viernes, 22 de enero de 2016

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Robert Louis Stevenson


CAPITULO 9

El relato del doctor Lanyon

El nueve de enero, hace cuatro días, recibí con la correspondencia de la tarde una carta certificada, enviada por mi colega y antiguo compañero de estudios Henry Jekyll. Fue algo que me sorprendió bastante, ya que
no teníamos la costumbre de escribirnos cartas. Por otra parte había visto a Jekyll la noche anterior, más aún, había estado cenando en su casa, y no veía qué motivo pudiese justificar entre nosotros la formalidad de un certificado. He aquí lo que decía:
9 de enero de 18…
Querido Lanyon:
Tú eres uno de mis más viejos amigos, y no recuerdo que nuestro afecto haya sufrido quiebra alguna, al menos por mi parte, aunque hayamos tenido divergencias en cuestiones científicas. No ha habido un día en el que si tú me hubieras dicho: "Jekyll, mi vida y mi honor, hasta mi razón dependen de ti", yo no habría dado mi mano derecha para ayudarte. Hoy, lanyon, mi vida, mi honor y mi razón están en tus manos; si esta noche no me ayudas tú, estoy perdido. Después de este preámbulo, sospecharás que quiero pedirte algo comprometedor. Juzga por ti mismo. Lo que te pido en primer lugar es que aplaces cualquier compromiso de esta noche, aunque te llamasen a la cabecera de un rey. Te pido luego que solicites un coche de caballos, a no ser que tengas el tuyo en la puerta, y que te desplaces sin tardar hasta mi casa. Poole, mi mayordomo, tiene ya instrucciones: lo encontraras esperándote con un herrero, que se encargará de forzar la cerradura de mi despacho encima del laboratorio. Tú entonces tendrás que entrar solo, abrir el primer armario con cristalera a la izquierda (letra E) y sacar, con todo el contenido como está, el cuarto cajón de arriba, o sea (que es lo mismo) el tercer cajón de abajo. En mi extrema agitación, tengo el terror de darte indicaciones equivocadas; pero aunque me equivocase, reconocerás sin duda el cajón por el contenido: unos polvos, una ampolla, un cuaderno. Te ruego que cojas este cajón y, siempre exactamente como está, me lo lleves a tu casa de Cavendish Square. Esta es la primera parte del encargo que te pido. Ahora viene la segunda. Si vas a mi casa nada más recibir esta carta, estarías de vuelta en tu casa mucho antes de medianoche. Pero te dejo este margen, tanto por el temor de un imprevisible contratiempo, como porque, en lo que queda por hacer, es preferible que el servicio ya se haya ido a la cama. A medianoche, por lo tanto, te pido que hagas entrar tú mismo y recibas en tu despacho a una persona que se presentará en mi nombre, y
a la que entregarás el cajón del que te he hablado. Con esto habrá terminado tu parte y tendrás toda mi gratitud. Pero cinco minutos mas tarde, si insistes en una explicación, entenderás también la vital importancia de cada una de mis instrucciones: simplemente olvidándose de una, por increíble que pueda parecer, habrías tenido sobre la conciencia mi muerte o la destrucción de mi razón. A Pesar de que sé que harás escrupulosamente lo que te pido, el corazón me falla y me tiembla la mano simplemente con pensar que no sea así. Piensa en mi, Lanyon, que en esta hora terrible espero en un lugar extraño, presa de una desesperación que no se podría imaginar mas negra, y, sin embargo, seguro de que se hará precisamente como te he dicho, todo se resolverá como al final de una pesadilla. Ayúdame, querido Lanyon, y salva a tu H.J.
PD. Iba a enviarlo, cuando me ha venido una nueva duda. Puede que el correo me traicione y la carta no te llegue untes de mañana. En este caso, querido Lanyon, ocúpate del cajón cuando te venga mejor en el trascurso del día, y de nuevo espera a mi enviado a medianoche. pero podría ser demasiado tarde entonces. En ese caso ya no vendrá nadie, y sabrás que nadie volverá a ver a Henry Jekyll.


R.L. Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, http://www.cva.itesm.mx/biblioteca/Files/Robert_Louis_Stevenson_-_El_extraño_caso_del_Dr.Jekyll_y_Mr_Hyde.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


A través del espejo, Lewis Carroll


El jardín de las flores vivas

    Veré mucho mejor cómo es el jardín —se dijo Alicia— si puedo subir a la cumbre de aquella colina; y aquí veo un sendero que conduce derecho allá arriba...; bueno, lo que es derecho, desde luego no va... —aseguró cuando al andar unos cuantos metros se encontró con que daba toda clase de vueltas y revueltas— ...pero supongo que llega-
rá allá arriba al final. Pero ¡qué de vueltas no dará este
camino! ¡Ni que fuera un sacacorchos! Bueno, al menos
por esta curva parece que se va en dirección a la colina.
Pero no, no es así. ¡Por aquí vuelvo derecho a la casa! Bue-
no, probaré entonces por el otro lado.
    Y así lo hizo, errando de un lado para otro, probando
por una curva y luego por otra; pero siempre acababa fren-
te a la casa, hiciera lo que hiciese. Incluso una vez, al do-
blar una esquina con mayor rapidez que las otras, se dio
contra la pared antes de que pudiera detenerse.
    —De nada le valdrá insistir —dijo Alicia, mirando a
la casa como si ésta estuviese discutiendo con ella—. Des-
de luego que no pienso volver allá dentro ahora, porque
sé que si lo hiciera tendría que cruzar el espejo... volver
de nuevo al cuarto y... ¡ahí se acabarían mis aventuras!
    De forma que con la mayor determinación volvió la
espalda a la casa e intentó nuevamente alejarse por el
sendero, decidida a continuar en esa dirección hasta lle-
gar a la colina. Durante algunos minutos todo parecía
estar saliéndole bien y estaba precisamente diciéndose
“esta vez sí que lo logro” cuando de pronto el camino tor-
ció repentinamente, con una sacudida, como lo describió
Alicia más tarde, y al momento se encontró otra vez an-
dando derecho hacia la puerta.

Lewis Carroll, A través del espejo, http://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Carroll.ATravesDelEspajo.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.

El príncipe feliz, Óscar Wilde


—Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina —dijo el Príncipe—, quédate conmigo esta noche y sé mi mensajera. El niño tiene mucha sed y la madre está muy triste. —No me gustan mucho los niños —respondió la Golondrina—. El verano pasado, cuando yo vivía cerca del río, dos muchachos muy malos, que eran hijos del molinero, solían arrojarme piedras. Nunca llegaron a alcanzarme, por supuesto, porque las golondrinas sabemos volar muy bien, y además yo provengo de una familia célebre por su agilidad. De cualquier modo, la actitud de ellos mostraba una falta de respeto. Pero el Príncipe Feliz se veía tan triste, que la pequeña Golondrina sintió lástima. —Mucho frío hace aquí —volvió a decir la Golondrina—, pero me quedaré contigo esta noche y seré tu mensajera. —Gracias, mi pequeña Golondrina —dijo el Príncipe. Y la Golondrina arrancó el rubí de la espada del Príncipe y con la piedra preciosa en el pico se fue volando sobre los tejados de la ciudad. Voló sobre la cúpula de la Catedral, donde hay ángeles esculpidos en mármol blanco. Pasó sobre el Palacio y oyó el rumor que venía del salón de fiestas. Una hermosa doncella salió con su novio al balcón. —¡Qué hermosas son las estrellas —dijo él— y qué asombroso el poder del amor! —Espero que mi vestido esté terminado para el baile de la Corte —respondió ella—. He encargado que lleve bordadas unas pasionarias, ¡pero las costureras son tan perezosas! 
  Oscar Wilde, El príncipe feliz, http://www.curriculumenlineamineduc.cl/605/articles-23587_recurso_pdf.pdf.
       Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez. Segunde de bachillerato, curso2015-2016.

Una temporada en el infierno,Arthur Rimbaud

Un príncipe estaba molesto por no haberse dedicado nunca más que a la perfección de las generosidades vulgares. Preveía sorprendentes revoluciones del amor, y a sus mujeres las sospechaba capaces de algo mejor que aquella complacencia adornada de cielo y de lujo. Quería ver la verdad, la hora del deseo y de la satisfacción esenciales. Fuera ello o no fuera una aberración de piedad, así lo quiso. Poseía al menos un poder humano bastante amplio. Todas las mujeres que lo habían conocido fueron asesinadas. ¡Qué saqueo del jardín de la belleza! Bajo el sable, lo bendijeron. Él no encargó otras nuevas. — Las mujeres desaparecieron. Mató a todos aquellos que lo seguían, después de la caza o de las libaciones. — Todos lo seguían. Se divirtió degollando animales de lujo. Hizo llamear los palacios. Se abalanzaba sobre las gentes y las cortaba en pedazos. — La multitud, los techos de oro, los bellos animales seguían existiendo. ¡Puede alguien extasiarse en la destrucción, rejuvenecerse por la crueldad! El pueblo no murmuró. Nadie ofreció la con- 58 tribución de sus opiniones. Una tarde galopaba orgullosamente. Un genio apareció, de belleza inefable, inconfesable incluso. ¡De su fisonomía y su porte se desprendía la promesa de un amor múltiple y complejo! ¡De una felicidad, indecible, insoportable incluso! El Príncipe y el Genio se aniquilaron probablemente en la salud esencial. ¿Cómo no iban a morir por ello? Juntos pues murieron. Pero el Príncipe falleció, en su palacio, a una edad corriente. El Príncipe era el Genio. El Genio era el Príncipe. La música sabia falta a nuestro deseo.

 Rimbaud,Arthur,Una temporada en el infierno,http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Rimbaud_Arthur-Una_temporada_en_el_infierno-Iluminaciones-Las_cartas_del_vidente.pdf
seleccionado por Paola Moreno Díaz segundo de bachillerato,curso 2015-2016.

Opiniones de un payaso, Heinrich Boll

"Tengan en cuenta que el chico no tiene aún once años", y puesto que casi me tranquilizó, llegué a responder a su pregunta de dónde había aprendido la expresión infamante: "Lo leí en el paso a nivel de la Annabergerstrasse." "¿Nadie te lo ha dicho a ti?", preguntó, "quiero decir, ¿tú no lo has oído de nadie?" "No", dije yo. "Pero si el chico no sabe lo que se dice", dijo mi padre y puso su mano en mi hombro. Brühl lanzó a mi padre una mirada enojada, mirando luego angustiado a Herbert Kalick. Por lo visto el gesto de papá pasó por un grave signo de complicidad. Mi madre dijo llorando, con su voz suave y estúpida: "No sabe lo que se hace, no lo sabe: si no fuera así, yo debería desentenderme de él." "Pues desentiéndete", dije yo. Todo esto tuvo lugar en nuestra espaciosa sala, entre los regios muebles de roble barnizados en un tono oscuro, con los trofeos de caza del abuelo en lo alto de las amplias estanterías de roble, grandes jarras y las macizas librerías de vidrio emplomado. Oía el cañoneo allá lejos en el Eifel, escasamente a veinte kilómetros de distancia, e incluso el tableteo de las ametralladoras, alguna que otra vez. Herbert Kalick, pálido, rubio, con su rostro fanático, actuando como una especie de fiscal, no dejaba de golpear con los nudillos sobre la mesa, reclamando: "Rigor, rigor, inflexible rigor". Fui sentenciado a abrir en el jardín, bajo la vigilancia de Herbert, un foso para tanques, y era aún medianoche que cavaba yo, siguiendo la tradición de los Schnier, el suelo alemán, si bien — lo que contradecía la tradición de los Schnier — con mis propias manos. Cavé la zanja atravesando los rosales favoritos del abuelo, que se hallaban exactamente junto a la copia del Apolo del Belvedere, y me alegraba al pensar en el momento en que la estatua de mármol sucumbiría ante mi celo excavador; pero me alegré demasiado pronto; iba a ser destruida por un chiquillo pecoso que se llamaba Georg. Se hizo volar a sí mismo y al Apolo por los aires con un puño antitanque, el cual le estalló inoportunamente. El comentario de Herbert Kalick a esta desgracia fue lacónico. "Por fortuna Georg era huérfano."

Heinrich Böhl, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

Las flores del mal, C. Baudelaire


HIMNO A LA BELLEZA
¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,
Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,
Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,
Y se puede, por eso, compararte con el vino.
Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;
Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;
Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora
Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.
¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?
El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;
Tú siembras al azar la alegría y los desastres,
Y gobiernas todo y no respondes de nada,
Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;
De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,
Y la Muerte, entre tus más caros dijes,
Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.
El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,
Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!

El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella
Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.
Que procedas del cielo o del infierno, qué importa,
¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!
Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta
De un infinito que amo y jamás he conocido?
De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,
¿Qué importa si, tornas —hada con ojos de terciopelo,
Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!—
El universo menos horrible y los instantes menos pesados?


C. Baudelaire, Las flores del mal, https://letraconletra.files.wordpress.com/2012/03/textos-las-flores-del-mal.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


La muerte en Venecia, Thomas Mann

       Todo el mundo necesita, pues, renovarse una y otra vez; todo el mundo necesita el contraste y el impacto, y, si por ventura uno asciende demasiado seguro, hasta el extremo de no tener que corregir la trayectoria o ha llegado ya a la meta, mejor sería que volviera sobre sus pasos o que cayera de nuevo antes que morir aplastado por el peso de la maestría y el clasicismo. En suma, un platonismo sin duda original que confiesa sus limitaciones. En cualquier caso, coherente o no, el personaje queda ahora perfectamente delineado y, una vez en Venecia, le recibe el dios Eros armado con flechas, le recibe la Belleza encarnada en el mundo sensible, le recibe Tadzio. Primero, el escritor pone el énfasis en todo lo que acentúa el contraste entre la belleza trabajada y la Belleza espontánea; cumple, en suma, castigar el orgullo del artista: “Mit Erstaunen bemerkte Aschenbach, dass der Knabe vollkommen schön war. Sein Antlitz, bleich und anmutig verschlossen, von honigfarbenem Haar umringelt, mit der gerade abfallenden Nase, dem lieblichen Munde, dem Ausdruck von holdem und göttlichem Ernst, erinnerte an griechische Bildwerke aus edelster Zeit, und bei reinster Vollendung der Form war es von so einmalig persönilchem Reiz, dass der Schauende weder in Natur noch bildender Kunst etwas ähnlich Geglücktes angetroffen zu haben glaubte”.
   “Con asombro observó Aschenbach que el muchacho era bellísimo. El rostro, pálido y graciosamente reservado, la rizosa cabellera, color miel que le enmarcaba, la nariz rectilínea, la boca adorable y una expresión de seriedad divina y deliciosa hacían pensar en la estatuaria griega de la época más noble; y además de esa purísima perfección en sus formas, poseía un encanto tan único y personal que su observador no creía haber visto nunca algo tan logrado en la naturaleza ni en las artes plásticas”


Mann, Thomas, la muerte en Venecia,http://diposit.ub.edu/dspace/bitstream/2445/12128/8/Mann%20Tod%20cast_12128.pdf
seleccionado Paola Moreno Díaz ,segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

La señorita Julia, August Strindberg

   

   JUAN. También esta noche parece que la señorita Julia está medio loca, ¡loca de atar!
  CRISTINA. ¿Qué? ¿Ya estás ahí?  
   JUAN. Sí, vuelvo ahora de la estación, de acompañar al señor conde. Al pasar entré en la barraca del        baile y allí me encontré a la señorita Julia bailando con el guarda. En cuanto me vio, vino derecha a mí y me invitó a un vals de los que bailan los señores. Bailó de un modo, que no he visto cosa igual. Cuando te digo que está loca... 
  CRISTINA. Sí... Está violenta desde lo que le sucedió con su prometido.
 JUAN. Es posible. De todos modos, era un buen muchacho. ¿Tú sabes cómo ocurrió la cosa? Yo presencié la escena a escondidas.
 CRISTINA. ¿Cómo? ¿Que tú los viste?... 
 JUAN. Sí. Verás: estaban una noche en el patio de las caballerizas, y la señorita le «amaestraba», según decía. ¿Sabes cómo? Pues haciéndole saltar sobre la fusta, como a un perro, a la voz de «¡hop, hop!». Por dos veces saltó sobre ella y recibió otros tantos latigazos: pero, a la tercera, le arrancó la fusta de la mano, la hizo mil pedazos y se marchó.
 CRISTINA. ¡Qué me cuentas! Pero ¿pasó así? 
  JUAN. Como te lo digo. ¿No tienes algo bueno de comer, Cristina? 
CRISTINA. (Saca la tartera del fuego y le sirve en un plato a Juan). Aquí tienes. Un trozo de riñón del asado de ternera.
 JUAN. (Olfateando el guiso). Está muy bien. Es una verdadera delicia. (Tocando el plato). Pero has debido calentarme el plato. 
 CRISTINA. Cuando te pones tonto, eres más exigente que el señor conde. (Le da un cariñoso tirón del pelo).
 JUAN. (Con brusquedad). ¡Ay! No me tires de esa manera. . . Ya sabes que soy muy delicado.

 Strindberg August, La señorita Julia 
http://jbarret.5gbfree.com/juanbarret/LB/OB/Julia.pdf. Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Una temporada en el infierno, Jean Arthur Rimbaud


¿Conozco al menos la naturaleza? ¿Me conozco? Basta de palabras. Sepulto a los
muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza! Ni siquiera se me
ocurre que a la hora en que los blancos desembarquen, yo caeré en la nada.
¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!
Los blancos desembarcan. ¡El cañón! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar.
He recibido en el corazón el rayo de la gracia. ¡Ah, no lo había previsto!
No he cometido mal alguno. Los días me van a ser ligeros, me será ahorrado el
arrepentimiento. No habré padecido los tormentos del alma casi muerta para el bien, en
la que vuelve a subir la luz, severa como los cirios funerarios. La suerte del hijo de
familia, féretro prematuro cubierto de límpidas lágrimas. No hay duda de que el
libertinaje es tonto, el vicio es tonto; hay que arrojar lejos la podredumbre. ¡Pero el reloj
no habrá llegado a sonar solamente la hora del puro dolor! ¿Voy a ser arrebatado como
un niño para jugar en el paraíso olvidado de toda la desgracia?
¡Pronto! ¿Hay otras vidas? El sueño en medio de la riqueza es imposible. La riqueza
siempre ha sido bien público. Sólo el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo
que la naturaleza no es más que un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales,
errores.

Jean Arthur Rimbaud, Una temporada en el infiernohttp://www.biblioteca.org.ar/libros/133650.pdf , seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato,curso 2015-2016.

El teatro y su doble, Anonin Artaud

Cualesquiera que sean los conflictos que obsesionen la mentalidad de una época, desafío al espectador que haya conocido la sangre de esas escenas violentas, que haya sentido íntimamente el tránsito de una acción superior, que haya visto a la luz de esos hechos extraordinarios los movimientos extraordinarios y esenciales de su propio pensamiento –la violencia y la sangre puestas al servicio de la violencia de pensamiento-, desafío a esos espectadores a entregarse fuera del teatro a ideas de guerra, de motines y de asesinatos casuales… En el período angustioso y catastrófico en que vivimos necesitamos urgentemente un teatro que no sea superado por los acontecimientos, que tenga en nosotros un eco profundo y que domine la inestabilidad de la época. Está claro el espíritu reivindicativo que propone, un Teatro de la Crueldad que agite a las masas, dramas, crímenes y espectáculo al servicio de la gente, sin necesidad de recurrir a las imágenes muertas de los mitos. El accionismo vienés en mi opinión, propone mucho de estas ideas, y quizás es su gran crueldad, violencia y fuerza de sus acciones las que nos hacen despertar. Una acción de Rudolf Schwarzkogler o de Günter Brus quizás nos afecte mucho más que la escena de un crimen real. De esta forma las acciones se convierten en escenas de de teatro reales capaz de afectar al espectador, y de expandirse por todos los rincones de la sala. Hay en las palabras de Artaud clara influencia de Freud y el Psicoanálisis, los elementos que se manifiestan en los sueños son sustitutivos de otros contenidos del inconsciente, nuestros sueños son deseos que desterramos al inconsciente por resultarnos incómodos, en nuestros sueños emergen pero al mismo tiempo los censuramos. Por ello Artaud dice : El público creerá en los sueños del teatro, si los acepta realmente como sueños y no como copia servil de la realidad, si le permiten liberar en él mismo la libertad mágica del sueño, que sólo puede reconocer impregnada de crueldad y terror. Determinadas situaciones nos aterran al verlas tan reales como nuestro sueños, sobre todo si son de tipo sexual, como las acciones de los vieneses con claros matices sexuales. Hay que retomar el camino verdadero del teatro y devolverle su lenguaje específico, de la misma manera que se intenta revindicar el verdadero camino del arte, devolverle su propio lenguaje capaz de emocionar, aunque en ocasiones se está llevando al límite y por ello algunos anuncian “la muerte del arte”, aunque para mí no es la muerte del arte, sino la muerte del concepto de arte que se ha quedado pequeño y no sabemos como denominar lo que es arte y lo que no lo es, porque nadie puede poner esos límites.


      Artaud, Anonin, El teatro y su doble,
      http://www.revistalavoragine.com.ar/revista2/ARTICULOS/Artaud%20-    %20El%20teatro%20y%20su%20doble.pdf
     Seleccionado por Paola Moreno Díaz , segundo de bahillerato curso 2015-2016


El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde



–Mi querido Dorian –respondió lord Henry, sacando un cigarrillo de la pitillera y luego un estuche para cerillas con baño de oro–, la única manera de que una mujer reforme a un hombre es aburriéndolo tan completamente que pierda todo interés por la vida. Si te hubieras casado con esa chica, habrías sido muy desgraciado. Por supuesto la hubieras tratado amablemente. Siempre se puede ser amable con las personas que no nos importan nada. Pero habría descubierto enseguida que sólo sentías indiferencia por ella. Y cuando una mujer descubre eso de su marido, o empieza a vestirse muy mal o lleva sombreros muy elegantes que tiene que pagar el marido de otra mujer. Y no hablo del faux pas social, que habría sido lamentable, y que, por supuesto, yo no hubiera permitido, pero te aseguro que, de todos modos, el asunto habría sido un fracaso de principio a fin.

–Imagino que sí –murmuró el muchacho, paseando por la habitación, horriblemente pálido–. Pero pensaba que era mi deber. No es culpa mía que esta espantosa tragedia me impida actuar correctamente. Recuerdo
que en una ocasión dijiste que existe una fatalidad ligada a las buenas resoluciones, y es que siempre se hacen demasiado tarde. Las mías desde luego.

–Las buenas resoluciones son intentos inútiles de modificar leyes científicas. No tienen otro origen que la vanidad. Y el resultado es absolutamente nulo. De cuando en cuando nos proporcionan algunas de esas
suntuosas emociones estériles que tienen cierto encanto para los débiles. Eso es lo mejor que se puede decir de ellas. Son cheques que hay que cobrar en una cuenta sin fondos.

–Harry –exclamó Dorian Gray, acercándose y sentándose a su lado–, ¿por qué no siento esta tragedia con la intensidad que quisiera? No creo que me falte corazón. ¿Qué opinas tú?

–Has hecho demasiadas tonterías durante los últimos quince días para que se te pueda acusar de eso, Dorian –respondió lord Henry, con su dulce sonrisa melancólica.

Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, www.cva.itesm.mx/biblioteca/Files/Wilde_Oscar_-_El_retrato_de_Dorian_Gray1.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

lunes, 18 de enero de 2016

La llamada de lo salvaje, Jack London

                                                              Capítulo 3

             La dominante bestia primitiva arraigó mucho en Buck y, con crueles condiciones de vida en las pistas, se fue acrecentando aún más , aunque en secreto. Su recién adquirida astucia le dio aplomo y control. Estaba demasiado ocupado adaptándose a la nueva vida como para sentirse tranquilo, por lo que no sólo no se metía en peleas si no que procuraba evitarlas siempre que le fuera posible. Su actitud se caracterizaba por una cierta deliberación. No era propenso a la temeridad y a la precipitación; y a pesar del odio feroz que había entre él y Spittz, no daba muestras de impaciencia y evitaba ofenderlo.
            Por otra parte , tal vez porque intuía que Buck era un rival peligroso, Spitz nunca perdía la ocasión de mostrarle los dientes. No cesaba de intimidarlo, buscando continuamente la ocasión de iniciar una pelea que sólo podría acabar con la muerte de uno de los dos. Ese combate pudo haberse librado al principio del viaje de no ser por un inesperado accidente. Al final de un día duro la marcha acamparon en un lugar desolado y sombrío a orillas del lago Le Barge. La tormenta de nieve, un viento que cortaba  como un cuchillo al rojo vivo y la oscuridad los habían forzado a buscar a tientas un lugar de acampada. La elección no pudo haber resultado peor. A sus espaldas se levantaba un muro vertical de roca, así que Perrault y François se vieron obligados a encender una fogata y a desplegar sus sacos de dormir sobre el mismísimo lago helado. Habían dejado la tienda en Dyea para viajar más ligeros. Un poco de leña les permitió encender una fogata que el hielo no tardó en apagar, de manera que tuvieron que cenar a oscuras.
           Buck cavó su cobijo bajo la pared rocosa que los resguardaba. Estaba tan abrigado y calentito que le costó un gran esfuerzo abandonarlo cuando François comenzó a repartir el pescado que había descongelado con antelación en la fogata. Pero cuando Buck se terminó su ración y regresó a él, se encontró con que su cobijo   estaba ocupado. Un gruñido amenazador le reveló que el intruso era Spitz. Hasta ese momento Buck había evitado enfrentarse a su enemigo, pero aquello ya era demasiado. La bestia que había en él rugió. Se abalanzó sobre Spitz, pues la experiencia le había demostrado que su rival era un perro extraordinariamente tímido que se imponía a los demás sólo por su gran peso y tamaño.

     Jack London, La llamada de lo salvaje, Barcelona, Vicens Vives, 1988, página 153
     Seleccionado por Jennifer Garrido Gutiérrez, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016

El viejo y el mar, Ernest Hemingway

     —Está subiendo —dijo—. Vamos, mano. Ven, te lo pido.
     El sedal se alzaba lenta y continuamente. Luego la superficie del mar se combó delante del bote y salió el pez- Surgió interminablemente y manaba agua por sus costados. Brillaba al sol y su cabeza y lomo eran de un púrpura oscuro y al sol las franjas de sus costados lucían anchas y de un tenue color rojizo. Su espalda era tan larga como un palo de béisbol, yendo de mayor a menor como un estoque. El paz apareció sobre el agua en toda su longitud y luego volvió a entrar en ella dulcemente, como un buzo, y el viejo vio la gran hoja de guadaña de su cola sumergiéndose y el sedal comenzó a correr velozmente.
     —Es dos pies más largo que el bote —dijo el viejo.
     El sedal seguía corriendo veloz pero gradualmente y el pez no tenía pánico. El viejo trataba de mantener con ambas manos el sedal a la mayor tensión posible sin que se rompiera. Sabía que si no podía demorar al pez con una presión continuada, el pez podría llevarse todo el sedal y romperlo.
     «Es un gran pez y tengo que convencerl —pensó—. No debo permitirle jamás que se dé cuenta de su fuerza ni de los que podría hacer si rompiera a correr. Si yo fuera él echaría ahora toda la fuerza y seguiría hasta que algo se rompiera. Pero, a Dios gracias, los peces no son tan inteligentes como los que matamos, aunque son más nobles y más hábiles.»
     El viejo había visto muchos peces grandes. Había visto muchos que pesaban más de mil libras y había cogido dos de aquel tamaño en su vida, pero nunca solo. Ahora, solo, y fuera de la vista de tierra, estaba sujeto al pez más grande que había visto jamás, más grande que cuantos conocía de oídas, y su mano izquierda estaba todavía tan rígida como las garras convulsas de un águila.
     «Pero ya se soltará —pensó—. Con seguridad que se le quitará el calambre para que pueda ayudar a la mano derecha. Tres cosas se pueden considerar hermanas: el pez y mis dos manos. Tiene que quitársele el calambre.» El pez había aminorado de nuevo su velocidad y seguía a su ritmo habitual.
     «Me pregunto por qué habrá salido a la superficie —pensó el viejo—. Brincó para mostrarme lo grande que era. Ahora ya lo sé —pensó—. Me gustaría demostrarle qué clase de hombre soy. Pero entonces vería la mano con calambre. Que piense que soy más hombre de lo que soy, y lo seré. Quisiera ser el pez —pensó— con todo lo que tiene frente a mi voluntad y mi inteligencia solamente.»
     Se acomodó confortablemente contra la madera y aceptó sin protestar su sufrimiento. Y el pez seguía nadando sin cesar y el bote se movía lentamente sobre el agua oscura. Se estaba levantando un poco de oleaje con el viento que venía del este y a mediodía la mano izquierda del viejo estaba libre del calambre.

  Ernest Hemingway, El viejo y el mar, Barcelona, Editorial Planeta, S.A. , Colección Millenium, 1997, pág. 69-71. 
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez. Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.

Saladino: El unificador del Islam, Geneviéve Chauvel

        Salimos de Damasco por la puerta de Sudán. Estábamos en el mes de chumada I (abril de 1164), y el alba iba enrojeciendo el cielo detrás de las colinas. A la cabeza marchaban las oriflamas y la música armando un gran alboroto. Luego venía mi tío en su uniforme de gala recamado en oro, abriendo la marcha al frente de su guardia kurda y mil jinetes con el sable desvainado. Montando su purasangre lujosamente enjaezado, era el «León de la Fe» y no le temía a nada.
        A su lado cabalgaba Chawar en su atuendo de visir, que esperaba hacer valer muy pronto. ¡Inch' Alá! ¡Si Dios lo quería! Pues el asunto distaba mucho de estar resuelto. Teníamos que atravesar una Palestina repleta de ciudadelas erizadas de cruces. Y la ruta más segura, la que Chircouh había elegido, era la del desierto, ardiente y desprovisto de pozos. Nos seguían los camellos, que además de nuestra impedimenta y pertrechos, llevaban cientos de odres llenos de agua. Según una estrategia aprobada por el consejo de los emires, teníamos que viajar divididos en pequeños grupos, porque un ejército con todo su material de guerra desplegado, como lo aconsejaban la sabiduría y la prudencia, hubiera despertado el recelo del enemigo.
        Avanzamos a marchas forzadas hacia las mesetas de Moab, siguiendo la orilla oriental de Jordán, al sur del Mar Muerto. Chircouh nos hizo girar hacia el oeste para cruzar el río y atravesar el Sinaí a toda marcha. Todo transcurrió sin incidentes. Dos semanas más tarde llegamos a las puertas de Bilbéis, edificada sobre el brazo más oriental del Nilo, sin haber visto ni la sombra de un «infiel». Cierto es que para despistarlos, Nour-ed-Din había lanzado sus tropas contra algunas plazas cristianas de Siria del norte, dándoles muchos más sobresaltos que nuestra pequeña caravana que aparecía aquí y allá, acampaba en silencio y volvía a perderse discretamente entre los arenales.


       Geneviéve Chauvel, Saladino: El unificador del Islam, Barcelona, El País, 2005, ed. 40, pág 47.
       Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.

La casa de los espíritus, Isabel Allende

CAPÍTULO XI: EL DESPERTAR.
       

       Alrededor de los dieciocho años Alba abandonó definitivamente la infancia. En el momento preciso en que se sintió mujer, fue a encerrarse en su antiguo cuarto, donde todavía estaba el mural que había comenzado muchos años atrás. Buscó en los viejos tarros de pintura hasta que encontró un poco de rojo y de blanco que todavía estaban frescos, lo mezcló con cuidado y luego pintó un gran corazón rosado en el último espacio libre de las paredes. Estaba enamorada. Después tiró a la basura los tarros y los pinceles y se sentó un largo rato a contemplar los dibujos, para revisar la historia de sus penas y alegrías. Sacó la cuenta que había sido feliz y con un suspiro se despidió de la niñez.
       Ese año cambiaron muchas cosas en su vida. Terminó el colegio y decidió estudiar filosofía, para darse el gusto, y música, para llevar la contra a su abuelo, que consideraba el arte como una forma de perder el tiempo y predicaba incansablemente las ventajas de las profesiones liberales o científicas. También la prevenía contra el amor y el matrimonio, con la misma majadería con que insistía para que Jaime se buscara una novia decente y se casara, porque se estaba quedando solterón. Decía que para los hombres es bueno tener una esposa, pero, en cambio, las mujeres como Alba siempre salían perdiendo con el matrimonio. Las prédicas de su abuelo se volatilizaron cuando Alba vio por primera vez a Miguel, en una memorable tarde de llovizna y frío en la cafetería de la universidad.
      Miguel era un estudiante pálido, de ojos afiebrados, pantalones desteñidos y botas de minero, en el último año de Derecho. Era dirigente izquierdista. Estaba inflamado por la más incontrolable pasión: buscar la justicia. Eso no le impidió darse cuenta de que Alba lo observaba. Levantó la vista y sus ojos se encontraron. Se miraron deslumbrados y desde ese mismo instante buscaron todas las ocasiones para juntarse en las alamedas del parque, por donde paseaban cargados de libros o arrastrando el pesado violoncelo de Alba. Desde el primer encuentro ella notó que él llevaba una pequeña insignia en la manga: una mano alzada con el puño cerrado. Decidió no decirle que era nieta de Esteban Trueba y, por primera vez en su vida, usó el apellido que tenía en su cédula de identidad: Satigny. Pronto se dio cuenta que era mejor no decírselo tampoco al resto de sus compañeros. En cambio, pudo jactarse de ser amiga de Pedro Tercero García, que era muy popular entre los estudiantes, y del Poeta, en cuyas rodillas se sentaba cuando niña y que para entonces era conocido en todos los idiomas y sus versos andaban en boca de los jóvenes y en el graffiti de los muros.

       Isabel Allende, La casa de los espíritus, Barcelona, Delibes, 1998, página 210  
       Seleccionado por Edith González Ramos, primero de bachillerato.



viernes, 15 de enero de 2016

Cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell

Aquella guerra había llegado hasta nosotros por el agua con tanto sigilo, gradualmente, como las nubes que llenan en silencio el horizonte de extremo a extremo. Pero no había estallado todavía. Sólo sus rumores oprimían el corazón con esperanzas y temores contradictorios. Al principio, se pensó que pronosticaba la caída del mundo civilizado; pero pronto se vio que esa esperanza era vana. No; sería, como siempre, el fin de la ternura, de la seguridad, de la temperancia; el fin de las esperanzas del artista, del desinterés, de la alegría. Fuera de eso, todos los demás rasgos de la condición humana se verían afirmados y acentuados. Tal vez, sin embargo, surgía ya, por detrás de las apariencias, alguna verdad, poraue la muerte eleva todas las tensiones y nos permite unas pocas semiverdades menos que aquellas de que vivimos en épocas normales. Eso era todo cuanto sabíamos hasta entonces de aquel dragón desconocido divas garras se habían clavado ya en el resto del mundo. ¿Todo? Sí, sin duda una vez o dos el alto cielo se había inflamado con el estigma de invisibles bombarderos, pero sus ruidos no habían podido ahogar el zumbido familiar de las abejas isleñas, pues no había casa que no poseyera algunas colmenas enjalbegadas. ¿Qué más? Una vez (esto tenía ya un carácter más real) un submarino asomó su periscopio en la bahía y vigiló la costa durante algunos minutos. Acaso nos vio mientras nos bañábamos en la punta. Saludamos con la mano. Pero un periscopio no tiene brazos para devolver el saludo. Tal vez en las playas norteñas se había descubierto algo más extraño: un viejo lobo marino dormitando al sol como un musulmán sobre su alfombra de oraciones. Pero también esto tenía poco que ver con la guerra.
 No obstante, todo comenzó a cobrar cierta realidad cuando el pequeño caique enviado por Nessim irrumpió aquella noche en el oscuro muelle, piloteado por tres marinos de as pecto hosco, armados con pistolas automáticas. No eran griegos, aunque hablaban la lengua con agresiva autoridad. Referían historias de ejércitos destrozados y de muertes por congelación; aunque en un sentido era ya demasiado tarde, pues el vino había obnubilado la conciencia de los viejos, y sus relatos, no encontrando eco, se disipaban rápidamente. Pero a mí me impresionaron aquellos tres especímenes de apergaminados rostros que venían de una civilización desconocida que se llamaba guerra. Parecían sentirse incómodos en tan buena compañía. La piel se veía tensa, como gastada, sobre los pómulos sin afeitar. Fumaban con avidez, arrojando el humo azul por la boca y la nariz como sibaritas. Cuando bostezaban, aquellos bostezos parecían 14 nacer en el mismo escroto. Nos confiamos con recelo a su cuidado, pues eran los primeros rostros hostiles que veíamos desde hacía mucho tiempo.

Lawrence Durrell, Cuarteto de Alejandría, file:///C:/Documents%20and%20Settings/alumno/Mis%20documentos/Downloads/durrell,_lawrence_-_el_cuarteto_de_alejandria_iv_-_clea.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carrol

     El grupo que se reunió en la orilla tenia un aspecto realmente extraño: los pájaros con las plumas sucias, los otros animales con el pelo pegado al cuerpo, y todos calados hasta los huesos, malhumorados e incómodos.
     Lo primero era, naturalmente, discurrir el modo de secarse: lo discutieron entre ellos, y a los pocos minutos a Alicia le parecía de lo más natural encontrarse en aquella reunión y hablar familiarmente con los animales, como si los conociera de toda la vida .Sostuvo incluso una larga discusión con el Loro, que terminó poniéndose muy tozudo y sin querer decir otra cosa que "soy más viejo que tú, y tengo que saberlo mejor". Y como Alicia se negó a darse por vencida sin saber antes la edad del Loro, y el Loro se negó rotundamente a confesar su edad, ahí acabó la conversación. 
    
        Lewis Carrol, Alicia en el pais de las maravillas, https://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Carroll.AliciaEnElPaisDeLasMaravillas.pdf.
        Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez. Segundo de Bachillerato. Curso 2016-2017

Las olas, Virginia Woolf


«La marea comienza a descender. Los árboles afirman nuevamente sus raíces en la tierra. Las olas de sangre que golpeaban mis costados se apaciguan y mi corazón echa anclas, semejante a un barco cuyas velas se deslizan, cayendo suavemente sobre el puente inmaculado. El juego ha concluido. Es hora de ir a tomar el té».

La pandilla de jactanciosos se ha marchado finalmente a jugar cricket —dijo Luis—. Se han marchado en el gran break cantando en coro. Todos vuelven la cabeza simultáneamente en el instante en que van a desaparecer detrás del bosquecillo de laureles. Sin duda, se habrán puesto a jactarse de nuevo: el hermano de Larpent jugó fútbol con el equipo de Oxford: el padre de Smith completó cien puntos en el match de Lord. Archie y Hugo: Parker y Dalton: Larpent y Smith. Luego, los mismos nombres se repiten nuevamente: Archie y Hugo, Parker y Dalton: Larpent y Smith: los nombres son siempre los mismos. Ellos son scouts, juegan cricket: son miembros de la Sociedad de Historia Natural. Andan siempre en bandas y desfilan de a cuatro, llevando insignias en sus gorras y haciendo un saludo simultáneo al pasar junto al retrato de su jefe. ¡Cuán majestuoso es su orden, cuán hermosa su obediencia! Si yo pudiera seguirles, si pudiera estar entre ellos, sacrificaría con gusto todo lo que sé. Pero ellos maltratan a las mariposas, les arrancan las alas y arrojan a los rincones pañuelos sucios y manchados de sangre. Ellos hacen llorar a los niños pequeños en los corredores oscuros. Tienen grandes orejas rojas que sobresalen bajo sus gorras. Sin embargo, Nerine y yo querríamos parecernos a ellos… Yo les miro pasar con envidia. Escondido detrás de alguna cortina, observo con deleite la simultaneidad de sus movimientos. Si sus piernas reforzaran las mías ¡cómo correría yo con ellos! Si yo anduviera en su compañía si hubiera ganado partidas de cricket con ellos y hubiera remado eh las grandes regatas y hubiera galopado con ellos el día entero, ¡cómo cantaría canciones a voz en cuello por las noches! ¡Qué torrente de palabras brotaría entonces de mi garganta!

—Percival se ha marchado —dijo Neville—. No piensa en otra cosa que en el match. Ni siquiera nos hizo un saludo con la mano cuando el break desapareció detrás del arbusto de laureles. Me desprecia porque soy demasiado débil para tomar parte en el juego (a pesar de que se muestra siempre bondadoso ante mi debilidad). Me desprecia por que no me inquieto por saber si van a ganar o a perder, excepto en la medida en que él mismo se inquieta. El acepta mi devoción temblorosa y servil, acepta la oferta que le hago de mí mismo, yo que le desprecio por su inferioridad mental. Porque ni siquiera es capaz de leer. Sin embargo, cuando leo a Shakespeare o a Catulo tendido sobre el césped, él comprende mejor que Luis. No entiende el sentido de las palabras… pero, ¿qué son las palabras? ¿Acaso no se yo rimar, acaso no puedo imitar a Pope, a Dryden e incluso a Shakespeare? Pero soy incapaz de permanecer todo el día a pleno sol, con los ojos fijos en la pelota; soy incapaz de sentir pasar la pelota junto a mi cuerpo y no pensar en otra cosa que en ella. Toda mi vida permaneceré aferrado a los bordes de las palabras… Sin embargo, me sería imposible vivir con Percival y soportar su estupidez. Sin duda, debe ser grosero y debe roncar al dormir. Se casará y hará escenas de ternura por la mañana, a la hora del desayuno. Pero ahora es joven y nada, ni siquiera una hebra de hilo, ni una hola de papel, se interpone entre él y el sol, entre él y la lluvia, entre la luna y él cuando yace desnudo, ardoroso, hecho un ovillo en su lecho. En este momento, mientras el break se desliza sobre el camino, su rostro se mancha de rojo y amarillo. En breve se quitará el vestón, se pondrá de pie con las piernas separadas, las manos listas, vigilando la barrera. Y en su interior rezará: «¡Dios mío, permitid que ganemos!…» La victoria de su equipo será su único pensamiento.

V.Woolf, Las olas, biblio3.url.edu.gt/Libros/2011/las_olas.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

El barón rampante, Italo Calvino

El modo en que los caracoles excitaban la macabra fantasía de nuestra hermana, nos empujó, a mi hermano y a mí, a una rebelión, que era, al mismo tiempo, de solidaridad con los pobres animales atormentados, de desagrado por el sabor de los caracoles cocidos y de exasperación por todos y todo, hasta el punto que no hay que sorprenderse que a partir de ese momento madurase Cósimo su gesto y todo lo que le siguió. Habíamos urdido un plan. Cuando el caballero abogado traía a casa un cesto lleno de caracoles comestibles, los metían en un tonel de la bodega, para que ayunaran, y comiendo sólo salvado se purgasen. Al desplazar la tapa de tablas de este tonel aparecía una especie de infierno, en el que los caracoles subían por las duelas con una lentitud que ya era un presagio de agonía, entre restos de salvado, estrías de opaca baba agrumada y coloreados excrementos, recuerdo de los buenos tiempos de las hierbas al aire libre. Algunos estaban fuera del caparazón, con la cabeza extendida y los cuernos separados, otros encogidos, dejando asomar solamente desconfiadas antenas, otros de tertulia como comadres, otros adormecidos y encerrados, otros muertos, vueltos al revés. Para salvarlos del encuentro con aquella siniestra cocinera, y para salvarnos a nosotros de sus opíparas comidas, practicamos un agujero en el fondo del tonel, y desde allí trazamos con briznas de hierba picada y miel, un camino lo más escondido posible, detrás de barriles y aparejos de la bodega, para incitar a los caracoles a la fuga, hasta un ventanuco que daba a un bancal inculto y lleno de maleza.

Calvino, El barón rampante, http://hermanotemblon.com/biblioteca/Literatura%20en%20General%20/Nabokov,%20Vladimir-Lolita.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

La señorita Julia, August Strindberg



LA SEÑORITA: ¡Antes béseme la mano!
JUAN: ¡ Escúcheme!
LA SEÑORITA: ¡Antes béseme la mano!
JUAN: ¡Bien, pero la culpa será suya!
LA SEÑORITA: La culpa, ¿de qué?
JUAN: ¿De qué? ¿Sigue siendo tan niña a los veinticinco años? ¿No sabe que es
peligroso jugar con fuego?
LA SEÑORITA: Para mí, no. ¡Estoy asegurada!
JUAN (con audacia).-¡No, no lo está! ¡Y aunque lo estuviese! ¡Piense que hay materia
inflamable a su lado!
LA SEÑORITA: ¿Se refiere a... usted?
JUAN: ¡Sí! No porque sea yo, sino porque soy un hombre joven...
LA SEÑORITA: De buena presencia... ¡Qué vanidad tan increíble! Tal vez... ¿un Don
Juan? ¿O un casto José? ¡Sí, eso es, estoy segura de que es un José!
JUAN: ¿Usted cree?
LA SEÑORITA: ¡Me lo estoy temiendo!
(JUAN se acerca, con gran atrevimiento, tratando de cogerla por la cintura para besarla.)
LA SEÑORITA: (dándole una bofetada).-¡Sinvergüenza! ¡A tu sitio!
JUAN: ¿Es en serio o en broma?
LA SEÑORITA: ¡En serio!
JUAN: ¡Entonces lo de antes también era en serio! ¡Usted juega demasiado en serio y
eso es lo peligroso! Yo ahora ya estoy cansado de juegos y le suplico que me permita
volver a mis ocupaciones. Las botas del señor conde tienen que estar listas a tiempo y
ya es bastante más de medianoche.
LA SEÑORITA: ¡Olvídate de las botas!
JUAN: ¡No! Ese es mi trabajo y tengo que hacerlo. Pero entre mis obligaciones no está
la de ser se juguete. Y no lo seré nunca. Valgo demasiado para eso.
LA SEÑORITA: ¡Es usted muy orgulloso!
JUAN: Para unas cosas, sí; para otras, no.
LA SEÑORITA: ¿Has amado alguna vez?
JUAN: Nosotros no empleamos esa palabra, pero sí, me han gustado muchas chicas. ¡Y
una vez llegué a enfermar al no poder conseguir la que quería! ¡Pero enfermo como los
príncipes de Las mil y una noches que no podían comer ni beber de puro amor!

August Strindberg, La señorita Julia,  http://www.ddooss.org/libros/August_Strindberg.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.

La cantante calva, Eugene Ionesco


SRA. SMITH:
– ¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del almacenero del final de la cuesta. Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien. A mí no me gustan sino cuando están bien cocidas.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No, tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tresraciones. Sin embargo, la tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he tomado mucho más. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más. No es el apetito lo que te falta.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de ello.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes tragos, pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se parece a mí: es buena mujer de su casa, económica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como nuestra hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama Peggy. La tarta de membrillo y de fríjoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados en la
vida


Eugene Ionesco. La cantante calva. centros.edu.xunta.es
Seleccionado por Maria Alegre Trujillo, Segundo de bachillerato,curso 2015-2016.

Últimos poemas, W.B. Yeats


SANGRE Y LUNA
Bendito sea este lugar
Y aún más bendita esta torre;
Un poder sangriento y arrogante
Se levantó de la raza
Para expresarla, para dominarla,
Se alzó como los muros
De estas cabañas azotadas por la tormenta.
Como burla he construido
Un emblema poderoso
Y lo canto verso a verso,
Como burla de una época
Medio muerta en la cima.



W.B.Yeats, Últimos poemas
http://www.google.es/urlsa=t&rct=j&q=ultimos+poemas+yeats+pdf&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwj5waHPqqvKAhUIMBoKHYBQBAwQFggfMAA&url=http%3A%2F%2Ffiles.bibliotecadepoesiacontemporanea.webnode.es%2F200000162-5628756a65%2FWilliam%2520Butler%2520Yeats.pdf&usg=AFQjCNH4hvQ_K0J1zed9EziDXO2Tsmv6Cg&sig2=InVu6Od0uPrfJUDOGPIwvg&bvm=bv.112064104,d.d2s


Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

El cementerio marino, Paul Valéry

Calmo techo surcado de palomas, 
palpita entre los pinos y las tumbas; 

mediodía puntual arma sus fuegos 

¡El mar, el mar siempre recomenzado! 

¡Qué regalo después de un pensamiento 

ver moroso la calma de los dioses!


¡Qué obra pura consume de relámpagos 
vario diamante de invisible espuma, 

y cuánta paz parece concebirse!

Cuando sobre el abismo un sol reposa, 

trabajos puros de una eterna causa, 

el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.


Tesoro estable, templo de Minerva, 
quietud masiva y visible reserva; 

agua parpadeante, Ojo que en ti guardas 

tanto sueño bajo un velo de llamas, 

¡silencio mío!... ¡Edificio en el alma, 

mas lleno de mil tejas de oro. Techo!



Paul Valéry, El cementerio marino,http://www.lamaquinadeltiempo.com/valery/cement02.htm, seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016

Lolita, Vladimir Nabokov

El hueco de mi mano estaba aún lleno con el marfil de Lolita, con la sensación de su espalda pre-adolescente –una sensación deslizante, con suavidad marfileña–, de su piel bajo la tela delgada que yo había restregado mientras la abrazaba. Me dirigí hacia su cuarto en desorden, abrí la puerta del ropero y me sumergí en un revoltijo de cosas que la habían tocado. Encontré una prenda rosada, liviana, rota... Envolví en ella el corazón henchido de Humbert. Un caos punzante bullía en mi interior; pero era necesario que dejara esas cosas y me recobrara cuanto antes, pues oí la voz aterciopelada de la criada que me llamaba desde las escaleras. Tenía un mensaje para mí, dijo; y retribuyendo mi automático «gracias» con un amable «de nada», la buena Louise depositó en mi mano trémula un sobre sin estampilla, curiosamente inmaculado. «Ésta es una confesión: te amo...» Así empezaba la carta, y durante un instante confundí sus garabatos histéricos con la mala letra de una colegiala.

                               Vladimir Nabokov, Lolita,                     http://hermanotemblon.com/biblioteca/Literatura%20en%20General%20/Nabokov,%20Vladimir-Lolita.pdf. 
       Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016,

Opiniones de un payaso, Heinrich Böll


Capítulo 1.

     Oscurecía ya cuando llegué a Bonn, y me forcé esta vez a no poner en marcha el piloto automático que en cinco años de viajar se ha formado en mi interior: bajar las escaleras del andén, subir las escaleras del andén, dejar maleta, sacar billete del bolsillo del abrigo, recoger maleta, entregar billete, al puesto de periódicos, comprar periódicos de la tarde, salir a la calle, llamar un taxi. Durante cinco años partí yo casi todos los días de algún punto y llegué a cualquier otro punto, por la mañana subía y bajaba las escaleras de la estación, por la tarde bajaba y subía la escaleras de la estación, tomaba taxis, buscaba dinero en el bolsillo de mi chaqueta para pagar al conductor, compré periódicos en el quiosco, y en algún rincón de mi conciencia disfruté la incuria minuciosamente estudiada de este piloto automático.Desde que Marie me ha abandonado para casarse con este católico, Züpner, el funcionamiento se ha hecho todavía más automático, sin perder su
incuria. Para el trayecto de la estación al hotel, del hotel a la estación, hay una unidad de medida: el taxímetro.

Heinrich Böll, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.

La letra escarlata, Nathaniel Hawthome


      

De esta intensa sensación y convencimiento de ser el objeto de las miradas severas y escudriñadoras de todo el mundo, salió al fin la mujer de la letra escarlata al percibir, en las últimas filas de la multitud, una figura que irresistiblemente embargó sus pensamientos. Allí estaba en pie un indio vestido con el traje de su tribu; pero los hombres de piel cobriza no eran visitas tan raras en las colonias inglesas, que la presencia de uno pudiera atraer la atención de Ester en aquellas circunstancias, y mucho menos distraerla de las ideas que preocupaban su espíritu. Al lado del indio, y evidentemente en compañía suya, había un hombre blanco, vestido con una extraña mezcla de traje semi civilizado y semi salvaje.

      Era de pequeña estatura, con semblante surcado por numerosas arrugas y que sin embargo no podía llamarse el de un anciano. En los rasgos de su fisonomía se revelaba una inteligencia notable, como la de quien hubiera cultivado de tal modo sus facultades mentales, que la parte física no podía menos que amoldarse a ellas y revelarse por rasgos inequívocos. Aunque merced a un aparente desarreglo de su heterogénea vestimenta había tratado de ocultar o disimular cierta peculiaridad de su figura, para Ester era evidente que uno de los hombros de este individuo era mas alto que el otro. No bien hubo percibido aquel rostro delgado y aquella ligera deformidad de la figura, estrechó a la niña contra el pecho, con tan convulsiva fuerza, que la pobre criaturita dio otro grito de dolor.Pero la madre no pareció oírlo.

      Desde que llegó a la plaza del mercado, y algún tiempo antes que ella le hubiera visto, aquel desconocido había fijado sus miradas en Ester. Al principio, de una manera descuidada, como hombre acostumbrado a dirigirlas principalmente dentro de sí mismo, y para quien las cosas externas son asunto de poca monta, a menos que no se relacionen con algo que preocupe su espíritu. Pronto, sin embargo, las miradas se volvieron fijas y penetrantes. Una especie de horror puede decirse que retorció visiblemente su fisonomía, como serpiente que se deslizara ligeramente sobre las facciones, haciendo una ligera pausa y verificando todas sus circunvoluciones a la luz del día. Su rostro se oscureció a impulsos de alguna poderosa emoción que pudo sin embargo dominar instantáneamente, merced a un esfuerzo de su voluntad, y de tal modo, que excepto un rápido instante, la expresión de su rostro habría parecido completamente tranquila. Después de un breve momento, la convulsión fue casi imperceptible, hasta que al fin se desvaneció totalmente. Cuando vio que las miradas de Ester se habían fijado en las suyas, y notó que parecía haberle reconocido, levantó lenta y tranquilamente el dedo, hizo con una señal con en el aire, y lo llevó sus labios.

      Entonces, tocando en el hombro a una de las personas que estaban a su lado, le dirigió la palabra con la mayor cortesía, diciéndole:
     
     —Le ruego a Ud., buen señor, se sirva decirme ¿quién es esa mujer, y por qué la
exponen de tal modo a la vergüenza pública?
    
  —Ud. tiene que ser un extranjero recién llegado, amigo, —le respondió el hombre, dirigiendo al mismo tiempo una mirada curiosa al que hizo la pregunta a el y a su salvaje compañero.


Nathaniel Hawthome, La letra escarlata, www.avempace.com
Seleccionado por MarÍa Alegre Trujillo, Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

El corazón de las tinieblas, Josph Conrad

 "Cuando  al día  siguiente partimos  a mediodía,  la multitud, de  cuya presencia tras  la cortina de árboles había sido agudamente consciente todo el tiempo, volvió a salir de la maleza, llenó el patio de la estación, cubrió el declive de  la  colina  con una masa de  cuerpos desnudos que respiraban, que  se  estremecían, bronceados. Remonté un poco  el  río, luego  viré  y  navegué  con  la  corriente.  Dos  mil  ojos  seguían  las
evoluciones  del  demonio  del  río,  que  chapoteaba  dando  golpes impetuosos, azotando el agua con su cola terrible y esparciendo humo negro  por  el  aire.  Frente  a  la  primera  fila,  a  lo  largo  del  río,  tres hombres, cubiertos de un fango rojo brillante de los pies a la cabeza, se contoneaban  impacientes.  Cuando  llegamos  de  nuevo  frente  a  ellos, miraban  al  río,  pateaban,  movían  sus  cuerpos  enrojecidos;  sacudían hacia  el  feroz demonio del  río un manojo de plumas negras, una piel repugnante con una cola colgante, algo que parecía una calabaza seca.Y a  la vez gritaban periódicamente series extrañas de palabras que no se parecían a ningún sonido humano, y los profundos murmullos de la multitud  interrumpidos de pronto eran  como  los  responsos de alguna letanía satánica.
    "Transportamos  a  Kurtz  a  la  cabina  del  piloto:  allí  había más  aire. Tendido  sobre  el  lecho,  miraba  fijamente  por  los  postigos  abiertos. Hubo  un  remolino  en  la masa  de  cuerpos  humanos,  y  la mujer  de  la cabeza  en  forma  de  yelmo  y  las mejillas  teñidas  corrió  hasta  la  orilla misma  de  la  corriente.  Él  tendió  las  manos,  gritó  algo,  toda  aquella multitud salvaje continuó el grito en un coro rugiente, articulado, rápido e incesante.  
   "'¿Entiende lo que dicen?', le pregunté.
    "Él  continuaba  mirando  hacia  el  exterior,  más  allá  de  mí,  con ferocidad, con ojos ardientes, añorantes, con una expresión en que se mezclaban  la avidez y el odio. No respondió. Pero vi una sonrisa, una sonrisa de  indefinible significado, aparecer en sus  labios descoloridos,que un momento después se crisparon convulsivamente. 'Por supuesto', dijo  lentamente,  en  sílabas  entrecortadas,  como  si  las  palabras  se  le hubieran escapado por obra y gracia de una fuerza sobrenatural.
   "Tiré del cordón de la sirena, y lo hice porque vi a los peregrinos en la cubierta preparar sus rifles con el aire de quien se dispone a participar en una alegre francachela. Ante el súbito silbido, hubo un movimiento
de abyecto terror en aquella apiñada masa de cuerpos. 'No haga usted eso,  no  lo  haga.  ¿No  ve  que  los  ahuyenta  usted?',  gritó  alguien desconsoladamente  desde  cubierta.  Tiré  de  cuando  en  cuando  del cordón. Se separaban y corrían, saltaban, se agachaban, se apartaban, se evadían del terror del sonido. Los tres tipos embadurnados de rojo se habían tirado boca abajo, en la orilla, como si hubieran sido fusilados.
Sólo  aquella  mujer  bárbara  y  soberbia  no  vaciló  siquiera,  y  extendió trágicamente  hacia  nosotros  sus  brazos  desnudos,  sobre  la  corriente oscura y brillante.


J. Conrad, El corazón de las tinieblas, mural.uv.es/deladel/El%20corazon%20de%20las%20tinieblas.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

Mientras agonizo, William Faulkner

Y comienza a proferir lamentos, inclinada sobre la cama, con las manos un poco levantadas, moviendo el abanico como lo ha hecho durante diez días. Su voz es sonora, juvenil, trémula y clara, arrobada en su propio timbre y volumen; y mueve el abanico enérgicamente, arriba y abajo, arrancando murmullos del aire inútil. Después se echa entre las rodillas de Addie Bundren y, agarrándola, la sacude con la furiosa energía de una persona joven, tendiéndose rápidamente entre el manojo de huesos carcomidos que Addie Bundren dejó, haciendo crujir la cama entera con el seco chirrido de las hojas del jergón; tiene los brazos extendidos, y el abanico, todavía en una de sus manos, se agita aún, casi sin aliento, sobre la alcoba. Desde detrás de la pierna de padre, Vardaman escudriña, boquiabierto, asomándosele a la boca todo el calor de su cara, como si, en cierto modo, se hubiese hincado los dientes en su propia carne, chupando. Poco a poco empieza a retirarse de la cama, redondos los ojos, pálida su cara, que se desvanece en las sombras como un trozo de papel pegado a una tapia ruinosa. Y así sale por la puerta.

William Faulkner, Mientras agonizo,http://www.ddooss.org/libros/William_Faulkner.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde.Robert Louis Stevenson

No habían pasado quince días cuando por una casualidad que Utterson juzgó providencial, el doctor Jekyll reunió en una de sus agradables comidas a cinco o seis viejos compañeros, todos excelentes e inteligentes personas además de expertos en buenos vinos; y el notario aprovechó para quedarse una vez que los otros se fueron. No resultó extraño porque sucedía muy a menudo, ya que la compañía de Utterson era muy estimada, donde se le estimaba. Para quien le invitaba era un placer retener al taciturno notario, cuando los demás huéspedes, más locuaces e ingeniosos, ponían el pie en la puerta; era agradable quedarse todavía un rato con ese hombre discreto y tranquilo, casi para hacer práctica de soledad y fortalecer el espíritu de su rico silencio, después de la fatigosa tensión de la alegría. Y el doctor Jekyll no era una excepción a esta regla; y si lo mirábamos sentado con Utterson junto al fuego -un hombre alto y guapo, sobre los cincuenta, de rasgos finos y proporcionados que reflejaban quizás una cierta malicia, pero también una gran inteligencia y bondad de ánimo- se veía con claridad que sentía un afecto cálido y sincero por el notario. -¡Escucha, Jekyll, hace tiempo que quería hablar contigo! dijo Utterson—. ¿Recuerdas aquel testamento tuyo? El médico, como habría podido notar un observador atento, tenía pocas ganas de entrar en ese tema, pero supo salir con gran desenvoltura. -¡Mi pobre Utterson -dijo-, eres desafortunado al tenerme como cliente! ¡No he visto a nadie tan afligido como tú por ese testamento mío, si quitamos al insoportable pedante de Lanyon por ésas que él llama mis herejías científicas! Sí, ya sé que es una buena persona, no me mires de esa forma. Una buenísima persona. Pero es un insoportable pedante, un pedante ignorante y presuntuoso. Nadie me ha desilusionado tanto como Lanyon. 




Stevenson, Robert Louis, el extraño caso de doctor Jekyll y Mr. Hyde.http://www.cva.itesm.mx/biblioteca/Files/Robert_Louis_Stevenson_-_El_extrano_caso_del_Dr_Jekyll_y_Mr_Hyde.pdf
seleccionado por Paola Moreno Díaz , segundo de bachillerato, curso 2015-2016

lunes, 11 de enero de 2016

Nocilla Dream, Agustín Fernández Mallo

79
El nómada oma por hogar una idea. Los grandes nómadas son personas de ides inmóviles, en tanto van dejando atrás personas y ciudades. Michael Landon llegó cansado y muy tarde de los estudios de la Fox; la casa estaba fría, desordenada y desprovista de personalidad. Unos muebles regalados. El cubo de la basura desbordado. La grabación de los capítulos de la 5ª temporada de Autopista al Cielo consumía toda su capacidad de nomadismo; ahora esta casa era el eventual refugio que todo viajero tarde o temprano necesita. Se sirvió un güisqui sin hielo y escogió al azar un vídeo porno de la estantería. Mientras la cinta giraba se calentó un sándwich que había traído del catering. Una mujer corría por un bosque perseguida por dos hombres, al final caía rendida debajo de un árbol y allí se dejaba penetrar. No atendió demasiado a la película. Se despertó cuando pasaban los créditos, según los cuales, los exteriores habían sido grabados en el bosque del Estado de Nevada, el mismo bosque en el que hacía 20 años él había localizado un capítulo de La casa de la pradera, 1972, recordó con nostalgia, la crisis del petróleo, Berkeley era un hervidero, Bertolucci estrenaba El último tango en París, en los Juegos Olímpicos de Munich un comando palestino secuestraba a 9 atletas israelíes y les daba muerte, Nixon era el primer presidente norteamericano en visitar China, Susan Sontang había publicado Contra la interpretación. Volvió a caer dormido en el sofá. Esa noche fue la más nómada de todas pués tomó como hogar la idea definitiva, la única involuntaria, la muerte.

Agutín Fernández Mallo, Nocilla Dream, Sant Josp, Editorial Candaya, S.L., 2010, texto seleccionado por Edith González Ramos, primero de bachillerato.

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift

   En el ínterin el emperador convocó repetidos Consejos para discutir qué debía hacerse conmigo. Según me aseguró con posteridad un amigo íntimo, persona de prestigio que estaba en el secreto como ningún otro, la corte estaba teniendo serios problemas relativos a mi persona. Sospechaban que me escaparía, que mi manutención iba a resultar sumamente cara y podría causar un hambre general. A veces decidieron dejarme perecer de hambre, o, cuanto menos, dispararme flechas envenenadas a la cara y las manos, lo que en poco tiempo acabaría conmigo; pero volvían a reconsiderar la cuestión, pues el hedor de un cadáver tan corpulento podría producir una peste que probablemente se propagaría por todo el reino. En mirad de estas consultas se presentaron varios oficiales del ejército ante las puertas de la Cámara del Gran Consejo, adonde se hizo pasar a dos de ellos, quienes dieron cuenta de mi comportamiento para con los seis sinvergüenzas antes mencionados, circunstancia que causó una impresión tan favorable en el corazón de Su Majestad y de todo el Consejo, en mi provecho, que se despachó una Comisión Imperial que obligaba a todas las villas a novecientos metros en redondo de la ciudad a suministrarme cada mañana seis bueyes, cuarenta ovejas y otras viandas para mi manutención, junto a una proporcional cantidad de pan, vino y otros licores, para subvenir al pago de lo cual Su Majestad libró unas asignaciones con cargo al Tesoro. Porque este príncipe vive principalmente de su propia fortuna personal, y muy de vez en cuando, de modo excepcional, en las grandes ocasiones, recauda tributos de sus súbditos, los cuales están obligados a ayudarle en sus guerras a expensas propias. Se creó también un cuerpo de seiscientas personas en calidad de sirvientes míos a los que se asignaron unos salarios como pensión alimentario, y para los que se levantaron tiendas, con muy buen criterio, a cada lado de mi puerta. Del mismo modo se dio orden de que trescientos sastres me hicieran unos trajes a la moda del país; que seis de los más célebres filólogos de Su Majestad se emplearan en enseñarme su lengua, y, finalmente, que los caballos del emperador, así como los de la nobleza y de la tropa de guardia hicieran frecuentes ejercicios en mi presencia a fin de que se acostumbraran a mí. Pusiéronse todas estas órdenes luego debidamente en práctica y, al cabo de tres semanas, había hecho considerables progresos en el aprendizaje de su lengua, tiempo durante el cual el emperador me honraba con frecuentes visitas y se complacía en colaborar con mis maestros en enseñarme. Empezamos, pues, ya a conversar entre nosotros de algún modo, y las primeras palabras que aprendí fueron para expresarle mi deseo de que tuviera la bondad de concederme la libertad, cosa que le repetía diariamente puesto de rodillas. Su respuesta, a lo que pude entender, fue que aquello debía ser labor de mucho tiempo y en la que no podía pensarse sin contar con el parecer de su Consejo, y que, antes de nada, yo debía Lumos Kelmin pesso desmar lon Emposo; esto es, «jurar la paz con él y su reino».

   Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Madrid, Unidad Editorial, S.A. , Colección Millenium, 1999, pág. 26-27.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez. Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.

La llamada de lo salvaje, Jack London

                                                          Capítulo II

          El primer día que buck pasó en la playa de Dyea fue como una pesadilla. Cada hora estuvo repleta de sorpresas y sobresaltos. Lo habían extirpado del corazón de la civilización para precipitarlo al de las cosas primitivas. Su vida ya no era ociosa ni bañada por las caricias del sol, sin nada mejor que hacer que holgazanear y aburrirse. Allí no había paz, ni descanso, ni una mínima seguridad. Todo era confusión y actividad y, a cada instante, la propia vida o algún miembro del cuerpo corrían peligro.Había una necesidad imperiosa de estar en permanente alerta, pues aquellos perros y aquellos hombres no estaban civilizados. Eran salvajes que no conocían más ley que la del garrote y el colmillo.
         Nunca había visto perros que peleasen como lo hacían aquellas fieras lobunas, y su primera experiencia ajena, pues, de lo contrario, no hubiera vivido para beneficiarse de ella. La víctima fue Curly. Estaban acampados cerca del almacén y ella, con la jovialidad que la caracterizaba, se le insinuó a un perro esquimal del tamaño de un lobo adulto, aunque ni siquiera la mitad de grande que ella.
         No hubo aviso previo: el perro saltó sobre Curly como un relámpago, dio un tenazazo metálico con los dientes, saltó hacia atrás con la misma rapidez, y la cara de Curly quedó rajada desde el ojo a la mandíbula.
         Era la manera de pelear de los lobos: atacaban y se retiraban al instante. Pero ahí no acabó todo. Treinta o cuarenta perros esquimales salieron corriendo hacia el lugar y rodearon a los contendientes en un círculo expectante y silencioso. Buck no comprendía aquella silenciosa atención, ni el ansia con la que se relamían el hocico. El siguiente ataque de Curly lo afrontó con el pecho, de una manera tan peculiar que la derribó.Curly ya no volvió a incorporarse.Esto era lo que los perros esquimales que la observaban habían estado esperando.Cerraron el círculo sobre ella, emitiendo gruñidos y gañidos, y Curly quedó sepultada, gritando de dolor, bajo un revoltijo de cuerpos.


     La llamada de lo salvaje, Jack London, Barcelona, Vicens Vives, 1988, página 154
     Seleccionado por Jennifer Garrido Gutiérrez,2016-2017