miércoles, 31 de mayo de 2017

La Cartuja de Parma , Stendhal

Capítulo 10


       Sin dejar de moralizar, Fabricio saltó a la carretera general que va de Lombardía a Suiza; en aquel lugar está cuatro o cinco pies más baja que el bosque. "Si mi hombre coge miedo -se dijo Fabricio-, sale al galope y yo me quedo aquí plantado como un idiota." En este momento se hallaba a diez pasos del lacayo; ya no cantaba, y Fabricio le vio el miedo en los ojos; iba quizás a volverse con sus caballos. Todavía sin una decisión determinada, Fabricio dio un salto y agarró la brida del caballo flaco.
       -Buen amigo -dijo el lacayo-, no soy un vulgar ladrón, pues comenzaré por darte veinte francos pero me veo obligado a tomar prestado tu caballo; si no me pongo en salva con la mayor rapidez, me matarán. Me vienen pisando los talones los cuatro hermanos Riva, esos grandes cazadores que sin duda conoces. Acaban de sorprenderme en el cuarto de su hermana, salté por la ventana y aquí estoy. Han salido al bosque con sus perros y escopetas. Me había escondido en ese gran castaño hueco, porque vi a uno de ellos atravesar la carretera, pero sus perros me van a descubrir. Voy a montar en tu caballo y a galopar hasta una legua más allá de Como; voy a Milán a arrojarme a los pies del virrey. Y si consientes de buen agrado dejaré tu caballo en la posta con dos napoleones para ti. Si opones la mayor resistencia, te mato con las pistolas que aquí ves. Si, una vez me aleje, echas tras de mí pista a los gendarmes, mi primo, el bravo conde Alari, caballerizo del emperador, se cuidará de que te rompan los huesos.
       Fabricio inventaba este cuento a medida que lo iba diciendo en un tono muy pacífico.

       Stendhal, La Cartuja de Parma. Madrid, Alianza Editorial. Área de conocimiento: Literatura, segunda edición, 2006. Página 215-216.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Los caballeros, Aristófanes




LOS CABALLEROS 

DEMÓSTENES
     ¡Ayayay! ¡Qué desgracia! ¡Ay! ¡ay! ¡Ojalá! acaben los dioses malamente con ese malvado recien comprado, el Paflagonio, y con sus intrigas, pues desde que se metió en casa siempre logra que se zurre la badana a los criados.
NICIAS
       Y que sea el primero de los paflagonios en acabar con sus calumnias de la peor manera.

DEMÓSTENES
       Infeliz, ¿cómo te encuentras?
NICIAS
       Mal, como tú.
DEMÓSTENES
       Ven aquí entonces y toquemos llorando a dúo con la flauta una endecha de Olimpo.

DEMÓSTENES Y NICIAS (Imitando el sonido de la flauta)
       Mu mu, mu mu, mu mu.
DEMÓSTENES 
       ¿Por qué geminos en vano? ¿No deberíamos buscar el modo de salvarnos ambos y dejar de llorar?

NICIAS
       ¿Y qué salvación puede haber?
DEMÓSTENES
       Dila tú.
NICIAS
       Dímela tú, para o pelearnos.

DEMÓSTENES
      ¡Por Apolo! Yo no. Habla con confianza y luego te expondré mi parecer.

NICIAS
      De eso ni pizca tengo. ¿Cómo lo expresaría de un modo sutil, al estilo de Eurípides? "¿ Podrías decirme tú lo que es menester que diga?"

DEMÓSTENES
       No, por favor, no me hagas tragar perifollos y encuentra algún 'pasacalle' para pasar del amo.

NICIAS
       Repite entonces muchas veces 'cabullámonos', empalmándolas así.

DEMÓSTENES
     Vale. Lo digo: 'cabullámonos'.

Aristófanes, Comedias, editorial gredos S.A, publicada en Madrid 2000, obra: Los Acarnienses ,página:163,164,165.
   Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

Crimen y castigo, Dostoievski


                                                                    VII

     Aquel mismo día, pero ya por la noche, a las ocho, dirigióse Raskólkinov a ver a su madre y a su hermana... en aquel mismo cuarto, en la casa de Bakaliev, que les había buscado Razúmijin. La escalera arrancaba desde la calle misma. Raskólnikov empezó a subir retenido todavía el paso y como titubeando. ¿Entraría o no?... Pero no se volvió atrás; su resolución estaba tomada."Además, es lo mismo; ellas no saben nada -pensó-, y ya están acostumbradas a mirarme como a un ser raro..." Tenía la ropa en un estado horrible: toda sucia, de haber pasado toda la noche bajo la lluvia, arrugada, hecha jirones. La cara, casi desfigurada por el cansancio, el mal tiempo, la fatiga física y aquella lucha de cassi veinticuatro horas consigo mismo. Toda aquella noche la había pasado solo, sabe Dios dónde. Pero, por lo menos, había adoptado una resolución.
     Llamó a la puerta; salió a anrirle la madre. Dúnechka no estaba en casa. Tampoco se veía por allí a la criada. Puljeria Aleksándrovna, al principio, quedóse muda de alegre asombro; luego cogióle de la mano y metióle en la habitación.
     -¡Ah, pero eres tú! -exclamó, balbuciendo de puro alegre-. No te enojes conmigo, Rodria, por este recibimiento tan necio que te hago con lágrimas en los ojos; es que me río, no que lloro. ¿Te figuras tú que lloro? Pues no; es de alegría, es que he cogido esta necia costumbre: se me saltan las lágrimas. Me pasa eso desde que murió tu padre, que por cualquier cosa ya estoy llorando. Pero siéntate, palomito, que debes de estar cansado, harto lo veo. ¡Ah, y qué manchado estás!
     -Es que me cogió anoche la lluvia, mámascha -dijo Raskólnikov.
     -¡No, no! -exclamó Puljeria Aleksándrovna, interrumpiéndole-. Tú te crees que yo me voy a poner a preguntarte, siguiendo mi antigua costumbre de comadre; pero no; está tranquilo. Yo ahora, ¿sabes?, lo comprendo todo, todo lo comprendo; ahora ya me he hecho a las cosas de aquí, y veo de sobra que es lo mejor. De una vez para siempre me he dicho: "¿De dónde meterme yo a calarte los pensamientos y pedirte cuentas de nada?" Sabe Dios los asuntos y los planes que tú tendrás en tu cabeza, los pensamientos que estás madurando. ¿De dónde iba yo a cogerte de un brazo y preguntarte qué es lo que estás pensando...? ¡Diantre! Porque mira: yo... ¡Ah Señor! Pero ¿por qué he de andar yo manoteando acá y allá como asfixiada?... Has de saber, Rodia, que leí tu artículo del periódico tres veces seguidas, que me lo trajo Dmitrii Prokófich. Un grito de sorpresa lancé al verlo, porque yo, la muy tonta de mí, pensaba: "Anda: mira en lo que él se ocupaba; ahí tienes la explicación de todo. A todos los sabios les ocurre lo mismo. Puede que él ande revolviendo nuevas ideas en su cabeza en este mismo instante, que las esté madurando, mientras yo lo importuno y distraigo." He leído tu artículo, amiguito, y claro que muchas cosas de él no entiendo; pero, por los demás, así tiene que ser. ¿Cómo iba yo a entenderlo todo?


     Fiodor Mijailovski Dostoievski, Crimen y castigo, RBA Editores, 1994, Historia de la Literatura, páginas 471.
     Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez, primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

El Escarabajo de Oro y otros cuentos, Edgar Allan Poe

LOS CRIMENES DE LA RUE Morgue

     Las condiciones mentales que pueden considerarse como analiticas son, en sí mientras, de dificil analisis. Las consideramos tan solo por sus efectos. De ellas conocemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivismos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen en accion sus músculos, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar. Consigue satisfacción hasta de las más triviales ocupaciones que ponen en juego su talento. Se desvive por los enigmas, acertijos y jeroglíficos, y en cada una de las soluciones muestras un sentido de agudeza que parece al vulgo una penetración sobrenatural. Los resultados obtenidos por un solo espíritu y la esencia de su procedimiento adquieren, realmente, la apariencia total de una intuicíon.
     Esta facultado de resolución está, tal vez, muy fortalecida por los estudios matemáticos, y especialmente por esa importantisima rama de ellos que, con ninguna propiedad y solo teniendo en cuena sus operaciones previas, ha sido llamada par excellence análisis. Y, no obstante, calcular no es intrínsecamente analizar. Un ajedrecista, por ejemplo, lleva a cabo lo uno sin esfozarse en lo otro.



       El Escarabajo de Oro y otros cuentos, Edgar Allan Poe. Madrid. Anaya, Edicion: 1981. Pag 89.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Argonáuticas, Apolonio de Rodas

Canto II
       Allí estaban los establos de los bueyes y el albergue de Ámico, el orgulloso rey de los bebrices, al que en otro tiempo, tras compartir el lecho con Posidón Engendrador, alumbrara una ninfa Melia de Bitinia, el más arrogante de los hombres. Éste incluso había impuesto a los extranjeros una norma indigna, que ninguno se marchara antes de haber probado con él el pugilato, y a muchos de sus vecinos había matado. También entonces, viniendo hasta la nave, en su soberbia no se dignó preguntarles el motivo de su navegación ni quiénes eran, y en medio de todos al instante tal discurso pronunció:
       << Escuchad, errantes marineros, lo que os conviene saber. Es preceptivo que ninguno de los forasteros, que se acerque a los bebrices, vuelva a partir antes de haber alcanzado sus puños contra mis puños. Así que proponed al mejor, a uno solo escogido de lo tropa, para combatir conmigo aquí mismo pugilato. Pero si, desatendiendo mis leyes, las pisoteáis, en verdad una dura coacción os perseguirá terriblemente >>.
       Habló altanero. Al oírlo se apoderó de ellos una salvaje cólera y la amenaza hirió sobre todo a Polideuces. Al punto se erigió en adalid de sus compañeros y exclamó:
       << Detente ahora, y no manifiestes, quienquiera que te ufanes de ser, tu malvada violencia contra nosotros. Pues nos someteremos a tus leyes, según proclamas. Yo mismo, voluntario, prometo enfrentarme a ti de inmediato >>.
       Así habló sin cuidado. Aquel le miró revolviendo los ojos, como un león herido por un dardo, al que unos hombres acosan en los montes, el cual, aunque acorralado por el grupo, ya no se preocupa de estos y dirige su mirada únicamente a un solo hombre, aquel que lo hirió el primero y no lo abatió.
       Entonces el Tindárida dejó el fino manto bien tejido, que le entregara como obsequio de hospitalidad una de las lemnias. El otro arrojó su doble capa oscura con sus broches y el tosco cayado que portaba de silvestre acebuche.


       Apolonio de Rodas, Argonáuticas, Editorial Gredos S.A. Madrid 2000, página 62 y 63.
       Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de bachillerato. Curso 2016/2017

jueves, 25 de mayo de 2017

Don Carlos, Schiller

                                                       ACTO PRIMERO

                                                      ESCENA PRIMERA

                                            Los Jardines Reales de Aranjuez
 Carlos. Domingo.

     Domingo. Los bellos días de Aranjuez se acaban. Vuestra alteza real no deja este lugar más sereno. Hemos estado aquí en vano. Romped ese silencio enigmático. Abrid vuestro corazón al de vuestro padre, príncipe. El monarca no podrá comprar nunca demasiado cara la tranquilidad de su hijo... ¿Podría haber algún deseo que el cielo rehusara al más querido de sus hijos? yo estuve presente cuando en los muros de Toledo Carlos recibió orgulloso el juramento de sumisión, cuando muchos príncipes se agolpaban para besar vuestra mano, y en aquel momento de un golpe... de un golpe seis reinos yacían a sus pies... yo estuve allí y vi ascender a sus mejillas la sangre joven y orgullosa, vi cómo su pecho palpitaba con decisiones propias de un príncipe, vi cómo sus ojos ebrios recorrían en su vuelo toda la concurrencia, reflejaba placer... Príncipe,






Schiller, Don Carlos. Editorial Planeta, Barcelona, 1994, Pág 5.
Seleccionado por David Francisco Blanco. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Obras I, Luciano de Samosata

No debe creerse... en la calumnia
       Ciertamente, no hay, a mi entender, nada más injusto y vil que morderse los labios para alimentar en secreto la cólera, y aumentar el odio encerrado en el interior mientras se oculta un sentimiento y se manifiesta otro distinto, y se representa una tragedia muy dolorosa y atroz con máscara risueña y cómica.
         Suelen caer los oyentes con mayor frecuencia en este error cuando, convencidos de que el calumniador es viejo amigo del calumniado, actúa, sin embargo, como tal: entonces ya no quieren ni oír tan sólo la voz de los inculpados o de sus defensores, infiriendo previamente la credibilidad de la acusación a partir de la aparente antigua amistad, sin pensar en que hay con frecuencia entre amigos íntimos múltiples motivos de odio que escapan a los demás. En ocasiones hay quien anticipadamente acusa al vecino de aquello de lo que él mismo es responsable, tratando así de librarse de la acusación. Mientras que, en general, nadie se arriesga a acusar a un enemigo, pues en tal supuesto su acusación no merecería crédito, al ser evidente el motivo; por el contrario, atacan a quienes parecen ser sus mejores amigos, intentando alardear de afecto hacia sus oyentes, dado que por defender los intereses de éstos no perdonaron ni a los más íntimos.
       Hay asimismo quieres, aunque comprendan ulteriormente que sus amigos han sido injustamente acusados ante ellos, avergonzados no obstante por el crédito que prestaron, no osan ya acercarse a ellos ni miraros a la cara, como defraudados al descubrir su inocencia.
       Por consiguiente, la vida es rica en múltiples males a causa de las calumnias creídas tan pronto e indiscriminadamente. Antea dice:
       Ojalá mueras, Preto, o abate, si no, a Belerofonte, que traté, mal mi grado, de forzarme,
cuando ella lo intentó primero y fue rechazada. Y a punto estuvo el joven de perecer en su encuentro con la Quimera, mereciendo, como premio a su continencia y al respeto a su huésped, caer bajo las asechanzas de una mujer depravada. Y Fedra, que lanzó idéntica acusación contra su hijastro, hizo que Hipólito sufriera la maldición de su padre, sin haber cometido -¡por los dioses!- acción impía alguna.


       Luciano de Samosata,Obras I,Editorial Gredos S.A. Madrid 2002, página 113 y 114.
       Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de bachillerato. Curso 2016/2017

Vidas paralelas II, Plutarco

       Como es normal en un asedio que por su larga duración ofrece muchas ocasiones de contacto y de comunicación con los enemigos, se había establecido un trato amistoso y franco de un romano con uno de los enemigos. Era persona versada en antiguos oráculos y parecía saber de adivinación bastante más que los demás.
       pues bien, el romano advirtió que éste, cuando se enteró del crecimiento del lago, se puso demasiado contento y se reía del asedio. Entonces le dijo que no eran éstos solo los prodigios que había traído aquel tiempo, sino que otros todavía más extraños que éstos les había ocurrido a los romanos y que deseaba hablar con él sobre ellos, por si podía ponerse remedio a sus asuntos privados en medio de las desgracias comunes.
       Aquél aceptó con gran interés y se ofreció a una conversación, pensando que se enteraría de ciertos secretos. Entonces poco a poco, mientras hablaba con él, lo iba apartando y, como quiera que ya se habían alejado bastantes de las puertas, lo cogió en volandas, pues era más fuerte, y después de reducirlo y someterlo con la ayuda de más compañeros que vinieron corriendo del campamento, lo entregó a los generales. El hombre, al encontrarse en tal situación de necesidad, como naturalmente sabía que el destino es irremediable, reveló secretos oráculos sobre su propia patria: no podría ser conquistada hasta que, desbordado el lago Albano, discurriendo por caminos distintos, los enemigos lo obligaran a retroceder y lo dirigieran en sentido contrario, impidiendo que se mezclara con el mar.
       Al senado, informado de esto y perplejo, le pareció que era oportuno despachar emisarios a Delfos y consultar al dios. Los enviados, hombres de prestigio e importantes, como Licinio, Valerio potito y Fabio Ambusto, hicieron la travesía y cuando tuvieron la respuesta del dios, volvieron con otros oráculos además que les mostraban la negligencia de ciertos ritos en las llamadas Fiestas Latina y les ordenaban cortar al agua del lago Albano el paso al mar lo más posible y empujarla hacia arriba en dirección a su antiguo cauce antiguo o, o si eran incapaces, desviarlas con zanjas y barreras hacia la llanura y dejar que se perdiera. Así se comunicó y los sacerdotes atendieron lo referente a las fiestas mientras el pueblo fue a ocuparse de las obras y desvió el agua.



       Plutarco, Vidas Paralelas II. Madrid, Editorial Gredos S.A., 2001, páginas 246, 247 y 248.
       Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017

Obras y fragmentos, Hesíodo.

     En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura en todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. ( En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro.) Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.
     Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche a su vez nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo.
    Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago con agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.
    Luego, acostada con Urano, alumbró al Océano de profundas corrientes a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Jápeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemósine, a Febe de áurea corona y a la amable Tetis. Después de ellos nació el más joven, Cronos, de mente retorcida, el más terrible de los hijos y se llenó de un intenso odio hacia su padre.
    Dio a luz además a los Cíclopes del soberbio espíritu, a Brontes, a Estéropes y al violenyto Arges, que regalaron a Zeus el trueno y le fabricaron el rayo. Éstos en lo demás eran semejantes a los dioses, (pero en medio de su frente había un solo ojo). Cíclopes era su nombre por eponimia, ya que, efectivamente, un solo vigor, la fuerza y los recursos presidían sus actos.
    También Gea y Urano nacieron otros tres hijos enormes y violentos cuyo nombre no debe pronunciarse: Coto, Briareo y Giges, monstruosos engendros. Cien brazos informes  salían agitadamente de sus hombros y a cada uno le nacían cincuenra cabezas de los hombros, sobre robustos miembros. Una fuerza terriblemente poderosa se albergaba en su enorme cuerpo.









Obras y fragmentos, Hesíodo. Madrid, Biblioteca básica Gredos, Edicion 2000. Página 16-17.
Seleccionado por: Marta Talaván González, Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

Tragedias II, Séneca

ACTO TERCERO (397)

Nodriza-Popea

     Nodriza.-- ¿A dónde diriges tus pasos, temblorosa, desde la alcoba de tu esposo, hija, o qué escondite buscas con esa turbación en tu rostro? ¿Por qué humedece le llanto tus mejillas? Ya no hay duda de que ha brillado el día ansiado en nuestras plegarias y votos: ya estás unida por la antorcha conyugal  a tu César, al que cautivó tu hermosura y, por culpa de Séneca, te lo entregó vencido la madre del Amor, la divinidad más poderosa, Venus.
     ¡Oh que bella, qué grandiosa te recostaste sobre el excelso lecho, aposentada en el palacio! Contempló pasmado tu hermosura el senado mientras ofrecías incienso a los dioses del cielo y rociabas con el vino del agradecimiento los sagrados altares, cubierta desde lo alto de la cabeza con el sutil velo nupcial.
     Y él, el <> unido estrechamente a tu costado, erguido entre los felices presagios de los ciudadanos, avanzó desbordando alegría en su porte soberbio y en su rostro: así, cuando ella emergió de las espumosas aguas del mar, recibió Peleo a su esposa Tetis, cuya boda dicen que celebraron los dioses celestiales y todas las divinidades del mar con igual asentimiento.
     ¿Que es lo que ha hecho cambiar súbitamente tu semblante? ¿Que es es palidez? ¿Que significan esas lágrimas? Explícamelo.
     POPEA.- Ofuscada por el miedo de la lúgubre visión de la noche pasada, ¡ay, nodriza!, soy arrastrada por la turbación de mi mente, sin darme cuenta de las cosas.
     Pues, cuando el día alegre dio paso a las estrellas de la oscuridad, y el claro cielo a la noche, estrechada entre los brazos de mi Nerón, me entrego al sueño. Y no pude gozar mucho tiempo de un descanso apacible. En efecto, me pareció que llenaba mi alcoba una afligida turba: con la melena suelta, unas madres latinas, entre lamentos, se daban golpes de duelo; en medio de un insistente y terrible sonido de trompetas, la madre de mi esposo,  con semblante amenazador, agitaba cruel la antorcha salpicada de sangre. Mientras voy detrás de ella, forzada por el miedo del momento, separándose de pronto la tierra ante mis pies, quedó abierta en una enorme grieta; cuando por allí me precipité, veo, asombrada, mi propio lecho conyugal y en el me eche extenuada.



       Tragedias II, Séneca. Madrid. Biblioteca Clásica Gredos, Edicion: 1988. Pag 397.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Odas y fragmentos, Píndaro


ÍSTMICA VII (454)

A ESTREPSÍADES DE TEBAS,
VENCEDOR EN EL PANCRACIO

¿Con qué, ¡ oh bienaventurada Teba!,
de lo noble y bello en ti ocurrido antes, regocijaste más 
tu corazón? ¿Acaso fue cuando sacaste a luz
a Dioniso de larga cabellera, acompañante de Deméter
al son de címbalos de bronce? ¿O cuando a medianoche
al más potente de los dioses, nevando oro, recibiste,
en el momento en que, estando él ya a as puertas
de Anfitrión, a la esposa de éste se acercó con las herácleas semillas?
¿O es con los prudentes consejos de Tiresias?
¿ O por los Espartos (nacidos del Dragon), de infatigables lanzas?
¿ O fue cuando del violento grito de guerra alejaste de ti a Adrasto,
de innumerables compañeros privado-, hacia Argos criadora de caballos?
¿O a causa fue de que en firme talón
colocaste la colonia doria
de los Lacedemonios, y tomaron Amiclas
los Egeidas nacidos de ti, según los oráculos pitios?
¡ Mas duerme, si, la antigua
gloria, y olvidan los mortales
lo que no llega a la  a la suprema flor (de la poesía),
uncido en las gloriosas corrientes de los versos!




Píndaro, Odas y fragmentos, editorial Gredos S.A. Publicada en Madrid 2002. Obra : Ístmica VII, Página 230/231.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

La madre, Máximo Gorki

SEGUNDA PARTE

2

       Cuatro días después de la visita de Nicolás, Pelagia se puso en camino para reunirse con él. Cuando el carro que la llevaba con sus dos baúles atravesó el arrabal y llegó al campo, volvióse ella y sintió que dejaba aquel lugar para siempre. Allí había transcurrido la época más sombría y penosa de su vida, y otra había empezado, llena de nuevos pesares y alegrías nuevas, que devoraba los días con rapidez. 
       Semejante e inmensa araña de color rojo oscuro. La fábrica se ostentaba en un terreno negro de hollín y levantaba muy arriba en el aire sus inmensas chimeneas. Casitas de obreros apiñábanse en derredor, que formaban, grises y chatas, grupo compacto a orillas del pantano, como si se miraran en él lastimosas con sus ventanitas empañadas. Entre ellas alzábase la iglesia, roja como la fábrica, y su campanario parecía menos alto que las chimeneas de los talleres.
       Suspiró la madre, y se desabrochó el cuello del corpiño que le molestaba; estaba triste, pero con tristeza seca, como polvo en día de verano.
       - ¡Arre!- murmuraba el carretero tirando de las riendas.
       Era un hombre de edad indeterminada, con ojos incoloros y pelo castaño y desteñido. Con oscilación de caderas caminaba junto al carro, y bien se advertía, que fuese cual fuese el objeto de su viaje, le era indiferente en absoluto. 
       - ¡Arre!- decía con voz bronca, alargando de extraña manera las piernas torcidas, calzadas con pesadas botas llenas de barro. 


       Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 209-210.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

jueves, 18 de mayo de 2017

Obras II, Luciano de Samosata

Contra un ignorante
       Cuentan que Dionisio compuso una tragedia muy floja y muy ridícula, hasta el punto de que, debido a ella, Filóxeno en muchas ocasiones fue a parar a las mazmorras por no poder contener la risa. Cuando se enteró de que se reían de él, adquiriendo la tablilla de cera de Esquilo sobre la que él solía escribir con soltura, creía que de la tablilla le vendría la inspiración y el estado de posesión;. Pero, sin embargo, escribió en ella algo con diferencia más ridículo, como por ejemplo:
                    murió Dónide la mujer de Dionisio.
Y aún más:
             Ay de mí, que perdí a una mujer excelente.
También eso le vino de la tablilla, y esto:
      De los hombres los necios de sí mismos se burlan.
       Esto último te lo podría haber dicho estupendamente a ti Dionisio, y por ello deberías haberle sacado brillo a la tablilla. ¿Qué esperanza tienes puesta en los libros, que estás constantemente enrollándolos, pegándolos, arreglándolos y borrándolos con azafrán y cedro, recubriéndolos con pastas, poniéndoles ribetes, como si estuvieses gozando, en cierto modo, de ellos? Al menos, con su compra ya has mejorado, cuando hablas de ese modo -eres más mudo que los peces-, y vives de una forma que no es decoroso explicar, y de parte de todos tienes un odio feroz por tu desvergüenza. Porque si los libros llevan a la producción de semejantes sujetos, hay que alejarse lo más lejos posible de ellos. Dos son las cosas que uno podría adquirir de los antepasados. el poder decir y el poder hacer las cosas como Dios manda, emulando a los mejores y rechazando a los peores. Pero, cuando se ve que uno no saca partido ni de un lado, ni del otro, ¿qué otra cosa hace sino comprar cepos para los ratones y habitáculos para los gusanos y golpes para los esclavos por si fueran negligentes?



       Luciano de Samosata,Obras II,Editorial Gredos S.A. Madrid 2002, páginas 111 y 112.
       Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de bachillerato. Curso 2016/2017

Ricardo III, Shakespeare

ACTO TERCERO

Escena Primera
Londres. Una calle
Clarines. Entran El Principe de Gales, Glóster, Buckingham, El Cardenal Buquiero, Catesbio y acompañamiento.

Buckingham.--
     Bien venido seáis a vuestra casa;
     A Londres, tierno príncipe.
Glóster.--
     Sobrino,
     Bien llegado. Ya rey te considero.
     ¿Te entristeció lo largo del viaje?
Príncipe.--
     No, tío. Más cansado, largo y triste
     Hicieron nuestras cuitas el camino.
     Más tíos saludarme deberían.
Glóster.--
     De tu edad la pureza inmaculada
     No buceó del mundo los engaños.
     Al hombre juzgas sólo por su aspecto,
     Que el corazón refleja raras veces.
     Falaces eran tus ausentes tíos;
     A sus frases de almíbar atendías
     Sin ver ses corazones ponzoñosos:
     De ellos y amigos falsos Dios te libre.
Príncipe.--
     De amigos falsos sí, mas no de ellos.
Glóster.--
     Aquí el alcalde a saludarte llega
                                                      (Entran el alcalde de Londres y su séquito.)
Alcalde.--
     Dé a vuestras alteza Dios salud y dicha.
Príncipe.--
     Gracias os doy, señor. Gracias a todos
                                                  (El alcalde y su séquito se retiran.)
     Creía que mi madre y York, mi hermano,
     Antes venido hubieran a abrazarme.
     ¡Y, el perezoso Hastines que no llega
     A decirme si vienen o no vienen!
Buckingham.--
     Aquí se acerca y de sudor cubierto.
                                                    (Entra Hastines.)
Príncipe.--
     Bien venido seáis. ¿Vendrá mi madre?
Hastines.--
     Dios sabrá, que yo no, por qué la reina,
     Vuestra madre, se acoge a santuario
     Con vuestro hermano York. El inocente
     Venido hubiera a ver a vuestra alteza,
     Mas su madre a la fuerza lo retuvo.
Buckinham.--
     ¡Cuán torpe y cuán pueril camino toma!
     A la reina que mande a York, su hijo,
     Para encontrar al príncipe, su hermano,
     Decirle, cardenal. Si se negare...,
     Hastines, id con él, y a viva fuerza
     De sus celosos brazos arrancadlo.
Cardenal.--
     Si separar con mi oratoria escasa
     Puedo a York de los brazos de su madre,
     Pronto aquí lo tendréis. Mas, si no cede
...





       William Shakespeare, Ricardo III. Madrid. Biblioteca Edaf, Edicion: 1997. Pag 102.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Argonaúticas, Apolonio de Rodas

                                                               Canto III
 
      Hijos de mi hija y de Frixo, al que sobre todo los huéspedes honré en mi palacio, ¿cómo venís de Ea de regreso? ¿Acaso alguna desgracia ha truncado por medio vuestro viaje? No me hicisteis caso cuando os advertí de la inmensa longitud de la ruta, Pues yo la conocía por haber dado la vuelta una vez en el carro de mi padre Helios, cuando llevaba a mi hermana Circe allá a la tierra occidental y arribamos a la costa de la región Tirrena, donde aun ahora habita, muy lejos de la Cólquide Ea. Mas ¿que provecho hay en las palabras? Lo que surgió ante vuestros pasos, decidlo claramente, y quiénes son estos hombres que os acompañan, y dónde habéis desembarcado de la cóncava nave.
     A tales preguntas, temeroso por la expedición del Esónida, respondió Argos dulcemente, adelantándose a sus hermanos, pues era el primogénito:
     Eetes, aquella nave pronto la destrozaron tempestades violentas, y a nosotros mismos, encogidos bajo un madero, nos arrojó el oleaje hasta el firme de la isla de Enialio bajo la tenebrosa noche. Algún dios no salvó. Pues aquellas aves de Ares que antes anidaban por la desierta isla, ni siquiera las encontramos ya; sino que estos hombres las habian expulsado, tras desembarcar de su nave en el dia anterior. Y los habia retenido, apiadándose de nosotros, la voluntad de Zeus o algún azar, ya que en seguida nos dieron en abudancia alimento y vestidos, al oír el nombre ilustre de Frixo y el tuyo propio.

Apolonio de Rodas, Argonáuticas, Madrid, 1995, Biblioteca básica Gredos. Pág 128-129.
Seleccionado por David Francisco Blanco, Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.
   










Los acarnienses, Aristófanes



LOS ACARNIENSES

DICÉOPOLIS
    ( Tras un silencio) ¡Cuántas veces me he reconcomido el corazón! Pocas, muy pocas, me he alegrado: cuatro. Mis pesares fueron tantos como las arenas de la playa. ¡Ea!, veamos, ¿qué satisfacción tuve digna de   `gocedumbre´. Yo sé lo que vi con regocijo de mi alma: los cinco talentos que vomitó Cleón. ¡Cómo me refocilé con eso! Por esa acción me caen bien los caballero. Fue, en verdad, benemérita para la Hélade. Pero, en cambio, sentí un dolor trágico, cuando esperaba boquiabierto a Esquilo y heraldo pregonó:"Teognis, saca el coro a escena" ¿Qué vuelco te crees que eso me dio al corazón? Sin embargo, tuve otra alegría cuando después de Mosco entró  Dexíteo a cantar una tonada beocia. En cambio, el año pasado estuve a pique de morir y de quedarme bizco cuando vi Queris asomar la cabeza para atacar el himno ortio. Pero nunca, desde que me lavo, me escoció tanto el jabón en las cejas como ahora: la asamblea ordinaria estaba convocada para el amanecer, y mirad (señalando a su alrededor),  la Pnix está desierta. Ellos, charla que te charla en el ágora, esquivan arriba y abajo la maroma almagrada. Los prítanes no llegan sino a deshora, y luego-imagínatelo- ¡cómo se empujan y precipitan los unos sobre los otros para disputarse el primer banco, abalanzándose todos a la vez! El que haya paz no les importa nada. ¡Oh! ciudad, ¡oh! ciudad. Yo, sin embargo, llego siempre antes que nadie a la asamblea y me siento. Luego, aburrido de estar solo, suspiro, bostezo, me estiro, me peo, no sé qué hacer, dibujo en el suelo, me arranco pelos, hago mis cuentas, con la mirada puesta en mi tierra, deseoso de paz, aborreciendo la ciudad, añorando mi pueblo, jamás pregonó "compra carbones", ni  "compra vinagre", ni "compra aceite", y ni siquiera conocía eso de "compra", pues por sí mismo producía de todo y no había allí quien te aserrara el oído gritando "compra". 
     Pero hoy vengo dispuesto sin más a dar voces, a interrumpir, a insultar a los oradores, si se habla de otra cosa que no no sea la paz. (Entra un grupo precipitadamente) ¡Tate! ya están aquí los prítanes, ¡a mediodía! ¿ No lo anunciaba yo? Ya está: lo que decía. Todo quisque se empuja hacia la presidencia.  


Aristófanes, Comedias, editorial gredos S.A, publicada en Madrid 2000, obra: Los Acarnienses ,página:31,32,33.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

Odas y fragmentos, Píndaro


NEMEA IV (473?)

A TIMASARCO DE EGINA,
VENCEDOR EN LA PALESTRA


por esposa logró a una de las Nereidas de tronos excelsos.
Y vio el lugar de hermoso  círculo trazado,
 en el que asentados los reyes del cielo y del mar
le mosraron sus dones y fuerzas a él destinada.
¡ No se puede llegar al oscuro poniente de Gades!¡ Vuelve 
de nuevo a la tierra de Europa los dela nave!
Porque me es imposible recorrer por entero
la historia de los hijos de Éaco.

Para los teándridas vine, resuelto heraldo
de los certamenes que avigoran los cuerpos
en Olimpia, en el Istmo y Nemea - como di mi palabra-.
Allí superando la prueba, no volvieron a casa
sin coronas cargadas de frutos gloriosos, donde oímos,
Timasarco, que tu propio linaje se pone al servicio
de las canciones (coros) victoriales. Y si me pides
aún que a tu tío materno, a Calicles,

una columna levante más blanca que el mármol de Paros, (escucha)
Como el oro hirviendo en crisol
todos sus rayos revela, así el himno sobre nobles
hazañas pone a un hombre en dicha pareja
a los reyes. ¡Aquél, que ahora habita el Aqueronte, pueda 
oír mi voz que le canta allí donde él en la fiesta 
del dios de Tridente, que el abismo sacude,
triunfante floreció con el apio corintio!



Píndaro, Odas y fragmentos, editorial Gredos S.A. Publicada en Madrid 2002. Obra : NEMEA IV, Página 165/166
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Crimen y castigo, Dostoievski

                                                               SEXTA PARTE

                                                                          VI

Aquella noche, hasta las diez, anduvo vagando por diversas tabernas y cloacas, de una en otra. Encontró en una de ellas a Katia, la cual estaba cantando otra tonada lacayuna,alusiva a alguien ruin y tirano que

                                                          había osado besar a Katia.

     Svidrigáilov dio de beber a Katia y al chico del organillo y a los cantores y lacayos y a dos escribientillos. Con estos escribientillos había trabado conversación especialmente porque tenían las narices de través: uno torcida hacia la derecha y el otro hacia la izquierda, lo cual hubo de chocarle a Svidrigáilov. Ellos le levaron, finalmente, a cierto jardín divertidísimo, donde él les pagó la entrada. En el referido jardín había, por junto, un abetito muy fino, de unos tres años, y tres arbustos. Había, además, un local titulado vauxhall, pero que, en realidad, era una taberna, donde también se podía tomar té, y había, además, unas cuantas mesitas y velitas pintados de verde. Un coro de cantadoras repulsivas y algún alemán de Munich beodo, por el estilo de un payaso, con la nariz colorada, pero sin saberse porqué sumamente triste, alegraban al público. Los escribientillos hubieron de enredarse en discusiones con otros escribientillos que por allí encontraron, y sobrevino la gresca. Svidrigáilov fue elegido por ellos como árbitro. Los juzgó en un cuarto de hora, pero ellos gritaban tanto, que no había medio alguno de sacar nada en limpio. A la cuenta, uno de ellos había robado algo y vendídoselo a un judío; pero después de haber vendido la cosa, no había querido partir su importe con su compañero. Resultó, finalmente, que el objeto vendido era una cucharilla de té que pertenecía a la casa. Habíala cogido allí, y el asunto empezaba a asumir enojosas proporciones. Svidrigáilov abonó el valor de la cucharilla, levantóse y se fue del jardín. Eran alrededor de las diez. No había bebido en todo aquel tiempo ni una gota de vino, y en el vauxhall tan sólo había tomado té, y más que nada por cumplir. Hacía una noche bochornosa y sombría. A las diez empezaron a levantarse por todas partes en el horizonte unas nubes terribles; retumbó el trueno y empezó a llover a raudales. Caía el agua no a goterones, sino en forma de verdaderos torrentes que se precipitaban sobre la tierra. El relámpago refulgía a cada instante, y se podía contar hasta cinco en el tiempo que duraba cada fogonazo. Calado hasta los huesos, encaminóse a su casa, entró, cerró la puerta, abrió su bureau, sacó de allí todo su dinero y rasgó dos o tres papeles. Luego, metiéndose el dinero en los bolsillos, dispúsose a cambiarse de ropa, pero habiendo mirado por la ventana y oído la tormenta y la lluvia, dejó caer las manos, cogió el sombrero y se fue, sin cerrar la puerta. Encaminóse directamente al cuarto de Sonia. Ésta se hallaba en casa.
     No estaba sola; en torno a ella estaban los cuatro hijitos de la Kapernaúmova. Sofía Semíonovna les había convidado a té. En silencio y respetuosamente vio entrar a Svidrigáilov; fijóse con asombro en su empapado traje, pero no dijo una palabra. Todos los chicos echaron a correr, poseídos de indescriptible espanto.


     Fiodor Mijailovski Dostoievski, Crimen y castigo, RBA Editores, 1994, Historia de la Literatura, páginas 459-460.
     Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez, primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

La madre, Máximo Gorki

SEGUNDA PARTE

1

       El resto del día flotó en una niebla coloreada de recuerdos, en un cansancio sumo que oprimía cuerpo y alma. Ante los ojos de la madre salía danzando el oficialete, como una mancha gris; el rostro bronceado de Pavel, los ojos sonrientes de Andrés relucían en un torbellino negro y rápido...
       Iba y venía la madre por la habitación, sentábase a la ventana, miraba a la calle, volvía a levantarse y fruncía el ceño; se estremecía y miraba en derredor; buscaba con la cabeza hueca, sin saber ella misma lo que deseaba... Bebió agua sin apagar la sed, sin extinguir en el pecho el brasero ardiente de angustia y humillación que le consumía. Se había cortado el día en dos, llena una parte de sentido y sustancia, como evaporada la otra, en un vacío absoluto. Pelagia no hallaba contestación a la pregunta llena de perplejidad que se planteaba:
       - Y ahora... ¿qué hacer?
       Llegó María Korsunova. Hizo muchos ademanes, gritó, lloró, pataleó, propuso y prometió quién sabe qué, amenazando quién sabe a quién. Pero nada de aquello conmovió a la madre.
       - ¡Ah! -decía la voz chillona de María-. Sea como sea, el pueblo ha llegado a enterarse... ¡La fábrica se ha levantado, se ha levantado, toda entera!


       Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 201.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

jueves, 11 de mayo de 2017

Apolonio de Rodas, Argonáuticas

    <
      Dijo exhortándolos. Mas ellos se horrorizaron al escucharlo. Pues decían que no serían acogidos favorablemente por Eetes si deseaban llevarse el vellón del carnero.





Apolonio de Rodas, Argonáuticas, Madrid, 1995, Biblioteca básica Gredos. Páginas 110 y 111.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

Dafnis y Cloe, Longo

       <<¡Los vaqueros!>>, exclamó el vaquero, mientras hacía virar la barca con la intención de navegar de vuelta.
       Al mismo tiempo se cubrió la tierra de gentes feroces y salvajes, de hombres todos de alta estatura y de tez negra (no de tanta pureza como la de los indios, sino como podría ser la de un mestizo etíope), con cabezas rapadas, pies menudos y gruesos cuerpos. Y todos hablaban una lengua extraña. Con un <<¡estamos perdidos!>> el piloto detuvo el barco, pues el río se estrechaba en aquel punto, y subiendo a bordo cuatro de los piratas se apoderan de cuanto había en la nave, se llevan nuestro oro y, atándonos y encerrándonos en un camarote, se marchan luego de dejarnos unos vigilantes con el propósito de conducirnos al día siguiente ante su rey, título con el que nombraban al bandido de más categoría. Se trataba de un camino de dos días, según escuchamos de boca de los que habían sido apresados con nosotros.
       A la llegada de la noche, echado allí, según estábamos cargados de cadenas, y dormidos los guardianes, entonces, cuando ya me fue posible, rompí a llorar por Luecipa. reflexionando en cuántos infortunios le había acarreado por mi culpa, gemía en lo profundo de mi alma, aunque soterraba en mi el sonido de mis sollozos.
       <<¡Dioses y espíritus divinos!, exclamaba, si es que existís y me prestáis oído, ¿qué falta tan grave hemos cometido para vernos sumergidos en pocos días en tan gran número de males? Y ahora, además, nos ponéis en manos de unos bandidos de Egipto, para que ni aun compasión hallemos. Pues a un bandido griego nuestra voz lo hubiera conmovido y el ruego ablandado, ya que con harta frecuencia la palabra es procuradora de la compasión: que la lengua, al prestar sus servicios a los dolores que el alma que así se vierten en una súplica, amansa la cólera del corazón de sus oyentes. 


       Longo, Dafnis y Cloe. Madrid, Editorial Gredos, 2002, página 183.
       Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017

Robinsón Crusoe, Daniel Defoe




Capítulo XI

VIERNES
    Ordené a Viernes que recogiese todos los cráneos, huesos, carne y todos los restos, y que los pusiese juntos en un montón y encendiera un gran fuego encima, hasta reducirlos a ceniza.Vi que Viernes tenía aún un estómago que apetecía aquella carne, y que por naturaleza es todavía un caníbal; pero mostré tanto horror ante la simple idea de ello y ante el temor de sus indicios, que no se atrevió a manifestarlo; pues, de diversas maneras, le había dado a entender que le mataría si lo intentaba.
    Una ves hubimos hecho esto volvimos a nuestro castillo y allí me puse a trabajar para mi criado Viernes; y lo primero de todo le di unos calzones de hilo , que había sacado del baúl del pobre artillero que ya mencioné, y que había encontrado en el barco hundido; y que con unos pequeños cambios le sentaron muy bien; luego le hice una pelliza de piel de cabra, tan bien como mi habilidad me permitió; y ahora me había ya convertido en un sastre aceptable; y le di un gorro, el cual había hecho de piel de liebre, muy cómodo y bastante bien confeccionado; y así quedó vestido por el momento, de un modo aceptable, y él estaba enormemente contento de verse casi tan vestido como su amo. Es cierto que al principio se sentía muy embarazado con estas cosas; llevar los calzones le resultaba muy embarazoso, y las mangas de la pelliza le molestaban en los hombros y en los sobacos; pero ensanchándoselos un poco cuando se quejaba de que le hacían daño y al irse acostumbrando, por fin se amoldó a ellos muy bien


Daniel Defoe, Robison Crusoe, editorial planeta, publicada en Barcelona 1994,capítulo: XI,página: 184.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

Odas y fragmentos, Píndaro

OLÍMPICA VIII (460)

A ALCIMEDONTE DE EGINA,
VENCEDOR EN LA PALESTA INFANTIL

   ¡Oh Madre de los certámenes de áureas coronas, Olimpia,
reina de la verdad!, donde varones adivinos, 
atisbando en llameantes ofrendas, tantean el designo
    de Zeus señor de los rayos,
por si tiene oráculo alguno acerca de los hombres
que en su corazón se esfuerzan
por lograr recompensa de grandes virtudes
y respiro después de fatigas.

A las plegarias de los hombres, gracias a su piedad, de da cumplimiento
Mas,¡oh sacro recinto de Pisa de hermosa arboleda cabe el Afeo!,
acge aqueste cortejo y la ofrenda de coronas.
    Grande, sí, es la fama por siempre
para aquel a quien tu don luminoso acompaña.
Pero, de los bienes, unos llegan a uno,
otros a otro, y hay muchos caminos
de felicidad con cuya ayuda de los dioses.


Píndaro, Odas y fragmentos, editorial Gredos S.A. Publicada en Madrid 2002. Olímpica VIII, página 38/39.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

jueves, 4 de mayo de 2017

Jean Racine, Andrómaca


Acto segundo

Primera escena

HERMÍONE

    ¿Por qué quieres, cruel, enconar esta herida?
Tengo miedo a saber cómo soy en tan trance.
Te lo ruego, no creas lo que ves con tus ojos:
cree más bien que ya no amo, mi victoria celebra;
cree que a mi cvorazón lo endurece el despecho;
y si puedes consigue que también yo lo crea.
Que le deje me pides. ¡Pues bien!¿Qué me detiene?
Sí, partamos, dejémosle con su indiga conquista.
Que conquiste por fin su cvautiva al guerrero.
Hay que huir... ¡Mas si vuelve mi amor al ingrato!
¡Si volviera a ser fiel su traidor corazón
¡Si acudiese a mis pies a pedirme su gracia!
¡Ay, amor, si pudiera someterle a mis leyes!
¡Si quisiera...!Mas no, solo quiere afrentarme.
Nos salgamos de aquí y turbemos su dicha;
que nos sea un placer poder serle importunos;
u obligando a que rompa tan solemne promesa,
que se muestre perjuro ante todos los griegos.
Ya he logrado atraer sobre el hijo su cólera;
ahora quiero que exijan además a la madre.
Que conozca el dolor que ella me hace sufrir;
que por ella se pierde o que dé muerte a Andrómaca.

Jean Racine, Andrómaca, Acto segundo, Escena primera, Barcelona, RBA editores, Colección Historia de la Literatura, 1994, págs 28
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

La campesina, Moravia


CAPITULO II

       Desperté al cabo de una hora, tal vez, y el tren estaba parado, en un gran silencio. Dentro del vagón, ahora, no podía casi respirarse por el calor; Rosetta estaba de pie y asomada a la ventanilla, mirando no sé qué. Muchos más estaban asomados también en fila, a lo largo del vagón. Me levanté trabajosamente porque me sentía atontada y sudorosa y me asomé yo también. Hacía sol, el cielo era azul, el campo verdeaba, las colinas estaban cubiertas de viñedos, y, en lo alto de una de las colinas, justo frente al tren, había una casita blanca en llamas. De las ventanas salían rojas lenguas de fuego y nubes de humo negro, y aquellas llamas y aquel humo eran lo único que se movía alrededor, porque todo en el campo estaba inmóvil y tranquilo, un día verdaderamente perfecto, y no se veía a nadie.Luego, en el vagón, todos gritaron:
       -Ahí va, ahí va.
       Miré al cielo y vi un insecto negro a la altura del horizonte que casi en seguida tomó forma de avión y desapareció. Después, de repente, lo oí sobre la cabeza sobrevolar el tren, con un terrible estruendo de chatarra enloquecida, y en medio del estruendo se oía como un martilleo de máquina de coser. El estrépito duró un instante, luego se atenuó e inmediatamente después hubo una explosión muy fuerte y muy próxima y todo el mundo se tiró al suelo en el vagón, salvo yo, a quien no me dio tiempo y ni siquiera pensé en ello. Por lo que vi la casita incendiada desaparecer en una gran nube gris que en seguida empezó a extenderse sobre la colina, bajando a bufidos hacia el tren, ahora, había silencio de nuevo, la gente se ponía en pie casi incrédula de seguir con vida y, luego, todos volvieron a asomarse y a mirar. El aire, ahora, estaba lleno de un polvillo que hacía toser; después, la nube se desflecó lentamente y todos pudimos ver que la casita blanca ya no estaba. El tren, al cabo de unos minutos, reanudó la marcha.
       Aquello fue lo más importante que ocurrió durante el viaje. Hubo muchas paradas, siempre en pleno campo, a veces de media hora o una hora, por lo que el tren, para hacer un viaje que en tiempos normales habría durado más o menos dos horas, tardó casi seis. Rosetta, que tanto miedo había pasado en Roma durante el bombardeo, esta vez, después de la voladura de la casita blanca, cuando el tren arrancó, dijo:
      -En el campo me da menos miedo que en Roma. Aquí hace sol, se está al aire libre. En Roma tenía mucho miedo de que la casa se me cayese encima. Aquí, si muriese, al menos vería el sol.
       Entonces, uno de los que viajaban con nosotras en el pasillo, dijo:
      -Yo, de muertos, he visto al sol, en Nápoles. Había dos hileras en los andenes, después del bombardeo. Parecían montones de ropa sucia. El sol lo vieron perfectamente antes de morir.
       Y otro comentó burlonamente:
      -¿Cómo dicen en Nápoles, en la canción? O sole mio?
       Pero nadie tenía verdaderas ganas de hablar y mucho menos de bromear; así que estuvimos callados durante todo el viaje.

 Moravia, La campesina. Editoral Coleccionables, S.A. Barcelona, 2000, página 32.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Robinsón Crusoe, Daniel Defoe



Capítulo X
LOS CANÍBALES

    Pero sigamos adelante. Tras haber puesto a salvo de este modo una parte de mi rebaño, me puse a recorrer toda la isla buscando otro lugar retirado para hacer allí otro depósito semejante; cuando, vagando más hacia el extremo oeste  de la isla, hacia donde nunca había ido hasta entonces, y contemplando el mar, creí ver un bote en el mar, a gran distancia; yo había encontrado y uno o dos anteojos de larga vista en uno de los baúles de los marineros que había salvado del barco; pero no los llevaba conmigo, y aquello estaba tan lejos, que no hubiera sabido decir qué es lo que era, a pesar de que fijé la mirada hasta que mis ojos no pudieron ya resistir más; si era o no un bote, no lo sé; pero como al bajar de la colina ya no vi nada más, lo dejé correr; sólo que decidí no volver a salir sin llevar en ele bolsillo un anteojo.
 
     Cuando hube bajado de la colina y llegado al extremo de la isla, hacia donde la verdad es que era la primera vez que iba, estaba ya completamente convencido de que el haber visto la huella del pie humano no era una cosa tan extraña en aquella isla como yo había imaginado; y que de no haber tenido la excepcional suerte  de haber sido arrojado a la parte de la isla a donde nunca llegaban los salvajes, fácilmente hubiera sabido que nada les era más habitual a las canoas del continente, cuando les ocurría que se habían alejado demasiado en alta mar, que el ir a parar a aquella parte de la isla que utilizaban como puerto; e igualmente que, como a menudo se encontraban y luchan en sus canoas, los vencedores que hubieran hecho prisioneros, los llevaban a esta playa, en donde, siguiendo sus pavorosas costumbre, ya que eran todos caníbales, les daban muerte y se los comían; de lo cual se hablará en seguida.


Daniel Defoe, Robison Crusoe, editorial planeta, publicada en Barcelona en 1994,capítulo: X,página: 147.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.


El doctor Zhivago, Borís Pasternak

25
    Crujiendo por todas partes, los vagones ascendían la montaña, culebreando a lo largo del alto terraplén, a pie del cual crecía un joven bosque. Todavía más abajo extendíanse los prados, de los que se había retirado el agua hacía poco. La hierba, medio cubierta de arena, estaba sembrada de troncos diseminados desordenadamente. Procedentes de algún aserradero, la crecida, alejándolos del curso del río, los había llevado hasta allí.
    El joven bosquecillo estaba todavía casi desnudo, como en invierno. Sólo en los pálidos brotes que lo constelaban como gotas de cera, había algo de superfluo, de insólito, como una especie de borra o hinchazón. Esta superfluidad, esta novedad, esta borra eran la vida, que incendiaba ya algunos árboles con la llama verde del follaje.
    Aquí y allá erguíanse los abedules como mártires heridos por la punta de flecha de las agudas hojitas abiertas. Bastaba verlos para saber a qué olían: a la esencia de la madera de la cual se extrae la laca.
     El tren no tardó en llegar al lugar de donde probablemente procedían los troncos diseminados por el agua. A la vuelta de una curva, apareció en el bosque un claro lleno de serrín y viritas y en medio había un montón de gruesos troncos. En aquella zona destinada a aserrar madera, el tren se estremeció a a causa de un brusco frenazo y se detuvo encorvado sobre el ligero arco de la cuesta.
     La locomotora emitió algunos silbidos, y se oyeron unos gritos. Los pasajeros sabían de qué se trataba, aunque no se hubiesen hecho señales: el maquinista se había detenido para proveerse del material combustible.
     Se abrieron las puertas correderas de los vagones y la población de aquella pequeña ciudad que era el tren saltó a tierra, excepto los militares de los vagones que iban en cabeza, quienes estaban eximidos de trabajo colectivo y tampoco ahora tomaron parte en él.









Borís Pasternak, El doctor Zhivago, Barcelona, Edición Doctor Zhivago, Editorial Noguer, posteriormente ANAGRAMA, S.A, Colección Julio Vivas. 1ºEd 1991, 2º Ed 2002, 3º Ed 2005, página 280.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Los conquistadores, Malraux


     Ling ha sido detenido ayer; recibiremos sin duda esta tarde las informaciones que esperamos de él. En la inquietud causada por el avance de las tropas enemigas, los despachos de Propaganda trabajan con febril actividad. Se ha instruido con precisión a los agentes que preceden al ejército: Garín ha dado personalmente las indicaciones a sus jefes. Los he visto pasar por el pasillo, uno tras otros, sonrientes... Hemos renunciado al empleo de octavillas; el gran número de agentes de que disponemos nos permite sustituir todos los tipos de propaganda por el oral, el más peligroso, el que cuesta más hombres, pero el más seguro. Liao-chung Hoi, el comisario de Hacienda del Gobierno (al que los terroristas quieren asesinar), ha logrado, gracias aun nuevo sistema de percepción de impuestos, establecido por técnicos de la Internacional, recuperar cantidades importantes, y los fondos de Propaganda son de nuevo suficientes. En unas semanas, los servicios de abastecimiento del enemigo y toda su administración estaran desorganizados; y es difícil obligar a los mercenarios a combatir sin sueldo. Además, un centenar de hombres, de los que responden sus jefes, se harán a listar por Cheng-tiung Ming, a sabiendas  de que se arriesgan aser fusilados no sólo por él, como traidores, sino también por los nuestros, como enemigos. Anteayer, tres de nuestro agentes, descubiertos, han muerto estrangulados tras haber sido torturados durante más de una hora.
     Los jefes de las secciones de Propaganda en el ejército de Cheng han salido entre dos hileras de puertas entreabiertas.



Los conquistadores, Malraux. Editorial Bernard Grasset. Edición cedida por Editorial Argos Vengara. Móstoles- Madrid, 2000, pág 160.
Seleccionado por: David Francisco Blanco, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.

Jean Racine, Andrómaca

Acto primero
Escena primera

PIRRO
               No,no. Les espero gozoso:
¿Quieren que Epiro sea un Ilión rediviva? 
Que confundan sus odios y así traten igual a vencidos y a aquel que les hizo vencer. No sería tampoco la primera injusticia con que pagan los griegos los servicios prestados. De Héctor fue el beneficio; y quizás algún día pueda su hijo a su vez obtenerlo también.

ORESTES

¿Como un hijo rebelde respondéis a los griegos?
PIRRO

¿Es que acaso vencí para ser su vasallo?
ORESTES

Mas, señor, ¿es que Hermíone no podrá conteneros? ¿Cómo no interponerse entre vos y su padre?

PIRRO
Aunque Hermíone sea cara a mi corazón,
puedo amarla sin ser de su padre un esclavo;
tal vez sepa algún día conciliar los afanes
de servir mi grandeza y servir a mi amor. 
Entretanto podéis ver a  la hija de Helena;
sé los lazos estrechos de la sangre que os une.
Y tras eso, señor, volved junto a los griegos
y decidles que Pirro se ha negado a ceder.


Jean Racine, Andrómaca, Acto primero, Escena primera, Barcelona, RBA editores, Colección Historia de la Literatura, 1994, págs 18/19.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

La madre, Máximo Gorki


SEGUNDA PARTE

4

       Cuatro días más tarde, la madre y Sofía se presentaron ante Nicolás pobremente ataviadas con vestidos de indiana raída, bastón en mano y zurrón al hombro. Con aquel traje aparecía Sofía más baja, y su rostro adquiría expresión severa. 
       - ¡Parece que te has pasado la vida de monasterio en monasterio! - Le dijo Nicolás. 
       Al despedirse de su hermano le estrechó la mano con energía. Una vez más observó la madre aquella sencillez, aquella calma. Era gente que no prodigaba besos ni demostraciones afectuosas, y, sin embargo, eran sinceros entre sí, estaban llenos de solicitud para con los demás. Allí donde vivía Pelagia se besaba mucho la gente y se solía decir palabras de ternura, lo cual no impedía que se mordiesen como canes hambrientos.
       Atravesaron la ciudad las viajeras, salieron al campo y tomaron la ancha carretera trillada, entre dos filas de abedules viejos.
       - ¿No se cansará? - le preguntó la madre a Sofía.
       - ¿Cree que no tengo costumbre de andar? Se equivoca.. 

       Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 223.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.