jueves, 20 de octubre de 2016

Discursos II, "En favor del invalido", Lisias

Mi padre nada me dejo y a mi madre hace dos años que he dejado de alimentarla porque murió; y no tengo hijos todavía que se cuiden de mí. Poseo un oficio que poco puede ayudarme: lo ejerzo ya con dificultades yo solo no puedo conseguir a alguien que vaya a continuarlo. No tengo mas ingresos que este: si me lo quitáis correría el peligro de caer en el peor infortunio. Por tanto, consejeros, cuando podéis salvarme con justicia, no me arruinéis injustamente, ni lo que me disteis cuando era mas joven y virgoso vayáis a quitármelo cuando soy mas viejo y débil; ni quienes antes teníais fama de ser muy compasivos incluso con los que no tenia mal alguno, vayáis ahora por culpa de esta a tratar severamente a quienes son dignos de lastima incluso para sus enemigos; ni por atreveros a perjudicarme a mi, vayáis a sumir en el desanimo también a quienes se encuentran en situación parecida a la mía. Y es que seria extraño, consejeros, el que, cuando me desgracia era simple, entonces se me viera recibir este dinero; y que, en cambio, me vea privado precisamente ahora que tengo encima a la vejez, las enfermedades y cuantas calamidades les acompañan. Creo que el acusador podría mostraros mejor que nadie la magnitud de mi pobreza: si yo fuera nombrado corego para el concurso trágico y lo requiriese para un intercambio de bienes, el preferiría diez veces ser corego antes que realizar el intercambio una sola. Conque ¿cómo no va a ser terrible el que ahora me acuse de que pueda tratar en pie de igualdad con los mas ricos debido a mi desahogo económico, pero si sucediera algo de lo que digo me juzgaría tal como soy?¿Hay algo más perverso?


 Lisias, En favor del Invalido. Madrid, ed. Biblioteca Básica Gredos, col. Discursos II, pág. 156.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Ricardo III, William Shakespeare

                                                                ACTO TERCERO
                                                                  Escena primera


     BUCKINGHAM.- Bien venido seáis a vuestra casa; A Londres, tierno príncipe.

     GLÓSTER.- Sobrino, Bien llegado. Ya rey te consideero. ¿Te entristeció lo largo del viaje?

     PRÍNCIPE.- No, tío. Más cansado, largo y triste hicieron nuestras cuitas el camino. Más tíos saludarme deberían.

     GLÓSTER.- De tu edad la pureza inmaculada no buceó del mundo de los engaños. Al hombre juzgas sólo por su aspecto, que el corazón refleja raras veces. Falaces eran tus ausentes tíos; A sus frases de almíbar atendías sin ver sus corazones ponzoñosos: De ellos y amigos falsos Dios es libre.

     PRÍNCIPE.- De amigos falsos sí, mas no de ellos.
 
     GLÓSTER.- Aquí el alcalde a saludarte llega.

     ALCALDE.- Dé a vuestra alteza Dios y dicha.

     PRÍNCIPE.- Gracias os doy, señor. Gracias a todos. Creía que mi madre y York, mi heermano, antes venido hubieran a abrazarme. ¡Y, el perezoso Hastines que no llega a decirme si vienen o no vienen!

     BUCKINGHAM.- Aquí se acerca y de sudor cubierto.

     PRÍNCIPE.- Bien venido seáis. ¿Vendrá mi madre?

     HASTINES.- Dios sabrá, que yo no, por qué la reina, vuestra madre, se acoge a santuario con vuestro herano York. El inocente venido hubiera a ver a vuestra alteza, mas su madre a la fuerza lo retuvo.

     BUCKINGHAM.- ¡Cuán torpe y cuán pueril camino toma! A la reina que mande a York, su hijo, para encontrar al pr,incipe su hermnao, decidle , cardenal. Si se negare..., Hastines, id con él, y a viva fuerza de sus celosos brazos arrancadlo.      
 



William Shakespeare, Ricardo III, Madrid, EDAF, col. EDAF, número 215, 1ª ed., , pág.195. Selecccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017

La visita del inspector, Joh .Boynton Priestley

    ¿Nos toca ya el oporto, verdad, Edna? Muy bien. Estoy seguro de que te gustará, Gerald. Finchley me dijo que era exactamente el mismo que le vende a tu padre. Entonces será excelente. Mi progenitor se precia de ser un buen juez en materia de oporto. Yo no pretendo saber mucho. Más te vale, Gerald. No me gustaría nada que supieras todo lo que hay que saber de oporto, como uno de esos viejos de cara congestionada. Oye, oye que yo no soy un viejo de cara congestionada. No, todavía no. Pero tampoco eres un entendido en oporto. Vamos, Sybil, esta noche tienes que acompañarnos. Sabes muy bien que es una ocasión especial. Sí, mamá, claro que sí. Has de beber a nuestra salud. En ese caso, de acuerdo. Pero sólo un poco; gracias. Edna, la llamaré desde el salón cuando queremos el café. Probablemente dentro de media hora.





Seleccionado por Ana María Frías Miguel. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Fausto, Johann W.Goethe.

                               HOMÚNCULO
   Haz que entre el guerrero en liza,
que las mozas se agolpen en tropel,
dispón pronto el terreno.
Me viene a mente que en este mismo instante 
es la noche clásica de Walburga.
Lo mejor que podía sucedernos.
¡Llévalo a su elemento! 

                                MEFISTÓFELES
Nunca había oido hablar de cosa parecida.

                                    HOMÚNCULO
    ¿Y cómo iba a llegar a vuestros oídos?
Conocéis unicamente espectros románticos;
un espectro genuino ha de ser también clásico.

                                                MEFISTÓFELES
   ¿En qué dirección hemos de emprender el viaje?
Me repugnan los colegas de la antigüedad.

HOMÚNCULO
   El noroeste, Satán, es tu coto privado,
pero esta vez emprenderemos rumbo hacia el sudeste.
Por una gran planicie se desliza libremente el Peneo,
entre matorrales y bosquecillos, serpenteando en la serena 
humedad,
la llanura se extiende hasta las escarpadas faldas de los montes,
y en las alturas descansa la antigua y nueva Farsalia.

                                MEFISTÓFELES

   ¡Ay! ¡Calla! Deja aquellas contiendas
entre la tiranía y la esclavitud.
Me aburre, pues apenas han concluido,
comienzan otra vez por el principio;
y nadie advierte que sólo es una burla
de Asmodeo, el gran instigador.


Wolfgang von Goethe, Fausto, Madrid, colección Millenium, Pág 287.
Seleccionado por: Marta Talaván González. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017. 

La edad de la inocencia, Edith Wharton

19

Era un día fresco, con un viento primaveral vivaz y polvoriento. Todas las ancianas de ambas familias habían sacado sus viejas martas y amarillentos armiños, y el olor a alcanfor de los primeros bancos casi ahogaba el ligero aroma primaveral de los lirios que cubrían el altar.
     Newland Archer había salido de la sacristía a una señal de sacristán, situándose con su padrino en los escalones del entrecoro de la iglesia de la Gracia.
     La señal significaba que el brougham que traía la novia y su padre estaba a la vista: peros sin duda habría un considerable intervalo de ajuste y consultas en el vestíbulo, donde las damas de honor revoloteaban ya como un manojo de flores de Pascua. Se suponía que , durante este inevitable periodo de tiempo, el novio, en prueba de su ansiedad, debía exhibirse en solitario ante los asistentes reunidos; y Archer había cumplido esta formalidad con la misma resignación que todas las otras, que, en conjunto convertían una boda neoyorquina en el siglo XIX en un rito que comprometido a recorrer, todo era igualmente fácil--o igualmente doloroso, según las preferencias de cada cual_y, Archer había obedecido las nerviosas instrucciones de su padrino con la misma mansedumbre con que otros novios habían obedecido las suyas cuando les correspondió guiarles por el laberinto.
       Hasta el momento estaba razonablemente convencido de haber cumplido con todas sus obligaciones. Los ramilletes de lilas blancas y lirios silvestres de las ochos damas de honor se habían enviado puntualmente, así como los gemelos de oro y zafiro de los ocho mozos de honor y el alfiler de corbata de ojo de gato del padrino; Archer había pasado media noche en vela tratando de dar cierta variedad a sus palabras de agradecimiento por el último contingente de regalos de amigos y ex-amadas; los emolumentos del obispo y el rector reposaban seguros en el bolsillo de su padrino; su equipaje estaba ya en casa de Mrs Manson Mingott, donde había de celebrarse el desayuno nupcial, y también estaban allí las ropas de viaje para después; y se había reservado un comportamiento en el tren que había de transportar a la joven pareja a su secreto destino... pues la ocultación del lugar donde transcurriría la noche de bodas era uno de los más sagrados tabús del prehistórico ritual.
      --¿Seguro que llevas el anillo? --susurró el joven van der Luyden Newland, que era inexperto en las labores de padrino y estaba abrumado por el peso de su responsabilidad.
       Archer hizo el gesto que había visto hacer a incontables novios; con la mano derecaha, desnuda, palpó el bolsillo de su chaleco gris oscuro, asegurándose de que el pequeño anillo de oro (en cuyo interior se había  grabado Newland a May, ... abril, 187...) estaba en su sitio; después, recomponiendo su anterior postura, el sombrero de copa y los guantes gris perla con puntadas negras firmemente sujetos en la mano izquierda, miró a la puerta de la iglesia.
       Por encima de sus cabezas, la Marcha de Händel se hinchó pomposa por las bóvedas de piedra falsa, portando en sus ondas el desvaído paso de las muchas bodas en las que Archer  se había plantado, con alegre indiferencia, en la misma escalera de antecoro, observando a otras novias flotar nave arriba hacia otros novios.
     

       Edith Wharton, La edad de la inocencia, Barcelona, 1920, Appleton & Company, Narrativa Actual, pág 115-116

       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.