jueves, 4 de febrero de 2010

Los viajes de Gulliver, segunda parte, capítulo primero, Jonathan Swift.

Condenado por mi naturaleza y por mi suerte a una vida activa y sin reposo, dos meses después de mi regreso volví a dejar mi país natal y me embarqué en las Dunas el 20 de junio de 1702, a bordo del Adventure, navío mandado por el capitán John Nicholas, de Liverpool, y destinado para Surat. Tuvimos muy buen viento hasta que llegamos al Cabo de Buena Esperanza, donde tomamos tierra para hacer aguada; pero habiéndose abierto una vía de agua en el navío, desembarcamos nuestras mercancías e invernamos allí, pues atacado el capitán de una fiebre intermitente, no pudimos dejar el Cabo hasta fines de marzo. Entonces nos dimos a la vela, y tuvimos buena travesía hasta pasar los estrechos de Madagascar; pero ya hacia el Norte de esta isla, y a cosa de cinco grados Sur de latitud, los vientos, que se ha observado que en aquellos mares soplan constantes del Noroeste desde principios de diciembre hasta principios de mayo, comenzaron el 9 de abril a soplar con violencia mucho mayor y más en dirección Oeste que de costumbre. Siguieron así por espacio de veinte días, durante los cuales fuimos algo arrastrados al Este de las islas Molucas y unos tres grados hacia el Norte de la línea, según comprobó nuestro capitán por observaciones hechas el 2 de mayo, tiempo en que el viento cesó y vino una calma absoluta, de la que yo me regocijé no poco. Pero el patrón, hombre experimentado en la navegación por aquellos mares, nos previno para que nos dispusiéramos a guardarnos de la tempestad, que, en efecto, se desencadenó al día siguiente, pues empezó a formalizarse el viento llamado monzón del Sur.

Creyendo que la borrasca pasaría, cargamos la cebadera y nos dispusimos para aferrar el trinquete; pero, en vista de lo contrario del tiempo, cuidamos de sujetar bien las piezas de artillería y aferramos la mesana. Como estábamos muy enmarados, creímos mejor correr el tiempo con mar en popa que no capear o navegar a palo seco. Rizamos el trinquete y lo cazamos. El timón iba a barlovento. El navío se portaba bravamente. Largamos la cargadera de trinquete; pero la vela se rajó y arriamos la verga; y una vez dentro la vela, la desaparejamos de todo su laboreo. La tempestad era horrible; la mar se agitaba inquietante y amenazadora. Se afirmaron los aparejos reales y reforzamos el servicio del timón. No calamos los masteleros, sino que los dejamos en su lugar, porque el barco corría muy bien con mar en en popa y sabíamos que con los masteleros izados el buque no sufría y surcaba el mar sin riesgo. Cuando pasó la tempestad largamos el nuevo trinquete y nos pusimos a la capa; luego largamos la mesana, la gavia y el velacho. Llevábamos rumbo Nordeste con viento Sudoeste. Amuramos a estribor, saltamos las brazas y amantillos de barlovento, cazamos las brazas de sotavento, halamos de las bolinas y las amarramos; se amuró la mesana y gobernamos a buen viaje en cuanto nos fue posible.

Durante esta tempestad, a la que siguió un fuerte vendaval Oeste, fuimos arrastrados, según mi cálculo, a unas quinientas leguas al Este; así, que el marinero más viejo de los que estaban a bordo no podía decir en qué parte del mundo nos hallábamos. Teníamos aún bastantes provisiones, nuestro barco estaba sano de quilla y costados y toda la tripulación gozaba de buena salud; pero sufríamos la más terrible escasez de agua. Creímos mejor seguir el mismo rumbo que no virar más hacia el Norte, pues esto podría habernos llevado a las regiones noroeste de la Gran Tartaria y a los mares helados.

El 16 de junio de 1703 un grumete descubrió tierra desde el mastelero. El 17 dimos vista de lleno a una gran isla o continente -que no sabíamos cuál de ambas cosas fuera-, en cuya parte sur había una pequeña lengua detierra que avanzaba en el mar y una ensenada sin fondo bastante para que entrase un barco de más de cien toneladas. Echamos el ancla a una legua de esta ensenada, y nuestro capitán mandó en una lancha a una docena de hombres bien armados con vasijas para agua, por si pudieran encontrar alguna. Le pedí licencia para ir con ellos, a fin de ver el país y hacer algún descubrimiento a serme posible. Al llegar a tierra no hallamos río ni manantial alguno, así como tampoco señal de habitantes. En vista de ello, nuestros hombres recorrieron la playa en varios sentidos para ver si encontraban algo de agua dulce cerca del mar, y yo anduve solo sobre una milla por el otro lado, donde encontré el suelo desnudo y rocoso. Empecé a sentirme cansado, y no divisando nada que despertase mi curiosidad, emprendí despacio el regreso a la ensenada; como tenía a la vista el mar, pude advertir que nuestros hombres habían reembarcado en el bote y remaban desesperadamente hacia el barco. Ya iba a gritarles, aunque de nada hubiera servido, cuando observé que iba tras ellos por el mar una criatura enorme corriendo con todas sus fuerzas. Vadeaba con agua poco más que a la rodilla y daba zancadas prodigiosas; pero nuestros hombres le habían tomado media legua de delantera, y como el mar por aquellos contornos estaba lleno de rocas puntiagudas, el monstruo no pudo alcanzar el bote. Esto me lo dijeron más tarde, porque yo no osé quedarme allí para ver el desenlace de la aventura; antes al contrario, tomé a todo correr otra vez el camino que antes había llevado y trepé a un escarpado cerro desde donde se descubría alguna perspectiva del terreno. Estaba completamente cultivado; pero lo que primero me sorprendió fue la altura de la hierba, que en los campos que parecían destinarse para heno alcanzaba unos veinte pies de altura.

Fuí a dar en una carretera, que por tal la tuve yo, aunque a los habitantes les servía sólo de vereda a través de un campo de cebada. Anduve por ella algún tiempo sin ver gran cosa por los lados, pues la cosecha estaba próxima y la mies levantaba cerca de cuarenta pies. Me costó una hora llegar al final de este campo, que estaba cercado con un seto de lo menos ciento veinte pies de alto; y los árboles eran tan elevados, que no pude siquiera calcular su altura. Había en la cerca para pasar de este campo al inmediato una puerta con cuatro escalones para salvar el desnivel y una piedra que había que trasponer cuando se llegaba al último. Me fue imposible trepar esta gradería, porque cada escalón era de seis pies de alto, y la piedra última, de más de veinte. Andaba yo buscando por el cercado algún boquete, cuando descubrí en el campo inmediato, avanzando hacia la puerta, a uno de los habitantes, de igual tamaño que el que había visto en el mar persiguiendo nuestro bote. Parecía tan alto como un campanario de mediana altura y avanzaba de cada zancada unas diez yardas por lo que pude apreciar. Sobrecogido de terror y asombro, corrí a esconderme entre la mies, desde donde le vi detenerse en lo alto de la escalera y volverse a mirar al campo inmediato hacia la derecha, y le oí llamar con una voz muchísimo más potente que si saliera de una bocina; pero el ruido venía de tan alto, que al pronto creí ciertamente que era un trueno. Luego de esto, siete monstruos como él se le aproximaron llevando en las manos hoces, cada una del grandor de seis guadañas. Estos hombres no estaban tan bien ataviados como el primero y debían de ser sus criados o trabajadores, porque a algunas palabras de él se dirigieron a segar la mies del campo en que yo me hallaba. Me mantenía de ellos a la mayor distancia que podía, aunque para moverme encontraba dificultad extrema porque los tallos de la mies no distaban más de un pie en muchos casos, de modo que apenas podía deslizar mi cuerpo entre ellos. No obstante, me di traza para ir avanzando hasta que llegué a una parte del campo en que la lluvia y el viento habían doblado la mies. Aquí me fue imposible adelantar un paso, pues los tallos estaban de tal modo entretejidos, que no podía escurrirme entre ellos, y las aristas de las espigas caídas eran tan fuertes y puntiagudas, que a través de las ropas se me clavaban en las carnes. Al mismo tiempo oía a los segadores a no más de cien yardas tras de mí. Por completo desalentado en la lucha y totalmente rendido por la pesadumbre y la desesperación, me acosté entre dos caballones, deseando muy de veras encontrar allí el término de mis días. Lloré por mi viuda desolada y por mis hijos huérfanos de padre; lamenté mi propia locura y terquedad al emprender un segundo viaje contra el consejo de todos mis amigos y parientes. En medio de esta terrible agitación de ánimo, no podía por menos de pensar en Liliput, cuyos habitantes me miraban como el mayor prodigio que nunca se viera en el mundo, donde yo había podido llevarme de la mano una flota imperial y realizar aquellas otras hazañas que serán recordadas por siempre en las crónicas de aquel imperio y que la posteridad se resistirá a creer, aunque atestiguadas por millones de sus antecesores. Reflexionaba yo en la mortificación que para mí debía representar aparecer tan insignificante en esta nación como un simple liliputiense aparecería entre nosotros; pero ésta pensaba que había de ser la última de mis desdichas, pues si se ha observado en las humanas criaturas que su salvajismo y crueldad están en proporción de su corpulencia, ¿qué podía yo esperar sino ser engullido por el primero de aquellos enormes bárbaros que acertase a atraparme? Indudablemente los filósofos están en lo cierto cuando nos dicen que nada es grande ni pequeño sino por comparación. Pudiera cumplir a la suerte que los liliputienses encontrasen alguna nación cuyos pobladores fuesen tan diminutos respecto de ellos como ellos respecto de nosotros. ¿Y quién sabe si aun esta enorme raza de mortales será igualmente aventajada en alguna distante región del mundo ignorada por nosotros todavía?

Amedrentado y confuso como estaba, no podía por menos de hacerme estas reflexiones, cuando uno de los segadores, habiéndose acercado a diez yardas del caballón tras el que yo yacía, me hizo caer en que a otro paso que diera me despachurraría con el pie o me dividiría en dos pedazos con su hoz, y, en consecuencia, cuando estaba a punto de moverse, grité todo lo fuerte que el miedo podía hacerme gritar. Entonces la criatura enorme se adelantó un poco, y, mirando por bajo y alrededor de sí algún tiempo, me divisó tendido en el suelo por fin. Me consideró un rato, con la precaución de quien se propone echar mano a una sabandija peligrosa de tal modo que no pueda arañarle ni morderle, como yo tengo hecho tantas veces con las comadrejas en Inglaterra. Por último, se atrevió a alzarme, cogiéndome por la mitad del cuerpo con el índice y el pulgar, y me llevó a tres yardas de los ojos para poder apreciar mi figura más detalladamente. Adiviné su intención, y mi buena fortuna me dio tanta presencia de ánimo, que me resolví a no resistirme lo más mínimo cuando me sostenía en el aire, a unos sesenta pies del suelo, aunque me apretaba muy dolorosamente los costados por temor de que me escurriese de entre sus dedos. Todo lo que me atreví a hacer fue levantar los ojos al cielo, juntar las manos en actitud suplicante y pronunciar algunas palabras en tono humilde y melancólico, adecuado a la situación en que me hallaba, pues temía a cada momento que me estrellase contra el suelo, como es uso entre nosotros cuando queremos dar fin de alguna sabandija. Pero quiso mi buena estrella que pareciesen gustarle mi voz y mis movimientos y empezase a mirarme como una curiosidad, muy asombrado de oírme pronunciar palabras articuladas, aunque no pudiese entenderlas. En tanto, no dejaba yo de gemir y verter lágrimas, y, volviendo la cabeza hacia los lados, darle a entender como me era posible cuán cruelmente me dañaba la presión de sus dedos. Pareció que se daba cuenta de lo que quería decirle, porque levantándose un faldón de la casaca me colocó suavemente en él e inmediatamente echó a correr conmigo en busca de su amo, que era un acaudalado labrador y el mismo a quien yo había visto primeramente en el campo.

El labrador, a quien, según deduje por los hechos, su servidor había dado acerca de mí las explicaciones que había podido, tomó una pajita, del tamaño de un bastón aproximadamente, y con ella me alzó los faldones, que parecía tener por una especie de vestido que la Naturaleza me hubiese dado. Me sopló los cabellos hacia los lados, para mejor verme la cara. Llamó a sus criados y les preguntó -por lo que supe después- si habían visto alguna vez en los campos bicho que se me pareciese. Luego me dejó blandamente en el suelo, a cuatro pies; pero yo me levanté inmediatamente y empecé a ir y venir despacio, para que aquella gente viese que no tenía intención de escaparme. Ellos se sentaron en círculo a mi alrededor a fin de observar mejor mis movimientos. Yo me quité el sombrero e hice al labrador una inclinación profunda; caí de rodillas, y alzando al cielo las manos y los ojos pronuncié varias palabras todo lo fuerte que pude, y me saqué de la faltriquera una bolsa de oro, que le ofrecí humildemente. La recibió en la palma de la mano, se la acercó al ojo para ver lo que era y luego la volvió varias veces con la punta de un alfiler que se había quitado de la solapa, sin lograr nada con ello. Le hice entonces seña de que pusiera la mano en el suelo; tomé la bolsa, y luego de abrirla le derramé todo el oro en la palma. Había seis piezas españolas de a cuatro pistolas cada una, aparte de veinte o treinta monedas más pequeñas. Le vi humedecerse la punta del dedo pequeño con la lengua y alzar una de las piezas más grandes y luego otra, pero aparentando ignorar por completo lo que fuesen. Me hizo seña de que volviese de nuevo las monedas a la bolsa y la bolsa a la faltriquera, partido que acabé por tomar después de renovar repetidas veces mi ofrecimiento.

A la sazón debía de estar ya el hacendado convencido de que yo era un ser racional. Me hablaba a menudo; pero el ruido de su voz me lastimaba los oídos como el de una aceña, aunque articulaba las palabras bastante bien. Le respondí lo más fuerte que pude en varios idiomas, y él frecuentemente inclinaba el oído hasta dos yardas de mí; pero todo fue en vano, porque éramos por completo ininteligibles el uno para el otro. Mandó luego a los criados a su trabajo, y sacando su pañuelo del bolsillo lo dobló y se lo tendió en la mano izquierda, que puso de plano en el suelo con la palma hacia arriba, al mismo tiempo que me hacía señas para que me subiese en ella, lo que pude hacer con facilidad porque no tenía más de un pie de grueso. Entendí que mi único camino era obedecer, y por miedo a caerme me tumbé a la larga sobre el pañuelo, con cuyo sobrante él me envolvió hasta la cabeza para mayor seguridad, y de este modo me llevó a su casa. Una vez allí llamó a su mujer y me mostró a ella, que dio un grito y echó a correr como las mujeres en Inglaterra a la presencia de un sapo o de una araña. No obstante, cuando hubo visto mi comportamiento un rato y lo bien que obedecía a las señas que me hacía su marido, se reconcilió conmigo pronto y poco a poco fue prodigándome los más solícitos cuidados.

Eran sobre las doce del día y un criado trajo la comida. Consistía en un plato fuerte de carne -propio de la sencilla condición de un labrador- servido en una fuente de veinticuatro pies de diámetro, poco más o menos. Formaban la compañía el granjero y su mujer, tres niños y una anciana abuela. Cuando estuvieron sentados, el granjero me puso a alguna distancia de él encima de la mesa, que levantaba treinta pies del suelo. Yo tenía un miedo atroz y me mantenía todo lo apartado que me era posible del borde por temor de caerme. La esposa picó un poco de carne, desmigajó luego algo de pan en un trinchero y me lo puso delante. Le hice una profunda reverencia, saqué mi cuchillo y mi tenedor y empecé a comer, lo que les causó extremado regocijo. La dueña mandó a su criada por una copita de licor capaz para unos dos galones y me puso de beber; levantó la vasija muy trabajosamente con las dos manos y del modo más respetuoso bebí a la salud de la señora, hablando todo lo más fuerte que pude en inglés, lo que hizo reír a la compañía de tan buena gana, que casi me quedé sordo del ruido. El licor sabía como una especie de sidra ligera y no resultaba desagradable. Después el dueño me hizo seña de que me acercase a su plato; pero cuando iba andando por la mesa, como tan grande era mi asombro en aquel trance -lo que fácilmente comprenderá y disculpará el indulgente lector-, me aconteció tropezar con una corteza de pan y caí de bruces, aunque no me hice daño. Me levanté inmediatamente, y advirtiendo en aquella buena gente muestras de gran pesadumbre, cogí mi sombrero -que llevaba debajo del brazo, como exige la buena crianza- y agitándolo por encima de la cabeza di tres vivas en demostración de que no había recibido en la caída perjuicio ninguno. Pero cuando en seguida avanzaba hacia mi amo -como le llamaré de aquí en adelante-, su hijo menor, que se sentaba al lado suyo -un travieso chiquillo de unos diez años- me cogió por las piernas y me alzó en el aire a tal altura, que las carnes se me despegaron de los huesos; el padre me arrebató de sus manos y le dio un bofetón en la oreja derecha, con el que hubiera podido derribar un ejército de caballería europea, al mismo tiempo que le mandaba retirarse de la mesa. Temeroso yo de que el muchacho me la guardase, y recordando bien cuán naturalmente dañinos son los niños entre nosotros para los gorriones, los conejos, los gatitos y los perritos, me dejé caer de rodillas, y, señalando hacia el muchacho, hice entender a mi amo como buenamente pude que deseaba que perdonase a su hijo. Accedió el padre, el chiquillo volvió a sentarse en su puesto, y en seguida yo me fui a él y le besé la mano, la cual mi amo le cogió e hizo que con ella me acariciase suavemente.

En medio de la comida, el gato favorito de mi ama le saltó al regazo. Oía yo detrás de mí un ruido como si estuviesen trabajando una docena de tejedores de medias, y volviendo la cabeza, descubrí que procedía del susurro que en su contento hacía aquel animal, que podría ser tres veces mayor que un buey, según el cálculo que hice viéndole la cabeza y una pata mientras su dueña le daba de comer y le hacía caricias. El aspecto de fiereza de este animal me descompuso totalmente, aunque yo estaba al otro lado de la mesa, a más de cincuenta pies de distancia, y aunque mi ama le sostenía temiendo que diese un salto y me cogiese entre sus garras. Pero resultó no haber peligro ninguno, pues el gato no hizo el menor caso de mí cuando despues mi amo me puso a tres yardas de él; y como he oído siempre, y la experiencia me lo ha confirmado en mis viajes, que huir o demostrar miedo ante un animal feroz es el medio seguro de que nos persiga o nos ataque, resolví en esta peligrosa coyuntura no aparentar cuidado ninguno. Pasé intrépidamente cinco veces o seis ante la misma cabeza del gato y me puse a media yarda de él, con lo cual retrocedió, como si tuviese más miedo él que yo. Los perros me importaban menos. Entraron tres o cuatro en la habitación, como es corriente en las casas de labradores; había un mastín del tamaño de cuatro elefantes, y un galgo un poco más alto que el mastín, pero no tan corpulento.

Cuando ya casi estaba terminada la comida entró el ama de cría con un niño de un año en brazos, el cual me divisó inmediatamente y empezó a gritar -en el modo que todos habréis oído seguramente y que desde London Bridge hasta Chelsea es la oratoria usual entre los niños- para que me entregasen a él en calidad de juguete. La madre, llena de amorosa indulgencia, me levantó y me presentó al niño, que en seguida me cogió por la mitad del cuerpo y se metió mi cabeza en la boca. Di yo un rugido tan fuerte, que el bribonzuelo se asustó y me dejó caer, y me hubiera infaliblemente desnucado si la madre no hubiese puesto su delantal. Para callar al nene, el ama hizo uso de un sonajero que era una especie de tonel lleno de grandes piedras y sujeto con un cable a la cintura del niño; pero todo fue en vano; así, que se vio obligada a emplear el último recurso dándole de mamar. Debo confesar que nada me causó nunca tan mala impresión como ver su pecho monstruoso, que no encuentro con qué comparar para que el lector pueda formarse una idea de su tamaño, forma y color. La veía yo de cerca, pues se había sentado cómodamente para dar de mamar, y yo estaba sobre la mesa. Esto me hacía reflexionar acerca de los lindos cutis de nuestras damas inglesas, que nos parecen a nosotros tan bellas sólo porque son de nuestro mismo tamaño y sus defectos no pueden verse sino con una lente de aumento, aunque por experimentación sabemos que los cutis más suaves y más blancos son ásperos y ordinarios y de feo color.

Recuerdo que cuando estaba yo en Liliput me parecían los cutis de aquellas gentes diminutas los más bellos del mundo, y hablando sobre este punto con una persona de estudios de allá, que era íntimo amigo mío, me dijo que mi cara le parecía mucho más blanca y suave cuando me miraba desde el suelo que viéndola más de cerca, cuando le levantaba yo en la mano y le aproximaba. Al principio constituía para el, según me confesó, un espectáculo muy desagradable. Me dijo que descubría en mi cutis grandes hoyos, que los cañones de mi barba eran diez veces más fuertes que las cerdas de un verraco, y mi piel de varios colores totalmente distintos. Y permítaseme que haga constar que yo soy tan blanco como la mayor parte de los individuos de mi sexo y de mi país, y que el sol me ha tostado muy poco en mis viajes. Por otra parte, cuando hablábamos de las damas que formaban la corte del emperador, solía decirme que la una tenía pecas; la otra, una boca demasiado grande; una tercera, la nariz demasiado larga, nada de lo cual podía yo distinguir. Reconozco que esta reflexión era bastante obvia, pero, sin embargo, no he querido omitirla porque no piense el lector que aquellas inmensas criaturas eran feas, pues les debo la justicia de decir que son una raza de gentes bien parecidas.

Cuando la comida se hubo terminado, mi amo se volvió con sus trabajadores, y, según pude colegir de su voz y su gesto, encargó muy especialmente a su mujer que tuviese cuidado de mí. Estaba yo muy cansado y con sueño, y advirtiéndolo mi ama me puso sobre su propio lecho y me cubrió con un pañuelo blanco limpio, que era mayor y más basto que la vela mayor de un buque de guerra.

Dormí unas dos horas y soñé que estaba en casa con mi mujer y mis hijos, lo que vino a gravar mis cuitas cuando desperté y me vi solo en un vasto aposento de doscientos a trescientos pies de ancho y más de doscientos de alto, acostado en una cama de veinte yardas de anchura. Mi ama se había ido a los quehaceres de la casa, y dejádome encerrado. La cama levantaba ocho yardas del suelo. En tal situación yo, treparon dos ratas por la cortina y se dieron a correr por encima del lecho, olfateando de un lado para otro. Una de ellas llegó casi hasta mi misma cara, lo que me hizo levantarme aterrorizado y sacar mi alfanje para defenderme. Estos horribles animales tuvieron el atrevimiento de acometerme por ambos lados y uno de ellos llegó a echarme al cuello una de sus patas delanteras, pero tuve la buena fortuna de rajarle el vientre antes que pudiera hacerme daño. Cayó a mis pies, y la otra, al ver la suerte que había corrido su compañera, emprendió la huída, pero no sin una buena herida en el lomo que pude hacerle cuando escapaba, y que dejó un rastro de sangre. Después de esta hazaña me puse a pasear lentamente por la cama para recobrar el aliento y la tranquilidad. Aquellos animales eran del tamaño de un mastín grande, pero infinitamente más ligeros y feroces; así que, de haberme quitado el cinto al acostarme, infaliblemente me hubieran despedazado y devorado. Medí la cola de la rata muerta y encontré que tenía de largo dos yardas menos una pulgada; mas no tuve estómago para tirar de la cama el cuerpo exánime, que yacía en ella sangrando. Noté que tenía aún algo de vida; pero de una fuerte cuchillada en el pescuezo la despaché enteramente.

Poco después entró mi ama en la habitación, y viéndome todo lleno de sangre corrió hacia mí y me cogió en la mano. Yo señalé a la rata muerta, sonriendo y haciendo otras señas para significar que no estaba herido, de lo que ella recibió extremado contento. Llamó a la criada para que cogiese con unas tenazas la rata muerta y la tirase por la ventana. Después me puso sobre una mesa, donde yo le enseñé mi alfanje lleno de sangre, y limpiándolo en la vuelta de mi casaca lo volví a envainar.

Espero que el paciente lector sabrá excusar que me detenga en detalles que, por insignificantes que se antojen a espíritus vulgares de a ras de tierra, pueden ciertamente ayudar a un filósofo a dilatar sus pensamientos y su imaginación y a dedicarlos al beneficio público lo mismo que a la vida privada. Tal es mi intención al ofrecer estas y otras relaciones de mis viajes por el mundo, en las cuales me he preocupado principalmente de la verdad, dejando aparte adornos de erudición y estilo. Todos los lances de este viaje dejaron tan honda impresión en mi ánimo y están de tal modo presentes en mi memoria, que al trasladarlos al papel no omití una sola circunstancia interesante. Sin embargo, al hacer una escrupulosa revisión, taché varios pasajes de menos momento que figuraban en el primer original por miedo de ser motejado de fastidioso y frívolo.
JONATHAN SWIFT, Los viajes de Gulliver , Segunda parte:
Un viaje a Brobdingnag, capítulo primero
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/56817398763481662165679/p0000002.htm
(Seleccionado por Cristina Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, curso 2009-2010)

El cuento del caballero, Geoffrey Chaucer

Nos cuentan viejas leyendas que había una vez un duque llamado Teseo, dueño y señor de Atenas. No existía por entonces conquistador más poderoso bajo el sol. Había conquistado muchos reinos de inigualable riqueza y, por su caudillaje y valor caballeresco, incluso el país de las Amazonas, que por aquel entonces se llamaba Escitia, y se había casado con Hipólita, su reina. Se la llevó a vivir con él a su propio país, con la mayor pompa y esplendor, junto con Emilia, la hermana menor de aquélla. Y aquí dejo a este noble duque y a sus huestes armadas cabalgando victoriosamente y al son de la música hacia Atenas.
Si no resultara demasiado largo de narrar, describiría por­menorizadamente cómo fue vencido por Teseo y sus caballeros el país de las Amazonas y, muy especialmente, la enconada batalla que sostuvieron los atenienses con ellas; cómo Hipólita, la feroz y hermosa reina de Escitia, fue asediada; la fiesta que se celebró cuando su boda y la gran tormenta que les sobrevino en la travesía hacia su patria. Pero, de momento, debo omitir estos detalles, pues Dios sabe muy bien que tengo un gran campo que arar y que dispongo de débiles bueyes para tal menester. El resto de mi relato es bastante largo, y no quiero robar el tiempo a los demás. Que cada uno relate su cuento cuando le corresponda, y veremos quién gana el banquete. Voy, pues, a reanudar mi narración donde la dejé.
El duque del que iba hablando estaba ya en las inmediaciones de la ciudad cuando, en medio de su alegría y triunfo, observó por el rabillo del ojo a un grupo de mujeres vestidas de negro, arrodilladas de dos en dos, en hilera, a lo largo del camino. Sus lloros y lamentos eran tales que jamás criatura viviente alguna había oído algo semejante; no cesaron en sus gemidos hasta que consiguieron agarrar la brida y la rienda de su caballo.
-¿Quiénes sois que así turbáis mi regreso al hogar y la alegría general con vuestras lamentaciones? preguntó Teseo. ¿Por qué os quejáis y lamentáis así? ¿Acaso os molesta que reciba estos honores? ¿0 es que alguien os ha insulta­do u ofendido? Decidme qué es lo que debo enderezar y por qué razón vais así vestidas de negro.
Casi a punto de desmayo, con un semblante pálido como la muerte que partía el corazón, la dama de más edad empezó a hablar:
-Mi señor, a quien la diosa Fortuna ha concedido la victoria y todos los honores dignos de un conquistador, no nos molestan ni vuestros laureles ni vuestro triunfo, sino que os pedimos ayuda y gracia. ¡Tened piedad de nuestra pena y de nuestro infortunio! Que de la nobleza de vuestro corazón caiga al menos una gota de piedad sobre nosotras, pobres mujeres, pues, mi señor, no hay ninguna de nosotras que, en el pasado, no haya sido duquesa o reina. Pero ahora, como podéis ver, somos las más infelices de las mujeres, gracias a la rueda traicionera de la diosa Fortuna que hace que los asuntos no nos sean propicios. Creednos, mi señor: hemos estado aguardando vuestra llegada en el templo de la diosa de la Piedad durante dos semanas enteras. Ahora, señor, ¡ayudadnos, ya que podéis hacerlo!
»Yo, que lloro aquí mi desgracia, fui en el pasado la esposa del rey Capaneo, el que sucumbió en Tebas. ¡Maldito sea aquel infausto día! Todas las que aquí sollozamos, vestidas de negro, perdimos a nuestros esposos durante el asedio de la ciudad. ¡Ay de nosotras! En este preciso momento, el an­ciano Creón, ahora señor de Tebas, lleno de cólera e iniquidad está deshonrando sus cadáveres: con desprecio tiránico ha hecho amontonar los cuerpos degollados de nuestros esposos y no quiere ni oír hablar de quemarlos o de darles sepultura, sino que, lleno de desprecio, los arroja a los perros para que los devoren.
Al decir esto cayeron de bruces, gritando lastimosamente: -Tened compasión de nosotras, infortunadas mujeres, y dejad que nuestro dolor penetre en vuestro corazón. Cuando el duque les oyó hablar, de un salto se apeó del caballo, con el corazón lleno de compasión al ver la desgracia y abandono de aquellas mujeres que habían tenido tan alto rango. Sintió tan intensa piedad, que parecía que el corazón le iba a estallar. Levantó con sus brazos a cada una de ellas y trató de infundirles ánimo, jurando por su condición de caballero que utilizaría todo su poder en vengarlas del ti­rano, hasta que toda Grecia conociera la forma en que Teseo iba a dar a Creón la muerte a que se había hecho acreedor. Entonces, desplegó de inmediato su estandarte para congregar a sus hombres y se dirigió contra Tebas con todo su ejército. Ni siquiera media jornada se acercó a Atenas para descansar, sino que aquella noche pernoctó en el camino que conducía a Tebas. Envió a la reina Hipólita y a su joven y encantadora hermana Emilia a la ciudad de Atenas para que permanecieran allí mientras él seguía cabalgando. ¿Qué más puedo decir?
La roja imagen de Marte con su lanza y escudo resaltaba su gran estandarte blanco hasta que su reflejo brilló en todos los puntos de los campos que atravesó, junto al estandarte llevaba un pendón de oro, bordado con la figura del Mino­tauro, que había conquistado en Creta. De esta guisa el du­que conquistador cabalgó con sus huestes -la flor de la caballería- hasta llegar a Tebas, donde se desplegaron en per­fecto orden de batalla.
Para abreviar el relato: luchó con Creón, el rey de Tebas, y le mató en noble combate, como corresponde a un valiente caballero. Entonces, tras derrotar a los hombres de Creón, asaltó la ciudad, derribando murallas, vigas y puntales. Luego, Teseo restituyó a las mujeres los cadáveres de sus esposos para que recibieran sepultura siguiendo los ritos funerarios de costumbre. Tardaría demasiado en describir el griterío de las mujeres como expresión de su dolor cuando fueron incinerados los restos de sus esposos o en relatar la solemne ce­remonia con que el noble conquistador de Teseo las obse­quió en su despedida, pues quiero que mi cuento sea lo más breve posible.
Tras haber matado a Creón, tomado Tebas y dispuesto de todo el reino a su antojo, el noble duque Teseo pemoctó en el campamento al aire libre. A continuación dispuso del país a su gusto; los saqueadores se dedicaron al pillaje de los cadáveres, despojándolos de armas y ropajes. Sucedió que entre los cuerpos amontonados encontraron a dos jóvenes caballeros, que yacían uno al lado del otro y que iban vestidos con el mismo escudo de armas. Sus armaduras, ricamente elaboradas, estaban perforadas por varios golpes mortales. Uno de los caballeros se llamaba Arcite; el otro, Palamón. Aunque estaban medio vivos o medio muertos, como queráis, los heraldos los reconocieron, sobre todo por su equipo y sus escudos de armas, como primos y miembros, a su vez, de la real casa de Tebas. Los saqueadores los apartaron del montón de cadáveres y los transportaron con todo cuidado a la tienda de Teseo, quien, rechazando cualquier clase de res­cate, los envió inmediatamente a Atenas condenados a cadena perpetua. Después de dictar estas disposiciones, el noble duque y su ejército se dirigieron directamente a casa, coronados con los laureles conquistados allí, y, no hace falta decirlo, vivió honrado y alegre el resto de sus días.
Mientras, Palamón y su amigo Arcite permanecían encerrados para siempre en un torreón, sufriendo pena y oprobio. Con ninguna cantidad de oro podría comprarse su libertad.
Así transcurrían los días y los años. Una mañana del mes de mayo ocurrió que Emilia -más hermosa que un lirio en su tallo verde y más lozana que el mes de mayo en su florido esplendor, pues su tez competía ventajosamente con las rosas- se había levantado y vestido antes de romper el alba como solía hacer a menudo.
Las noches de mayo no son propicias para el sueño. En esta época del año los corazones nobles se agitan y salen a su conjuro de su sopor:
-¡Levántate y rinde homenaje a la primavera!
Esto hizo recordar a Emilia que debía rendirse a los encantos del mes de mayo y se levantó de la cama. Imagináosla vestida con ropajes nuevos, con su cabello de un dorado rubio cayéndole por la espalda en forma de trenza de casi una yarda de longitud, vagando sin rumbo por el jardín al amanecer para recoger flores blancas y rojas y tejer con ellas una guirnalda para su cabeza y cantando con voz celestial como la de un ángel.
Un torreón enorme, de gruesos y recios muros, en el que estaban encarcelados los dos caballeros protagonistas de mi relato, constituía la mazmorra más importante del castillo y tenía una pared común con el muro que rodeaba el jardín en el que Emilia se estaba solazando. El sol brillaba aquella mañana con todo su esplendor y el pobre cautivo Palamón se había levantado como de costumbre. Por condescendencia de su carcelero paseaba por una habitación elevada desde la que podía contemplarse la bella perspectiva de la ciudad y también el verdoso jardín por el que Emilia, tan radiante y lozana, se estaba paseando. Mientras, el cautivo Palamón andaba tristemente de un extremo a otro del aposento, compadeciéndose de sí mismo y lamentándose en voz alta con cierta frecuencia: «¡Ay de mí! ¿Por qué habré nacido?» Fuera por casualidad o porque el destino lo había dispuesto así, su mirada se posó en Emilia, a través de una ventana fuertemente protegida con barrotes de hierro, cuadrados y macizos como si fueran estacas de madera. Al verla retrocedió dando un grito que le brotó de lo más profundo de su corazón. Al percibir el ruido, Arcite se puso en pie y preguntó:
-¿Qué te pasa, primo? ¿Por qué tienes esta mortal pali­dez? ¿Por qué has gritado? ¿Qué te ha alterado de esta forma? ¡Por el amor de Dios!, resígnate con nuestro encierro. No tienes otra alternativa. Estas penalidades son el designio de la diosa Fortuna; alguna disposición maligna de Saturno64 y de las constelaciones lo permite, a pesar de todo lo que po­damos hacer. Estaba ya escrito en las estrellas cuando nacimos; por duro que sea, debemos aceptar nuestro destino. Palamón replicó:
-Verdaderamente, primo, estás muy equivocado. No fue esta cárcel la que me ha hecho gritar, sino porque mi ojo ha sido herido por una saeta que me ha llegado al corazón y me temo que resulte mortal. La belleza de la dama que he visto vagar por el jardín ha sido la única causa de mi grito y mi dolor. No puedo asegurar si se trata de una diosa o de una mujer, pero creo que se trata de la propia Venus.
Entonces cayó de rodillas y dijo:
Venus, si es tu voluntad manifestarte en este jardín a una criatura tan apenada y desgraciada como yo, ayúdanos a escapar de esta cárcel; sin embargo, si mi destino está irrevocablemente escrito y debo morir en cautividad, ten piedad de esta noble sangre humillada por la tiranía.
Pero mientras Palamón estaba hablando, los ojos de Arci­te divisaron también a la dama que paseaba por el jardín. Quedó tan conmovido ante su belleza, que si Palamón había resultado herido, Arcite lo fue también en el mismo o mayor grado. Con tristeza dijo: -La lozana belleza de esa muchacha que pasea por ahí me ha asestado un golpe tan repentino como mortal; si no llego a obtener su piedad y su favor para que, al menos, pueda verla, seré hombre muerto. Es todo lo que puedo decir.
Cuando Palamón oyó estas palabras, replicó secamente: -¿Dices esto en broma o en serio?
-En serio y de buena fe -repuso Arcite-. Dios es testigo de que no estoy de humor para chanzas.
Palamón frunció el ceño y contestó:
-No te honraría mucho serme desleal o traicionarme, si consideras que no solamente soy tu primo, sino tu hermano por juramento. Estamos unidos mutuamente por las más solemnes promesas hasta que la muerte nos separe. Ni tan sólo la muerte por tortura debe permitir que uno de nosotros estorbe al otro en cuestiones de amor o de cualquier otra naturaleza. Al revés. Tú, mi querido hermano, debes acudir en mi ayuda fielmente, de la misma forma en que yo debo acudir en la tuya. Esta fue la promesa que nos juramos, y sé perfectamente que no te atreverás a negarlo. Por esta razón yo con­fié completamente en ti; pero ahora tú estás tratando traicioneramente de amar a la dama que deberé querer y servir siempre hasta que mi corazón deje de latir. No, tú no lo harás, falaz Arcite, ¡te aseguro que no lo harás! Yo fui el primero en amarla; te comuniqué lo que me pasaba porque, como te dije, tú eres el confidente de mis secretos. Mi hermano por juramento dio su palabra de acudir a ayudarme y, por tanto, está obligado, en su calidad de caballero, a prestarme toda la ayuda que requiera. En otro caso te llamaré perjuro.
Arcite le reconvino desdeñosamente:
-Tú eres, más que yo, el que mayor probabilidad tiene de cometer perjurio. Tú si que has faltado a tu promesa, te lo digo francamente. Yo la amé con verdadera pasión antes que tú. ¿Qué dices a eso? Hasta ahora no sabías aún si era mujer o diosa. Tu amor es un efecto espiritual, mientras que el mío es el amor de un ser humano; por eso te he contado lo que me ha sucedido, como primo mío y hermano por juramento.
»Demos por supuesto, dentro de esta discusión, que tú la amas en primer lugar. ¿No has oído jamás el viejo adagio que dice: "¿Quién puede imponer la ley a un amante?”. Por mi alma te aseguro que el amor es una ley más poderosa que cualquier otra decretada por hombres mortales. Por consiguiente, todas las leyes hechas por los hombres y mandatos parecidos son quebrantados cada día por motivos de amor por todo tipo de gente. Un hombre ama contra toda razón.
Aunque tuviera que costarle la vida no tiene escapatoria, tanto si ella es doncella, viuda o esposa. De todas formas, es muy dificil que uno de los dos conquistemos sus favores, puesto que, como muy bien sabes, estamos condenados a prisión perpetua y no existe rescate que pueda redimimos.
»Estamos peleando como aquellos dos perros que lucharon todo el día por un hueso y no lo consiguieron; mientras ellos reñían, llegó un gavilán y se lo llevó delante de sus propias narices. Por ello, hermano mío, como en la alta política, que cada uno luche por sí mismo. Esto es todo lo que se puede hacer. Ámala si quieres, pero yo la amo y siempre la amaré. Querido hermano, cada uno de nosotros debe soportar estas cadenas y aceptar su suerte. Eso es todo.
Si tuviera tiempo describiría con todo detalle su larga y en­conada pelea, pero para abreviar os diré que, al final, un noble duque llamado Peroteo, que había sido amigo del duque Teseo desde que eran niños, llegó un día a Atenas. Solía hacer esto para tomarse unas vacaciones y visitar a su antiguo compañero de juegos. No había nadie a quien quisiera más en este mundo, y Teseo, en justa correspondencia, lo apreciaba con la misma intensidad y ternura. Tan grande era el aprecio mutuo que se tenían, que los ancianos escribas refieren que cuando uno de ellos murió, su amigo fue y le bajó a buscar a los infiernos. Pero ésa es otra historia.
El duque Peroteo sentía un gran aprecio por Arcite, pues durante muchos años le había tratado en Tebas. Después de mucho insistir, a instancias de Peroteo, el duque Teseo dejó salir a Arcite de la cárcel sin pagar rescate alguno y con libertad de ir a donde quisiera bajo la siguiente condición.
En términos sencillos, el convenio entre Teseo y Árcite fue éste: si Arcite era cogido vivo a cualquier hora del día o de la noche en los dominios de Teseo, sería decapitado; no tenía otra alternativa que despedirse y, sin dilación, volver a su patria. Era conveniente que no olvidase: el precio era su cabeza.
¡Qué angustia sufrió entonces Arcite! Sintió a la muerte penetrar en su corazón; lloró y se lamentó y lanzó quejidos lastimeros, esperando secretamente una oportunidad para suicidarse.
-¡Ay del día en que nací! -gritaba-, pues ahora mi cárcel es más dura que antes. Estoy eternamente condenado a vivir, y no en el purgatorio, sino en el infierno. ¡Ay de mí! ¿Por qué conocí a Peroteo? De lo contrario habría permanecido con Teseo, encadenado en su cárcel para siempre. En­tonces hubiera vivido en la felicidad en vez de la desesperación. El simple hecho de ver a la mujer que adoro habría sido más que suficiente para mí, aunque nunca conquistase su ca­riño. Querido primo Palamón -prosiguió-, en este caso saliste ganando. ¡Con qué felicidad sigues en la cárcel! ¿Qué digo? ¿Cárcel? ¡Paraíso!
»La diosa Fortuna ha cargado los dados en tu favor: tú disfrutas de la presencia de Emilia, yo sufro su ausencia. Y es posible (pues tú estás cerca de ella y eres un caballero valiente lleno de recursos) que tú, por casualidad -pues la Fortuna es veleidosa-, más tarde o temprano alcances lo que de­seas. En cuanto a mí, exiliado y desprovisto de toda esperanza, me hallo en tal estado de desesperación, que ni la tierra, ni el fuego, ni el agua, ni el aire, ni criatura alguna hecha de estos elementos puede proporcionarme consuelo o remedio. Bien puedo perecer de desesperación y tristeza. ¡Adiós vida, alegría y felicidad!
»¡Ay! ¿Por qué la gente, en general, se queja de lo que disponen Dios o la Fortuna, quienes con frecuencia y de tan diverso modo arreglan los acontecimientos mejor de lo que ellos mismos podrían imaginar? Uno tiene riquezas, que pueden causar su muerte o pérdida de la salud; otro es liberado de la cárcel, sólo para perecer bajo el cuchillo de sus criados al llegar a casa. Infinitas calamidades provienen de esta forma de proceder: no sabemos qué es lo que pedimos en oración a los dioses aquí abajo. Nos comportamos como un hombre borracho como una cuba: sabe perfectamente que tiene un hogar al que dirigirse, pero desconoce dónde se halla. Y el hombre bebido camina por senda resbaladiza. Así es como nosotros andamos por el mundo, en busca desesperada de la felicidad, pero, generalmente, donde no se encuentra. Esto es cierto para todos nosotros, pero muy particularmente para mí. Yo que tenía la idea de que si lograba escapar de la prisión mi felicidad y bienestar estarían asegurados, ahora me encuentro en el exilio y sin reposo para mi espíritu. Si no puedo verte, Emilia, no soy mejor que un cadáver viviente; no hay solución.
Cuando Palamón comprobó que Arcite se había marchado, dio tales gritos que la gran torre vibró con sus voces descompasadas. Los grilletes que cercaban sus hinchados tobillos quedaron humedecidos por sus saladas y amargas lágrimas.
-¡Oh primo Arcite! -exclamó-, Dios sabe que has salido el mejor librado en nuestra pelea. Ahora puedes andar a tus anchas por Tebas sin pensar en mi desgracia. Siendo un hombre astuto y decidido, tienes ocasión de reunir nuestras gentes y declarar contra Atenas una guerra tan feroz, que mediante un ataque osado o algún tratado consigas a Emilia por dama y esposa -por quien yo debo perecer aquí. Comparando nuestras posibilidades, tu situación es muy superior a la mía, pues aquí estoy muriendo enjaulado. Tú eres un príncipe que ya no está en prisión, sino en libertad. Pero yo tengo que llorar y lamentar toda mi vida la desgracia que acarrea el estar encarcelado, más las punzadas de dolor que provoca en mí el amor, lo que duplica mi tormento y mi pena.
Entonces se encendió en su pecho la llama de los celos y agarró su corazón con tal fuerza, que el color de su piel adoptó el del boj o el de las cenizas de un fuego apagado, y gritó:
-¡Oh, vosotros, dioses crueles que gobernáis el mundo, sometiéndolo con vuestras leyes implacables y escribiendo vuestras decisiones y decretos eternos en tablas diamantinas!, ¿cómo puede preocuparos más la humanidad que las ovejas de un redil? Pues el hombre muere igual que cualquier otro animal y, a menudo, sufre arrestos y cárcel o padece pestes y adversidades sin culpa alguna. ¿Qué designio figura en vuestra presciencia al atormentar al inocente y al que carece de toda culpa? Y lo que acrecienta toda esta penitencia es que el hombre se ve obligado a caminar según las leyes de Dios y debe reprimir sus deseos, mientras que una bestia es libre de hacer lo que le parece; una vez muerto, no se siente dolor; sin embargo, después de la muerte el hombre debe llorar y sufrir aunque haya padecido mucho en este mundo. No hay duda de que, como están las cosas, se debe dejar a los teólogos que proporcionen la respuesta; pero de una cosa estoy seguro: que aquí en la tierra hay muchos padecimientos. »¡Ay!, veo a una víbora, a un ladrón que ha hecho daño a muchos hombres buenos, quedar libre para ir a donde le plazca, mientras yo tengo que languidecer en prisión porque Saturno y Juno en su furor celoso han destruido por completo la mejor sangre de Tebas, cuyas espesas murallas yacen ahora derruidas, y por otro lado Venus me mata de celos y temor por causa de Arcite.
Ahora voy a dar descanso a Palamón y lo dejaré en prisión, mientras me extiendo en mi relato sobre Arcite.
Pasa el verano y sus largas noches doblan los violentos tormentos del amante Arcite y del prisionero Palamón. No sé cuál de los dos es el que debe soportar más dolor. Para abreviar, Palamón está condenado a prisión perpetua, cargado de cadenas y grilletes hasta que muera. Arcite, en cambio, exiliado bajo pena de muerte, no podrá ver jamás a su dama en los dominios de Teseo.
Ahora, vosotros que amáis, dejadme que os formule una pregunta: ¿quién sufre más por ello, Arcite o Palamón? ¿El que ve a su dama diariamente, pero está encerrado para siempre, o el que es libre de ir donde le plazca, pero no verá nunca más a su dama? Aquellos de vosotros que podáis, elegid entre las dos situaciones a voluntad; yo, por mi parte, continuaré como he empezado.

Geoffrey Chaucer, El Cuento del Caballero, http://www.ddooss.org/articulos/cuentos/Canterbury_1.htm, Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, curso 2009-2010, segundo de Bachillerato.

La escuela de las mujeres; Escena II, Molière

ARNOLPHE. (sentado) Agnès, deje sus labores para escucharme. Alce un poco la cabeza y gire la cara: así, y míreme mientras le hablo. Grábese bien hasta la última palabra que le voy a decir. Yo la desposo, Agnès, y cien veces por día debe agradecer la suerte que ha tenido. Piense en la miseria de la cual salió y admire mi bondad, que la hizo ascender del vil estado de pobre campesina al rango de honorable burguesa y gozar de los abrazos y la unión con un hombre que antes huía de todos estos compromisos, y cuyo corazón le negó a veinte partidos muy aceptables el honor que hoy quiere hacerle a usted. Debe mantener siempre, repito, ante sus ojos, lo poco que valía antes de este lazo glorioso, para que esa visión la ayude a merecer el estado que le proporciono y a conocerse mejor, y para que me enorgullezca siempre de este acto. El casamiento, Agnès, no es un juego: una mujer casada tiene deberes austeros, y como yo lo entiendo, usted no llega a él para ser libertina ni para pasarla bien. Su sexo existe para ser dependiente; el poder está del lado de las barbas. Aunque seamos dos mitades de una sociedad, entre esas mitades no hay igualdad; una mitad es suprema, la otra, subalterna; una se somete en todo a la otra, que gobierna; y ni siquiera la obediencia que el soldado instruido en su deber demuestra con el jefe que lo manda, el sirviente con su amo, el hijo con su padre y el cura más humilde con su superior, se acercan a la docilidad, a la obediencia, a la humildad y al profundo respeto que la mujer debe tener por su marido, que es también jefe, señor y maestro. Cuando él la mira serio, ella baja la vista de inmediato; y no se atreve a mirarlo nunca de frente, a menos que él le conceda ese favor con una mirada amable. Eso es lo que no entienden las mujeres de hoy; no se deje arruinar por el mal ejemplo de otras. Cuídese de imitar a esas malas mujeres de cuyas locuras habla toda la ciudad, y no se deje conquistar por los asaltos del demonio, es decir, no escuche a ningún rubiecito. Piense, Agnès, que al dejarla compartir mi persona es mi honor lo que pongo en sus manos. Piense que ese honor es tierno y se hiere de nada, que con él no se juega, y que en el infierno hay calderos hirvientes donde se sumerge para siempre a las mujeres indecentes. Todo esto que le digo no es un cuento; memorice estas lecciones. Si su alma las sigue y huye de la coquetería, será siempre blanca y pura como un lirio. Pero si da un paso en falso en el camino del honor, se volverá negra como el carbón, todos la verán como un objeto despreciable y un día se irá, en manos del diablo, a hervir en el infierno por toda la eternidad: ¡que la bondad celestial la proteja de ello! Haga la reverencia. Así como una novicia debe conocer de memoria sus tareas en el convento, al entrar al matrimonio es necesario hacer lo mismo. Aquí, en mi bolsillo, tengo un escrito importante (se levanta) que le enseñará el oficio de esposa. Ignoro quién es el autor, pero es algún alma buena. Quiero que sea su única lectura. Tenga. Veamos un poco si lo lee bien.

AGNÈS. (lee)
LAS MÁXIMAS DEL MATRIMONIO,
o los deberes de la mujer casada,
con sus ejercicios diarios.
Iª Máxima: Aquella que entra al lecho de otro gracias a una unión honesta debe meterse en la cabeza, a pesar de cómo andan las cosas hoy en día, que el hombre que la toma lo hace sólo para él.

Jean-Baptiste Poquelin. Molière, La escuela de las mujeres, http://marianofiszmantraducciones.blogspot.com/2009/09/la-escuela-de-las-mujeres-de-moliere.html)
Texto seleccionado por Fabiola Muñoz, segundo de Bachillerato, curso 2009/2010.

William Shakespeare "Soneto CXVI"

Permítaseme que no admita impedimentos al enlace de las almas fieles. No es amor el amor que al percibir un cambio cambia, o que propende con el distanciado a distanciarse.

¡Oh, no! Es un faro inmóvil que contempla las tempestades y no se estremece nunca; es la estrella para todo barco sin rumbo, cuya virtud se desconoce aunque se tome su altura.

El amor no es juguete del Tiempo, por más que lleguen al alcance de su corva guadaña los labios y las mejillas de rosa; el amor no se altera con las horas y las semanas rápidas, sino que perdura hasta el fin de los días.

Si esto es error y puede probárseme, yo no he escrito nunca, ni hombre ninguno ha amado jamás.



William Shakespeare, "Soneto CXVI", http://mielhvn.spaces.live.com/blog/cns!2CBB7F60138B0BB6!135.entry
Seleccionado por Cristina Martín, segundo de bachillerato, curso 2009/2010).

Los viajes de Gulliver, Parte III: "Un viaje a Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib y el Japón." Los viajes de Gulliver, Parte III, Capítulo I

No llevaba en casa arriba de diez días, cuando el capitán William Robinson, de Cornwall, comandante del Hope Well, sólido barco de trescientas toneladas, se presentó a verme. Yo había sido ya médico en otro barco que él patroneaba, y navegado a la parte, con un cuarto del negocio, durante una travesía a Levante. Me había tratado siempre más como a hermano que como a subordinado, y, enterado de mi llegada, quiso hacerme una visita, puramente de amistad por lo que pensé, ya que en ella sólo ocurrió lo que es natural después de largas ausencias. Pero repetía sus visitas, expresando su satisfacción por encontrarme con buena salud, preguntando si me había establecido ya por toda la vida y añadiendo que proyectaba una travesía a las Indias orientales para dentro de dos meses; viniendo, por último, a invitarme francamente, aunque con algunas disculpas, a que fuese yo el médico del barco. Díjome que tendría otro médico a mis órdenes, aparte de nuestros dos ayudantes; que mi salario sería doble de la paga corriente, y que, como sabía que mis conocimientos, en cuestiones de mar por lo menos, igualaban los suyos, se avendría a cualquier compromiso de seguir mi consejo en iguales términos que si compartiésemos el mando.

Me dijo tantas amables cosas, y yo le conocía como hombre tan honrado, que no pude rechazar su propuesta; tanto menos cuanto que el deseo de ver mundo seguía en mí tan vivo como siempre. La única dificultad que quedaba era convencer a mi esposa, cuyo consentimiento, sin embargo, alcancé al fin, con la perspectiva de ventajas que ella expuso a los hijos.

Emprendimos el viaje el 5 de agosto de 1706, y llegamos a Fort St. George el 11 de abril de 1707. Permanecimos allí tres semanas para descanso de la tripulación, de la cual había algunos hombres enfermos. De allá fuimos a Tonquín, donde el capitán decidió seguir algún tiempo, pues muchas de las mercancías que quería comprar no estaban listas, ni podía esperar que quedasen despachadas en varios meses. En consecuencia, para compensar en parte los gastos que había de hacer, compró una balandra y me dio autorización para traficar mientras él concertaba sus negocios en Tonquín.

No habíamos navegado arriba de tres días, cuando se desencadenó una gran tempestad, que nos arrastró cinco días al Nornordeste, y luego al Este; después de lo cual tuvimos tiempo favorable, aunque todavía con viento bastante fuerte por el Oeste. En el décimo día nos vimos perseguidos por dos barcos piratas, que no tardaron en alcanzarnos, pues la balandra iba tan cargada que navegaba muy despacio, y nosotros tampoco estábamos en condiciones de defendernos.

Fuimos abordados casi a un tiempo por los dos piratas, que entraron ferozmente a la cabeza de sus hombres; pero hallándonos postrados con las caras contra el suelo -lo que di orden de hacer-, nos maniataron con gruesas cuerdas y, después de ponernos guardia, marcharon a saquear la embarcación.

Advertí entre ellos a un holandés que parecía tener alguna autoridad, aunque no era comandante de ninguno de los dos barcos. Notó él por nuestro aspecto que éramos ingleses, y hablándonos atropelladamente en su propia lengua juró que nos atarían espalda con espalda y nos arrojarían al mar. Yo hablaba holandés bastante regularmente; le dije quién era y le rogué que, en consideración a que éramos cristianos y protestantes, de países vecinos unidos por estrecha alianza, moviese a los capitanes a que usaran de piedad con nosotros. Esto inflamó su cólera; repitió las amenazas y, volviéndose a sus compañeros, habló con gran vehemencia, en idioma japonés, según supongo, empleando frecuentemente la palabra cristianos.

El mayor de los dos barcos piratas iba mandado por un capitán japonés que hablaba el holandés algo, pero muy imperfectamente. Se me acercó, y después de varias preguntas, a las que contesté con gran humildad, dijo que no nos matarían. Hice al capitán una profunda reverencia, y luego, volviéndome hacia el holandés, dije que lamentaba encontrar más merced en un gentil que en un hermano cristiano. Pero pronto tuve motivo para arrepentirme de estas palabras, pues aquel malvado sin alma, después de pretender en vano persuadir a los capitanes de que debía arrojárseme al mar -en lo que ellos no quisieron consentir después de la promesa que se me había hecho de no matarnos-, influyó, sin embargo, lo suficiente para lograr que se me infligiese un castigo peor en todos los humanos aspectos que la muerte misma. Mis hombres fueron enviados, en número igual, a ambos barcos piratas, y mi balandra, tripulada por nuevas gentes. Por lo que a mí toca, se dispuso que sería lanzado al mar, a la ventura, en una pequeña canoa con dos canaletes y una vela y provisiones para cuatro días -éstas tuvo el capitán japonés la bondad de duplicarlas de sus propios bastimentos-, sin permitir a nadie que me buscase. Bajé a la canoa, mientras el holandés, de pie en la cubierta, me atormentaba con todas las maldiciones y palabras injuriosas que su idioma puede dar de sí.

Como una hora antes de ver a los piratas había hecho yo observaciones y hallado que estábamos a una latitud de 46º N. y una longitud de 183. Cuando estuve a alguna distancia de los piratas descubrí con mi anteojo de bolsillo varias islas al Sudeste. Largué la vela con el designio de llegar, aprovechando el viento suave que soplaba, a la más próxima de estas islas, lo que conseguí en unas tres horas. Era toda peñascosa; encontré, no obstante, muchos huevos de pájaros, y haciendo fuego prendí algunos brezos y algas secas y en ellos asé los huevos. No tomé otra cena, resuelto a ahorrar cuantas provisiones pudiese. Pasé la noche al abrigo de una roca, acostado sobre un poco de brezo, y dormí bastante bien.

Al día siguiente navegué a otra isla, y luego a una tercera y una cuarta, unas veces con la vela y otras con los remos. Pero, a fin de no molestar al lector con una relación detallada de mis desventuras, diré sólo que al quinto día llegué a la última isla que se me ofrecía a la vista, y que estaba situada al Sudsudeste de la anterior. Estaba esta isla a mayor distancia de la que yo calculaba, y no llegué a ella en menos de cinco horas. La rodeé casi del todo, hasta que encontré un sitio conveniente para tomar tierra, y que era una pequeña caleta como de tres veces la anchura de mi canoa. Encontré que la isla era toda peñascosa, con sólo pequeñas manchas de césped y hierbas odoríferas. Saqué mis exiguas provisiones, y, luego de haberme reconfortado, guardé el resto en una cueva, de las que había en gran número. Cogí muchos huevos por las rocas y reuní una cierta cantidad de algas secas y hierba agostada, que me proponía prender al día siguiente para con ella asar los huevos como pudiera -pues llevaba conmigo pedernal, eslabón, mecha y espejo ustorio-. Descansé toda la noche en la cueva donde había metido las provisiones. Fueron mi lecho las mismas algas y hierbas secas que había cogido para hacer fuego. Dormí muy poco, pues la intranquilidad de mi espíritu pudo más que mi cansancio y me tuvo despierto. Consideraba cuán imposible me sería conservar la vida en sitio tan desolado y qué miserable fin había de ser el mío. Con todo, me sentía tan indiferente y desalentado, que no tenía ánimo para levantarme, y primero que reuní el suficiente para arrastrarme fuera de la cueva, el día era muy entrado ya.

Paseé un rato entre las rocas; el cielo estaba raso completamente, y el sol quemaba de tal modo, que me hizo desviar la cara de sus rayos; cuando, de repente, se hizo una oscuridad, muy distinta, según me pareció, de la que se produce por la interposición de una nube. Me volví y percibí un vasto cuerpo opaco entre el sol y yo, que se movía avanzando hacia la isla. Juzgué que estaría a unas dos millas de altura, y ocultó el sol por seis o siete minutos; pero, al modo que si me encontrase a la sombra de una montaña. No noté que el aire fuese mucho más frío ni el cielo estuviese más oscuro. Conforme se acercaba al sitio en que estaba yo, me fue pareciendo un cuerpo sólido, de fondo plano, liso y que brillaba con gran intensidad al reflejarse el mar en él. Yo me hallaba de pie en una altura separada unas doscientas yardas de la costa, y vi que este vasto cuerpo descendía casi hasta ponerse en la misma línea horizontal que yo, a menos de una milla inglesa de distancia. Saqué mi anteojo de bolsillo y pude claramente divisar multitud de gentes subiendo y bajando por los bordes, que parecían estar en declive; pero lo que hicieran aquellas gentes no podía distinguirlo.

El natural cariño a la vida despertó en mi interior algunos movimientos de alegría, y me veía pronto a acariciar la esperanza de que aquel suceso viniese de algún modo en mi ayuda para librarme del lugar desolado y la triste situación en que me hallaba. Pero, al mismo tiempo, difícilmente podrá concebir el lector mi asombro al contemplar una isla en el aire, habitada por hombres que podían -por lo que aparentaba- hacerla subir o bajar, o ponerse en movimiento progresivo, a medida de su deseo. Pero, poco en disposición entonces de darme a filosofías sobre este fenómeno, preferí más bien observar qué ruta tomaba la isla, que parecía llevar quieta un rato. Al poco tiempo se acercó más, y pude distinguir los lados de ella circundados de varias series de galerías y escaleras, con determinados intervalos, como para bajar de unas a otras. En la galería inferior advertí que había algunas personas pescando con caña y otras mirando. Agité la gorra -el sombrero se me había roto hacía mucho tiempo- y el pañuelo hacia la isla; cuando se hubo acercado más aún, llamé y grité con toda la fuerza de mis pulmones, y entonces vi, mirando atentamente, que se reunía gentío en aquel lado que estaba enfrente de mí. Por el modo en que me señalaban y en que me indicaban unos a otros conocí que me percibían claramente, aunque no daban respuesta ninguna a mis voces. Después pude ver que cuatro o cinco hombres corrían apresuradamente escaleras arriba, a la parte superior de la isla, y desaparecían luego. Supuse inmediatamente que iban a recibir órdenes de alguna persona con autoridad para proceder en el caso.

Aumentó el número de gente, y en menos de media hora la isla se movió y elevó, de modo que la galería más baja quedaba paralela a la altura en que me encontraba yo, y a menos de cien yardas de distancia. Adopté entonces las actitudes más suplicantes y hablé con los más humildes acentos, pero no obtuve respuesta. Quienes estaban más próximos, frente por frente conmigo, parecían personas de distinción, a juzgar por sus trajes. Conferenciaban gravemente unos con otros, mirándome con frecuencia. Por fin, uno de ellos me gritó en un dialecto claro, agradable, suave, no muy diferente en sonido del italiano; de consiguiente, yo contesté en este idioma, esperando, al menos que la cadencia seria más grata a los oídos de quien se me dirigía. Aunque no nos entendimos, el significado de mis palabras podía comprenderse fácilmente, pues la gente veía el apuro en que me encontraba.

Me hicieron seña de que descendiese de la roca y avanzase a la playa, como lo hice; fue colocada a conveniente altura la isla volante, cuyo borde quedó sobre mí; soltaron desde la galería más baja una cadena con un asiento atado al extremo, en el cual me sujeté, y me subieron por medio de poleas.

JONATHAN_SWIFT, Los viajes de Gulliver, tercera parte, capítulo primero, http://es.wikisource.org/wiki/Los_viajes_de_Gulliver:_Parte_III,_Cap%C3%ADtulo_I
(Seleccionado por Cristina Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, curso 2009-2010)

Robinson Crusoe, capítulo V; Daniel Defoe

Capítulo V - construye una casa - El Diario



- Yo, pobre miserable Robinson Crusoe, de haber naufragado durante una terrible tempestad en alta mar, llegaron a la playa de esta isla triste, lamentable, que llamé "La isla de la Desesperación", que se ahogó todo el resto de la tripulación del barco, y yo casi muerto.

Todo el resto de los días que pasé en que afligen a mí mismo en las circunstancias deprimentes me llevaron a - a saber. Yo no tenía ni comida, casa, ropa, armas, ni el lugar para volar a, y en la desesperación de toda medida cautelar, no vi nada sino la muerte antes que yo - ya sea que debo ser devorado por las fieras, asesinado por los salvajes, o murieron de hambre para la falta de alimentos. Al llegar la noche dormía en un árbol, por miedo a las criaturas salvajes, pero se durmió profundamente, a pesar de que llovió toda la noche.

1 de octubre. - En la mañana vi, para mi gran sorpresa, la nave había flotado con la marea alta, y fue conducido nuevamente en la costa mucho más cerca de la isla, que, como se trataba de alguna comodidad, por un lado - para, ya su pie se , y no pedazos, tenía la esperanza, si el viento amainó, podría subir a bordo, y conseguir algo de comida y lo necesario de su ayuda para mi - así, por otro lado, renovó mi pena por la pérdida de mi compañeros, que me imaginaba, si todos habíamos quedado a bordo, podría haber salvado el barco, o, al menos, que no habría sido ahogado como lo fueron, y que, si el hombre ha guardado, se podría tal vez nos construyeron un barco de las ruinas de la nave que nos llevó a alguna otra parte del mundo. Pasé gran parte de este día en mi perplejidad sobre estas cosas, pero al final, viendo que el barco casi seco, fui a la arena tan cerca como pude, y luego nadó a bordo. Este día también seguía lloviendo, aunque con nada de viento.

Desde el 1 de octubre al 24. - - Todos estos días todo pasó en muchos varios viajes para conseguir todo lo que podía salir de la nave, que había llevado a tierra cada marea de inundación en las balsas. Mucha lluvia también en los días, aunque con algunos intervalos de buen tiempo, pero parece que esta fue la temporada de lluvias.

OCT. Octubre 20.- Mi balsa volcó, y todos los bienes que había puesto sobre él, pero, estando en aguas poco profundas, y las cosas ha sido el principal pesado, me he recuperado muchos de ellos cuando la marea estaba baja.

Octubre 25. 25. - It rained all night and all day, with some gusts of wind; during which time the ship broke in pieces, the wind blowing a little harder than before, and was no more to be seen, except the wreck of her, and that only at low water. - Llovió toda la noche y todo el día, con algunas ráfagas de viento, tiempo durante el cual el buque se partió en pedazos, el viento que sopla un poco más difícil que antes, y no era más que ver, excepto los restos de ella, y que sólo en la bajamar. I spent this day in covering and securing the goods which I had saved, that the rain might not spoil them. Pasé el día en cubrir y asegurar los bienes que me había salvado, que la lluvia no echara a perder.

OCT. Octubre 26. - Caminé por la costa casi todo el día, para descubrir un lugar para fijar mi morada, muy preocupado por ponerme a salvo de cualquier ataque en la noche, ya sea de animales salvajes o de los hombres. Hacia la noche, me fijo en un sitio adecuado, en virtud de una roca y tracé un semicírculo para mi campamento, lo que me decidí a reforzar con una obra, muralla o fortificación, hecho de pilas doble, forrada por dentro con los cables, y sin con césped.

Desde el 26 al 30 trabajé muy duro para llevar a todos mis bienes a mi nueva morada, aunque una parte de la vez que llovía muy fuerte.

El día 31, en la mañana, me fui a la isla con la escopeta, a buscar algo de comida, y descubrir el país, cuando yo maté a una cabra, y su hijo me seguía a casa, que he muerto después también, porque no alimentaría.

1 de noviembre. - Puedo configurar mi tienda debajo de una roca, y allí la primera noche, por lo que es tan grande como pude, con estacas clavadas en el swing a mi hamaca.

NOV. Noviembre 2 Puedo configurar las cajas y tablas, y los pedazos de madera que hizo que mi balsas, y con ellos formó una valla alrededor de mí, un poco en el lugar que me había marcado para mi fortaleza.

NOV. Noviembre 3. Salí con mi arma, y mató a dos aves como patos, que eran muy buenas. Por la tarde se fue a trabajar para hacerme una mesa.

Noviembre 4. Esta mañana me puse a ordenar mis horas de trabajo, de salir con mi arma, el tiempo de sueño, y el tiempo de diversión - a saber. Cada mañana salía con la escopeta de dos o tres horas, si no llovía, y luego dediqué a trabajar hasta las once de la mañana y luego comer lo que tenía para vivir, y doce a dos me acosté a el sueño, el tiempo era excesivamente caliente, y luego, en la noche, a trabajar de nuevo. La parte de trabajo de este día y del siguiente estaban totalmente ocupados en hacer la mesa, pues estaba aún, pero un obrero muy triste, aunque el tiempo y la necesidad me hizo una completa mecánico naturales, poco después, como creo que lo haría cualquier otro .

Noviembre 5. Este día fue al extranjero con mi arma y mi perro, y mató a un gato salvaje, la piel muy suave, pero su carne no sirve para nada, cada criatura que maté me tomó de las pieles y preservado. Regresando por la orilla del mar, vi a muchos tipos de aves marinas, que yo no entendía, pero fue sorprendido y casi asustado, con dos o tres sellos, que, mientras yo estaba mirando, no sabiendo muy bien lo que se, se metió en el mar, y se me escapó por ese tiempo.

NOV. Noviembre 6. - Después de mi paseo matinal me fui a trabajar con mi mesa, y la terminó, aunque no de mi gusto, no pasó mucho tiempo antes de aprender a arreglarla.

Noviembre 7. Ahora que empezó a ser resuelta buen tiempo. The 7th, 8th, El 7 º, 8 º,

9, 10, y parte de los 12 (el 11 era domingo), tomé todo depende de hacer una silla, y con mucho ruido y pocas lo llevó a una forma aceptable, pero nunca a favor de mí, y pese a que la saqué en pedazos en varias ocasiones.

NOTE. NOTA. Pronto me olvidaba de mi domingos de mantenimiento, pues, la omisión de mi marca para ellos en mi puesto, me olvidé de quién era quién.

Noviembre 13. Este día llovió, me refrescó mucho, y se enfría la tierra, pero fue acompañada de terribles truenos y relámpagos, que me asustó terriblemente, por temor a la pólvora. Tan pronto como se terminó, decidí separar mi provisión de pólvora en tantos pequeños paquetes como sea posible, que no podría estar en peligro.

NOV. Noviembre 14, 15, 16. 14, 15, 16. Estos tres días que pasé a hacer pequeñas cajas cuadradas, o cajas, lo que podría contener cerca de una libra, o dos libras a lo sumo, de polvo, y así, poniendo el polvo, yo guardaba en lugares tan seguro y remoto de un otro como sea posible. En uno de estos tres días que mató a un pájaro grande que era bueno para comer, pero no sabía cómo llamarlo.

NOV. Noviembre 17.- Este día me empezaron a cavar detrás de la tienda en la roca, para hacer espacio para mi conveniencia adicional.

NOTA. Tres cosas que yo quería en extremo para este trabajo - a saber. un pico, una pala y una carretilla de mano o una canasta, así que desistí de mi trabajo, y comenzó a estudiar el modo de suministro que desea, y me hacen algunas herramientas. En cuanto a la piqueta, hice uso de los cuervos de hierro, que fueron lo suficientemente adecuada, aunque pesado, pero lo siguiente era una pala o una azada, lo que era absolutamente necesario, que, efectivamente, no podía hacer nada sin él efectivamente, pero ¿Qué clase de uno a hacer yo no lo sabía.

NOV. Noviembre 18. 18. - Al día siguiente, en la búsqueda de los bosques, me encontré con un árbol de la que la madera, o como él, que en el Brasil que ellos llaman el árbol de hierro, por su excesiva dureza. De esta cantidad, con gran trabajo, y de estropear mi hacha, corté un pedazo, y lo llevó a casa, también, con bastante dificultad, ya que era superior a pesados. La excesiva dureza de la madera, y mi no tener otra forma, me hizo mucho tiempo en esta máquina, para que efectivamente he trabajado poco a poco en la forma de una pala o una azada, el mango era como la nuestra, en Inglaterra, sólo que la parte de a bordo que no tengan cubierta de hierro que en el fondo, que no duraría mucho tiempo, sin embargo, sirvió muy bien para los usos que he tenido ocasión de poner a, pero nunca fue una pala, creo, hizo después de que la moda, más o menos larga en la fabricación.

Yo estaba siendo deficiente, porque quería una canasta o una carretilla. Una canasta que no podía hacer por cualquier medio, sin tener las cosas tales como ramas que se doblan para hacer mimbre-ware - al menos, ninguno aún descubierto, y como a una carretilla, imaginé que podría hacer todo menos la rueda, pero que yo no tenía idea de, ni sabía cómo hacer para que, además, no tenía los medios posibles para que los gobios de hierro para el eje o eje de la rueda para correr en el, así que renuncié a ello, y así, para transportar la tierra que sacaba de la cueva, me hizo una cosa así a una artesa que los trabajadores llevan mortero en cuando sirven los albañiles. Esto no fue tan difícil para mí como la toma de la pala y, sin embargo esta y la pala, y el intento que hice en vano de hacer una carretilla, me llevó no menos de cuatro días - me refiero siempre a excepción de mi paseo matutino con mi arma, que no pocas veces, y muy pocas veces dejaba también traer algo de comer.

NOV. Noviembre 23. 23. - Mi trabajo tiene ahora otro se detuvo, a causa de mi toma de estas herramientas, cuando se terminó seguí, y trabajando todos los días, mi fuerza y el tiempo permitido, pasé dieciocho días completos para ampliar y profundizar la cueva, que podría celebrar mis efectos cómodamente.

NOTE. NOTA. -Durante todo este tiempo he trabajado para hacer que esta habitación o cueva lo suficientemente espaciosa para acomodar a mí como un almacén o una revista, una cocina, un comedor, y una bodega. AEn cuanto a mi casa, seguí hasta la tienda, a excepción de que a veces, en la estación lluviosa del año, llovió tanto que no podía mantenerme en seco, lo que me hizo tarde para cubrir toda mi lugar en mi pálido, con largos palos , en forma de vigas, apoyado en la roca, y la carga con banderas y grandes hojas de los árboles, como un techo de paja.

DECEMBER 10. 10 de diciembre. -Ahora comencé a pensar en la cueva o bóveda terminado, cuando de pronto (parece que me había hecho demasiado grande) una gran cantidad de tierra cayó desde lo alto por un lado, tanto que, en resumen, me asusté , y no sin razón, también, que si yo había estado bajo que nunca, yo quería un sepulturero.Ya había una gran cantidad de trabajo que hacer de nuevo, pues había la tierra suelta para llevar a cabo, y que era más importante, tenía el techo para sostener, de modo que yo pueda estar seguro de no bajaría .

DEC. Diciembre 11. 11. - Ese día me fui a trabajar con ella en consecuencia, y obtuvo dos orillas o postes verticales lanzó a la cima, con dos tablas cruzadas sobre cada uno, lo terminé el día siguiente, y el establecimiento de más puestos con tableros, en unos una semana más tarde tenía el techo garantizado, y los puestos, de pie en filas, me sirvieron para dividir a la parte fuera de la casa.

DEC. Diciembre 17. 17. - Desde este día hasta el 20 coloqué estantes y clavos en los postes, para colgar todo lo que pudiese colgar, y ahora empecé a poner cierto orden dentro de casa.

Diciembre 20. Ahora lo llevó todo en la cueva, y comenzó a aportar mi casa, y establecer algunas piezas de las juntas como un armario, a fin puse mis provisiones, pero las tablas empezaron a ser muy escasos conmigo, también hice otra mesa .

DEC. Diciembre 24. Mucha lluvia toda la noche y todo el día. No stirring out. No salí.

DEC. Diciembre 25. - Lluvia todo el día.

DEC. Diciembre 26 No hay lluvia, y la tierra mucho más fresco que antes, y más agradable.

DEC. Diciembre 27. Maté una cabra joven, y cojo otro, así que me atrapó y lo llevó con una cuerda, y cuando lo tenía en casa, atada y dividida su pierna, que se rompió.

NB - Yo cuidaba de ella que vivía, y la pierna de crecer bien y tan fuerte como siempre, pero, por mi enfermería tanto tiempo, creció mansos, y se alimentaba de la poco verde a mi puerta, y no quería entrar fuera. Thi Esta fue la primera vez que me entretuvo un pensamiento de la cría de algunos animales domesticados, que podría tener comida cuando mi pólvora y se había gastado.

DEC. Diciembre 28,29,30,31.Grandes calores, y nada de brisa, de modo que no hubo agitación en el extranjero, salvo en la noche, los alimentos, esta vez pasé a poner todas mis cosas en orden en la habitación.

JANUARY 1. 1 de enero. Muy caliente todavía, pero me fui temprano y tarde en el extranjero con mi arma, y se quedó quieto en el medio del día. Esta noche, va más lejos en los valles que estaba hacia el centro de la isla, me encontré que había un montón de cabras, aunque muy tímido, y difícil de encontrar en, sin embargo, decidí probar si podía traer a mi perro de caza hacia abajo.

Enero . 2. En consecuencia, al día siguiente, salí con mi perro, y lo puso a las cabras, pero me equivoqué, porque todos ellos se enfrentan y el perro, y él lo sabía demasiado bien el peligro, porque no acercarse a ellos.

JAN. Enero 3. 3. - I began my fence or wall; which, being still jealous of my being attacked by somebody, I resolved to make very thick and strong. - Comencé mi valla o muro, que, siendo aún celoso de mi ser atacado por alguien, me decidí a hacer muy gruesa y fuerte.

NB - NB - El muro que se describe anteriormente, a propósito omitir lo que se dijo en la revista, sino que basta observar, que no era menos tiempo que desde el 2 de enero al 14 de abril de trabajo, acabado, y el perfeccionamiento de este muro, aunque no era más que unos veinticuatro metros de longitud, siendo un medio círculo de un lugar en la roca a otro lugar, cerca de ocho metros de ella, la puerta de la cueva en el centro detrás de él.

Todo este tiempo he trabajado muy duro, las lluvias impiden mí muchos días, o mejor dicho, a veces semanas enteras, pero pensé que nunca debería ser perfectamente seguro hasta que este muro fue terminado, y apenas es creíble lo que todo el trabajo fue hecho con indecible, sobre todo las pilas de llevar fuera del bosque y clavarlas en la tierra, pues les hice mucho más grande que tenía que haber hecho.

Cuando el muro fue terminado, y el doble vallado exterior, con una pared de césped levantado cerca de ella, yo me di cuenta de que, si alguien viniera a tierra allí, no se percibe algo parecido a una habitación, y fue muy bien Así lo hice, como podrá observarse más adelante, en una circunstancia muy notable.

Durante este tiempo he hecho mis visitas en los bosques para el juego de todos los días cuando la lluvia me permitió, y hecho descubrimientos frecuentes en estos sectores de una cosa u otra ventaja para mí, particularmente, he encontrado una especie de palomas salvajes, que se basan, no como palomas torcaces en un árbol, sino más bien como la casa de palomas, en los agujeros de las rocas, y tomar algunos jóvenes, traté de criarlos hasta domesticado, y así lo hizo, pero cuando creció se fue volando, que tal vez al principio fue por falta de alimentación de ellos, porque yo no tenía nada que darles, sin embargo, con frecuencia encuentran los nidos, y cogí los jóvenes, la carne que eran muy buenas. Y ahora, en la gestión de los asuntos de mi casa, me encontré falto de muchas cosas, que me pareció al principio que era imposible para mí hacer, como, de hecho, con algunos de ellos era: por ejemplo, yo nunca podría hacer una tonel con argollas. Tenía una o dos barriles, como he observado antes, pero nunca pude llegar a la capacidad de fabricar uno, aunque he pasado muchas semanas de eso, yo no podría poner en la cabeza, o unirse a los pentagramas tan fiel a uno al otro como para hacerlos retener el agua, así que me dio más de que también. In the next place,En segundo lugar, yo estaba en una gran pérdida para las velas, de modo que tan pronto como siempre estaba oscuro, que era generalmente por siete, me vi obligado a ir a la cama. Me acordé de la masa de cera con el que había hecho unas velas en mi aventura africana, pero yo no tenía nada de que ahora, el único recurso que tenía era que cuando yo había matado una cabra haber salvado el sebo, y con un pequeño plato de arcilla, que cocido al sol, a la que añadí una mecha de algunos estopa, que me hizo una lámpara, y esto me dio la luz, aunque no es claro, la luz constante, como una vela.. En medio de todos mis trabajos sucedió que, revolviendo mis cosas, he encontrado una pequeña bolsa que, como he indicado antes, se había llenado de grano para alimentar a las aves de corral - no para este viaje, pero antes, como supongo, cuando el barco procedía de Lisboa. , pero las hojas y el polvo, y estar dispuesto a que la bolsa para algún otro uso (creo que era poner en polvo , cuando yo dividido por miedo a los rayos, o para algún otro fin), sacudí las cáscaras de maíz fuera de él en un lado de la fortificación, bajo la roca.

ue un poco antes de las grandes lluvias acaba de mencionar que lancé esta materia lejos, sin darse cuenta, y no tanto como el recuerdo que me había tirado algo allí, cuando, un mes después, más o menos, vi a unos pocos tallos de algo verde rodaje de la tierra, que me pareció podría ser alguna planta que no había visto, pero me sorprendió, y perfectamente asombro, cuando después de un poco de tiempo más largo, vi a unos diez o doce orejas salir, que se de la cebada verde perfecto, de la misma naturaleza que nuestros Europea - no, como nuestro cebada Inglés.

It is impossible to express the astonishment and confusion of my thoughts on this occasion. Es imposible expresar el asombro y la confusión de mis pensamientos en esta ocasión. I Que hasta entonces había actuado sobre ningún fundamento religioso en absoluto, de hecho, había muy pocas nociones de la religión en mi cabeza, ni se había entretenido un sentido de todo lo que me había ocurrido de otro modo que como oportunidad, o, como dicen a la ligera, lo que agrada a Dios , sin siquiera indagar en la intervención de la Providencia en estas cosas, o en su orden en el gobierno de eventos para el mundo. Pero después de ver crecer la cebada que, en un clima que yo sabía que no era apropiado para el maíz, y sobre todo que yo no sabía cómo llegó allí, me sorprendió extraña, y empecé a sugerir que Dios milagrosamente había causado su grano de crecer sin ninguna ayuda de la siembra de semillas, y que estaba tan dirigida exclusivamente para mi sustento en ese lugar salvaje, miserable.

Esto me llegó al corazón un poco, y se llenaron de lágrimas de mis ojos, y me empezó a bendecir a mí mismo que tal prodigio de la naturaleza debe pasar por mi cuenta y ésta era la más extraña para mí, porque he visto cerca de ella todavía, todos los a lo largo de la parte de la roca, algunos tallos desparramados por otra, que resultó ser espigas de arroz, y que yo sabía, porque yo había visto crecer en África, cuando yo estaba en tierra allí.

No sólo pensé que eran producto puro de la Providencia de mi apoyo, pero no duda de que hay más en el lugar, fui todo esa parte de la isla, donde había estado antes, mirando en cada esquina, y debajo de cada piedra , para ver por más de él, pero no pude encontrar ninguna. Por fin se le ocurrió a mis pensamientos que me sacudió una bolsa de carne de pollos en ese lugar, y entonces el milagro comenzó a cesar, y debo confesar que mi agradecimiento religiosa a la providencia de Dios comenzó a reducir, también, sobre el descubrimiento de que todos los esto era nada más que lo que era común, aunque tendría que haber sido tan agradecido por tan extraña e imprevista providencia, como si hubiera sido milagroso, pues fue realmente la obra de la Providencia para mí, que debe ordenar o nombrar de que diez o doce granos de maíz debe permanecer intacta, cuando las ratas habían destruido todos los demás, como si se hubiera caído del cielo, como también, que me tiro en ese lugar en particular, donde, bajo la sombra de una roca , se levantó de inmediato y que, si hubiesen caído en cualquier otro lugar en ese momento, había sido quemado y destruido.

I cuidado de recoger las espigas del cereal, puede usted estar seguro, en su temporada, que estaba a finales de junio, y hasta por todo el grano, me decidí a sembrar a todos de nuevo, la esperanza en el tiempo a tener una cantidad suficiente para abastecerme de pan. Pero no fue hasta el cuarto año que yo podía permitirme el mínimo grano de este cereal para comer, y hasta entonces, pero con moderación, como diré después, en su orden, porque he perdido todo lo que sembró la primera temporada al no observar el tiempo adecuado, porque yo sembró justo antes de la estación seca, de modo que no llegó a crecer a todos, al menos no como lo habría hecho, de los que en su lugar.

Además de la cebada, había, como antes, veinte o treinta espigas de arroz, que conservé con el mismo cuidado y para el mismo uso, o para el mismo propósito - para hacer pan, o más bien los alimentos, porque he encontrado la manera de cocinar sin hornear, aunque lo hice también después de algún tiempo.

Pero volvamos a mi diario.
He trabajado demasiado duro estos tres o cuatro meses para hacer la pared de mi, y el 14 de abril me lo cerraron, el artificio de entrar en ella, no por una puerta, sino por la pared, por una escalera, que podría haber ningún signo en el exterior de mi vivienda.
Terminé la escalera, subí la escalera hasta la parte superior, y luego tiró de él hasta después de mí, y dejar en el interior. Se trataba de una caja completa a mí, que dentro había espacio suficiente, y nada podía venir a mí desde fuera, a menos que primero podría montar mi pared.

Al día siguiente, después de este muro había terminado casi todo mi trabajo había derrocado a la vez, y yo muerto. The case was thus: El asunto fue así: Cuando estaba ocupado en el interior, detrás de la tienda, justo a la entrada de la cueva, yo estaba muy asustado con una cosa más terrible, realmente sorprendente, pues todos en un pronto, la tierra se desplomó desde el techo de la cueva, y desde el borde de la colina por encima de mi cabeza, y dos de los pilares que había en la cueva agrietada de una manera espantosa. Sentí un pánico terrible, pero pensaba que nada de lo que fue realmente la causa, sólo de pensar que la parte superior de la cueva había caído en, como algunos de los que había hecho antes y por temor a que debería ser enterrado en ella me encontré con interés mi escalera , y no creerme seguro que no, tengo en mi pared por temor a las piezas de la colina, que se espera pueda rodar sobre mí. Apenas terminé de paso hacer suelo, lo que yo claramente que se trataba de un terremoto terrible, el suelo me quedé en sacudió tres veces a una distancia de ocho minutos, con tres choques, como habría anulado el mayor edificio que podría suponerse que se han parado en la tierra, y un gran pedazo de la cima de una roca que se encontraba a media milla de donde yo cerca del mar cayó con un ruido terrible, como nunca he oído en toda mi vida. Percibí también el mar se puso en movimiento violento por ella, y creo que los choques fueron más fuertes en el agua que en la isla.

Yo estaba tan sorprendido con la cosa misma, que nunca se sintió por el estilo, ni conversado con nadie que había, que yo era como un muerto o estupefacto, y el movimiento de la Tierra hizo que mi estómago enfermo, como uno que se lanzó en mar, pero el ruido de la caída de la roca me despertó, por decirlo así, y me despertar de la condición de estupor en que estaba, me llenó de horror, y no pensé en nada entonces, pero la colina que incumben a mi tienda y todos mis artículos para el hogar, y enterrar de una vez, y esta hundido mi alma dentro de mí por segunda vez.
Después del tercer golpe había terminado, y no sentía desde hace algún tiempo, empecé a tener el coraje, y sin embargo, no tenía corazón lo suficiente como para ir por encima de mi pared, por miedo a ser enterrado vivo, pero se quedó inmóvil en el suelo en gran medida abatido y desolado, sin saber qué hacer. Durante todo este tiempo yo no tenía la menor pensamiento religioso, nada más que el común "Señor, ten piedad de mí!" . y cuando terminó, que se fue demasiado.

Mientras tanto, me senté, me encontré de los nublados del aire y crecer nublado, como si fuera lluvia. Poco después de que el viento se levantó poco a poco, de modo que en menos de media hora soplaba un huracán más terrible, el mar fue todo de repente cubierto con espuma y la espuma, la tierra estaba cubierta por la violación de el agua, los árboles fueron arrancados de las raíces, y una tormenta terrible que fue. Esto era cerca de tres horas, y luego comenzó a disminuir, y en dos horas más que era bastante tranquilo, y empezó a llover muy fuerte. Todo esto mientras yo estaba sentada en el suelo muy aterrorizado y afligido, cuando de repente entró en mi pensamiento, que estos vientos y la lluvia eran las consecuencias del terremoto, el terremoto en sí fue gastado y otra vez, y me atrevería a mi cueva. Pero la lluvia fue tan violento que mi tienda estaba listo para ser abatidos con él, y me vi obligado a ir a mi cueva, aunque muy asustado y nervioso, por temor a que cayera en la cabeza. This violent rain forced me to a new work - viz. Esta violenta lluvia me obligó a una nueva obra - a saber. para cortar un agujero a través de mi nueva fortificación, como un sumidero, para que el agua salga, lo que más habría inundado mi cueva. Y ahora, para el apoyo de mi espíritu, que en realidad lo quería mucho, me fui a mi pequeña tienda, y tomó un trago de ron pequeñas que, sin embargo, lo hice entonces y siempre con moderación, sabiendo que no podía tener más que cuando se había ido. Continuó lloviendo toda la noche y gran parte del día siguiente, así que no podía salir al exterior, pero mi mente está más tranquila, me puse a pensar en lo que era mejor hacer, la conclusión de que si la isla fue objeto de estos terremotos , no habría vida para mí en una cueva, pero tengo que considerar la construcción de una pequeña cabaña en un lugar abierto que podría rodear con un muro, como lo había hecho aquí, y asegurarme así de las fieras o de hombres; Llegué a la conclusión de, si me quedé donde estaba, ciertamente si uno u otro momento ser enterrado vivo.

Con estos pensamientos, decidí eliminar mi tienda desde el lugar donde estaba, que estaba justo por debajo del precipicio colgando de la colina, y que, si se debe agitar de nuevo, ciertamente caería sobre mi tienda y me pasé los dos próximos días, siendo el 19 y el

20 Abril. El miedo a ser enterrado vivo me hizo que yo nunca he dormido en silencio, y sin embargo la captura de mentir en el extranjero sin ningún tipo de valla es casi igual a éste, pero aún así, cuando miré a mi alrededor y vio que todo estaba en orden, ¿cómo gratamente oculta era yo, y como fuera de peligro, se me hizo muy reacios a eliminar. Mientras tanto, se me ocurrió que sería necesario un acuerdo amplio de tiempo para mí hacer esto, y que deben estar satisfechos con el riesgo de dónde estaba, hasta que me había formado un campamento para mí, y había asegurado a fin de para eliminar a la misma. . Así, con esta resolución me tranquilicé por un tiempo, y decidió que iría a trabajar a toda prisa a construcción de un muro con pilotes y cables, etc, en un círculo, como antes, y establecer en mi tienda cuando que se terminó, pero que me atrevo a quedarme donde estaba, hasta que terminó, y en forma de quitar. This was the 21st. Esta fue la 21a.

22 de abril. - A la mañana siguiente comienzan a considerar los medios para poner en ejecución esta decisión, pero yo estaba en una gran pérdida de mis herramientas. Tuve tres grandes ejes, y la abundancia de hachas (para la que llevaba el hacha para el tráfico con los indios), pero con mucho cortar y tallar maderas duras y nudosas, todos estaban llenos de muescas, y aburrida, y aunque tenía una piedra de afilar, Yo no podría dar vuelta y moler mis herramientas también. Esto me ha costado tanto el pensamiento como un estadista que han conferido a un punto de la política, o de un juez sobre la vida y la muerte de un hombre. Al fin me las una rueda con una cadena, a su vez con el pie, que podría tener las dos manos en libertad. NOTA. Yo nunca había visto nada semejante en Inglaterra, o por lo menos, no a tomar nota de cómo se hizo, aunque como he observado, es muy común allí, además, la piedra de afilar era muy grande y pesada. Esta máquina me costó trabajo una semana completa de llevar a la perfección.

APRIL 28, 29. 28 de abril, 29. - Estos dos días tomé en mis herramientas de molienda, mi máquina para convertir la piedra de afilar funcionando muy bien.

1 de mayo. - En la mañana, mirando hacia el lado del mar, la marea está baja, vi algo en la playa más grande de lo ordinario, y se veía como un tonel, cuando llegué a ella, encontré un pequeño barril, y dos o tres piezas de los restos del buque, que habían sido arrojados allí por el último huracán, y mirando hacia el naufragio en sí, pensé que parecía estar más fuera del agua de lo que solía hacer. Examiné el barril, lo que fue impulsado en la costa, y pronto descubrió que era un barril de pólvora, pero que había tomado el agua y el polvo estaba cubierto tan duro como una piedra, sin embargo, hizo rodar más en la costa para el presente, y continuó en la arena, tan cerca como pude de los restos del naufragio de la nave, a buscar más.

APRIL 30. 30 de abril. - Después de haber percibido el pan ha sido bajo durante un buen tiempo, ahora me tomó un estudio de la misma, y redujo a mí mismo a una galleta al día, lo que hizo mi corazón muy pesado.

Daniel Defoe, Robinson Crusoe, Capítulo V http://translate.google.es/translate?hl=es&sl=en&u=http://defoe.thefreelibrary.com/Robinson-Crusoe/11-1&ei=7ptqS6X2LdDQ4gaMsbSQBg&sa=X&oi=translate&ct=result&resnum=10&ved=0CCMQ7gEwCTge&prev=/search%3Fq%3Ddaniel%2Bdefoe%2Brobinson%2Bcrusoe%2Bcap%2B5%26hl%3Des%26sa%3DN%26start%3D30
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, Humanidades y Ciencias Sociales, curso 2009-2010.

El avaro; Escena IV , Molière

HARPAGON:
Cierto que no es fácil guardar en casa una cantidad grande de
dinero. Dichoso quien tiene la hacienda bien colocada y no se
queda más que con lo justo para los gastos. Cuesta no poco hallar
un escondrijo seguro en toda la casa. A mí las cajas de caudales
me parecen sospechosas, no me confío de ellas. Las considero un
cebo que atrae a los ladrones, pues es la primera cosa a la que
acuden. De todas maneras, no sé si habré hecho bien enterrando
en el jardín diez mil escudos que me devolvieron ayer. Diez mil
escudos en oro son una cantidad bastante... (Aparecen los hermanos
hablando en voz baja). ¡Dios mío! He revelado... Creo que he dicho
en voz alta lo que hablaba para mí... ¿Qué hay?
CLEANTE:
Nada, padre.
HARPAGON:
¿Hace mucho que están ahí?
ELISA:
Solamente desde hace un momento.
HARPAGON:
¿Han oído?
CLEANTE:
¿Oído qué?
HARPAGON:
Lo...
ELISA:
¿Lo qué?

Jean-Baptiste Poquelin. Molière, El avaro, Madrid, Biblioteca Edaf, 1984, Pág.189-191.
Texto seleccionado por Fabiola Muñoz, segundo de Bachillerato, curso 2009/2010.

A la estrella nocturna, William Blake

       ¡Tú, ángel rubio de la noche,
ahora, mientras el sol descansa en las montañas, enciende
tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona
y sonríe a nuestro lecho nocturno!
Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los
azules cortinajes del cielo, siembra tu rocío plateado
sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos
al oportuno sueño. Que tu viento occidental duerma en
el lago. Di el silencio con el fulgor de tus ojos
y lava el polvo con plata. Presto, prestísimo,
te retiras; y entonces ladra, rabioso, por doquier el lobo
y el león echa fuego por los ojos en la oscura selva.
La lana de nuestras majadas se cubre con
tu sacro rocío; protégelas con tu favor.

William Blake, A la estrella nocturna, http://amediavoz.com/blake.htm.
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, curso 2009-2010, segundo de Bachillerato.