jueves, 26 de enero de 2017

Aventuras de Tom Sawyer, Twain

 CAPÍTULO V

       A eso de las diez y media empezó a tovcar la campana cascada de la vieja iglesia y en seguida empezó a congregarse la gente para el sermón  matutino. Los niños de la escuela dominical se distribuyeron por la casa y ocuparon los bancos con sus padres, para estar bajo vigilancia. Tía Polly llegó, y Tom, Sid y Mary se sentaron con ella... siendo Tom colocado lo más lejos posible de la ventana abierta y de las seductoras escenas del exterior. La muchedumbre llenaba las naves; el administrador de correos, el anciano, y necesitado, que había conocido mejores tiempos; el alcalde y su mujer (pues tenían un alcalde, entre otras cosas innecesarias); el juez de paz; la viuda de Douglas, rubia, elegante y cuarentona, alma generosa y de buen corazón, acomodada, con su caserón en la colina, que era el único palacio de la ciudad y el más hospitalario, y, con vidades de que se pudiese jactar San Petesburgo; el encorvado y venerable comandante Wards y señora; el abogado Riverson, personaje recién llegado de lejos. Seguía la bella del pueblo, perseguida por una tropa de Don Juanes vestidos de batista y cubiertos de cintas; luego venían en corporación todos los jóvenes empleados en la ciudad, que habían estado en el vestíbulo chupando los pomos de sus bastones y formando una muralla circular de admiradores parlanchines y de sonrisa simple, hasta que la última chica hubo pasado por las baquetas; y en último lugar venía el niño modelo. Willie Mufferson, cuidando atentamente a su madre como si fuera de cristal rompible. Siempre acompañaba a su madre a la iglesia y era el orgullo de todas las matronas. Todos los chicos le odiaban; era tan bueno y, además, había sido tan elogiado ante ellos... Su pañuelo blanco asomaba como por casualidad del bolsillo, como es costumbre los domingos. Tom no tenía pañuelo y consideraba que los chicos que lo tenían eran unos cursis. Ya que la congregación estaba completa, sonó otra vez la campana para advertir a los lentos y rezagados, y entonces un silencio solemne se extendió por la iglesia, sólo interrumpido por la  risa ahogada y el susurro del coro en la galería. El coro siempre reía a medias y susurraba durante todo el servicio divino.
       Hubo una vez un coro de iglesia que no estaba mal educado, pero he olvidado ahora dónde era.
Era hace muchísimos años y apenas puedo recordar algo de él, pero creo que era en algún país extranjero.
       El ministro anunció el himno y lo leyó todo con gusto. Y en un estilo peculiar que se admiraba mucho en aquella parte del país. Su voz empezó en un tono medio y subió constantemente, hasta alcanzar cierto punto en que pronunciaba con gran énfasis la palabra cumbre, y luego se lanzaba hacia abajo como si fuera desde un trampolín.    



       Twain, Aventuras de Tom Swayer, Barcelona, 1994, Bruguama S.A, páginas 40-41.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

Los caballeros, Aristófanes

     En una segunda fase (vv. 1358-1380) Agorácrito indaga el cambio de actitud de Demo en lo tocante al respeto de los derechos individuales, a la retribución de las prestaciones recibidas, a la política militar y educativa. Aristófanes ha sabido ha sabido captar bien el menoscabo que padece de justicia, cuando sobre los jueces se ejerce la presion social excitada por la acción de un demagogo. Los versos 1359-1360 delatan la tendencia de los tribunales a prodigar las penas de confiscación de bienes cuando las arcas del fisco están vacías. A quien se le ocurra en adelante aconsejar suplir el déficit público de esa manera, Demo amenaza con arrojarle al bárato colgándole del cuello a Hipérbolo, lo que arroja cierta luz sobre el tipo de procesos en que se dio a conocer este sujeto a comienzos de su carrera política (cf. Acarnienses, 847). Que en lo venidero Demo prometa pagar religiosamente a los remeros nada más terminada la misión de las trirremes (v. 1366-1367), guarda relación con la política de construcción naval apuntada en los vv. 1351-1353 y permite matizar el supuesto "pacifismo" de Aristófanes, que en ningún momento es antiarmamentista.


Aristófanes,Comedias. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág 152.
 Seleccionado por David Francisco Blanco. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

El banquete, Platón

       En primer lugar, tres eran los sexos de los hombres, no dos como ahora, masculino y femenino, sino que había además un tercero que era común a esos dos, del cual perdura aún el nombre, aunque él mismo haya desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una sola cosa en cuanto a figura y nombre, que participaba de uno y otro sexo, masculino y femenino, mientras que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la figura de cada individuo era por completo esférica, con la espalda y los costados en forma de círculo; tenía cuatro brazos e igual número de piernas que de brazos, y dos rostros sobre un cuello circular, iguales en todo; y una cabeza, una sola, sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, y también cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo lo demás según puede uno imaginarse de acuerdo con lo descrito hasta aquí. Caminaba además erecto. como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; mas cada vez que se lanzaba a correr rápidamente, del mismo modo que ahora los saltimbanquis dan volteretas haciendo girar sus piernas hasta alcanzar la posición vertical, avanzaba rápidamente dando vueltas, apoyándose en los ocho miembros que tenía entonces.


       Platón, El banquete. Madrid, Alianza. Clásicos de Grecia y Roma, octava edición, 2006. Pagina 81.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Los conquistadores, Malraux


         A cada cual su turno.
         Noticias de Shanghai:
     Siguiendo las directivas del Kuomintamg, la Cámara de Comercio china decreta la confiscación de las mercancías británicas que se encuentran en manos de los chinos. Prohíbe, a partir del 30 de junio y durante el plazo de un año, la compra de toda mercancía inglesa, el transporte de toda mercancía por un navío inglés.
        Los periódicos de Shanghai declaran que el tráfico británico se reducirá en un ochenta por ciento.
        Dicho tráfico (dejando aparte Hong Kong) se evaluó el año pasado en veinte millones de libras.
        Hong Kong sólo puede contar ya con el ejército de Cheng-tiung Ming.

        Nicolaiev ha recibido las palabras siguientes, escritas en mayúsculas; ''¿Están verdaderamente en posesión de rehenes los terroristas?'' Nicolaiev no lo cree así. Pero muchos de los nuestros se encuentran en misión y carecemos de todo medio de control.
Las seis
   
        Un ordenanza de la prisión trae a Garín unos pales. el interrogatorio de Ling.
        -¿Ha hablado?
        -Uno más que da la razón a Nicolaiev - responde Garín -. ¡Ah! No hay muchos hombres que resistan tal sufrimiento... 
        -Y... ¿ha sido largo?
        -¡Imagínalo!
        -¿Qué vamos a hacer?
        -¿Qué diablos quieres que hagamos? No se puede poner en libertad a un jefe terrorista.
        -¿Entones?
        -Las prisiones están llenas, claro está... Y, en fin, será juzgado por un tribunal especial. Sí, todo se sabe, como dice Nicolaiev: primero, dónde está Hong; segundo, que efectivamente han matado a Cheng-dai por orden suya. El asesino es uno de los boys.
       -Pero ¿no teníamos confidentes en el interior?
       -Uno solo: ese boy, confidente doble. Nos ha engañado, pero no por mucho tiempo. Lo hemos cogido ya, naturalmente. Un poco más tarde nos servirá para un proceso, si ha lugar...
       -Un poco peligroso, ¿no?
       -Si Nicolaiev le suprime la droga durante unos días y le promete que no será ejecutado, hablará como nos convenga...
       -Pero dime, ¿queda todavía alguien que confíe en las promesas de ese tipo?
       -La supresión del opio bastará...
Se detiene, se encoge lentamente de hombros.
       -Es terriblemente sencillo, un hombre que va a morir...
Y unos minutos más tarde, como si prosiguiese su pensamiento:
       -Además, casi todas mis promesas han sido mantenidas...
       -Pero, ¿cómo quieres que distingan...?
       -¿Y qué quieres que haga yo?

     8  de agosto

Hong ha sido detenido ayer por la noche.

Malraux, Los conquistadores, Móstoles-Madrid, Editorial Argos Vergara, páginas 161,162 y 163.
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

El banquete, Platón

       - En verdad, Erixímaco -dijo Aristófanes-, tengo en mente hablar de manera algo diferente a como tú y Pausanias habéis hablado. A mí, en efecto, me parece que los hombres no se dan cuenta en absoluto del poder del amor, ya que, si se hubieran dado cuenta, le habrían construido los más grandes santuarios y altares, y le harían los sacrificios más grandes, no como ahora, que no sucede nada de esto acerca de él, cuando debí suceder por encima de todo. Pues es, de los dioses, el más amigo de los hombres, ya que los ayuda y es su médico en enfermedades de las que, una vez curados, provendría la mayor felicidad para el género humano. Yo, pues, trataré de exponeros su poder, y vosotros, por vuestra parte, seréis maestros de otros. Pero debéis, en primer lugar, conocer la naturaleza humana y sus vicisitudes, ya que nuestra naturaleza de antaño no era la misma de ahora, sino distinta.


       Platón, El banquete. Madrid, Alianza. Clásicos de Grecia y Roma, octava edición, 2006. Página 80.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación.

     Después del regreso a Roma y de la reapertura de los tribunales, se vio arder el cielo en numerosos puntos, y otros prodigios fueron realmente vistos o mostraron ilusiones sin fundamento a las mentes aterradas. Para ahuyentar tales temores, se dispuso la celebracion de un triduo de fiestas, durante el cual todos los templos se veian abarrotados de un tropel de hombrfes y mujeres que imploraban la clemencia de los dioses. Despues, las cohortes latinas y hrnicas recibieron el agradecimiento del senado por su esforzado comportamiento como soldados y fueron enviadas a casa. Mil soldados de Ancio, por lo tardío de su ayuda, posterior a la batalla, fueron objeto de una despedida casi afrentosa.
     A continuación se celebraron los comicios. Fueron  elegidos cónsules Lucio Ebucio y Publio Servilio. El primero de agosto, que era cuando comenzaba entonces el año, entran en funciones. Hacia un tiempo malsano y coincidio un año de epidemia en la ciudad y en el campo, tanto entre los hombres como entre el ganado, viniendose, ademas, incrementada la virulencia de la enfermedad al dar acogida en la ciudad a hombres y animales por temor al pillaje. Aquella confusion de seres de toda especie en promiscuidad atormentaba, con su olor desacostumbrando, a los habitantes de la ciudad, y a los campesinos apretujados en angosos alojamientos los atormentaba con el calor y el insomnio; los cuidadanos mutuos y el propio contacto propagaban la enfermedad.



Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, págs. 328.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Trópico de Cáncer, Henry Miller


      A la una y media fui a ver a Van Norden, como habíamos quedado. Me había avisado de que, si no respondía querría decir que estaba durmiendo con alguien, probablemente con su gachí Georgia.
      El caso es que allí estaba, cómodamente arrebujado, pero con su aspecto de cansancio habitual . Se  despierta maldiciéndose, o maldiciendo su trabajo,o maldiciendo su vida.  Se despierta totalmente aburrido y frustrado, disgustado de pensar que no ha muerto durante la noche.
      Me siento junto la ventana y lo animo todo lo que puedo. Es una tarea tediosa. La verdad es que hay que engatusarlo para que salga de la cama. Por la mañana - para él la mañana va de la una a las cinco de la tarde -, por la mañana, como digo, se entrega a los ensueños. Sobre todo, sueña con el pasado. Con sus <>. Se esfuerza por recordar lo que sentía, lo que decían en determinados momentos críticos, donde se las tiraba, etcétera. Mientras esta ahí echado sonriendo y maldiciendo  mueve los dedos de ese modo suyo, tan curioso y aburrido, como para dar la impresión de que su hastío es demasiado intenso para expresarlo en palabras. Sobre la cama cuelga un irrigador que guarda para los casos de urgencia: para las vírgenes a las que persigue como un sabueso. Incluso después de haberse acostado con una de esas criaturas míticas, sigue llamándola virgen,  casi nunca por su nombre. 



Henry Miller, Trópico de Cáncer, colección S.A.  traducida por ediciones Alfaguara, publicada en 2000 , Mostoles, Madrid, página 97.
seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016- 2017.

jueves, 19 de enero de 2017



                                                      ZEUS Y HELIOS.

ZEUS.   ¿Qué es lo que has hecho, oh el peor de los Titanes? Has destruido todo lo que hay en la tierra al confiar tu carro a un muchacho irreflexivo, que ha abrasado una parte de ella para acercársele demasiado, mientras que a la otra la ha hecho morir del frío al alejar de ella demasiado el fuego, y, en una palabra, todo lo que ha confundido y trastornado, y si yo, al ver lo que ocurría, no lo hubiera derribado con mi rayo, no habría quedado ni rastro de los hombres. ¡Bonito auriga y cochero nos has enviado!
HELIOS.   He faltado, Zeus, pero no te enfades si he cedido a las insistentes súplicas de mi hijo. ¿Cómo iba yo a suponer que ocurriría tal desgracia?
ZEUS.      ¿Acaso no sabías la atención y cuidado que la cosa requiere y que, por poco que uno se desvíe del camino, se acabó todo? ¿Ignorabas acaso la fogosidad de tus caballos, y que es preciso tirar del freno con fuerza? Porque, en cuanto uno lo afloja, al instante se desenfrenan; que es lo que han hecho con él: se lo han llevado a la derecha y después a la izquierda, en dirección contraria a la ruta, arriba y abajo, en una palabra, donde han querido; y él no sabía qué hacer con ellos.
HELIOS.   Todo eso lo sabía, y por ello me he resistido largo tiempo y me negaba a confiarle la dirección del carro. Pero como insistía tanto con las lágrimas en los ojos, y su madre Clímene con él, lo hice montar al carro advirtiéndole cómo había que mantenerse en él, hasta qué punto debía aflojar las riendas en la subida y tirar de ellas en la bajada; que debía dominar las bridas y no ceder jamás al ímpetu de los caballos. Pero él - que no es más que un niño-, cuando hubo montado en aquel carro de fuego y vio el abismo que se abría a sus pies, como es lógico, se sobrecogió. Y los caballos, conociendo que no era yo quien había montado en él, despreciaron al muchacho y se desviaron de la ruta cometiendo todas esas atrocidades. En cuanto a él, abandonó las riendas, por temor a caerse, creo, y agarróse al borde delantero del carro. Pero ahora ha pagado ya su falta; y yo tengo ya bastante con mi pena, oh, Zeus.
ZEUS.     ¿Bastante dices, después de tu atrevimiento? Sin embargo, por esta vez te perdono; pero si en un futuro cometes una falta parecida o nos mandas un sustituto como éste, al instante sabrás cuánto más abrasador que el fuego es el rayo. Y ahora, que sus hermanas lo entierren a orillas del Erídamo, donde fue a parar al caerse del carro; que viertan ámbar en su llanto por él y que se conviertan ellas mismas en álamos en memoria de este suceso.


Luciano de Samósata, Diálogos, Barcelona, Editorial Planeta, S.A 1988, Primera edición en clásicos universales Planeta, Página 42.
Seleccionado por: Marta Talaván González, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.

Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes


Sexta parte
Libro XXVIII
Del origen y cambios de las leyes civiles francesas
Capítulo III : Diferencia capital entre las leyes sálicas y las leyes de los visigodos y borgoñes.

   He dicho anteriormente que la ley de los borgoñones y la de los visigodos eran imparciales: no así la ley sálica, que estableció entre los francos y los romanos las distinciones más humillantes. El que había matado a un franco, a un bárbaro o a un hombre sujeto a la ley sálica, debía pagar a los parientes una composición de doscientos sueldos: pero sólo pagaban cien, si había matado a un romano propietario y cuarenta y cinco si había matado a un romano tributario: la composición por el por el asesinato de un franco vasallo del rey era de seiscientos sueldos, mientras que la del asesinato de un romano comensal del rey no era más que de trescientos.
   Había pues una diferencia cruel ente el señor franco y el señor romano, así como entre el franco y el romano de condición media.
    No es todo: si se reunía gente para asaltar a un franco en su casa y lo mataban, la ley sálica señalaba una composición de seiscientos sueldos, pero si el asaltado era un romano o un liberto no se pagaba más que la mitad de la composición. Según la misma ley, si un romano encadenaba a un franco, debía treinta sueldos de composición, pero si un franco encadenaba a un romano, sólo debía quince. Un franco despojado por un romano tenía sesenta y dos sueldos y medio de composición, mientras que un romano despojado por un franco no recibía más que treinta. Todo lo cual debía ser abrumador para los romanos.   


Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento, 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 349, sexta parte, libro XXVIII.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Dafnis y Cloe,Longo

     Comenzaba ya la primera y, al fundirse la nieve, se desnudaba la tierra y la hierba germinaba. Los otros zagales llevaban a los pastos sus ganados, y antes que ninguno Cloe y Dafnis, como que servían a un pastor más principal. Y al momento corrieron hacia las Ninfas y su cueva, después hacia Pan y su pino y luego hasta la encina, bajo la cual tomando asiento guardaban sus rebaños al par que se besaban, Buscaron también flores, con el deseo de poner guirnaldas a los dioses, pero aún apenas las había nutrido el Céfiro y las hacía brotar el sol con sus calores. Y sin embargo encontraron violetas y narcisos y pamplinas y cuantas nacen nada más empezar la primavera. Cloe y Dafnis, mientras coronaban las imágenes, derramaron en su honor la leche nuevade algunas cabras y ovejas. También les dedicaron primicias de su zampoña como en un melidioso desafío a los ruiseñores, que les fueron respondiendo en la espesura e iban poco a poco afinando su cántico a Itis, como si tras largo silencio recobraran la memoria de los trinos.


Longo, Dafnis y Cloe. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág. 64
Seleccionado por David Francisco Blanco, Primero de Bachillerato, Curso 2016-2017.

A sangre fría, Truman Capote


El Rincón

El juez Tate había muerto de pulmonía el noviembre pasado; coronas, rosas parduscas y cintas descoloridas por la lluvia, todavía cubrían la tierra desnuda. Junto a ella, pétalos de rosas recién esparcidos sobre un montón de tierra más reciente, la tumba de Bonnie Jean Ashida, hija mayor de los Ashida muerta en accidente de coche cuando se hallaba de visita en Garden City. Muertes, nacimientos, bodas... precisamente el otro día se había enterado que el novio de Nancy Clutter, Bobby Rupp, se había marchado y casado.
       Las tumbas de la familia Clutter, cuatro tumbas reunidas bajo una única piedra gris, se hallaban bajo una lejana esquina del cementerio, más allá de los árboles, a pleno sol, casi al borde luminoso del trigal.
       Al acercarse, Dewey vio que había junto a ellas otro visitante, una esbelta jovencita con guantes blancos, cascada de pelo castaño oscuro y largas y elegantes piernas. Vio quién le sonreía y él se preguntó quién podría ser.
       -¿Ya me ha olvidado, señor Dewey? Soy Susan Kidwell.
       Él se echó a reir. Ella se acercó.
       -¡Sue Kidwell, si eres tú, que me aspen!--no la había visto desde el proceso. Era entonces una niña.--. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu madre?
       -Muy bien, gracias. Sigue dando música en el colegio de Holcomb.
       -No he estado por allí últimamente. ¿Algo nuevo?
       -Oh, hablan de pavimentar las calles. Pero ya conoce Holcomb.
La verdad es que yo no estoy mucho allí. Es mi penúltimo año en la Universidad de Kansas. Sólo estoy en casa pasando unos días.
       -Eso es estupendo, Sue. ¿Qué estás estudiando?
       -De todo. Arte principalmente. Me encanta. Estoy muy contenta --miró a través de la pradera--. Nancy y yo habíamos planeado ir juntas a la universidad. Pensábamos compartir una habitación. A veces lo recuerdo. De pronto, cuando estoy muy feliz, pienso en todos los planes que habíamos hecho.
       Dewey miró la piedra gris que tenía grabados cuatro nombres y la fecha de su muerte, 15 de noviembre de 1959.
       -¿Vienes por aquí a menudo?
De vez en cuando. Caramba, el sol está fuerte --se protegió los ojos con las gafas ahumadas--. ¿Se acuerda de Bobby Rupp? Se ha casado con una chica guapísima.
       -Eso oí decir.
       -Con Colleen Whitehurst. Es de veras hermosa. Y muy simpática además.
       -Me alegro por Bobby --y en tono de broma, Dewey añadió--: ¿Y tú? Seguro que tienes montones de admiradores.
       -Bueno, nada serio. Pero eso me recuerda algo. ¿Tiene hora?
¡Oh!--exclamó al decirle que eran más de las cuatro--. ¡Tengo que irme corriendo. Pero me ha encantado volver a verle, señor Dewey.
       -Yo me he alegrado también, Sue. ¡Buena suerte! --le gritó mientras ella desaparecía sendero abajo, una graciosa jovencita apurada, con el pelo suelto flotando, brillante.
       Nancy hubiera podido ser una jovencita igual.
       Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa, dejando tras de sí el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado. 
      

Truman Capote, A sangre fría, Madrid, Anagrama S.A, Millenium, 1999, páginas 316-318
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

El Príncipe, Nicolás Maquiavelo

XIII. De los soldados auxiliares, mixtos y propios.

    Las tropas auxiliares, que constituyen la otra clase de tropas inútiles, son aquellas de las que se dispone cuando se llama a un poderoso para que con sus tropas venga a ayudarte y defenderte. Es lo que hizo hace poco el papa Julio cuando, tras pasar con ocasión de la empresa de Ferrara la triste experiencia de sus tropas mercenarias, recurrió a las auxiliares y llegó al acuerdo con Fernando, el rey de España, de que éste lo ayudaría con su gente y sus ejércitos. Estas tropas pueden ser útiles y buenas en sí mismas, pero para quien las llama resultan casi siempre perjudiciales, porque, si pierdes, te quedas deshecho, y, si vences, te conviertes en prisionero suyo. Y aunque  la historia antigua esté llena de ejemplos de este tipo, no deseo, sin embargo, apartarme del caso fresco y reciente del papa Julio, cuya decisión de ponerse completamente a merced de un extranjero por el deseo de conquistar Ferrana no pudo ser más irreflexiva. Sin embargo, su buena fortuna hizo nacer una tercera variante, a fin de que no saborease enteramente el fruto de su mala decisión, pues, cuando ya habían sido derrotadas sus tropas auxiliares en Rávena, aparecieron los suizos, que hicieron huir a los vencedores en contra de las previsiones tanto de él como de los demás; de esta forma no quedó prisionero de los enemigos, que habían sido rechazados, ni tampoco de las tropas auxiliares, pues había vencido con otras armas. Los florentinos, encontrándose completamente desarmados, trajeron diez mil franceses para que expugnaran Pisa, y esta decisión les hizo pasar más peligros que cualquier otra empresa suya anterior. El emperador de Constantinopla llevó a Grecia para que se enfrentaran a sus vecinos a diez mil turcos, los cuales, sin embargo, se resistieron a partir una vez terminada la guerra. Esta acción marcó el comienzo de la esclavización de Grecia por los infantes. Aquel, por tanto, que quiera no poder vencer, que se valga de estas tropas, porque son mucho más peligrosas que las mercenarias: con ellas el desastre está garantizado de antemano, pues constituyen un solo un solo cuerpo absolutamente dispuesto a obedecer a otro. Por el contrario, las tropas mercenarias, en el supuesto  de que hayan vencido, necesitan para hacerte daño más tiempo y una mejor oportunidad, ya que no forman un cuerpo único y además han sido formadas y están pagadas por ti. En estas tropas un tercero, a quien confíes el mando, no puede adquirir con la suficiente rapidez la autoridad necesaria para causarte daño. En suma, en las mercenarias es más peligrosa la desidia, en las auxiliares, la virtud.
       


Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Madrid, Alianza Editorial, páginas 87,88 y 89
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

El banquete, Platón

       Tras decir esto Sócrates, me contó Aristodemo que los demás lo alabaron, pero que Aristófanes intentó decir algo, puesto que Sócrates, en sus palabras había hecho alusión a él apropósito de su discurso. Pero de repente golpearon la puerta del patio y se produjo un gran estruendo, como se juerguistas, y se oyó la voz de una flautista. Entonces Agatón dijo:
       - Esclavos, ¿es que no vais a mirar? Si fuera alguno de los amigos habituales, invitadle; t si no, decidle que no estamos bebiendo, sino que estamos descansando ya.
       Y no mucho después oyeron en el patio la voz de Alcibíades, que estaba muy borracho y daba grandes gritos preguntando dónde estaba Agatón y pidiendo que lo llevaran junto a él. Lo llevaron, pues, junto a nosotros y también a la flautista que lo sostenía y a algunos otros de sus acompañantes; mas él se detuvo en la puerta, coronado con una espesa corona de hiedra y de violetas y llevando en la cabeza cintas en gran número, y dijo:
       - Señores, salud. ¿Aceptáis como compañero de bebida a un hombre completamente borracho, o habremos de irnos en cuanto coronemos a Agatón, que es a lo que hemos venido? Pues yo es verdad que ayer -dijo- no pude venir, pero heme aquí ahora con las cintas sobre la cabeza, para que de mi cabeza pasen a ceñir la cabeza del hombre más sabio y más bello, proclamándolo así públicamente. ¿Os burláis de mí porque pensáis que estoy borracho? Pero yo, aunque vosotros os riais, sin embargo sé bien que digo la verdad. Mas decidme desde ahora, ¿entro con esas condiciones o no? ¿Vais a beber conmigo o no?


       Platón, El banquete. Madrid, Alianza. Clásicos de Grecia y Roma, octava edición, 2006. Páginas 124-125.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Apología Flórida, Apuleyo

     He tomado parte, en Grecia, en las iniciaciones de la mayor parte de los cultos mistéricos. Conservo aun, con sumo cariño, ciertos símbolos y recuerdos de tales cultos, que me fueron entregados por sus sacerdotes. No estoy diciendo nada insólitos ni desconocido. Por ejemplo, los iniciados en los misterios del dios Líber que os hallais aquí salchicha presentes sabéis que es lo que guardais oculto en vuestras casas y veneráis en silencio, lejos de todos los profanos.
Pues mi bien, yo tambien como he dicho, he conocido por mi amor a la verdad y mi piedad hacia los dioses, cultos de toda clase, ritos numerosos y ceremonias variadas. Y no estoy inventándome esta explicación, para acomodarme a las circunstancias, sino que hace unos tres años, pocos días después de haber llegado a Oea, al pronunciar una conferencia acerca de la majestad de Esculapio...



Apuleyo, Apología Flórida. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág. 238.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

jueves, 12 de enero de 2017

Del Espíritu de las Leyes, Montesquieu


Quinta parte 
Libro XXIV
De las leyes con relación a la religión establecida en cada país,
considera en sus prácticas y en sí misma
Capítulo XXI : De la metempsícosis.


   El dogma de la inmortalidad del alma se divide en tres ramas: el de inmortalidad pura, el del simple cambio de morada y el de la metempsícosis; es decir, el sistema cristiano, el sistema de los escitas y el sistema de los indios.  Acabo de hablar de los dos primeros. Del tercero diría que, según haya sido bien o mal dirigido, tuvo en la India buenos o malos efectos. Inspira a los hombres cierto horror al derramamiento de sangre,por ellos hay en la India muy pocos crímenes; aunque casi no se castigue a nadie con la muerte, todo el mundo está tranquilo.
   Por otra parte, las mujeres se queman a la muerte de su marido: sólo los inocentes sufren allí una muerte violenta.

Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento, 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 310, quinta parte, libro XXIV.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Utopía, Tomás Moro


      En efecto, entre sus instituciones mas antiguas cuentan la que a nadie su religión de sirva de perjuicio. Porque ya desde el principio Utopo, al enterarse que los habitantes antes de su llegada había luchado frecuentemente entre sí por motivo de las religiones y al darse cuenta de que el hecho de que cada secta luchaba por la patria, desavenidas respecto de un objetivo común, le había prestado a él la oportunidad de vencerlas a todas, decretó entre las primeras cosas, después que alcanzo la victoria, que a cada que le fuera ilícito seguir la religión que le pluguiera; más que para convertir a los otros también a la suya, pudiera esforzarse sólo hasta el punto de poder exponer la suya con razones, placida y modestamente, no de destruir las demás acerbamente si su persuasión no convence; y que no use ninguna violencia y se abstenga de injurias. Castigan con el exilio o la esclavitud a quien en ese asunto se empeña con algo más de petulancia.

Tomás Moro, Utopía, Inglaterra, colección clasicos de pensamiento,4º edición publicada en 2006, editorial tecnos, página 117.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Los tres mosqueteros, Alexandre Dumas

     En efecto, aquella misma noche. D'Artagnan se presentó en el alojamiento de Athos y lo encontró vaciando su botella de vino español, ritual que observaba religiosamente todas las noches.

     Le relató lo sucedido lo ocurrido entre el cardenal y él, y le tendió el despacho.

     -Aquí tenéis, mi querido Athos- le dijo-: a vos os corresponde firmarlo.

     Athos dejó ver su más dulce y encantadora sonrisa.

     -Amigo mío -respondió-, para Athos es demasiado: para el conde de La Fère es demasiado poco. Guardad este despacho: vuestro es. ¡Y, por mi honor, que lo habéis pagado bien caro!

     D'Artagnan salió de la tienda de Athos y entró en la de Porthos.Lo encontró vestido con un magnífico uniforme, cubierto de espléndidos bordados, y contemplándose en un espejo

     -¡Vaya, vaya!-exclamó Porthos-. ¡Si sois vos, mi querido amigo! ¿ Qué os parece cómo me cae este uniforme?
     -De maravilla -respondió D'Artagnan-, pero vengo a ofreceros otro uniforme que os sentaría mejor.
     -¿Cuál?- preguntó Porthos.
     -El de teniente de mosqueteros.

     Y D'Artagnan refirió a Porthos su entrevista con el cardenal. luego, sacó el despacho de su bolsillo.

     -Tomad, querido amigo -le dijo-: escribir vuestro nombre aquí arriba y sed un buen jefe para mí.

     Porthos echó una ojeada al documento y lo devolvió a D'Artagnan, con gran asombro de éste

     -Sí - admitió-, ese empleo me halagaría mucho, pero no tendría tiempo para disfrutar el ascenso. Durante nuestra expedición de Béthune, el marido de mi duquesa falleció; de suerte que, ya que el cofre del difundo me tiende sus brazos, voy a casarme con la viuda. Ved que estaba probándome el traje para la ceremonia. Guardaos ese despacho, querido amigo, guardadlo para vos.

     Y le entregó el papel.

     Nuestro joven entró en la tienda de Aramis y lo encontró arrodillado en su reclinatorio, con la frente apoyada sobre su breviario abierto. Le relató su entrevista con el cardenal y sacó por tercera vez su despacho del bolsillo.

     -Vos, que sois nuestro amigo, nuestra luz y nuestro invisible protector -le dijo-, aceptad este despacho; lo habéis merecido más que nadie, por vuestra prudencia y vuestros consejos, que siempre han dado tan buenos resultados.
     -¡Ay, querido amigo! -respondió Aramis-. Nuestras últimas aventuras me han hecho aborrecer del todo la vida del hombre de espada. Esta vez, mi decisión es irrevocable: en cuanto concluya el asedio, ingresaré en los lazaristas. Guardaos este despacho, D'Artagnan, porque la profesión militar os conviene; yo sé que seréis pronto un bravo y esforzado capitán.

     D'Artagnan, con los ojos humedecidos de agradecimiento y brillantes de alegría, volvió a la tienda de Athos, a quien halló sentado ante la misma mesa y admirando el color de su último vino malagueño a la luz de la lámpara.

     -Escuchad- le dijo-: ellos también lo han rechazado.
     -Porque nadie, querido amigo, era más digno del ascenso que vos.

     Tomó una pluma, escribió sobre el despacho el nombre de D'Artagnan y se lo dio.

     -Ya no tendré amigos -manifestó el joven-: sólo me quedarán, por desgracia, amargos recuerdos...

     Y dejó caer la cabeza entre sus manos, mientras dos lágrimas rodaban por sus mejillas.

     -¡Sois muy joven -replicó Athos- y vuestros recuerdos amargos tendrán tiempo para tornarse en dulces añoranzas!






     Alexandre Dumas, Los tres mosqueteros, León, Edt. Everest, Clásicos de bolsillo Everest, 2006. 388 páginas. Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Bucólica octava, Virgilio

     Empieza conmigo, flauta mía, los versos menalios. ¡Oh tú, unida a un esposo merecido, que desprecias a todos y que aborreces mi flauta y mis cabrillas y mi hirsuto sobrecejo y mi lengua barba y no crees que dios alguno se cuide de las acciones de los hombres!
     Empieza conmigo, flauta mía, los versos menalios. En nuestros setos te vi yo, de pequeña, coger con tu madre (era yo vuestro guía) manzanas mojadas de rocío; había entonces entrado ya en los doce años, ya desde el suelo podía alcanzar las frágiles ramas; así que te vi, ¡cómo me perdí, cómo me arrebató fatal engaño!
     Empieza, flauta mía, los versos menalios. Ahora sé lo que es Amor; en duras rocas dan a ser a aquel niño el Tmaro, o el Ródope, o los garamantes del extremo del mundo; no es de nuestra raza ni de la sangre nuestra.
     Empieza conmigo, flauta mía , los versos menalios. El cruel amor fue quién enseñó a una madre a manchar sus manos con la sanfre de sus hijos; tú, madre, también fuiste cruel; ¿fue la madre más cruel o más malvado el niño aquél? malvado fue aquel niño; tú, madre, cruel también.


Virgilio, Bucólicas y Geórgicas. Barcelona ed. Gredos, S.A, col Biblioteca Básica Gredos, pag 39.
Seleccionado por David Francisco Blanco. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Discursos I, Cicerón

      Recuerda Cicerón las dificultades con que se encontraron los sicilianos para acudir a los tribunales de Roma. Indica a continuación que Verres ya meditaba desde la Ciudad cómo esquilmaría a los habitantes de la isla: es el comienzo del episodio de Dión. Le sigue inmediatamente el Sosipo y Filócrates, que también gira en torno a una cuestión testamentaria.
      La ficticia excusa de la defensa de Verres de que él no recibía directamente el dinero de estos manejos da pie a nuestro acusador para hablar de la cohorte del pretor, a la que acusa de ser un mero séquito y sus miembros un instrumento de sus desmanes. Esta parte del discurso podría construir un manual de mal gobernador. De aquí pasa a examinar cómo Verres, respetando el derecho siciliano (la lex Rupilia y la lex Hieronica) en su aspecto material, lo conculca continuamente en el procesal. Son ejemplos de ello los asuntos de Heraclio y Epícrates, que, en contra de la advertencia de Cicerón en el sentido de que no acumulará datos, sino que escogerá uno por cada tipo de delitos, tratan de herencias, cosa que ya hemos visto anteriormente, y además tienen en común la cadena de un ausente. Hasta tal punto esto es así, que entre el episodio de Heraclio y el de Epícrates decide intercalar, para no cansar al lector, la digresión sobre las "Verrinas" o fiestas en honor de Verres.




Cicerón, Discursos I. Barcelona, Edt. Gredos. Biblioteca básica gredos, 2000. pag 33.
Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017

El Príncipe, Nicolás Maquiavelo


XV. De aquellas cosas por las que los hombres y sobre todo los príncipes son alabados o censurados.

           Nos queda ahora por ver cuál debe ser el comportamiento y el gobierno de un príncipe con respecto a súbditos y amigos. Y por qué sé que muchos han escrito de esto, temo -al escribir ahora yo- ser considerado presuntuoso, tanto más cuanto que me aparto -sobre todo en el tratamiento del tema que ahora nos ocupa- de los métodos seguidos por los demás. Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer aprende antes se ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad.
Dejando, pues, a un lado las cosas imaginadas a propósito de un príncipe, y discurriendo acerca de las que son verdaderas, sostengo que todos los hombres cuando se habla de ellos -y especialmente los príncipes, por estar puestos en un lugar más elevado- son designados con alguno de los rasgos siguientes que les acarrean o censura o alabanza. uno es tenido por liberal, otro por tacaño (me sirvo en este caso de una palabra toscana, porque en nuestra lengua avaro es aquel que rapiña desea acumular, mientras llamamos tacaño a aquel que se abstiene en demasía de usar lo que tiene); uno es considerado leal, otro fiel; uno afeminado y pusilánime, otro fiero y valeroso; el uno humano, el otro soberbio, el uno lascivo, el otro casto; el uno íntegro, el otro astuto; el uno rígido, el otro flexible; el uno ponderado, el otro frívolo; el uno devoto, el otro incrédulo, y así sucesivamente. Yo sé que todo el mundo reconocerá que sería algo digno de los mayores elogios el que un príncipe estuviera en posesión, de entre los rasgos enumerados, de aquellos que son tenidos por buenos. Pero, puesto que no se pueden tener ni observar enteramente, ya que las condiciones humanas no lo permiten, le es necesario ser tan prudente que sepa evitar el ser tachado de aquellos vicios que le arrebatarían el Estado y mantenerse a salvo de los que no se lo quitarían, si le es posible; pero si no lo es, puede incurrir en ellos con menos miramientos. Y todavía más: más que no se preocupe de caer en la fama de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podrá salvar su Estado, porque, si se considera todo como es debido, se encontrará alguna cosa que parecerá virtud, pero si se la sigue traería consigo su ruina, y alguna otra que parecerá vicio y si se la sigue garantiza la seguridad y el bienestar suyo.




      Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Madrid, Alianza Editorial, páginas 95-96.
      Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

A sangre fría, Truman Capote

Los últimos que los vieron vivos


El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llamaban <>. A más de cien kilómetros al este de la frontera de Colorado, el campo, con sus nítidos cielos azules y su aire puro como el del desierto, tiene una atmósfera que se parece al más Lejano Oeste que al Medio Oeste. El acento local tiene un aroma de praderas, un dejo nasal de peón, y los hombres, muchos de ellos, llevan pantalones ajustados, sombreros de ala ancha y botas de tacones altos y punta afilada. La tierra es llana y las vistas enormemente grandes; caballos, rebaños de ganado, racimos de blancos silos que se alzan con tanta gracia como templos griegos son visibles mucho antes de que el viajero llegue hasta ellos.
     Holcomb también es visible desde lejos.No es que haya mucho que ver allí..., es simplemente un conjunto de edificios sin objeto, divididos en el centro por las vias del ferrocarril de Santa Fe, una aldea azosa limitada al sur por un trozo del río Arkansas, al norte por la carretera número 50 y al este y al oeste por praderas y campos de trigo. Después de las lluvias, o cuando se derrite la nieve, las calles sin nombre, sin árboles, sin pavimento, pasan del exceso de polvo al exceso de lodo. En un extremo del pueblo se levanta una antigua estructura de estuco en cuyo techo hay un cartel luminoso ----BAILE----, pero ya nadie baila y ya hace varios años que el cartel no se enciende. 
Cerca hay otro edificio con un cartel irrelevante, dorado, colocado sobre una ventana sucia: BANCO DE HOLCOMB. El banco quebró en 1933 ny sus antiguas oficinas han sido transformadas en apartamentos. En una de las dos < casas de apartamentos>; del pueblo; la segunda es una mansión decadente, conocida como el colegio; porque buena parte de profesores del liceo local viven allí. Pero la mayor parte de las casas de Holcomb son de una sola planta, con una galería en el frente.
     Cerca de la estación de ferrocarril, una mujer delgada que lleva una chaqueta de cuero, pantalones vaqueros y botas, preside una destartalada sucursal de correos. La estación misma, pintada de amarillo desconchado, es igualmente melancólica: El jefe, El Super Jefe y El capitán pasan por allí todos los días, pero estos famosos expresos nunca se detienen. Ningún tren de pasajeros lo hace..., sólo algún tren de mercancías. Arriba, en la carretera, hay dos gasolineras, una de las cuales es, además, una poco surtida tienda de comestibles, mientras la otra funciona también como café..., el Café Hartman donde la señora Hartman, la propietaria, sirve bocadillos, café, bebidas sin alcohol y cerveza de baja graduación (Holcomb, como el resto de Texas, es seco ).



       Truman Capote, A sangre fría, Madrid, Anagrama S.A, Millenium, 1999, páginas 13-14.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

El banquete, Platón

       - Eres un insolente, Sócrates -replicó Agatón-. Mas esta cuestión acerca de nuestra sabiduría la resolveremos tú y yo un poco más tarde, tomando como juez a Dioniso. Ahora atiende primero a la comida.
       Después de esto -prosiguió su relato Aristodemo-, una vez que se acomodó Sócrates y acabaron de comer él y los demás, hicieron libaciones, y tras haber cantado en honor del dios y haber cumplido los demás ritos acostumbrados, se dedicaron a beber. Entonces Pausanias -dijo Aristodemo- comenzó a hablar más o menos así:
       - Bien, señores, ¿de qué manera beberemos más a gusto? Yo, por mi parte, os digo que en realidad me encuentro muy mal por lo que bebí ayer y necesito un respiro (y creo que lo mismo os ocurre a la mayoría de vosotros, pues estabais también en la celebración). Mirad, por tanto, de qué manera podríamos beber lo más a gusto posible.
       Entonces habló Aristófanes:
       - Realmente tienes razón, Pausanias, cuando propones preparar, por todos los medios, una manera agradable de beber, ya que yo también soy de los que ayer se empaparon.
       Al oírles -prosiguió Aristodemo- intervino Erixímaco, el hijo de Acúmeno:
       - Sin duda decís bien, pero aún necesito oír de uno de vosotros con cuántas fuerzas se encuentra para beber Agatón.
       - Con ningunas -respondió-; tampoco yo me encuentro con fuerzas.


       Platón, El banquete. Madrid, Alianza. Clásicos de Grecia y Roma, octava edición, 2006. Páginas 52-54.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Dafnis y CLoe, Longo

Libro Cuarto


    Vino desde Mitilene un siervo, compañero de Lamón, a avisar de que poco antes de la vendimia llegaria el amo para enterarse de si la incursión de la flota de Metimna había producido algún daño en sus fincas. Como el verani ya se iba y el otoño se acercaba, Lamón hacia preparativos para que en  su estancia se complaciera en todo lo que viese. Limpió las fuentes, para que tuviera un lindo aspecto.

     Y era el parque de todo punto hermoso y a la manera de los jardines de los reyes. Se extendía hasta el largo de un estadio y estaba situado en un paraje alto, con cuatro pletros de ancho. Se hubiera podido describirlo como una amplia llanada. Tenía toda surte de arboles: manzanos, mirtos, perales y granados, higueras y olivos; en otro lugar un alta vid, que con sus oscuros tonos se apoyaba en los manzanos y perales, como si en frutos con ellos compitiera. Y esto solo en arboleda culivada. Tambien había cipreses y laureles y platanos y pinos. Sobre todos ésos se extendía hiedra en vez de vid, y sus racimos, por el tamaño y  su color ennergrecido, emulaban a los racimos de la vid.



Longo, Dafnis y Cleo. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág. 321.
Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Utopía, Tomás Moro


      Cuando yo estaba allí, daba la impresión de que el rey confiaba muchísimo  en sus consejos y que la república se apoyaba mucho en ellos. Nasa extraño en un hombre que, arrojaba casi desde su primera juventud de la escuela a la corte, vedado durante toda su vida en los más altos asuntos, zarandeando por los cambiantes golpes de la fortuna, había aprendido entre muchos y grandes peligros el arte e la prudencia, la cual, cuando se adquiere así, no se pierde fácilmente.
      Estando yo un día a su mesa se hallaba casualmente presente un cierto laico, perito en vuestras leyes; éste aprovechando no sé qué ocasión, comenzó a celebrar a remo y vela la rigurosa justicia que entonces se aplicaba allí a los ladrones, de los que en algunos sitios - contaba - se había colgado a veces veinte en una sola cruz; lo que mas le sorprendía era por qué mala fatalidad, siendo tan pocos los que escapaban a este suplicio , fuera no obstante tantísimos los que andaban por doquier latrocinando. Entonces yo, atreviéndome a hablar libremente en presencia del cardenal, le dije:
       - No te extrañes en absoluto. Este castigo, en efecto, de los ladrones excede lo justo y no tiene utilidad pública. Es demasiado cruel para castigar los robos e insuficiente, sin embargo, para frenarlos. Pues ni el simple robo es un delito tan grande que deba sancionarse con la pena capital ni hay tampoco pena tan grande que pueda disuadir de la rapacería a quienes no poseen otro medio para conseguir su sustento.



Tomás Moro, Utopía, Inglaterra, colección clasicos de pensamiento,4º edición publicada en 2006, editorial tecnos, página 14/15.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.