viernes, 27 de octubre de 2017

Historias Extraordinarias, Edgar Allan Poe




     Júpiter recogió el pergamino, envolvió el insecto y me lo dio. Poco después nos dirigíamos hacia la cabaña; encontré al teniente G..., enséñele el insecto, y me rogó que me permitiera llevarlo al fuerte; consentí el ello, y guardole en el bolsillo de su chaleco, sin el pergamino, el cual conservaba yo en la mano mientras que G... examinaba el insecto. Tal vez temió que yo cambiara de parecer, y juzgó prudente asegurar por lo pronto el escarabajo, pues ya sabe usted que enloquece por la historia natural y cuando a ella se refiere. Es evidente que entonces, y sin pensar, me guardé el pergamino en el bolsillo.
     Ya recordará usted que cuando me senté a la mesa para hacer un diseño del escarabajo no encontré papel en el sitio donde se suele poner; registre el cajón inútilmente, y buscando después en el bolsillo alguna carta vieja, mis dedos tocaron el pergamino.Detallo minuciosamente todas las circunstancias que lo pusieron en mis manos, porque estas circunstancias me preocuparon después singularmente.

     Sin duda me tendrá usted por un visionario, pero advierta que yo había establecido ya una especie de conexión, uniendo los anillos de una gran cadena: un barco destrozado en la costa, y no lejos un pergamino, no un papel, con la imagen de una calavera. Naturalmente, podría usted preguntarme dónde está la conexión; pero a ésto contestaría que el cráneo o la calavera es el emblema bien conocido por los piratas, que en todos sus combates izan el pabellón en esa fúnebre insignia.

     Le he dicho a usted que era un pedazo de pergamino y no de papel; el primero es una cosa duradera, casi indestructible, y rara vez se escoge para documentos de poca importancia, puesto que satisface mucho menos que el papel de la escritura y el dibujo. Esta reflexión me indujo a pensar que debía haber en la calavera algún sentido singular, y no dejo también de llamar mi atención la forma del pergamino.Aunque tubiese destruidas unas de sus puntas por algún accidente,reconociáse que su primitiva figura debió ser oblonga; era una de esas fajas que se eligen para escribir, para extender un documento importante o una nota que se trate de conservar largos años.

     -Pero -interrumpí yo- usted dice que el cráneo no estaba en el pergamino cuando dibujo el escarabajo, y siendo  así, ¿cómo ha podido establecer una relación entre el barco y la calavera, puesto que esta ultima, según su propia confesión se debió de dibujar, Dios sabe cómo y por quién, posteriormente a su croquis del insecto?

     -¡Ah!, en esto estriba todo el misterio, aunque me costó poco, relativamente, resolver este punto del enigma. Mi método era seguro, no podía conducirme sino a un resultado, y yo razoné así: cuando dibujé mi escarabajo no había señal ninguna de cráneo en el pergamino; terminado mi diseño, se le entregué a usted, ni perderlo de vista hasta que me lo devolvió, y de consiguiente no era usted quién dibujo la calavera, ni tampoco se hallaba allí alguna otra persona que lo hiciese. No se había creado, pues, por la acción humana, y sin embargo la calavera estaba allí.




Poe Edgar Allan, Historias extraordinarias, Akal, Básica de bolsillo, 1ª edición, 1987, páginas 104-105.



Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de Bachillerato. Curso 2017-2018.



viernes, 6 de octubre de 2017

Un yanqui en la corte del rey Arturo, Mark Twain

     En cuanto tuve ocasión, me deslicé discretamente a un lado y, tocando en el hombro a un hombre anciano de aspecto vulgar, le dije en tono insinuante y confidencial.
-Amigo, hágame un favor. ¿Pertenece usted al manicomio o sólo está de visita aquí,  o algo así?
Me miró de una manera estúpida y dijó:
-Pardiez, gentil caballero, paréceme...
-Es suficiente,-dije- ya veo que es usted uno de los pacientes.
Me alejé, pondernando y al mismo tiempo con los ojos bien abiertos por si veía algún transeúnte, cuerdo que pudiera informarme sobre la situación poco después me pareció haber encontrado a uno, por lo que lo llevé aparte y le dije al oído:
- Si pudiera hablar con el cuidador jefe un momento... Sólo un momento...
-Os ruego que no me enajéis.
-Enajenarle,¿cómo?
-Pues, entretenerme, si os place más la palabra.
Luego continuo dicendo que era un pinche de cocina y que no podía permitirse parar para chismorrear, aunque lo haría encantado en otra ocasión, pues daría el hígado por saber dónde me compraba la ropa. Cuando se marchaba señaló a uno que dijo que estaba bastante desocupado para lo que yo necesitaba y que sin duda me buscaba, además...


Mark Twain, ''Un yanki en la corte del rey Arturo.'' Editorial; Cátedra, colección 'letras universales'. Edición 2011 (Madrid), 446 páginas.

Seleccionado por; Grisel Sánchez Barroso, primero bachillerato, curso 2017-2018 

martes, 3 de octubre de 2017

Ética Nicomáquea, Aristótoteles


Aristóteles, Ética Nicomáquea,editorial gredos, publicada en Madrid en 2000, libro: IX,capítulo 8, página: 258-259.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.