jueves, 27 de abril de 2017

La madre, Máximo Gorki

PRIMERA PARTE

1

       La sirena de la fábrica lanzaba su clamor estridente, cada día, el aire ahumado y grave del arrabal obrero. Entonces, un gentío tristón, de músculos todavía cansados, salía con rapidez de las casitas grises, corriendo como las cucarachas llenas de susto. A la media luz fría, íbanse por la calleja angosta hacia los paredones altos de la fábrica que los esperaba segura, alumbrando la calzada fangosa con sus innumerables ojos cuadrados, amarillos y viscosos. Bajo los pies chascaba el barro. Voces dormidas resonaban en roncas exclamaciones, injurias rasgaban el aire, y una oleada de ruidos sordos acogía a los obreros: el sonar pesado de las máquinas, el gruñido del vapor. Por encima del arrabal, a semejanza de bastones, sombrías y repelentes como centinelas, perfilábanse las altas chimeneas negruzcas.
       Al anochecer, cuando se ponía el sol y sus rayos rojos brillaban en las vidrieras de las casas, vomitaba la fábrica de sus entrañas de piedra toda la escoria humana, y los trabajadores, ennegrecidos de humo, volvían a desparramarse por la calle, dejando detrás húmedos relentes de grasa de máquinas, centelleándoles las dentaduras hambrientas. Había a la sazón en sus voces animación y hasta alegría; se acabaron por unas horas los trabajos forzados; cena y descanso estaban esperándole en casa.

       Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 27.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Los sufrimientos del joven Werther, Johann W. Goethe

                                                     LIBRO PRIMERO
                                                                                                                                    4 de mayo de 1771
     ¡Qué contento estoy de haberme marchado! Amigo inmejorable, ¿qué es el corazón del hombre? Abandonarte a ti, quien quiero tanto, y de quien no me podía separar, ¡y estar contento! Ya sé que me perdonas. ¿Acaso mis demás relaciones no fueron elegidas por el destino para angustiar un corazón como el mío? ¡Pobre Leonor! Sin embargo, he sido inocente. ¿Podía remediar yo que, mientras los encantos voluntariosos de su hermana me preocupaban un agradable entretenimiento, se formase una pasión en ese pobre coraz´ñon? Pero, sin embargo, ¡soy completamente inocente? ¡No he estimulado sus sentimientos? ¿No me he divertido con las expresiones auténticas de su naturaleza, que tantas veces nos hacían reír, aunque no fueran nada risibles; no he sido yo...? ¡Ah, qué es el hombre para que se pueda acusar a sí mismo! Te aseguro, mi buen amigo, que quiero mejorarme, que no he de volver a rumiar ni el más pequeño de los males que nos depare el destino, como lo he hecho siempre; quiero disfrutar del presente, y lo pasado será pasado para mí. Ciertamente, tienes razón, mi inmejorable amigo: los dolores serían menores entre si éstos -Dios sabe por qué están hechos así- no se ocuparan con tanto ahínco de imaginación en evocar los recuerdos de los males pasados en vez de soportar un presente tolerable.
     Ten la bondad de decir a mi madre que me estoy ocupando lo mejor que puedo de su asunto y le daré en seguida noticias sobre él. He hablado con mi tía, y no la he encontrado ni con mucho como esa perversa mujer de que se habla entre nosotros. Es una mujer vivaz y vehemente, con el mejor de los corazones. Le expliqué el disgusto de mi madre por la parte de la herencia que le han retenido. me dijo sus razones y causas, y las circunstancias bajo las cuales estaría dispuesta a dejarlo todo, y aún más de lo que pedíamos. En resumen: ahora no puedo escribir nada sobre esto: di a mi madre que todo irá bien: y, mi excelente amigo, en este pequeño asunto he vuelto a comprobar que los malentendidos y la pereza quizá causan más extravíos en este mundo que la astucia y la perversidad. Al menos, estas dos últimas cosas ciertamente que son más raras.
     Por lo demás, me encuentro muy bien: la soledad es un bálsamo precioso para mi corazón en este lugar paradisíaco, y la estación de la juventud calienta con toda riqueza este corazón que se estremece tan a menudo. Cada árbol, cada matorral es un ramillete de flores, y uno querría volverse abejorro para revolotear por este mar de aromas, encontrando en él todo su alimento.
     La propia ciudad es desagradable, pero en torno de ella hay una inefable hermosura de la Naturaleza. Esto movió al difunto Conde de M... a situar a su jardín en una de las colinas que se enlazan con la más bella variedad, formando los más amenos valles. El jardín es sencillo, y se siente al entrar que no trazó su plano un sabio jardinero, sino un corazón sensible que quería aquí disfrutar de sí mismo. Ya he vertido muchas lágrimas por el difunto en el arruinado cenador, que era su lugar predilecto y lo es también para mí. Pronto seré dueño de este jardín: al jardinero le conozco sólo hace unos días, pero no se encontrará mal conmigo.


     Johann Wolfgang Goethe, Los sufrimientos del joven Werther, Barcelona, RBA Editores, 1994, Historia de la Literatura, páginas 5-6.
     Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez, primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Eneida, Virgilio

LIBRO IV

No el alma infortunada de la reina fenicia.  Ni un instante se rinde al sueño
ni los ojos ni el corazón le embebe la noche. Se le doblan los pesares 
y renace su amor y embravece y se encrespa en un mar de ira.
Empieza dando vueltas y vueltas alma adentro a su pasión,
<<¡Ay! ¿Qué haré? ¿Volveré a mis antiguos pretendientes,
a servirles de mofa y a tratar suplicante de casarme con uno de esos númidas
a los que tantas veces desdeñé por esposos? ¿O seguiré las naves de los teucros
sumisa a sus más duras ordenes? ¿Es que no reconocen complacidos
la ayuda que de mí recibieron? ¿No queda bien grabado en su recuerdo
el agradecimiento al favor que les hice? Pero aunque lo quisiera,
¿me lo permitirán? ¿Acogerán a bordo de sus altivas naves a quien odian?
¡Loca! ¿No ves, no percibes todavía el perjuicio
de la raza de Laomedonte? ¿Qué entonces?
¿Me haré sola a la mala con esos marineros? ¿O, escoltada por mis tirios
y por todas mis tropas, me lanzaré tras ellos?
A unos hombres que arranqué de Sidón a duras penas
¿les forzaré otra vez a bogar por los mares, a desplegar las velas a los vientos?
¡No! Muere como mereces. Corta tus sufrimientos con la espada.
¡Hermana, has sido tú, vencida por mis lágrimas quien primero
has cargado de desdichas a mi alma enloquecida,
y me has puesto a merced de mi enemigo!
¡No haber podido yo vivir libre del yugo del amor una vida sin reproche
como los animales salvajes! ¡No haber cumplido la promesa
que empeñé a las cenizas de Siqueo!>> En tan hondos lamentos
prorrumpía el corazón de Dido.

 Virgilio, Eneida. Barcelona, Editorial Gredos, S.A., Colección Biblioteca Básica Gredos, primera edición, 2000, página 121.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Hamlet, Willian Shakespeare

ESCENA II (241)
Trompetas
Entran el rey, la reina, Ronsencrantz y
Guildenstern, con acompañantes

Rey
     Bienvenidos, queridisimos Ronsencrantz y Guildenstern.
     Si bien nos causa gran alegría el veros, ha sido la necesidad de vuestro servicio la que nos movió a llamaros. Habréis oído hablar de la transformación que Hamlet ha sufrido. La llamo así porque ni externamente ni en su interior parece ser la persona que solía. Que pueda ser - sino la muerte de su padre le ha perturbado de tal modo su propio entendimiento - no pudo saberlo. Os ruego a los dos, puesto que is habéis criado juntos desde la niñez, y sois semejantes en temperamento y edad, que os digneis permanecer aquí en la corte por algún tiempo. Y, en compañía vuestra, podáis inducirlo a los placeres y descubrir, en ocasión propicia, que cosa para nosotros desconocida le causa esta afliccion que, descubierta, encuentre en nuestras manos el remedio.

Reina
     Amigos míos, tanto os nombra él a vosotros, que cierta estoy que no hay dos personas en el mundo que él más estime. Si fuera de vuestro agrado mostrarnos gentileza y buena voluntad quedandoos algún tiempo con nosotros, y alimentar así nuestra esperanza, tanta gratitud merecería vuestras atención como corresponde al rey ofrecer.

Ronsecrantz
     Vuestras majestades pueden, por la autoridad que tienen sobre nosotros, solicitar tales deseos más como mandato que como súplica.

Guildenstern
     Obedeceremos ambos, y ofrecemos, sin reservas, nuestro servicio totalmente, a vuestros pies, según queráis mandarnos.

Rey
      Gracias, gentil Rosencrantz y Guieldenstern.

Reina
     Gracias mis gentiles Guieldenstern y Ronsencrantz, os pido que al instante visitéis a nuestro hijo, ya tan otro. Que alguien acompañe a estos caballeros hasta donde está Hamlet.

Guieldenstern
   Que los cielos hagan grata nuestra presencia y utiles nuestros actos.

Reina
     Amén.
Salen Rosencrantz y Guildenstern
Entra Polonio

Polonio
     Señor, los embajadores enviados a Noruega acaban e hacer su feliz retorno.

Rey
     Siempre fuieste padre de noticias gratas.

Polonio
     ¿Eso es cierto, señor? Os aseguro, mi soberano, que mis servicios todos - así como mi alma - están consagrados por Dios y mi bondadoso rey; y pienso - a menos que mi entendimiento no haya sabido seguir el rastro tal y como solía - que he dado con la causa verdadera de la locura del principe Hamlet.

Rey
     ¡Hablad! ¡Estoy impaciente por oiros!

...

       William Shakespeare, Hamlet. Madrid. Letras Universales, Edicion: 1999. Pag 241.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Gargantúa y Pantagruel, François Rabelais


Capítulo XXI

DE CÓMO PANURGO SE ENAMORÓ DE
 UNA GRAN DAMA DE PARÍS

      Panurgo comenzó a cobrar fama en la ciudad de París por aquella disputa que tuvo con el inglés, y desde entonces hizo valer su bragueta, cuya parte superior adornó con bordados a la romana. La gente lo alababa públicamente, y hasta compusieron una canción en honor suyo que cantaban los niños que iban a comprar el vino o mostaza. Era bien recibido entre todas las damas y damiselas, de modo que se volvió jantancioso, y se propuso conseguir los favores de una gran dama de la ciudad.
      Y a tal efecto, prescindiendo de muchos de esos largos preámbulos y protestas que suelen hacer esos dolientes contemplativos amantes de cuaresma, que no tienen contactos carnales, le dijo un día:
      - Señora, sería muy útil a toda la república, deleitable para vos, honoroso para vuestro linaje y necesario para mí, el que cruzarais conmigo vuestra raza. Y creedlo, porque la experiencia ol lo demostrará.
      La dama, al oír esto, retrocedió más de cien lenguas, diciendo:
      -¡Malvado loco! ¿Cómo os atrevéis a hacerme tal proposición? ¿Con quién creéis estar hablando? ¡Idos, que no os vuelva a ver yo en mi presencia, pues en muy poco está el que os mande cortar brazos y piernas.
      - No me importaría que me cortaran los brazos y las piernas a condición de que, vos y yo, hiciéramos una partida de placer, jugando a los muñequitos en las bajas regiones; porque (mostrando su larga bragueta) aquí esta maese Juan Jueves que os tocaría una danza que os penetraría hasta la médula de los huesos. Es muy galante y sabría buscaros los rincones más ocultos y cazar los pequeños bubones inguinales en la ratonera, de modo que después de él no os quedará nada que desear.


François Rabelais, Grargantúa y Pantagruel, editorial RBA coleccinables SA, año 1995en Barcelona, capítulo XXI, página 277
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Dafnis y Cloe, Longo


LIBRO PRIMERO

       Mitilene es una ciudad de Lesbos, grande y bella, pues está dividida por canales, circulando en su interior el mar, y la engalanan puentes de pulida y blanca piedra. Cabría pensar que se ve no una ciudad, sino una isla.
       A unos doscientos  estadios de esta ciudad de Mitilene había una finca de un hombre adinerado, la más bonita propiedad: montes criaderos de caza, llanadas de trigales, colinas de viñedos, pastos para el ganado. Y a lo largo de una playa dilatada, de muelle arena, batía el mar.
       Cuando en esta finca apacentaba el rebaño un cabrero, por nombre Lamón, encontró un niño al que una de las cabras daba de mamar. Había un encinar y maleza corriendo de continuo iba a desaparecer una y otra vez y, dejando a su chivo abandonado, se demoraba junto a la criatura.
       Atento está Lamón a estas idas y venidas, compadecido del chivo descuidado. Y en el apogeo del mediodía, yendo en pos del rastro, ve a la cabra que cautelosamente lo tiene con sus patas rodeado, para, al pisar, no ocasionarle con las pezuñas ningún daño, y al niño que, como del seno mismo de su madre, el hilo de leche succionaba. Con el asombro que era natural, se les acerca y descubre a un varoncito, robusto y lindo, entre pañales mejores que la suerte de un niño abandonado. Pues había una mantilla de púrpura, un broche de oro y una espadita con empuñadura de marfil.
       A lo primero se le ocurrió, llevándose tan solo las prendas de identificación, no atender a la criatura. Luego, avergonzado de no imitar en humanidad ni aun a una cabra, y esperando la llegada de la noche, lleva todo, las prendas y el niño y hasta la propia cabra, ante Mírtale, su mujer. Y a ella, estupefacta ante la idea de que las cabras paran niños, todo se lo explica: cómo lo encontrara abandonado, cómo lo viera alimentarse, cómo se avergonzó de dejarlo para que muriese allí, Siendo ella de igual parecer, esconden los objetos que acompañaban al expósito, aceptan la criatura como suya y confían a la cabra su crianza. Y a fin de que también el nombre del niño pareciese el de un pastor, acordaron ponerle Dafnis.


      Longo, Dafnis y Cloe. Madrid, 2002, Editorial Gredos, S.A., Colección Biblioteca Básica Gredos, páginas 5 y 6.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Las aventuras de Tom Sawyer, Mark Twain

Capítulo 15

       Unos minutos después Tom se encontraba en el agua poco profunda del banco, vadeando hacia la orilla de Illinois. Antes de que el agua le llegara a la cintura ya estaba a medio camino; la corriente ya no le permitía vadear, así que confiadamente se echo a nadar los cien metros restantes. Nadó al sesgo aguas arriba, pero la corriente le arrastraba hacia abajo más rápido de lo que había supuesto. Sin embargo, alcanzó al fin la ribera y se dejó arrastrar hasta que encontró un lugar donde el banco era bajo, y trepó la tierra. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta, encontró a salvo su trozo de corteza, y luego se adentró por el bosque, siguiendo paralelo a la orilla, con la ropa chorreando agua. Poco antes de las diez llegó a un claro situado frente a la aldea y vio el transbordador amarrado bajo la sombra de los árboles y de la escarpada orilla. Todo estaba en silencio bajo las centelleantes estrellas. Bajó a gatas hasta la orilla, vigilando con los ojos bien abiertos, se tiró al agua, nadó tres o cuatro brazadas y trepó al esquife que servía de yola, amarrado a la popa del transbordador. Se escondió debajo de los bancos transversales y esperó, jadeante.


       Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer. Madrid, Anaya. Laurin, primera edición, 1984. Página 122.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017. 

jueves, 20 de abril de 2017

Robinsón Crusoe, Daniel Defoe


 Capítulo: VIII

VIAJE POR MAR 

  
     Ocupado aún en esta obra, terminó mi cuarto año en este lugar, y celebré mi aniversario con la misma devoción y el mismo consuelo que siempre; porque por el estudio constante y seria aplicación de la palabra de Dios, y por el auxilio de Su gracia, había llegado a tener una visión de las cosas distinta de la que tenía antes. Concebía nociones distintas.  Ahora consideraba el mundo como algo remoto, con el que yo no tenía nada que ver, del que nada esperaba, y del que la verdad es que nada deseaba; en una palabra, que no tenía  nada que ver con él, y parecía como si esta disposición nunca fuera a cambiar; así e que creo que se mostraba como tal vez lo contemplaremos en la otra vida , es decir, como un lugar en el que había vivido, pero que ya había abandonado; y bien hubiera podido decir como el Padre Abraham al rico Epulón: Entre yo y tú hay un gran abismo.

     En primer lugar me había alejado de todas las iniquidades de este mundo. No tenía ni la concupiscencia de la carne, ni la concupiscencia  de los ojos, ni la vanidad de la vida. No tenías nada que envidiar; porque tenía todo lo que era capaz de disfrutar; era el señor de todo el territorio; o, si quería, podía titularme rey o emperador de todo el aquel país del que había tomado posesión. No había rivales; no tenía competidores, nadie que me disputase la soberanía o el poder. Podía cultivar grano suficiente para cargar barcos enteros; pero de nada me hubiera servido; así que me limité a cultivar el que creí bastaría a mis necesidades.
   
Daniel Defoe, Robison Crusoe, editorial planeta, publicada en Barcelona en 1994,capítulo: VIII ,página: 116.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

Rabelais, Gargantúa y Pantagruel


Capítulo XLIX
DE CÓMO PRICRÓCOLO TUVO MUY 
MALA FORTUNA CUANDO HUÍA, Y DE
 LO QUE HIZO GARGANTÚA DESPUÉS 
DE LA BATALLA

      Pricrócolo, desesperado, huyó hacia la isla de Bouchard y , en el camino de Rivère, su caballo tropezó y cayó, lo que le encolerizó e indigno tanto, que mató al noble bruto con la espada. Luego, no encontrando a nadie que le procurara con otra cabalgadura, quiso llevarse un asno del molino que había cerca de allí; pero los molineros moliéronle a palos, le hicieron pedazos las ropas, y le dieron para cubrirse una mala chamarreta.
      El pobre hombre, rabioso u furibundo, se marchó de allí. Cruzó después el agua en Port-Huault y, al contar sus infortunios a una vieja hechicera, está le predijo que le sería devuelto su reino cuando vinieran las coquecigrullas. Desde entonces no se sabe lo que ha sido de él.
      Sin embargo, me han dicho que se hala al presente Lyon haciendo de ganapán tan colérico como antes, y preguntando a cuatro forasteros encuentra por la venida de coquecigrullas, pues sigue abrigando la esperanza de que cuando éstas lleguen se cumplirá la predicción de la vieja y le será devuelto su reino.
      Lo primero que hizo Gargantúa después de la retreta fue contar sus gentes, comprobando que había tenido pocas bajas en las batalla; tan sólo Ponócrates, que había recibido un arcabuzazo en su jubón, y algunos infantes de la compañía del capitán Tolmere. Hizo que les dieran de comery ordenó a sus tesoreros que pagaran la comida; mandó, además, que no se causaran daños en la ciudad, puesto que era suya, y que después de comer se reunieran todos en la plaza, delante del castillo, donde les pagarían la soldada de seis meses, orden que fue cumplida.
      Después mandó que se reunieran en dicha plaza todos los que quedaban del partido de Picrócolo. a los cuales, en los que quedaban del partido Picrócolo, a los cuales, en presencia de todos sus príncipes y capitanes, le habló como sigue:



François Rabelais, Grargantúa y Pantagruel, editorial RBA coleccinables SA, año 1995en Barcelona, capítulo XLIX, página 152
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Los conquistadores, Malraux.

    Me refugio en mi cabina. Pero allí me persigue el embotamiento del mal sueño: dolor de cabeza, cansancio, escalofríos... Me lavo al chorro del agua (no sin trabajo: los grifos son minúsculos), pongo el ventilador en marcha, abro el ojo de buey.
    Sentado en la colchoneta, aburrido, saco de los bolsillos, uno a uno, los papeles que guardo en ellos. Reclamos de medicamentos tropicales. viejas cartas, papel en blanco impreso con la pequeña bandera tricolor de las Messageries Maritimes... Tras desgarrarlo todo con una minuciosidad de borracho, lo echo al río por el ojo de buey. En otro bolsillo cartas antiguas de ese al que ellos llaman Garín. No he querido dejarlas en la maleta por prudencia... ¿Y esto? Es la lista de los papeles que me ha confiado Meunier. Veamos. Hay un buen montón de cosas... Pero hay dos que Meunier ha puesto aparte en la misma lista. La primera es la copia de una nota del Intelligent Service relativa a Cheng-dai, con anotaciones de nuestros agentes. La segunda reproduce una de las fichas de la policía de Hong Kong concerniente a Garín.
    Tras cerrar la puerta con llave y correr el cerrojo, saco del bolsillo de la camisa el grueso sobre que me ha entregado Meunier. La pieza que busco está colocada la última. Es larga y está cifrada. En lo alto de la página: transmitido con urgencia. Por lo demás, la clave va adjunta.
    Empujado por la curiosidad e incluso por una cierta inquietud, comienzo a transcribir. ¿Qué es hoy de ese hombre del que he sido amigo durante años? Hace cinco años que no le veo. En el curso de este viaje no ha habido un día que no lo haya impuesto a mi recuerdo, fuese porque me hablaban de él, fuese porque su acción se hacía sensible en los radios que recibíamos...




Los conquistadores, Malraux. Editorial Bernard Grasset. Edición cedida por Editorial Argos Vengara. Móstoles- Madrid, 2000.
Seleccionado por: Marta Talaván González, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.








Guillermo Tell, Friedrich von Schiller

       CARLOS.     ¡Amigo ensangrentado, perdona que lo profane ante tales oídos! Pero que ese gran conocedor de hombres se muera de vergüenza al ver que la inteligencia de un joven ha sido mas sagaz que su saber gris. ¡Si, señor! ¡Éramos hermanos! Hermanos por un vínculo más noble que los que forja la naturaleza. El bello curso de su vida era amor. Amor por mí, su muerte grande y bella. Mio era él, cuando vos os jactabais de su estima, cuando su elocuencia traviesa jugaba con vuestro espíritu gigantesco y orgulloso. Creíais dominarle...y erais un dócil instrumento de sus planes superiores. El que yo esté prisionero ha sido la obra minuciosamente calculada y ponderada de su amistad. Para salvarme escribió la carta de Orange... ¡Oh, Dios! ¡Ha sido la primera mentira de su vida! Para salvarme se ha arrojado y ha salido al encuentro de la muerte que ha padecido. Vos le concedisteis el don de vuestro favor... El ha muerto por mí. Vos le obligasteis a aceptar vuestro corazón y vuestra amistad, vuestro cetro era juguete de sus manos; ¡él lo arrojó y ha muerto por mí! (El rey está inmovil, con la mirada clavada fijamente en el suelo. Todos los grandes están perplejos y atemorizados, a su alrededor). ¿Y ha sido posible? ¿habéis podido dar crédito a ese burdo engaño? ¡Qué estima tan baja tuvo que tener de vos, cuando pensó que os engañaría con ese burdo escamoteo! ¡Os atrevisteis a aspirar a su amistad, y habéis sucumbido a esa ligera prueba! Oh, no... no, eso no era algo para vos. ¡Ése no era un hombre para vos! Él mismo lo sabia muy bien, cuando os rechazó con todas las coronas. Ese arpa delicada se os ha roto en vuestras manos metálicas. No habéis podido hacer otra cosa más que asesinarle.
       ALBA (hasta ahora no ha perdido de vista al rey, y observa con visible intranquilidad las emociones que aparecen en su rostro. Ahora se acerca a él medrosamente). Señor... dejad ese silencio funeral. Mirad a vuestro alrededor. Hablad con nosotros.
       CARLOS.  Vos le erais indiferente. hace tiempo que poseíais su simpatía. ¡Quizás! Él os habría hecho aún feliz. Su corazón era lo suficientemente rico para satisfaceros con su sobreabundancia, incluso a vos. Una chispa de su espíritu os habría convertido en un dios. Vos mismo habéis robado... ¿Qué ofreceréis para reemplazar un alma como ésa era? (silencio profundo, muchos de los grandes apartan la vista u ocultan el rostro en sus capas.) Oh, vosotros que estáis reunidos aquí y que enmudecéis de espanto de asombro... no condenéis al joven que habla así con su padre y con su rey... ¡Mirad acá! ¡Él ha muerto por mí! ¿Tenéis lágrimas? ¡Corre sangre, y no bronce incandescente, por vuestras venas? ¡Mirad acá y no me condenéis! (Se dirige al rey con más dominio de sí y serenidad.) ¿Esperáis vos acaso cómo va a acabar esta historia desnaturalizada?... Aquí está mi espada. Vos sois de nuevo mi rey. ¿Pensáis que tiemblo ante vuestra venganza? Asesinadme también a mí, lo mismo que habéis asesinado al más noble de todos. Mi vida está perdida. Lo sé. ¿Qué es la vida ahora para mí? Aquí renuncio a todo lo que en este mundo me espera. Buscaos un hijo entre los extraños... Ahí están mis reinos... (Cae junto al cadáver, sin tomar parte en lo que sigue. Entretanto se oye de lejos un tumulto confuso de voces y de muchos hombres que se agolpan. En torno al rey se ha hecho un silencio profundo. Sus ojos recorren todo el círculo, pero nadie sostiene su mirada.) 
       REY.  Bueno. ¿No quiere contestar nadie?... ¡Todas las miradas en el suelo... todos los rostros cubiertos!... Mi sentencia ha sido pronunciada. En esos mudos ademanes la leo. Mis vasallos me han juzgado. (Un silencio como el de antes. El tumulto se acerca y sube de tono. A través del círculo de los grandes corre un murmullo, se hacen señas de perplejidad; el conde de Lerma le da ligeramente con el codo al duque de Alba.) 
       LERMA. ¡Efectivamente! ¡Es una rebelión!
       ALBA. (en voz baja). Eso es lo que me temo.
       LERMA. Fuerzan las puertas y suben. Ya están aquí.


       Friedrich von Schiller, Guillermo Tell, Barcelona, Editorial Planeta S.A., 1994, página 147,148 y 149.
       Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017

El Paraiso perdido, John Milton

Libro IV

En su pecho le hierve tumultuoso,
Y cual si fuese una máquina diabólica,
Sobre sí retrocede; horror y duda
Perturban sus confusos pensamientos
Y desde el fondo agitan el Infierno
Que su seno contiene, porque dentro
De sí lleva al Infierno y a su entorno,
Y del Infierno no puede alejarse
Un solo paso, igualmente como
Tampoco  puedede si mismo huir
Aunque de lugar cambie. Ahora bien
La conciencia despierta al desespero
Que estaba adormecido, y el amargo
Recuerdo aviva en él de lo que era,
De lo que es, y, peor, lo que será;
A peores males, peores sufrimientos
Seguirán. A veces dirige hacia el Edén,
Que yace deleitoso a su mirada,
Su atención pesarosa, a veces mira
Hacia el Cielo y hacia el esplendoroso
Sol que ahora en su torre meridiana
Se asienta. Entonces reconsiderando
Sus pensamientos, le dice suspirando:
   <Pareces desde tu único dominio
El dios de este Mundo recién creado;
Y a cuya vista todas las estrellas
Ocultan sus diminutas cabezas;
A ti te llamo, aunque con voz no amiga,
Y evoco tu nombre para decirte,
Cuánto odio, oh sol, tus rayos que me traen
Recuerdos del estado desde donde
Caí, yo que antaño me sentía
Tan glorioso encima de tu esfera,
Hasta que el orgullo y la ambición peor
Me arrojaron al abismo por hacer
Guerra en el Cielo contra el sin igual
Rey del Cielo.




       John Milton, El paraiso perdido. Madrid. Letras Universales, Edicion: 1986. Pag 180.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

jueves, 6 de abril de 2017

La historia de perceval o el cuento del grial, Chrétien de Troyes

                                       El rey Artús y el caballero Bermejo (vs. 834-1304)

     Y el muchacho cabalgó hasta que vio venir a un carbonero con un asno delante.
     -Buen hombre que llevas un asno delante -dijo-, muéstrame cuál es el camino más recto hacia Carduel. Dicen que el rey Artús, a quien yo quiero ver, arma caballeros
     -Muchacho, siguiendo por aquel lado se encuentra un castillo asentado sobre el mar. El rey Artús, amable y dulce amigo, alegre y triste has de hallar en ese castillo si allí vas.
     - Ahora satisfaz mi deseo, dime por qué tiene el rey alegría y duelo
     -Te lo diré ahora mismo. El rey Artús con toda su hueste ha combatido al rey Rión. El rey de las islas ha sido vencido , y por eso está alegre el rey Artús. Pero sus compañeros se han marchado a sus castillos, donde viven más regaladamente, y no sabe cómo les va: éste es el motivo de su tristeza.
     El joven no da ninguna importancia a las noticias del carbonero, y se encamina por donde le ha indicado hasta que ve un castillo junto al mar, muy bien asentado, fuerte y hermoso. Y por la puerta ve salir a un caballero armado que lleva una copa de oro en la mano. Con la izquierda sostenía su lanza, el escudo y el freno, y con la diestra la copa de oro. Muy bien le sentaban las armas, que eran todas bermejas. El muchacho vio las hermosas armas, todas nuevas, le gustaron y dijo:
     -A fe mía, he de pedírselas al rey. Si mes la da me vendrían muy bien, y el malhaya quien busque otras.
     Ya corre hacia el castillo, pues le urge llegar a la corte, hasta que llegó cerca del caballero, quien le detuvo un momento y le preguntó:
     -Dime, muchacho, ¿adónde vas?
     -Quiero ir a la corte a pedir al rey estas armas -contesta él.
     -Harás bien, muchacho. Ve en seguida, y vuelve. Y le dirás al mal rey que si no quiere mantener su tierra como vasallo mío, que me la entregue o que envíe a alguien que me la dispute, pues yo afirmo que es mía. Te creerá por estas señas: hace un momento le quité esta copa de oro aquí tengo con todo el vino que estaba bebiendo.
     Que se procure otro para llevar el mensaje, porque éste no se ha enterado de nada. Ha ido sin detenerse hasta la corte, adonde el rey y los caballeros estaban sentados para comer. En la sala pavimentada, tan larga como ancha, que estaba a ras del suelo, entró el muchacho a caballo. El rey Artús estaba sentado, pensativo, a la cabecera de la mesa, y todos los caballeros reían y bromeaban unos con otros, menos él, que permanecía mudo y pensativo.El muchacho se ha adelantado, y no sabe a quién saludar, pues no conoce al rey. Se acerca a él Ivonet, con un cuchillo en la mano.


     Chrétien de Troyes, La historia de Perceval o el cuento del grial. Madrid, edt. Magisterio Español, 1979, Novela caballeresca, páginas 40-41.
     Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez, primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

Historia de roma desde su fundación, Tito Livio

 Libro XXVIII:

     -Antes de partir para el frente, los cónsules recibieron del senado la encomienda de ocuparse de que la gente retomarse a los campos: por la bondad de los diosesse habia alejado la guerra de la ciudad de Roma y del Lacio, y se podía vivir en el campo sin temor; no era razonable en absoluto ocuparse del cultivo de Silicia más que del de Italia. Pero la cosa no era tan fácil para la población, dado que la guerra se había llevado a los agricultores libres y los esclavos escaseaban, y que el ganado había llevado a los agricultores libres y los esclavos escaseaban, y que el ganado había sido saqueado y las granjas destruidas o incendiadas; a pesar de todo, un buen número, impulsados por la autoridad de los cónsules, retornaron de nuevo a los campos. Se había suscitado resta cuestión porque una delegación de los placentinos y cremonenses se quejaban de que sus vecinos galos invadían y devastaban su territorio, y que gran parte de sus colonos habían sido dispersados y en esos momentos sus ciudades estaban despobladas y sus campos devastados y abandonados. Se encargó al pretor Mamilio proteger las colonias contra el enemigo; los cónsules, en cumplimiento de un decreto del senado, hicieron pública la orden de que los ciudadanos cremonenses y placentinos regresen a sus colonias antes de una fecha determinada.



       Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación. Madrid. Biblioteca Básica Gredos, Edicion: 2001. Pag 223.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Historia de Roma desde su fundación, Tito Livio


       Fue grande el pánico y la confusión, por tratarse de una situación imprevista. Mostrando, sin embargo, mayor entereza de la que cabía esperar ante un peligro tan repentino, los hombres combantían defendiendo y las mujeres llevaban a las murallas toda clase de armas arrojadizas y piedras, y aquel día aseguraron la defensa de la ciudad a pesar de que ya habían aplicado escalas en muchos puntos. Alicio, después de dar la señal de retirada, llevó a sus hombres de vuelta al campamento a eso del medio día. Entonces, una vez que repusieron fuerzas con la comida y el descanso, antes de despedir al pretorio, hizo saber que debían estar preparados y armados antes del alba, que ya no los traería de vuelta al campamento hasta haber asaltado la ciudad. Atacó por muchos puntos a la misma hora que el día anterior, y como los habitantes de la plaza andaban ya faltos de fuerzas, de proyectiles, y sobre todo de moral, en cosa de pocas horas tomó la ciudad. Puso en venta una parte del botín y repartió el resto, y después celebró consejo para decidir qué hacer a continuación. Nadie se pronunció a favor de marchar sobre Naupacto, al estar ocupado por los etolios el desfiladero del Córace. No obstante, para evitar la inactividad durante el verano y evitar que, debido a las propias vacilaciones, los etolios tuvieran igualmente la paz que no habían conseguido del senado, Acilio decidió atacar Anfisa. Hasta allí fue conducido el ejército desde Heraclea cruzando el Eta. Estableció el campamento cerca de las murallas, pero no intentó el ataque rodeándolas de hombres como en el caso de Lamia, sino a base de obras de asedio. Se aplicaba el ariete en muchos puntos a la vez, y a pesar de ser batidos los muros, los habitantes no intentaban preparar o imaginar algo contra semejante dispositivo. Cifraban toda su esperanza en las armas y la audacia; a base de salidas frecuentes inquietaban los puestos enemigos y especialmente a los hombres que estaban en torno a las obras y las máquinas.
       Sin embargo el muro había sido derribado en muchos puntos cuando llegó la noticia de que su sucesor había desembarcado las tropas en Apolonia y marchaba a través del Epiro y Tesalia. Venía el cónsul con trece mil hombres de infantería y quinientos de caballería. Había llegado ya al golfo Malíaco; envió por delante emisarios a Hípata para instar a sus habitantes a que rindieran la ciudad, y ante su respuesta de que no harían nada sin una decisión de toda la comunidad etolia, para evitar el ascenso de Hípata lo entretuvieran cuando Anfisa aún no había sido reconquistada, envió por delante a su hermano el Africano y él avanzó hacia Anfisa. A su llegada, los habitantes abandonaron la ciudad -pues gran parte de la misma estaba ya desguarnecida de muralla- y por todos ellos, los que portaban armas y los que no, se retiraron a la ciudadela, que consideraban inexpugnable.




Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación XXXVI-XL, Madrid, 2001, Editorial Gredos, páginas 80-81.
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Robinsón Crusoe, Daniel Defoe

Capítulo: I

PRIMERAS AVENTURAS

   Yo nací en el año 1632 en la ciudad de York, de buena familia, pero no del país, ya que mi padre era un extranjero natural de Bremen que primero se instaló en Hull; se hizo una buena posición gracias al comercio, luego, abandonando sus negocios, se trasladó a York, en donde casó con mi madre, cuya familia se apellida Robisón, una familia muy bien reputada en la comarca, y polo cual yo me llamaba Robinsón Kreutznaer; sin embargo, por una corrupción del nombre,  cosa muy común en Inglaterra, ahora nos llaman, quiero decir que nos llamamos y así solemos firmar, Cruso y así es como mis compañeros me llaman siempre.
   Tenía dos hermanos mayores que yo, uno de los cuales fue teniente coronel en un regimiento inglés de infantería, en Flandes, que años atrás había sido mandado por el famoso coronel Lockhart, y murió en una batalla contra los españoles, cerca de Dunkerque. Por lo que respecta a mi segundo hermano, supe tan poco de sus andanzas como luego mis padres supieron de las mías.
   Siendo el tercer hijo de la familia, y al no haber aprendido ningún oficio, pronto se me llenó la cabeza de proyectos, de vagabuendeo. Mi padre, que era muy anciano, me había dado un buena educación, todo lo buena que puede recibirse en casa y en una escuela rural, y decidió que me dedicara a la abogacía; pero mi única ambición era hecerme marino, y esta inclinación me llevó a oponerme tan decididamente a su voluntad, e decir, a las órdenes de mi padre, así como a las súplicas y advertencias de mi madre y mis demás amigos, que parecía haber algo fatal en esta propensión de la naturaleza que me encaminaba derechamente hacia la vida de infortunio a que estaba destinado.
   
  
Daniel Defoe, Robison Crusoe, editorial planeta, publicada en Barcelona en 1994,capítulo: I ,página: 5-6 .
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

La mujer rota, Simone de Beauvoir

       Todo este año, tengo que revisarlo a la luz de este descubrimiento: Maurice se acostaba con Noëllie. Se trata de una larga relación. El viaje a Alsacia que no hicimos. Dije: <> ¡Pobre idiota! Era Noëllie quien lo retenía en París. En la época de la comida en casa de diana ya eramos amantes, y Luce lo sabía. ¿Y diana? Trataré de hacerla hablar. ¿Quién sabe si este lío no viene todavía de más lejos? Noëllie hace dos años vivía con Louis Bernard; pero a lo mejor acaparaba amantes. ¡Cuando pienso que estoy reducida a las hipótesis! ¡Y se trata de Maurice y de mí! ¡Todos los amigos estaban al tanto, evidentemente! ¡Oh! ¿Qué importa? Ya no estoy para preocuparme del qué dirán. Estoy demasiado radicalmente aniquilada. Me importa un pito la imagen que puedan hacerse de mí. Se trata de sobrevivir. 
       <<"Nada ha cambiado entre nosotros">> Qué ilusiones me haces con esta frase. ¿Quería decir que nada había cambiado puesto que me engañaba ya desde hace un año? ¿O no quería decir nada en absoluto? 
       ¿por qué me mintió? ¿Me creía incapaz de soportar la verdad, o sentía vergüenza? ¿Entonces por qué me habló? ¿Sin duda porque Noëllie estaba cansada de la clandestinidad? De todas maneras esto que me ocurre es espantoso.


       Simone de Beauvoir, La mujer rota, Barcelona, Editorial Seix Barral S. A., 1983, página 170.
       Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita, primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Rabelais, Gargantúa y Pantagruel

Capítulo XXI

DE LOS ESTUDIOS DE GARGANTÚA
 SEGÚN LA DISCIPLINA DE SUS 
PROFESORES SOFISTAS 

      Pasados así los primeros días y colocadas de nuevo en su lugar las campanas, los ciudadanos de París, para mostrar su agradecimiento a tanta honradez, se ofrecieron a mantener y alimentar a su yegua  tanto tiempo como a el le plugiera - cosa que fue del agrado de Gargantúa-, u la mandaron a vivir al bosque de biére. yo creo que ya no esta allí.
      Hecho esto, quiso estudiar concienzudamente bajo la dirección de Ponócrates; pero éste ordenó que, para comenzar, lo haría a su manera acostumbrada, a fin de saber por qué medio, en tan largo tiempo, sus preceptores anteriores le habían vuelto tan fatuo, simple e ignorante.
      Disponía pues, de su tiempo de tal forma, que se despertaba y levantaba ordinariamente de la cama entre las ocho y las nueve de la mañana, fuera o no de día; así lo habían mandado sus doctores regentes en teología, alegando lo que dice David : vanum est vobis ante lucem surgere.
      Después estiraba las piernas, daba saltos de carnero, se tiraba al suelo, pataleaba en el lecho durante un rato para recrear a su instinto animal, y se vestía según la estación del año, aunque le gustaba llevar ropa larga de gruesa tela  forrada de piel de zorro; luego se peinaba con el peine de Almain, a sea con los cuatro dedos y el pulgar, porque sus preceptores decían que asearse, lavarse y peinarse de otro modo era perder el tiempo en este mundo.
      Después cagaba, orinaba, vomitaba, eructaba, ventoseaba, bostezaba, escupía, tosía, sollozaba, estornudaba, se sonaba las narices a lo archidiácono, y desayunaba, para hacer cesar el rocío y los malos vientos,  buenas tripas fritas, buena carne asada, buenos jamones, buen cabrito en asado y espesas sopas hechas con pedazos de pan mojado en caldo, como las que comen en los conventos en las primeras horas de a mañana. Ponócrates le reprendía diciéndole que no debía tomar alimento tan temprano, al saltar del lecho, sin haber hecho primero un poco de ejercicio.


François Rabelais, Grargantúa y Pantagruel, editorial RBA coleccinables SA, año 1995en Barcelona, capitulo XXI página 70/71.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Obras I, Luciano de Samósata

   A la derecha aparece sentado un hombre de orejas descomunales, casi como las de Midas, extendiendo su mano a la Calumnia, mientras ésta, aun a lo lejos, se le aproxima; en torno a éste permanecen en pie dos mujeres, a mi parecer la Ignorancia y la Sospecha. Por otro lado avanza la Calumnia, mujer de extraordinaria belleza, aunque presa de ardor y excitación, , transparentando ira y furor, con una antorcha encendida, en la izquierda y arrastrando con la diestra, de los cabellos, a un joven que alza sus manos al cielo e invoca a los dioses. La dirige un hombre pálido y feo, de mirada penetrante y aspecto análogo al de quienes consume una grave enfermedad: podría suponerse que es la Envidia. Le dan también escolta otras dos mujeres, que invitan, encubren y engalanan a la Calumnia; según me explicó el guía de la pintura, una era, la Asechanza , y la otra el Engaño. Tras ellas seguía una mujer que se llamaba -según creo- el Arrepentimiento. En efecto, volvíase hacia atrás llorando y llena de vergüenza dirigiendo miradas furtivas a la Verdad, que se aproximaba.
Así presentó Apeles su arriesgada experiencia en la pintura.
    Bien, asimismo nosotros, si os parece, siguiendo el método del pintor Éfeso, consideremos las características de la calumnia, tras describirla primero con una definición, pues así nuestra imagen será más nítida.









Obras I, Luciano de Samósata, Editorial Gredos, S.A., Madrid, 2002. Pág 104.
Seleccionado por Marta Talaván González. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Las aventuras de Tom Sawyer, Mark Twain

Capítulo XVIII

       Sin embargo, no había hilaridad en la pequeña ciudad aquella tranquila tarde de sábado. Los Harpers y la familia de tía Polly se vestían de luto con gran pena y muchas lágrimas. Una tranquilidad desacostumbrada se había apoderado del pueblo, aunque ordinariamente ya era bastante sosegado. Los lugareños atendían a sus quehaceres con un aire ausente y hablaban poco, pero suspiraban a menudo. La vacación del sábado les parecía una carga a los niños. No se entendían con entusiasmo y poco a poco abandonaron los juegos.
       Por la tarde Becky Thatcher se encontró, sin darse cuenta, paseando por el patio desierto de la escuela, sintiéndose muy melancólica. Pero no halló nada allí que la reconfortase. Hablaba sola: "¡Oh, si tuviera por lo menos otra vez el boliche de latón; pero ahora no tenga nada que le recuerde!", y reprimió un pequeño sollozo. De pronto se paró y se dijo: "¡Fue justamente aquí! ¡Oh!, si lo tuviera que volver a hacer no diría que... no lo diría por nada del mundo. Pero ahora se ha ido; ya no lo veré nunca, nunca más."

       Mark Twain, Las Aventuras de Tom Sawyer. Barcelona, RBA. Historia de la literatura, primera edición, 1999. Página143.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.