ahora, con mayor razón cuando vos mismo deseáis guardar el incógnito. Tened, con todo, la seguridad de que mi palabra, una vez empeñada, es tan inviolable como si calzara yo espuela de oro.
     -Lo creo sin dificultad. Soy buen fisonomista, y veo en vos franqueza y decisión. Sin preguntaros más, os ayudaré a poner en libertad a esos prisioneros. Después de lo cual, espero que nos conozcamos mejor y quedemos contentos uno de otro.



Walter Scott, Ivanhoe, Barcelona, RBA, Editores, Historia de la literatura, páginas 216-217.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015

Franz Kafka, Cartas a Felice

     A la señora Sophie Friedmann

     [Membrete de la Compañía de Seguros Contra Accidentes de Trabjo]
24, X, 12
     Querida señora:
     Le quedo infinitamente agradecido por la delicadeza con la que ha tocado usted este asunto, el cual parece estar ya perfectamente en regla. Su silencio a mi última carta, que, por otro lado, tampoco requería ninguna respuesta especial, supongo no debo interpretarlo como castigo a alguna estupidez que, por nervisismo u otra razón cualquiera, hubiese podido adherirse a mis dos cartas. Pero usted ya sabe, querida señora, cuánto me hace padecer el no recibir respuestas, de modo que, con toda seguridad, hubiese preferido castigarme por una estupidez mediante una carta adecuada antes que mediante el silencio. Esta reflexión no me hace ahora suya, pero confío en que continuará mostrándose tan amable como lo ha sido al concederme su ayuda últimamente. Me gustaría dar las gracias también muy especialmente a su amable esposo, violento, y en segundo lugar porque sé que se halla usted tan unida a su esposo que la gratitud a usted destinada recae, de modo inmediato, también sobre él.
     Con mis más cordiales saludos.
Suyo, Dr. F. Kafka

Franz Kafka, Cartas a Felice, Madrid, ed.Alianza Editorial, 1984, página 54.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

lunes, 9 de marzo de 2015

Nana, Émile Zola

IX

     Estalló entonces una verdadera tormenta. Todo el mundo llamaba a Bosc. Bordenave renegaba.
     -¡Maldita sea! Siempre pasa lo mismo. Ya pueden sonar timbres, que nadie está en su sitio... Y luego, a protestar, si hay que quedarse, pasadas las cuatro.
     Pero llegaba Bosc tan campante.
     -¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué quieren? ¡Ah, que me toca a mí! Haberlo dicho... Venga, Simonne, de la entrada: << Llegan los invitados>>, y entro... ¿Por dónde entro?
     -¿Por dónde va a ser? ¡Por la puerta!- exclamó Fauchery irritado.
     -Sí, pero ¿dónde está la puerta?
     Bordenave la tomó esta vez con Barillot, empezando a renegar y a hundir de nuevo las tablas con el bastón. 
     -¡Maldita sea! Había dicho que pusieran una silla ahí, para figurar la puerta. Todos los días estamos igual... ¡Barrillot! ¿Dónde está Barrillot? ¡Otro que se larga! ¡Aquí se larga todo Dios!
     Sin embargo, fue el propio Barrillot a colocar la silla, mudo, encogido bajo el temporal. Y empezó el ensayo. Simonne, con sombrero y envuelta en sus pieles, hacía ademanes de criada que limpia los muebles. Se interrumpió para decir:
     -¿Sabéis que no hace nada de calor? Yo no saco las manos del manguito.
     Luego, cambiando de voz, recibió a Bosc con un ligero grito:
     -¡Ay! Si es el señor conde. Es usted el primero, señor conde, y se alegrará mucho la señora.
     Bosc llevaba un pantalón sucio de barro, un enorme gabán amarillo y una inmensa bufanda enrollada al cuello.


     Émile Zola, Nana, Barcelona, EDitorial Planeta, S.A., 1985,  página 222.
     Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Decamerón, Giovanni Boccaccio

Novela Cuarta.

     Señoras mías, no ha mucho tiempo pasado que en la Romaña había un caballero llamado Micer Licio de Valbona, a quien siendo ya a la vejez venido, por ventura le nació una hija, a la que puso por nombre Catalina, la cual, creciendo, se hizo mujer muy hermosa; y porque el padre y la madre sólo a ella tenían, era de ellos muy querida y guardada con mucha diligencia, por cuanto con ella ambos esperaban que la familia hiciese enlace muy ventajoso.

     Y frecuentaba mucho la casa de Micer Licio, y en ella largamente permanecía un apuesto gentilhombre llamado Ricardo, quien, fijando una y otra vez sus ojos en la doncella, muy bella y graciosa y ya en edad de marido, de ella se enamoró con mucho ardor, aunque gran cuidado puso en tener ese amor muy callado. Mas la doncella, de tal cosa habiéndose avisado, en vez de esquivarle, de él se prendó igualmente; lo cual sintiendo RIcardo, hubo de ello gran contento. Y acerca de esto teniendo voluntad muchas veces de quererle decir alguna cosa, callaba, por vergüenza, hasta que una vez que halló tiempo oportuno, cobrando osadía le dijo: "Catalina, yo te ruego que no permitas que yo muera del amor que siento por ti".


     Giovanni Boccaccio, Decamerón, Barcelona, Planeta, 1987, página 305.
    Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Stendhal, La Cartuja de Parma

Capítulo 14
                    Mientras Fabricio se dedicaba a la caza del amor en un pueblecillo cercano a Parma, el fiscal general Rassi, que no le sabía tan cerca de él, continuaba llevando su asunto como si se tratara de un liberal; aparentó no poder encontrar testigos de descargo, o más bien los intimidó. Por fin, después de un trabajo muy estudiado que duró cerca de un año, y pasados dos meses del último retorno de Fabricio a Bolonia, un viernes, la marquesa Raversi, loca de alegría, dijo públicamente en su salón que, al día siguiente, sería presentada a la firma el príncipe y aprobada por éste la sentencia que acababa de ser pronunciada, hacía una hora, contra el joven Del Dongo. A los pocos minutos, supo la duquesa estas palabras de su enemiga.
                 "¡Muy mal servido tiene que estar el conde por sus agentes! -se dijo-. Todavía esta mañana creía que la sentencia no se podría pronunciar antes de ocho días. Acaso no le disgustaría alejar de Parma a mi joven gran vicario; pero -añadió cantando-, ya volvería, y algún día será nuestro arzobispo." La duquesa llamó.
                  -Reúna a todos los criados en la sala de espera -dijo a su mayordomo-, incluso a los cocineros. Vaya a pedir al comandante de la plaza el permiso necesario para disponer de cuatro caballos de posta, y que antes de media hora estén aquí enganchados a mi landó.
                   Todas las mujeres de la casa se aplicaron a hacer baúles. La duquesa se vistió a toda prisa un atavío de viaje, todo ello sin comunicar nada al conde; la idea de burlarse de él la entusiasmaba.
                    -Amigos míos -dijo a los domésticos congregados-, acabo de saber que mi pobre sobrino va a ser condenado en rebeldía por haber tenido la audacia de defender su vida contra un frenético, contra ese Giletti que quería matarle. Todos vosotros habéis podido ver lo dulce e inofensivo del carácter de Fabricio. Justamente indignada por esta injuria atroz, me traslado a Florencia. Dejo a cada uno de vosotros su soldada durante diez años; si os veis apurados, escribidme, y mientras yo tenga un cequí, siempre habrá algo para vosotros.

Stendhal, La Cartuja de Parma, Madrid, Alianza Editorial, 1978, pág 291-292, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

El tambor de hojalata, Günter Grass

Bajo la balsa

     No es nada fácil para mí, desde la cama metálica reluciente de la clínica y bajo la doble vigilancia de la mirilla y del ojo de Bruno, reconstruir la humareda perezosa de los fuegos de hojarasca cachubas y lños rayos oblicuos de una lluvia de octubre. Si no tuviera mi tambor, que, tratado con paciencia y habilidad, me va dictando todos los pormenores necesarios para verter al papel la esencia, y si no contara demás con la autorización del establecimiento para tocarlo de tres a cuatro horas diarias, sería yo ahora un pobre hombre sin abuelos conocidos.
     En todo caso dice mi tambor: Aquella tarde de octubre del año noventa y nueve, mientras en el África del Sur el tío Kruger se limpiaba las hirsutas cejas anglófobas, ocurrió que entre Dirschau y Karthaus, junto al ladrillar de Bissau, bajo cuatro faldas de color uniforme, en medio de la humareda, de angustias y suspiros, bajo una lluvia oblicua acompañada de los nombres invocados en tono plañidero de los santos y bajo las preguntas insulsas y las miradas lacrimosas de dos guardias rurales, mi madre Agnés fue engendrada por el bajito pero fornido José Koljaiczek. 



Günter Grass, El tambor de hojalata. Editorial, Santillana Ediciones Generales, S.L. páginas 26-27
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

Thomas Mann, La montaña mágica

                          LA GRAN IRRITACIÓN


     A medida que los cortos iban pasando, comenzó a reinar un nuevo espíritu en la casa del "Berghof". Hans Castorp no dejaba de darse cuenta de que se trataba de la obra del demonio del que anteriormente ya hemos hablado. Con la curiosidad y el desprendimiento del viajero que no tiene más preocupación que la de instruirse, había estudiado ese demonio e incluso había hallado en sí mismo aptitudes inquietantes para desempeñar un importante papel en el culto monstruoso que se le tributaba. Notó, con espanto, en sus palabras y en sus maneras de comportarse, por aquella infección a la que nadie, podía sustraerse.
     ¿Qué pasaba? ¿Qué flotaba en el aire? Un espíritu de querella. Una crisis de irritación. Una impaciencia sin nombre. Una tendencia general a discusiones envenenadas, a explosiones de ira.
     Grandes discusiones, gritos sin objeto n medida estallaban cada día entre individuos o entre grupos enteros y la característica de estos ataques era que los que no tomaban parte en la disputa, en lugar de sentirse movidos a tranquilizar a los que discutían y se peleaban, tomaban una pate activa en ella y se abandonaban al mismo vértigo.
     Los pensionistas palidecían y temblaban de ira, sus ojos brillaban y las bocas se retorcían apasionadamente. Se envidiaba a los que tenían más derecho a gritar por ser los protagonistas de la pelea. El deseo de imitarlos torturaba el alma y el cuerpo, y aquel que no tenía la fuerza de voluntad de refugiarse en la soledad se sentía irremisiblemente arrastrado por el torbellino.



 Thomas Mann, La montaña mágica, Barcelona, Editorial Plaza y Janes, Colección El ave fénix, 1958, página 676, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

El collar de la paloma, IBN HAZM DE CÓRDOBA

     He repartido esta riñala mía en treinta capítulos.
     Versan diez de ellos sobre los fundamentos del amor, y son los siguientes: este primero sobre la esencia del amor; sobre las señales del amor; sobre el que se enamora en sueños; sobre el que se enamora por la pintura del objeto amado; sobre el que se enamora por una sola mirada; sobre aquel cuyo amor no nace sino tras un largo trato; sobre las alusiones verbales; sobre las señas hechas con los ojos; sobre la correspondencia amorosa; sobre el mensajero.
     Doce capítulos versan sobre los accidentes del amor y sobre sus cualidades loables y vituperables.
     Verdad es que el amor es, en sí mismo, un accidente, y no puede, por tanto, ser soporte de otros accidentes, y que es una cualidad y, por lo consiguiente, no puede, a su vez, ser calificada. Se trata, pues, de un modo traslaticio  hablar, que pone a la calidad en el lugar de lo calificado. Es frecuente, con efecto, que digamos o hallemos que tal accidente es más o menos verdadero que tal otro, o más bello o más feo, a nuestros juicios, y claro es que estos más o menos han de entenderse en cuanto a la esencia visible o cognoscible a que estos accidentes afectan, pues en sí mismos no pueden tener cantidad ni ser divisibles, ya que no ocupan lugar.

Ibn Hazm de Córdoba, El collar de la paloma, España, Editorial ALIANZA,  página 123-124, 1971. Seleccionado por Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Rudyard Kipling, Los cuentos de así fue

ASÍ FUE COMO AL LEOPARDO LE SALIERON SUS MANCHAS




    Inicio aquí la historia que cuenta que, en los días en que todos empezaban a vivir, mi querido niño, el leopardo habitaba un lugar llamado Alta Meseta. Fíjate que no era la Baja Meseta, o día sino la desnuda, caliente y brillante Alta Meseta, en la que había arena, y rocas de color arenoso, y tan sólo unos matojos de hierba del color amarillo de la arena. Allí vivían la jirafa, la cebra, el eland, el kudú y el búfalo; y por todas partes estaba el color arenoso amarillento parduzco; en cuanto al leopardo, ése era e más arenoso amarillento parduzco de todos..., era una especie de animal gatuno de color grisáceo amarillento que hasta en el último de sus pelos se confundía con el color exclusivamente amarillento grisáceo parduzco de la Alta Meseta. Eso era fatal para la jirafa, la cebra y el resto de los animales, pues el leopardo se tumbaba sobre un matojo de hierbas o un piedra de color exclusivamente amarillento grisáceo parduzco, y cuando la jirafa, o la cebra, o el eland, o el kudú o el macho de los arbustos o el antílope rojizo pasaban junto a él, les podía arrebatar por sorpresa sus vidas saltarinas. ¡Vaya si lo hacía! Había, además, un etíope que llevaba arco y flechas, que vivía en la Alta Meseta con el leopardo; y los dos solían cazar juntos -el etíope con su arco y flechas, y el leopardo sólo con sus dientes y garras-, hasta que llegó un momento, mi querido niño, en el que la jirafa, y el eland y el kudú y el cuaga ya no sabían en qué dirección saltar. ¡De verdad que no lo sabían!





Rudyard Kipling, Los cuentos de así fue, Akal, Madrid, páginas 83-84. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Molière, Tartufo

SEGUNDA SÚPLICA

Presentada al Rey en su campamento,
frente a la ciudad de Lille, en Flandes (1667)

     Señor:
     Constituye una gran temeridad por mi parte acudir a importunar a una gran monarca en medio de sus gloriosas conquistas; pero, dada la situación en que me hallo, ¿dónde encontrar, Señor, protección sino en el lugar adonde acudo a buscarla? ¿Y a quién podría recurrir para contrarrestar la autoridad del poder que me oprime, sino a la fuente misma del poder y la autoridad , al justo dispensador del orden absoluto, al juez soberano de todas las cosas?
     Mi comedia, Señor, no ha podido disfrutar hasta aquí de las bondades de Vuestra Majestad. En vano la presenté bajo el título de El Impostor, vistiendo a su personaje central con el atuendo de un hombre de mundo; en vano lo exhibí con un sombrero de ala corta, cabellos largos, ancha valona, una espada y un traje adornado de encajes; en vano suavicé algunos pasajes y suprimí meticulosamente todo lo que, a mi entender, pudiera dar pie a la sombra de un pretexto a los conocidos modelos del retrato que me proponía hacer. Todo esfuerzo ha sido inútil. La cábala en pleno se alzó nada más oír los simples rumores que le llegaban del asunto. Se las arreglaron para impresionar a personas que, en cualquier otra materia, tienen a gala no dejarse impresionar por nada. Nada más salir a la luz, mi comedia cayó fulminada por el rayo de un poder que debe imponer respeto, y todo lo que pude hacer en esa coyuntura para protegerme del estallido de dicha tempestad, fue decir que Vuestra Majestad había tenido la bondad de autorizarme que la representara, por lo que no había creído necesario solicitar ese permiso a otros, ya que nadie sino ella hubiera podido prohibírmela.

Molière, Tartufo, Barcelona, ed. Vicens Vives, col. clásicos universales, 1998, páginas 16-17.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

El tambor de hojalata, Günter Grass

Las cuatro faldas

     Pues sí: soy huésped de un sanatorio. Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque en la puerta hay una mirilla: y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no puede penetrar en mí, de ojos azules.
     Por eso mi enfermero no puede ser mi enemigo. Le he cobrado afecto; cuando entra en mi cuarto, le cuento al mirón de detrás de la puerta anécdotas de mi vida, para que a pesar de la mirilla me vaya conociendo. El buen hombre parece apreciar mis relatos, pues apenas acabo de soltarle algún embuste, él, para darse a su vez a conocer, me muestra su última creación del cordel anudado. Que sea o no un artista, eso es aparte. Pero pienso que una exposición de sus obras encontraría buena acogida en la prensa, y hasta le atraería algún comprador. Anuda los cordeles que recoge y desenreda después de las horas de visita en los cuartos de sus pacientes; hace con ellos unas figuras horripilantes y cartilaginosas, las sumerge luego en yeso, deja que se solidifiquen y las atraviesa agujas de tejer que clava a unas peanas de madera.
     Con frecuencia le tienta la idea de colorear sus obras. Pero yo trato de disuadirlo: le muestro mi cama metálica esmaltada en blanco y lo invito a imaginársela pintarrajeada en varios colores. Horrorizado, se lleva sus manos de enfermero a la cabeza, trata de imprimir a su rostro algo rígido la expresión de todos los pavores reunidos, y abandona sus proyectos colorísticos.



Günter Grass, El tambor de hojalata. Editorial, Santillana Ediciones Generales, S.L. páginas 13-14
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

Lewis Carroll, Alicia en el pais de las maravillas

     -¿Has dicho "cerdo" o "lerdo"? -preguntó el Gato.
     -He dicho"cerdo" -replicó Alicia-; y quisiera que siguieses apareciendo y desapareciendo de manera tan repentina; ¡me estás produciendo vértigo!
     -De acuerdo -dijo el Gato; y esta vez se desvaneció muy despacio, empezando por el extremo de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció un rato después de que el resto hubiese desaparecido.
     "¡Bueno! He visto muchas veces a un Gato sin sonrisa", pensó Alicia; "¡pero una sonrisa sin Gato! ¡Es lo más raro que me ha ocurrido en toda mi vida!
     No había andado mucho, cuando divisó la casa de la Liebre de Marzo; pensó que debía de ser su casa, dado que las chimeneas tenían forma de orejas y el tejado estaba cubierto de piel. Era una casa tan grande que no juzgó prudente acercase hasta haber mordisqueado un poco el trozo de seta de la mano izquierda, y alcanzado los dos pies de estatura; aun entonces avanzó con cierta cautela, diciéndose a sí misma: "¡A ver si está loca de atar! ¡Casi habría sido preferible tomar la dirección del Sombrerero!"


Lewis Carroll,  Alicia en el país de las maravillas, Toledo, Ediciones Akal, 2005, páginas 156-157.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

León Tolstói, Guerra y paz

XII


     Natasha tenía dieciséis años. Era del año 1809. Hacía cuatro que, después de haber besado a Boris, contara con los dedos el año en que llegaría a esa edad. Desde entonces, no había vuelto a verlo. Con Sonia y su madre, cuando se hablaba de Boris, Natasha afirmaba rotundamente que todo el pasado había sido una chiquillada de la que no se debía ni hablar siquiera, y que ella lo había olvidado hacía tiempo. Pero en lo íntimo de su alma, Natasha se preguntaba si su promesa con Boris era un juego o algo más serio que la ataba al muchacho. Esto la preocupaba.
     Desde que en 1805 partiera para el ejército, Boris no había visto a los Rostov. Había vuelto a Moscú bastantes veces e incluso había pasado cerca de Otrádnoie, pero ni una sola vez se había detenido a visitarles.
     Natasha pensaba a veces que no quería verla, y su sospecha parecía confirmada por el tono triste que adoptaban los mayores al referirse a él.
     -Hoy la gente ya no se acuerda de los viejos amigos- comentaba la condesa siempre que se hablaba de Boris.
     Anna Mijáilovna, que en ese tiempo frecuentaba menos la casa de los Rostov, mostrábase especialmente digna y siempre hablaba con entusiasmo de las cualidades de su hijo y de su brillante carrera. Cuando los Rostov se instalaron en San Petersburgo, Boris se decidió a hacerles una visita.


León Tolstói, Gerra y Paz, Barcelona, Editorial Planeta, 1988, página 543.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Nuestra señora de París, Victor Hugo

IV
EL PERRO Y EL DUEÑO

     Existía sin embargo un ser humano hacia el que Quasimodo no manifestaba el odio y la maldad que sentía para con los otros y a quien amaba, quizás tanto, como a su catedral; era Claude Frollo.
     La razón era muy sencilla; Claude Frollo le había recogido, le había adoptado, le había alimentado y le había criado. De pequeñito venía a refugiarse entre las piernas de Claude Frollo cuando los perros y los niños le perseguían ladrando. Claude Frollo le había enseñado a hablar, a leer y a escribir y haberle dado, en fin, la gran campana en matrimonio era como entregar Julieta a Romeo.
     Por todo ello el agradecimiento de Quasimodo era profundo, apasionado, sin límites y aunque el rostro de su padre adoptivo fuese con demasiada frecuencia hosco y severo, aunque sus palabras fuesen habitualmente escasas, duras e imperativas, nunca aquella gratitud se había desmentido y el archidiácono tenía en Quasimodo al esclavo más sumiso, al criado más dócil y al guardián más vigilante. Cuando el desdichado campanero se quedó sordo se había establecido entre él y Claude Frollo un misterioso lenguaje de signos que sólo ellos dos comprendían, así que el archidiácono era el único ser humano con quien Quasimodo podía comunicarse. Sólo dos cosas había en este mundo con las que Quasimodo tuviera relación: Nuestra Señora y Claude Frollo.
     Nada se podía comparar a la autoridad del archidiácono para con el campanero si no eran la dependencia del campanero para con el archidiácono. No habría sido necesaria más que una señal de Claude y la convicción de que aquello iba a agradarle para que Quasimodo  se precipitara desde lo más alto  de las torres de Nuestra Señora. Era algo admirable el ver que toda aquella fuerza física tan extraordinariamente desarrollada en Quasimodo, se sometiera ciegamente a la disposición de otra persona;


     Victor Hugo, Nuestra señora de París, Madrid, Ediciones Cátedra S.A., páginas 190, 191, 1985. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

William Shakespeare, El sueño de una noche de verano

                                    ACTO TERCERO




                                      Un bosque

                     Entran QUINCIO, SNUG, BOTTOM, FLAUTO,SNOWT  Y                                                    STARVELING



     BOTTOM.- Señores, ¿estamos reunidos todos?
     QUINCIO. -Sí, sí; y he aquí un sitio maravillosamente apropiado a nuestro ensayo. Este pedazo cubierto de verdura será nuestro proscenio; este matorral de espino blanco, nuestro sitio de bastidores, y actuaremos ni más ni menos que en presencia del duque.
     BOTTOM. -Pedro Quincio.
     QUINCIO. -¿Qué dices, bravo Bottom?
     BOTTOM. -Hay en esta comedia de Piramo y Tisbe cosas que nunca podrán agradar. En primer lugar, píramo tiene que sacar su espada y matare, cosa que las señoras no podrán soportar. ¿Qué respondéis a esto?
     SNOWT. -Que realmente se morirán de miedo.
     STARVELING. -Me parece que debemos omitir eso del matarse, cuanto todo esté concluido.
     BOTTOM. -Nada de eso. Yo he discurrido un medio de arreglarlo todo. Escribidme un prólogo que parezca decir que no podemos hacer daño con nuestras espadas, y que Píramo no está muerto realmente, y para mayor seguridad que diga que yo, Píramo, no soy Píramo, sino Bottom el tejedor. Con esto ya no tendrán miedo.
     QUINCIO. -Bien; tendremos ese prólogo, y se escribirá en versos de ocho y seis sílabas.



 William Shakespeare, El sueño de una noche de verano, Madrid, EDAF, biblioteca EDAF, 1997, página 72, Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.