jueves, 1 de diciembre de 2016

El banquete, Platón

APOLODORO, UN AMIGO

APOLODORO.- Me parece que no estoy mal preparado acerca de lo que preguntáis. Pues precisamente anteayer subía a la ciudad desde mi casa de Falero, cuando un conocido mio que me divisó desde atrás, me llamó de lejos y, bromeando al llamarme, dijo:
       -¡Eh! Falerense, tú, Apolodoro, ¿no me esperas?
       Yo me detuve y lo esperé, y él dijo:
       -Apolodoro, precisamente hace un momento te andaba buscando, ya que quiero informarte de la reunión de Agatón, Sócrates, Alcibíades y los demás que en aquella ocasión asistieron al convite, y de cuáles fueron sus discursos acerca del amor. Pues me los ha contado otra persona que los escuchó por boca de Fénice, el hijo de Filipo, y dijo que también tú los conocías, pero no pudo decirme nada con exactitud. Cuéntamelo, pues, tú, que eres el más adecuado para referir las palabras de tu amigo. Pero antes -añadió- dime: ¿asististe tú en persona a esa reunión o no?
       Y yo le contesté:
       -De todas todas me da la impresión de que no te ha contado nada con exactitud quien te lo ha contado, si crees que la reunión esa por la que preguntas ha tenido lugar tan recientemente como para que yo también haya podido asistir a ella.
       -Yo al menos así lo creía -dijo.
       -¿De dónde has sacado esa idea, Glaucón?. ¿No sabes que hace muchos años que Agatón no vive aquí, en la ciudad, y que, desde que yo paso el tiempo junto a Sócrates y me preocupo cada día por saber lo que dice o hace, aún no han transcurrido tres años? Hasta entonces yo andaba de un lado para otro al albur y, aunque creía hacer algo importante, era más digno de lástima que cualquiera, no menos que tú ahora mismo, que crees que debes ocuparte de todo antes que de practicar la filosofía.

       Platón, El banquete. Madrid, Alianza. Clásicos de Grecia y Roma, octava edición, 2006. Páginas 43-45.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Tom Sawyer, Mark Twain.

Capítulo VIII.

   Tom se escabulló de aquí para allá por entre callejas hasta apartarse del camino de los que regresaban a la escuela, y después siguió caminando lenta y desmayadamente. Cruzó dos o tres veces un regato, por ser creencia entre los chicos que cruzar agua desorientaba a los perseguidores. Media hora después desapareció tras la mansión de Douglas, en la cumbre del monte, y ya apenas se divisaba la escuela en el valle, que iba dejando atrás. Se metió por un denso bosque, dirigiéndose, fuera de toda senda, hacia el centro de la espesura, y se sentó sobre el musgo, bajo un roble de ancho ramaje. No se movía la menor brisa; el intenso calor de mediodía había acallado hasta los cantos de los pájaros; la naturaleza toda yacía en un sopor no turbado por ruido alguno, a no ser, de cuando en cuando, por el lejano martilleo de un picamaderos, y aun esto parecía hacer más profundo el silencio, la obsesionante sensación de soledad. Tom era todo melancolía y su estado de ánimo estaba a tono con la escena.









Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, BIBLIOTEX, S.L, páginas 54-55.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.



Utopía, Tomás Moro

El hombre de humor
       Este asomo de pedantería erudita que tuvo Moro no impidió que poseyera un acusado sentido del humor. En esto se puede decir que era totalmente británico porque el humor transcurre a través de los más eminentes hombre británicos como el hilo de seda roja, recordaba Ortega y Gasset, corría por la arboladura de los navíos de guerra de su Graciosa Majestad. Y noi solamente poseía humor Moro con esa inimitable virtud de << ne pas se prende au sérieux>>, sino además era fetivo, como señalaba Erasmo, chanchero, amigo de ingeniosidades y bromas, no siempre oportunas. Hall, el cronista de Enrique VIII - por otra parte, hay que decirlo, nada favorece a Moro -, lo señalaba ya, como quedó indicado, con motivo de su designacion como Canciller del Reino.


Tomás Moro, Utopía, Inglaterra, colección clasicos de pensamiento,4º edición publicada en 2006, editorial tecnos, página XLVII.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Contrato social, Jean- Jaques Russoe.

Capítulo I. Tema de este primer libro.

     El hombre ha nacido libre, y por doquiera está encadenado. Hay quien se cree amo de los demás, cuando no deja de ser más esclavo que ellos. ¿Cómo se ha producido este cambio?. Lo ignoro. ¿Qué es lo que puede hacerlo legítimo? Creo poder resolver esta cuestión.
   Si no considerara más que la fuerza y el efecto que de ella deriva, yo diría: mientras un pueblo esté obligado a obedecer y obedezca, hace bien; tan pronto como pueda sacudir el yugo y lo sacuda, hace aun mejor; porque al recobrar su libertad por el mismo derecho que se la arrebató, o tiene razón al recuperarla, o no la tenían en quitársela. Mas el orden social es un derecho sagrado, que sirve de base a todos los demás. Sin embargo, tal derecho no viene de la naturaleza: está pues basado en las conveciones. Se trata de saber cuáles son esas convenciones. Antes de llegar a ello debo fijar lo que acabo de exponer.








Jean-Jaques Russoe, Contrato Social, Madrid, Alianza Editorial S.A, página 26.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato, Curso 2016-2017.




LA PERLA, Jhon Steinberck


Capítulo III, John Steinbeck

      Fue el rifle lo que derribó todas las barreras. Se trataba de un imposible y, si era capaz de imaginarse con un rifle, horizontes enteros estallaban y él podía lanzarse al asalto. Y es que se dice que los seres humanos nunca están satisfechos, y que si les da algo, siempre quieren más. Y todo esto se dice, desafortunadamente, con desprecio, cuando es una de las mejores virtudes de la especie y la única que hace que sea superior al resto de los animales, que siempre se dan por satisfechos con los que tienen. Los vecinos, arracimados y en silencio dentro de la casa, asentían a las locas fantasías de Kino. Un hombre, en el fondo de la habitación murmuró:
     Un rifle. Tendrá rifle. Pero la música de la perla sonaba estridente y triunfal en el interior de Kino. Juana lo miró, atónita ante la valentía de Kino y ante sus fantasías. Al abrírsele nuevos horizontes, a Kino le había invadido como una fuerza eléctrica. En la perla veía Coyotito sentado en un pupitre de la escuela, exactamente igual al que Kino había visto una vez por el resquicio de una puerta.


John Steinberck, Capítulo III, New York, Vicens Vives, 1947,  páginas 35-36.
Seleccionado por David Francisco Blanco. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.