lunes, 16 de mayo de 2016

El abanico de Lady Windermere, Oscar Wilde

        Duquesa de Berwick: ¡Ah, ésa es precisamente la cuestión, querida! El va a verla continuamente, se pasa con ella horas enteras, y mientras está allí, ella no recibe a nadie en su casa. No es que vayan a visitarla muchas señoras, querida; pero tiene una gran cantidad de amigos desacreditados (mi propio hermano en particular, como ya le he dicho), y esto es de lo que hace espantosa la conducta de Windermere. Nosotras le considerábamos como un marido modelo; pero me temo que la cosa se innegable.  Mis queridas sobrinas -ya sabe usted, las chicas de Saville-, unas muchachas muy caseras, feas, horrorosamente feas, pero ¡tan buenas!..; bueno; están siempre en el balcón haciendo labores de fantasía y esas horrendas ropas para los pobres que, según creo, se llevan mucho en estos tiempos socialistas; pues esta terrible mujer ha tomado una casa en la calle Curzon, frente a la de ellas, una calle tan respetable. ¡No sé adónde vamos a parar! Ellas me han dicho que Windermene va a visitarla cuatro y cinco veces por semana; lo ven. No pueden por menos, y, aunque no les gusta hablar de escándalos, como es natural, se lo han hecho notar a todo el mundo. Y lo peor de todo es que esa mujer según dicen, tiene mucho dinero que le pasa alguien, pues hace unos seis meses, cuando llegó a Londres, no tenía nada, y ahora posee esa preciosa casa en el mejor barrio, guía caballos propios por el parque todas las tardes y, en fin, no le falta nada desde que conoce al pobre y querido Windermere.
        Lady Windermere: ¡Oh! ¡No puedo creerlo!
        Duquesa de Berwick: Pues es completamente cierto, querida. Todo Londres lo sabe. Por eso he creido preferible venir y hablar con usted y aconsejarla que se lleve fuera a Windermere ahora mismo, a Alemania o a Francia, a un sitio en que se divierta algo y donde pueda usted vigilarlo durante todo el día. Le aseguro, querida, que en varias ocasiones, recién casada, tuve que fingirme muy enferma, viéndome obligada a beber las aguas minerales más desagradables, solo por sacar a Berwick de la capital. ¡Era tan extraordinariamente sensible! Aunque puedo decir que nunca dio grandes sumas a nadie. ¡Lo cual demuestra que tiene principios muy elevados!
       
       Oscar Wilde, El abanico de Lady Windermere, Barcelona, Andrés Bello Española, 1998, pág. 26-27
       Seleccionado por Coral García Domínguez, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016

El libro de las tierras vírgenes, Rudyard Kipling

LA LEY DE LA SELVA

(Sólo con el fin de dar idea de la inmensa variedad de la ley de la Selva he traducido en verso -porque Baloo recitaba esto siempre como una especie de cantinela- algunos de los preceptos relativos a los lobos. Por supuesto que existen aún no pocos centenares parecidos; pero bastarán éstos como muestra de los más sencillos.)


     He aquí la ley que en nuestra Selva rige,
y que es antigua como el mismo cielo.
Prosperarán los lobos que la cumplan,
mas aquel que la infrinja será muerto.

     Cual planta trepadora envuelve al árbol,
así a todos la Ley nos tiene envueltos;
porque el lobo da fuerza a la manada,
mas la manada a él fuerte le ha hecho.

     Del hocico a la cola cada día
lávate, y bebe siempre sin exceso,
pero no escasamente; y no lo olvides:
de la noche a la caza, el día al sueño.

     Puede el chacal, en busca de despojos
que el tigre deje, irse tras él hambriento;
mas tú, lobato, cazador de raza,
mata, si puedes, por tu cuenta y riesgo.

     Con el tigre, y el oso, y la pantera,
que siempre de la Selva han sido dueños,
vive en paz, y al buen Hathi no molestes
ni al feroz jabalí vayas con juegos.

    Cuando en la Selva dos manadas chocan
y un mismo rastro siguen con empeño,
échate y deja que los jefes hablen,
que así, tal vez, se llegue a algún acuerdo.

     Cuando ataques a un lobo, no te batas
si no está solo y su manada lejos,
pues si ella se mezclare en vuestra lucha,
disminuirá, sin duda, con los muertos.

     Para el lobo el cubil es un refugio,
es su hogar, y no hay nadie con derecho
a entrar en él por fuerza, ni aun el Jefe
de la manada misma, ni el Consejo.

     Refugio es el cubil de cada lobo;
mas, si no supo, cual se debe, hacerlo,
a buscar otro se verá obligado
si tal orden recibe del Consejo.

     Cuando sin ser aún la medianoche,
algo logres matar, mata en silencio,
para que así los ciervos no despierten...
y tengan que ayunar tus compañeros.

     Para ti y tus cachorros matar puedes
o bien para tu hermano, justo es ello;
mas no mates por gusto, y nunca, nunca,
des caza al Hombre con ningún pretexto.

     Si su botín a otro más débil robas
no pretendas de todo hacerte dueño:
la manada protege al más humilde;
déjale, pues, cabeza y piel, al menos.

     Lo que matare la manada, piensa
que es su comida, y déjala en su puesto:
nadie puede llevársela a otro sitio,
y quien tal infringiere será muerto.

     Lo que el Lobo mató, cómalo el Lobo
y use de ello a su gusto: es su derecho;
mas, sin permiso suyo, la manada
no ha de poder tocarlo ni comerlo.

     Derecho del cachorro es el que tiene
el lobato de un año: cuando ha muerto
alguien de la manada alguna pieza,
puede hartarse el cachorro, si está hambriento.

     Derecho de camada es el que tiene
la madre, que exigir al compañero
de su edad misma (y nadie ha de negarlo)
puede una pierna de lo que haya muerto.

     Derecho de caverna es el del padre,
que es de cazar para los suyos dueño,
y libre se halla ya de la manada,
sin más juez de sus actos que el Consejo.

     Por su edad y su astucia, por la fuerza
de su acerada garra, el Lobo viejo,
el Jefe, es el que en casos no previstos
a cada cual le fija su derecho.

    He aquí de nuestra Ley los numerosos,
los sabios y muy útiles preceptos;
mas todo en uno solo se concreta:
¡obedece! La Ley no es más que esto.

Rudyard Kipling, El libro de las tierras vírgenes, Madrid, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, 1993, pág. 86-88.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016.

Las aventuras de Tom Sawyer, Mark Twain

       Al empezar la tarde, grupos de hombres derrengados fueron llegando al pueblo; pero los más vigorosos de entre los vecinos continuaron la busca. Todo lo que se llegó a saber fue que se estaban registrando profundidades tan remotas de la cueva que jamás habían sido exploradas; que no había recoveco ni hendidura que no fuera minuciosamente examinada; que por cualquier lado que se fuese por entre el laberinto de galerías se veían luces que se movían de aquí para allá, y los gritos y las detonaciones de pistola repercutían en los ecos de los oscuros subterráneos. En un sitio muy lejos de donde iban ordinariamente los turistas habían sido encontrados los nombres de Tom Becky trazados como humo sobre la roca, y, a poca distancia, un trozo de cinta manchado de sebo. La señora de Thatcher lo había reconocido deshecha en lágrimas, y dijo que aquello sería el más preciado de todos, porque sería el último que habría dejado en el mundo antes de su horrible fin. Contaban que, de cuando en cuando, se veía oscilar en la cueva un débil destello de luz en la lejanía, y un tropel de hombres se lanzaba corriendo hacia allá con gritos de alegría, y se encontraban con el amargo desengaño de que no estaban allí los niños, no era sino la luz de algunos de los exploradores.

       Tres días y tres noches pasaron lentos, abrumadores, y el pueblo fue cayendo en un sopor sin esperanza. Nadie tenía ánimos para nada. El descubrimiento casual de que el propietario de la Posada de Templanza escondía licores en el establecimiento casi no interesó a la gente, a pesar de la tremenda importancia y magnitud del acontecimiento. En un momento de lucidez, Huck, con débil voz, llevó la conversación a recaer sobre las posadas, y acabó por preguntar, temiendo vagamente lo peor, si se había descubierto algo, desde que él estaba malo, en la Posada de Templanza.


       Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, Unidad Editorial, Milenium, 1999, pág.162-163
       Seleccionado por  Coral García Domínguez, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.