lunes, 26 de enero de 2015

Nuestra Señora de París, Victor Hugo

IV

EL PERRO Y EL DUEÑO



     Existía sin embargo un ser humano hacia el que Quasimodo no manifestaba el odio y la maldad que sentía  para con los otros y a quien amaba, quizás tanto, como a su catedral; era Claude Frollo.
     La razón era muy sencilla; Claude Frollo le había recogido, le había adoptado, le había alimentado y le había criado. De pequeñito venía a refugiarse entre las piernas de Claude Frollo cuando los perros y los niños le perseguían ladrando. Claude Frollo le había enseñado a hablar, a leer y a escribir y haberle dado, en fin, la gran campana en matrimonio era como entregar Julieta  a Romeo.
     Por todo eelo el agradecimiento de Quasimodo era profundo, apasionado, sin límites y aunque el rostro de su padre adoptivo fuese con demasiada frecuencia hosco y severo, aunque sus palabras fuesen habitualmente escasas, duras e imperativas, nunca aquella gratitud se había desmentido y el archidiácono tenía en Quasimodo al esclavo más sumiso, al criado más dócil y al guardián más vigilante. Cuando el desdichado campanero se quedó sordo se había establecido entre él y Claude Frollo un misterioso lenguaje de signos que sólo ellos dos comprendían, así que el archidiácono era el único ser humano con quien Quasimodo podía comuicarse. Sólo dos cosas había en este mundo con las que Quasimodo tuviera relación: Nuestra Señora y Claude Frollo.




Victor Hugo, Nuestra señora de París, Madrid, ed. Cátedra, col. Letras Universales, 1985, páginas 190 y 191.
Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo

El fantasma de Canterville y otros cuentos, Oscar Wilde

I

     Era la última recepción que daba lady Wildermere antes de comenzar la primavera.
     Bentinck-House se hallaba más atestado de invitados que nunca. 
     Vinieron directamente seis miembros del Gabinete, una vez terminada de interpelación del speaker, con todas sus cruces y sus grandes bandas.
     Las mujeres bonitas lucía sus vestidos más elegantes, y, al final de la galería, estaba la princesa Sofía de Carlsrüe, una señora gruesa, de tipo tártaro, con unos ojillos negros y unas esmeraldas maravillosas, hablando con voz muy aguda en mal francés y riéndose sin mesura de todo cuanto la decían.
     Realmente, veíase allí una singular mezcolana de personas: arrogantes esposas de pares del reino charlaban cortésmente con violentos radicales.

Oscar Wilde, El fantasme de Canterville y otros cuentos, Madrid, ed. Alianza Editorial, 1977, pág 27.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015

Casandra, Christa Wolf




     De repente me di cuenta de que me dolía mucho el corazón. Me levantaría otra vez, mañana ya, con un corazón al que llegaba el dolor.
     Quieres decir, Arisbe, que el ser humano no puede verse a sí mismo... Así es. No lo soporta. Necesita la imagen ajena... Y ¿nunca cambiará eso? ¿Siempre volverá a ocurrir igual? ¿Extrañamiento de sí mismo, ídolos, odio?... No lo sé. Una cosa sé: hay agujeros en el tiempo. Éste es uno de ellos, aquí y ahora. No debemos dejar que pase sin aprovecharlo.
     Allí, por fin, tenía mi <>.
     Aquella noche soñé, después de tantas noches desoladas y sin sueños. Veía colores, rojo y negro, vida y muerte. Se penetraban mutuamente, luchaban entre sí, como yo incluso en sueños había esperado, cambiando continuamente de forma producían nuevos dibujos, que podían ser increiblemente bellos. Eran como el agua, como un mar. En su centro vi una isla clara, a la que, en mi sueño- porque volaba;¡sí, volaba!- me acerqué  rápidamente. Qué había allí. Qué clase de ser. ¿Un hombre? ¿Un animal? Relucía como sólo reluce Eneas de noche. Qué alegría. Y entonces la caída, el viento, la oscuridad, el despertar. Hécuba mi madre. Madre, dije. Vuelvo a soñar... Levántate. Ven conmigo. Te necesitan. A mí no me escuchan.
     Así pues, ¿no podía quedarme? Aquí, donde me sentía bien. ¡Entonces estaba curada! Cila se agarró a mí, me mendigó: ¡Quédate! Yo miré a Arisbe, a Anquises. Sí, tenía que irme.



    Christa Wolf, Casandra, Madrid, edición Diario EL PAÍS, S.L., páginas 128, 129, 2005. SEleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Leopoldo Alas, "Clarín", Su hijo único.

VI
     
    A la mañana siguiente, a las ocho, despertaron a Bonifacio diciendole que deseaba verle un señor sacerdote.
       -¡Un sacerdote a mí! Que entre.
      Saltó de la cama y pasó al gabinete contiguo a su alcoba; no puede decirse a su gabinete, pues era de uso común a todos los de casa. Atándose los cordones de la bata saludó a un viejecillo que entraba haciendo reverencias con un sombrero de copa alta muy grande y muy grasiento. Era un pobre cura de aldea, de la montaña, de aspecto humilde y aún miserable.
      Miraba a un lado y a otro; y, después de los saludos de ordenanza, pues en tal materia no mostraban gran originalidad ninguno de los interlocutores, el clérigo accedió a la invitación de sentarse, apoyándose en el borde de una butaca.
      -Pues, dijo, siendo usted efectivamente el legitimo esposo de doña Emma Varcárcel, heredera única y universal de D. Diego, que en paz descanse, no cabe duda que es usted la persona que debe oír... lo que, en el secreto de la confesión... se me ha encargado decirle... Sí, señor, a ella o a su marido, se me ha dicho... y yo... la verdad... prefiero siempre entenderme con... mis semejantes... masculinos, digámoslo así. A falta de usted no hubiera vacilado, créame, señor mío, en abocarme, si a mano viene, con la misma doña Emma Valcárcel, heredera universal y única de...
           

     Leopoldo Alas, "Clarín", Su único hijo, Madrid, Austral,1979, página 66 y 67. Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015

Nana, Emile Zola.

     Entonces, sin que Fauchery se tomara la molestia de preguntárselo, le dijo lo que sabía de los Muffat. En medio de la conversación de las señoras, que proseguía junto a la chimenea, bajaban ambos la voz; y cualquiera, viéndolos con sus corbatas y sus guantes blancos, hubiera creído que trataban algún tema grave, con un lenguaje selecto. Así, pues, mamá Muffat, a quien la Faloise había tratado mucho, era una vieja inaguantable, siempre entre sotanas; por lo demás, un porte magnífico, un gesto autoritario que lo doblegaba todo. En cuanto a Muffat, hijo tardío de un general hecho conde por Napoleón I , había salido naturalmente muyt favorecido con lo del 2 de diciembre. Tampoco era persona alegre, pero tenía fama de muy honrado, muy recto. Había que añadir a eso unas opiniones del otro mundo y un concepto tan elevado de su cargo en la corte, de sus dignidades y sus virtudes, que llevaba la cabeza como si fuera un sacramento. Aquella espléndida educación se la debía a mamá Muffat: confesión diaria, ninguna escapada, ninguna juventud, fuese del tipo que fuese. Era practicante y tenía arrebatos de fe de una violencia sanguínea, parecidos a accesos de delirio. Al final, para pintarlo con el último detalle, La Faloise le soltó a su primo una frase al oído.

Emile Zola, Nana. Editorial, Planeta. página,55. 1985, Barcelona.
Seleccionado por Nuria Muñoz Flores . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

Sonetos para Helena, Pierre de Ronsard

                                                         CANCIÓN
                                  Cuando converso aquí cerca de vos
                                  mi corazón se agita;
                                  tiemblan todos mis nervios, mis rodillas
                                  y hasta el pulso me falla.
                                  La sangre y el espíritu, el aliento,
                                  todo se desbarata ante mi Helena,
                                  mi penar caro y dulce.
                               
                                  Me vuelvo loco, pierdo la razón,
                                  ya no acierto a saber
                                  si soy libre o cautivo, si estoy muerto;
                                  vivo ya enajenado.
                                  Basta miraros para desvariar,
                                  turba vuestra mirada mi ser todo,
                                  tan grande es su poder.

                                  Vuestra belleza me hace al mismo tiempo
                                  padecer cien pasiones;
                                  y no obstante se alegran mis sentidos,
                                  olvidando el sufrir.
                                  Mis ojos os contemplan, y el oído
                                  escucha vuestra voz incomparable,
                                  maravilla del mundo.

                                  Ay, me habéis hechizado de tal modo
                                  que gozo en mi desdicha;
                                  y acepto satisfecho ese sufrir
                                  por amor al dolor.
                                  Quiero así tener siempre esa congoja,
                                  para que siempre así de vos me acuerde
                                  y el alma mía os dé.

                                  No tratéis, pues, de hablar con aquel brujo
                                  que es un hechizos hábil.
                                  Tendríais un espíritu divino
                                  si pudieseis amar.
                                  Mi mitad bienamada, quiera Dios
                                  que Amor con una flecha os incendiase
                                  como a mí me ha hechizado.

                                  Burla burlando quiso atraversarme
                                  el corazón entero;
                                  a vos, su amiga, no ha mostrado aún
                                  el dardo que me hirió.
                                  Me confieso dichoso con tal muerte
                                  y no quiero cederos esa herida
                                  a vos, bella señora.

                                  Grabad sobre mi tumba mi congoja
                                  en perdurable escrito:
                                  De un vendomés aquí reposa el cuerpo,
                                  su espíritu entre mirtos.
                                  Como Paris es fuerza que baje a los abismos,
                                  mas no como él por una Helena griega,
                                  sino una de Saintonge.
                                    
Sonetos para Helena, Libro Primero, Barcelona, Editorial Planeta, Colección Clásicos Universales Planeta, 1987, págs 9-10, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.

Relato de Arthur Gordon Pym, Edgar Alan Poe

CAPÍTULO VI

     Mientras estuvimos junto a la caja, Augusto no me comunicó sino los principales detalles de este relato. Sólo hasta más tarde no entró de lleno en todos los pormenores. Le inquietaba que pudiesen echarle de menos, y yo ardía de impaciencia por salir de mi odioso lugar de reclusión. Decidimos dirigirnos en seguida hacia la abertura del castillo de proa, cerca de la cual debía yo permanecer por el momento, mientras él iría de reconocimiento. Dejar a Tigre en la caja era una cosa que n podíamos soportar ninguno de los dos; pero ¿qué íbamos a hacer? Ésta era la cuestión. El animal parecía ahora perfectamente tranquilo, y aplicando el oído sobre la caja, no podíamos percibir siquiera el ruido de su respiración. Estaba yo convencido de que había muerto, y decidí abrir la puerta. Lo encontramos tendido cuan largo era, sumido, al parecer, en un estupor profundo, aunque con vida aún.
     No había tiempo que perder, y aun así, no podía resignarme a abandonar a un animal que había sido dos veces el instrumento que salvó mi vida sin hacer ahora algún esfuerzo por salvarle... Lo arrastramos por eso con nosotros como pudimos, si bien con la mayor dificultad y fatiga; Augusto se veía obligado, la mayor parte del tiempo, a trepar por los obstáculos de nuestro camino con el enorme perro en brazos, una proeza que la debilidad en que me encontraba habríame hecho por completo incapaz de realizar.

Edgar Alan Poe, Relato de Arthur Gordon Pym, Barcelona, ed. Planeta, col.Clásicos Universales, 1978, página 59.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

La quimera del oro, Jack London

Diablo

     El perro era un diablo. Todo el Norte lo sabía. Muchos lo llamaban Engemdro del Infierno, pero su dueño, Black Leclère, escogió el vergonzoso nombre de Diablo. Black Leclère también era un demonio, y ambos hacían buena pareja. La primera vez que se vieron, Diablo era un cachorro delgado, hambriento y de ojos amargos. Se conocieron con un mordisco, un gruñido y unas miradas malévolas, pues el labio superior de Leclère se alzaba como el de un lobo, enseñando sus crueles dientes blancos. Se elevó en esos momentos, y sus ojos brillaron perversamente al extender la mano hacia Diablo y arrastrarlo fuera de la camada. Estaba claro que se adivinaron las intenciones, pues en el instante en que Diablo hundió sus colmillos de cachorro en la mano de Leclère, éste lo ahogaba impertérrito con el dedo índice y el pulgar.
     -¡Sacrédam!- dijo el francés suavemente, sacudiéndose la sangre de la mano mordida y contemplando como tosía y jadeaba el cachorrillo en la nieve.
     Leclère se volvió hacia John Hamlin, el tendero de Sesenta Millas:
     -Para eso lo quiero. ¿Cuánto es, m'sien? ¿Cuánto es? Se lo compro ahora mismo.
     Y compró a Diablo porque lo odiaba con un odio terrible e implacable. Luego, durante cinco años, los dos se aventuraron por toda la tierra del Norte, desde St. Michael y el delta del Yukón, hasta los límites de la tierra de Pelly, y hasta tan lejos como el río Peace, Athabaska y el Great Slave. Adquirieron la pero fama de intransigente maldad que jamás se había conocido en un hombre y en un perro



Jack London, La quimera del oro, Madrid, Editorial Anaya, S.A.,  páginas 98, 99, 1981. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.


lunes, 19 de enero de 2015

Robert L. Stevenson, La isla del tesoro





Capítulo XII
Consejo de guerra


        Pasos precipitados cruzaron la cubierta. Oí el tropel de la gente que subía presurosa de la cámara y del rancho de la marinería, y , deslizándome en un instante fuera del barril, me agazapé bajo la cangreja del trinquete, di un rodeo hacia popa y volví a aparecer sobre la cubierta despejada a tiempo para reunirme con Hunter y el doctor Livesey, que corrían hacia la amura de barlovento.
       Allí estaba yatodo el mundo. Un banco de niebla se había levantado en cuanto apareció la luna. Allá lejos, al suroeste de nosotros, vimos dos colinas bajas, a un par de millas un de otra, y alzándose por detrás de una de ellas, otra tercera  y más alta, cuya cima aún estaba envuelta en la niebla. Las tres parecían escarpadas y de forma cónica.
       Todo eso lo vi casi en sueños, pues aún no me había repuesto del horrible pavor que sentía un minuto antes. Oí la voz del capitán Smollett, que daba órdenes. La Hispaniola se ciñó un par de cuartas más al viento; seguíamos ahora un derrotero que bordeaba la isla justo por el este.
       - Vamos a ver, muchachos -dijo el capitán cuando se terminó la maniobra-, ¿alguno de vosotros ha estado antes en esa tierra?
         -Yo, señor -dijo Silver-. Yo he hecho aguada aquí con un bajel mercante del que era cocinero.
         - El fondeadero está al sur, detrás de un islote, ¿no es eso? -preguntó el capitán.
         - Sí, señor; la Isla del Esqueleto lo llaman. Antiguamente fue refugio de piratas, y un marinero que llevábamos a bordo sabía todos los nombres de estos lugares. Aquella colina hacia el norte la llaman el Trinquete; después hay tres hacia el sur, señor: Trinquete, Mayor y Mesana




Robert L. Stevenson, La isla del tesoro, Barcelona, Vicens Vives, 1996, página 93-94. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
       

Cantar del Roldán, Anónimo

Dichas estas razones, calla el emperador.
Allí el conde Roldán, que en ello no consiente,
se levanta muy firme y va a contradecirlo.
Dice al rey: "¡Mala hora si creéis a  Marsil!
Hace ya siete años que vinimos a España;
por vos he conquistado a Noples y Commibles,
he tomado Valterna y la tierra de Pina,
y también Balaguer, y Tudela y Sezilla.
El rey Marsil entonces hizo una gran tradición:
quince de sus paganos nos mandó mensajeros,
llevaban en la mano sendos ramos de olivo
y os dijeron las mismas palabras que ahora dicen.
Allí a vuestros franceses les pedisteis consejo:
fuisteis aconsejado bastante locamente;
a dos de vuestros condes mandasteis al pagano,
el uno era Basán, el otro era Basilio:
cortóles la cabeza en los montes de Altilia.
Continuad la guerra que tenéis iniciada,
llevad a Zaragoza vuestra hueste levada,
asediadla muy fuerte mientras sigáis con vida,
así podréis vengaros del que mató a traición."


  Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, Cátedra, 1999, ed. 5, página 44-45. 
  Seleccionado por Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Jules Renard, Pelo de zanahoria


La miga de pan.

     El señor Lépic, si está de buen humor, no duda en entretener él mismo a los niños. Les cuenta cuentos por los caminos del jardín y a veces ocurre que el hermano mayor Félix y Pelo de Zanahoria se revuelcan por el suelo de tanto reírse. Esta mañana, ya no pueden mas. Pero su hermana Hernestine viene a decirles que la comida está lista y con eso se tranquilizan. En todas las reuniones de la familia, los rostros se ponen ceñidos.
     Se come rápido, como siempre, y sin respirar, y nada impediría ya dejar la mesa a otros si estuviera reservada, cuando la señora Lepic dice: 
       -¿Quieres alcanzarme una misa de pan, por favor? Es para acabar la compota.
       ¿A quién se dirige?
       La señora Lepic se sirve casi siempre ella misma, y solo habla con el perro. Le informa del precio de las verduras y le explica lo difícil que es alimentar con poco dinero, hoy en día, a seis personas y a un animal.          
     -No -le dice a Pyrame que gruñe de amistad y golpea el felpudo con su cola-, no sabes tú bien el trabajo que me cuesta llevar esta casa. Te imaginas, como los hombres que una cocinera lo tiene todo a cambio de nada. A ti te da igual que la mantequilla suba y que los huevos estén inasequibles.

     Jules Renard, Pelo de zanahoria, Madrid, Akal Literaturas, 2002. Página 69.
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Cancionero II


CCXXXIX
     Hacia la aurora, donde dulce el aura
     en la nueva estación mueve las flores,
     y comienzan los pájaros sus versos,
     tan dulces las ideas en el alma
     se van a quien las tiene por la fuerza
     que regressa conviéneme a mis notas.

     ¡Templar pudiera en tan süaves notas
     mi suspirar para endulzar a Laura,
     haciendo la razón lo que en mí fuerza!
     Más será invierno el tiempo de las flores
     antes que amor florezca en aquel alma
     que nunca valoró rimas ni versos.

     ¡Cuántas lágrimas, triste, y cuántos versos
     esparcí ya en mi tiempo; en cuántas notas
     he procurado doblegarle el alma!
     Mas ella sigue como roca al aura
    que, aunque mueve las frondas y las flores,
     nada puede si encuentra mayor fuerza.

     A hombres, dioses, Amor venció por fuerza,
     como puede leerse en prosa y verso,
     y yo cómo lo comprobé al brotar las flores.
     Ni mi señor ahora ni sus notas
     ni mis ruegos ni llanto hacen que Laura
     prive de vida o de martiro al alma.

Francesco Petrarca, Cancionero II, Madrid, ed.Cátedra, col.Tercera, página 722,723
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

La Divina Comedia, Dante Aligheri

                                          INFIERNO



                                     CANTO VIGÉSIMO




     A lo que me dijo: -Aquel a quien le baja la barba por la ennegrecida espalda, fue augur al tiempo en que Grecia se vio tan escasa de hombres, que apenas quedaron más que los niños de las cunas, y juntamente con Calcante dio en Aullide la señal para que cortasen el primer cable. Tuvo por nombre Euripilo, y le celebra mi alta Tragedia en algún lugar: bien lo recordarás tú, que la sabes toda. El otro tan estrecho de ijares, fue Miguel Escoto, ducho en el arte de las mágicas imposturas. Mira a Guido Bonnati, mira a Asdente, que desearía ahora habérselas con el cordobán y el cabo, y se arrepiente, pero tarde. Mira a las desdichadas que dieron de mano a la aguja, a la lanzadera y al huso por meterse a encantadoras, y que componían sus maleficios con drogas y con figuras. Mas ven ahora; que ya llega Caín con su carga de espinas al confín de ambos hemisferios, y se entra en el mar cerca de Sevilla, y ya ayer noche de luna estaba redonda: lo cual no habrás olvidado, porque te alumbró más de una vez en la obscura selva.
     Así me hablaba, y entre tanto seguíamos andando.




Dante Aligheri, David, La Divina Comedia, Barcelona, Biblioteca Universal, Editorial Océano, s-a, páginas 98 y 99.  Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CCCXLIII"


CCCXLIII

Recordando el mirar que hoy honra el cielo,
la dorada cabeza, aquella cara, 
y aquella voz angélica y humilde
que me endulzaba, y ahora me acongoja,

no comprendo que pueda seguir vivo,
si aquélla, que más bella o más honesta
en duda nos dejara, no llegase
en mi socorro al despuntar la aurora.

¡Qué dulces y piadosas acogidas!
¡Y cómo atentamente escucha y sigue
la larga historia de mis penas todas!

Después cuando la hiere el claro día,
regresa al cielo, sin poder perderse,
con las mejillas húmedas de llanto.


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, página 971
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

Cantar de Roldán, Anónimo

XVIII


     Señores mis barones, ¿a quién enviaremos que vaya al sarraceno que tiene a Zaragoza? "
     Responde allí Roldán: ''Me presto voluntario."
     Dice el conde Oliveros: "Vos no podéis hacerlo.
     Vuestro carácter es áspero y altanero, 
     y yo mucho me temo que la violencia surja.
     Si el rey lo permitiese, yo seŕe el enviado"
     Allí responde el rey: "Uno y otro, ¡calláos!
     Ninguno de los dos pondréis allí los pies.
     ¡Por esta barba mía que ya veis blanquear, 
     ninguno de los Doce Pares será enviado!"
     Los franceses se callan, todos están callados.



     Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, ed.Cátedra, col. Letras Universales, 1999, página 47.
     Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.



Fausto, Johann W. Goethe

    SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA 
PRIMER ACTO
PARAJE AMENO

     ARIEL. ¡Escuchad el estruendo de las Horas!
     Sonando a los oídos del espíritu
     el nuevo día acaba de nacer.
     Puertas de roca suenan y retumban,
     ruedas de Febo avanzan con estruendo,
     ¡qué estrépito se acerca con la luz!
     Hay ruido de tambores y trompetas,
     se pasman las miradas, los oídos ;
     no se oye lo inaudito. Deslizaos
     dentro de las corolas de las flores,
     más hondo, hasta habitar en el silencio,
     en las rocas, debajo del follaje.
     Sordos os quedaréis, si os llega el ruido.
     FAUSTO. El pulso de la vida late con frescor vivo,
     al saludar, benigno, la aurora por el éter.
     Tu también, tierra, has sido constante en esa noche,
     y alientas reviviendo otra vez a mis pies,
     y empiezas a rodearme de nuevo de alegría;
     mueves y excitas una decisión poderosa
     de esforzarme constante a la vida más alta...

Johann W. Goethe, Fausto, Barcelona, Planeta, 1980, página 141
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo . Segundo de bachillerato. Curso 2014-1015


Los cuentos de así fue, Rudyard Kipling

ASÍ FUE COMO AL LEOPARDO LE SALIERON SUS MANCHAS

   
     INICIO aquí la historia que cuenta que, en los días en que todos empezaban a vivir, mi querido niño, el leopardo habitaba un lugar llamado Alta Meseta, o la Meseta Arbustácea, ni la Meseta Baldía, sino la desnuda, caliente y brillante Alta Meseta, en la que había arena, y rocas de color arenoso, y tan amarillo de la arena. Allí vivían la jirafa, la cebra, el eland, el kudú y el búfalo; y por todas partes estaba el color arenoso amarillento parduzco; en cuanto al leopardo, ése era el más arenoso amarillento parduzco de todos..., era un especie de animal gatuno de color grisáceo amarillento que hasta en el último de sus pelos se confudía con el color exclusivamente amarillento grisáceo parduzco de la Alta Meseta*. Eso era fatal para la jirafa, la cebra y el resto de los animales, pues el leopardo se tumbaba sobre un matojo de hierbas o una piedra de color exclusivamente amarillento grisáceo parduzco, y cuando la jirafa, o la cebra, o el eland, o el kudú o el macho de los arbustos o el antílope rojizo pasaban junto a él, les podía arrebatar por sorpresa sus vidas saltarinas. ¡Vaya si lo hacía! Había, además, un etíope que llevaba arco y flechas (por aquel entonces era un hombre de color exclusivamente grisáceo parduzco amarillento), que vivía en la Alta Meseta con el leopardo; y los dos solían cazar juntos- el etíope con su arco y flechas, y el leopardo sólo con sus dientes y garras-, hasta que llegó un momento, mi querido niño, en el que la jirafa, y el eland y el kudú y el cuaga ya no sabían en qué dirección saltar. ¡De verdad que no lo sabían!


     Rudyard Kipling, Los cuentos de así fue, Madrid, Editorial Akal, S.A., Páginas 83, 84, 2002. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CCCLXV"

CCCLXV

Yo voy llorando mis pasados tiempos
en los que amé las cosas de este mundo,
sin elevar el vuelo, habiendo alas,
para dar de mí acaso nombre ejemplo.

Tú que ves los indignos males míos,
inmortal e invisible Rey del cielo,
socorre al alma frágil y perdida,
y llena con tu gracia su defecto;

que si ha vivido en guerra y en tormenta,
que muera en paz y en puerto; si la estancia
vana fue, que no sea la partida.

Para el poco vivir que ya me queda
y para el buen morir dame tu mano:
Tú sabes bien que en nadie más confío.


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, página 1027
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

D.H. Lawrence, El amante de lady Chatterley


XII

     Connie se fue al bosque directamente después de comer. Era un día hermoso. Los primeros dientes de león se abrían como soles, y las primeras margaritas eran muy blancas. La arboleda de avellanos formaba una labor de encaje con las hojas semiabiertas y la espiga perpendicular de los amentos. Las amarillas celidonias, constituía legiones, abiertas del todo y echadas hacia atrás, en un gesto de turgencia, con su esplendor amarillo. Era el amarillo, el poderoso amarillo de principios de verano. Y las anchas prímulas, henchidas de pálido abandono, se abrían en espesos macizos olvidando su timidez. El verde oscuro y exuberante de los jacintos era un mar, con los botones alzándose como pálidos granos de maíz. mientras que  en el camino se desmelenaban matas de nomeolvides y las aquileñas desplegaban sus encajes purpúreos, y aparecían cascarones azunlencos de huevo de pájaros bajo los matorrales. ¡En todas partes había yema y brotes de vida!


  Lawrence D.H., El amante de lady Chatterley, Madrid, Bibliotex, S.L., 1960 Página: 211
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

David Copperfield, Charles Dickens

CAPÍTULO XVIII

DISOLUCIÓN DE SOCIEDAD

     Me apresuré a poner inmediatamente en ejecución el plan que había formado relativo a los debates parlamentarios. Era uno de los hierros de mi forja que había que golpear mientras estuviera caliente, y me puse a ello con una perseverancia que me atrevo a admirar. Compré un célebre tratado sobre el arte de la taquigrafía (que me costó diez chelines) y me sumergí en un océano de dificultades, y al cabo de algunas semanas casi me habían vuelto loco todos los cambios que podía tener uno de esos acentos que colocados de una manera significaban una cosa y otra en tal otra posición; los caprichos maravillosos figurados por círculos indescifrables; las consecuencias enormes de un signo tan grande como una pata de mosca; los terribles efectos de una curva mal colocada, y no me preocupaban únicamente durante mis horas de estudio: me perseguían hasta durante mis horas de sueño. Cuando por fin llegué a orientarme más o menos a tientas, en medio de aquel laberinto y a dominar casi el alfabeto, que por sí solo era todo un templo de jeroglíficos egipcios, fui asaltado por una procesión de nuevos horrores, llamados signos arbitrarios. Nunca he visto signos tan despóticos; por ejemplo, querían absolutamente que una línea más fina que una tela de araña significara espera, y que una especie de candil romano se tradujera por perjudicial. A medida que conseguía meterme en la cabeza todo aquello me daba cuenta de que se me había olvidado el principio. Lo volvía a aprender, y entonces olvidaba lo demás. Si trataba de recordarlo, era alguna otra parte del sistema la que se me escapaba.

Charles Dickens, David Copperfield, Pozuelo de Alarcón (Madrid), Espasa Calpe, Colección Austral, 1999, Páginas 668-669.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Cantar de Roldán, Anónimo

                                                                   LV
 El rey Carlos el Magno ha devastado España,
tomado sus castillos, quebrado sus ciudades.
La guerra ha terminado, dice el emperador.
Hacia la dulce Francia cabalgata el rey Carlos :
allí el conde Roldán ha plantado la enseña
en la cima de un cerro y hacia el cielo la eleva.
Los franceses acampan por toda la comarca.
Los paganos cabalgan por los valles inmensos
las lorigas vestidas y con sus cotas dobles,
los yelmos bien sujetos, ceñidas las espadas,
los escudos al cuello, las lanzas preparadas.
Encima de los mones, en un bosque descansan :
son cuatrocientos mil los que esperan el alba.
¡Dios, qué gran dolor: los franceses lo ignoran!

Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, Catedra, 1999, página 64. Seleccionado por Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Edgar Allan Poe, Cuentos II

                                                                    Bon-Bon



     No creo que ninguno de los parroquianos que, durante el reino de... frecuentaban el pequeño café en el cul-de-sac Le Febre, en Ruán, esté dispuesto a negar que Pierre Bon-Bon era un restaurateur de notable capacidad. Me parece todavía más difícil negar que Pierre Bon-Bon era igualmente bien versado en la filosofía de su tiempo. Sus patés de foies eran intachables, pero, ¿qué pluma podría hacer justicia a sus ensayos sur la Nature, a sus pensamientos sur láme, a sus observaciones, sur l'esprit? Si sus omelettes, si sus fricandeaux eran inestimables, ¿qué literato de la época no hubiera dado el doble por una idée de Bon-Bon que por la despreciable suma de todas las idées de los savants? Bon-Bon había explorado bibliotecas que para otros hombres eran inexploradas; había leído más de lo que otros podían llegar a concebir como lectura; había comprendido más de lo que otros hubieran imaginado posible comprender; y si bien no faltaban en la época de su florecimiento algunos escritores de Ruán para quienes <>, y a pesar, nótese bien de que sus doctrinas no eran comprendidas de manera muy general, no se sigue empero de ello que fuesen difíciles de comprender. Pienso que su propia evidencia hacía que muchas personas las tomaran por abstrusas. Kant mismo -pero no llevemos las cosas más allá- debe principalmente su metafísica a Bon-Bon. Este no era platónico ni, hablando en rigor, aristotélico; tampoco, a semejanza de Leibnz, malgastaba preciosas horas que podían emplearse mejor inventando una fricassée o, facili gradu, analizando una sensación, en frívolas tentativas de reconciliar todo lo que hay de inconciliable en las discusiones éticas.



Edgar Allan Poe, David Cuentos II, Madrid, El libro de Bolsillo, Alianza Editorial, 1984, páginas 266 y 267. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

El viejo y el mar, Ernest Hemingway





EL VIEJO Y EL MAR

     Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado, los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orcen de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
     El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.
       Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
       Santiago- le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba varado el bote-. Yo podría volver con usted. Hemos hecho algún dinero. El viejo había enseñado al muchacho a pescar y el muchacho le tenía cariño. -No -dijo el viejo-. Tú sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.




Ernest Hemingway, El viejo y el mar, Barcelona, Booket, 1997, página 7-8. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CLX"

CLX

Amor y yo de maravilla lleno,
como quien nunca ha visto lo increíble, 
vemos a aquella cuando habla o ríe
que tan sólo a ella misma se parece.

Desde el bello sosiego de las cejas
mis leales estrellas tanto brillan
que no existe otra luz que inflame o guíe
a quien amar tan alto se propone.

¡Qué milagro es aquél, cuando en la hierba
casi una flor parece, o cuando oprime
con su cándido seno un verde brote!

¡Y qué dulzura en la estación temprana
verla pasar a solas pensativa,
tejiendo una guirnalda al oro terso!


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, páginas 551
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CLVIII"

CLVIII

Aquel acerbo y honorable día
tan viva al corazón mandó su imagen
que no ha de describirlo ingenio o pluma,
aunque vuelvo hacia él con la memoria.

El gesto lleno de piedad y dulce
amargo lamentar que yo escuchaba
dudar hacían mortal o diosa
era aquella que al cielo aquietó en tornor.

Oro el cabello, el rostro nieve cálida,
cejas y ojos, ébano y estrellas,
donde Amor no tendía su arco falso;

perlas y rosas, donde recogido daba el dolor ardientes voces bellas;
cristal el llanto, y llama los suspiros.


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, páginas 545
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

lunes, 12 de enero de 2015

Charles Dickens, David Copperfield

                                                 CAPÍTULO XV
                                                  DEPRESIÓN

     Cuando recobré mi presencia de ánimo, que en el primer momento me había abandonado por completo bajo el golpe de la noticia de mi tía, propuse a míster Dick que viniera a la tienda de Velas a tomar posesión de la cama que míster Peggotty había dejado vacía hacía poco. La tienda de velas se encontraba en el mercado de Hungerford, que entonces no se parecía nada a lo que es ahora, y tenía delante de la puerta un pórtico bajo, compuesto de columnasde madera, que se parecía bastante al que se veía antes en la portada de la casa del hombrecito y la mujercita de los antiguos barómetros. Aquella obra de arte de la arquitectura le gustó infinitamente a míster Dick, y el honor de habitar encima de aquellas columnas yo creo que le hubiera consolado de muchas molestias; pero como en realidad no había más objección que hacer al alojamiento que la variedad de perfumes de que he hablado, y quizá también la falta de espacio en la habitación, quedó encantado de su alojamiento. Mistress Crupp le había declarado con indignación que no había sitio ni para hacer bailar a un gato; pero, como me decía muy justamente míster Dick sentándose a los pies de la cama y acariciando una de sus piernas:
    -Usted sabe muy bien, Trotwood, que yo no necesito hacer bailar a ningún gato, que nunca he hecho bailar a ningún gato, por lo tanto, ¿a mí que me importa?


Charles Dickens, David Copperfield, Madrid, Narrativa, Editorial Austral, 1999, páginas 610 y 611. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Jules Verne, Viaje al centro de la tierra

Capítulo 8
     Altona, verdadero arrabal de Hamburgo, es cabecera de línea del ferrocarril de Kiel, que debía conduciros hasta las orillas de los Belt. EN menos de veinte minutos habíamos entrado en el territorio del Holstein.
     A las seis y media el coche se detuvo ante la estación. Rápidamente se descargó, transportó, pesó, etiquetó y trasladó al furgón del tren los numerosos paquetes y artículos de viaje de mi tío. Y a las siete estábamos ya sentados uno frente a otro en nuestro compartimento. 
     Silbó el vapor, y la locomotora se puso en movimiento. Estábamos ya en ruta.
     ¿Iba yo resignado? Aún no. Pero el aire fresco de la mañana y los detalles del paisaje, rápidamente renovados por la velocidad, me distrajeron de mis preocupaciones.
     En cuanto al profesor, era evidente que su pensamiento se anticipaba al movimiento del tren, demasiado lento para su impaciencia. 
     Íbamos solos en el vagón. Sin hablar. MI tío visitaba una y otra vez sus bolsillos y su maletín con una minuciosa atención.



Jueles Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Alianza, 1985, página 71-72. Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Aventuras de Robinsón Crusoe, Daniel Defoe


Capítulo IV

     Creyendo que la isla estaba infestada de fieras, mi pensamiento fue solo buscar los medios de que me valdría para liberarme de ellas, así como de los salvajes, si los había. Estaba indeciso sobre la manera de hacerlo y sobre el género de vivienda que debía construir; no sabía si debía hacer una cueva o armar una tienda. Por fin resolví hacer lo uno y lo otro.
     Advertí que el lugar donde me había instalado no me convencía, porque el terreno era bajo, pantanoso y próximo al mar, y lo creía insalubre; además porque no había agua dulce cerca de él. Por tanto resolví buscar un trozo de terreno mas conveniente y saludable.

Daniel Defoe, Aventuras de Robinsón Crusoe. Editorial Espasa-Calpe. página,61, 1981, Madrid.
Seleccionado por Pablo Galindo Cano . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015.

Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra





30

       La imprevisto del espectáculo había devuelto a mi rostro los colores de la salud. El asombro constituía mi tratamiento. Y mi curación iba produciéndose mediante esta nueva terapéutica. Además, la vivacidad de un aire muy denso me reanimaba, al procurar más oxígeno a mis pulmones.
     Se comprenderá que tras una reclusión de cuarenta y siete días en una estrecha glería experimentara un placer infinito al aspirar una brisa cargada de emanaciones salinas.
     No tuve, pues, que arrepentirme de haber salido de mi gruta oscura. Mi tío, acostumbrado ya a esas maravillas, no manifestaba extrañeza alguna.
    - ¿Te encuentras con fuerzas para dar un paseo?
    -me preguntó
    -Sí, y con mucho gusto.
    -Pues apóyate en mi brazo, Axel, y vayamos por la orilla.
   Echamos a andar por la playa. A la izquierda, unos enormes peñascos, amontonados unos sobre otros, formaban una prodigiosa construcción titánica. Sobre sus flancos corrían innumerables cascadas límpidas y resonantes. Algunas volutas de vapor indicaban los lugares de las fuentes termales. Varios arroyos corrían dulcemente hacia el común depósito, murmurando agradablemente por las pendientes. Reconocí entre ellos al Hans-bach, que venía a perderse tranquilamente en el mas, como si no hubiera hecho otra cosa desde el comienzo del mundo.
    -De aquí en adelante, lo echaremos de menos -dije, con un suspiro.
    Me pareció bastante ingrata su respuesta. Pero en ese momento atrajo bastante mi atención un espectáculo inesperado, a unos quinientos pasos, a la vuelta de un elevado promotorio, apareció ante nuestros ojos un bosque alto y espeso. Lo formaban árboles de regular tamaño, cuyas copas parecían quitasoles regular y geométricamente trazados. Insensible su follaje a la brisa, los árboles estaban absolutamente inmóviles, como un macizo de cedros petrificados.


Jueles Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Alianza, 1985, página 202-203. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Chrètien de Troyes, La Historia de Perceval o Cuento del Grial

                  La doncella sitiada (vs. 1699-2974)
                  El novel caballero se separa de su huésped; le apremia mucho llegar a ver a su madre y encontrarla sana y viva. Se va por las florestas solitarias, que prefiere a las llanuras, como buen conocedor del bosque, y a fuerza de cabalgar llega hasta un castillo fuerte y bien plantado, fuera de cuyos muros no había nada más que mar, agua y tierra yerma. Se encamina apresurado hacia el castillo y llega frente a la puerta, para acceder a la cual tiene que cruzar un puente tan endeble que a duras penas cree que pueda sostenerle. Sube al puentecillo, y lo atraviesa sin que le sobrevenga obstáculo, vergüenza ni daño alguno. Al llegar junto a la puerta, la halla cerrada con llave. La golpea, no muy suavemente, y llama gritando no muy bajo. Golpeó tanto que al cabo apareció en las ventanas de la sala una doncella delgada y pálida, que dijo:
                  -¿Quién llama?
                  El miró hacia la doncella, la vio y dijo:
                  -Buena amiga, soy un caballero que os ruega que invitéis a pasar dentro y me deis posada por esta noche.
                  -Señor -dice ella-, os será concedido, pero me lo agradeceréis poco, a pesar de que os daremos tan buen albergue como podamos.
                   La doncella se retira, y él, que permanecía junto a la puerta, temiendo que le hicieran esperar demasiado, se pone a llamar de nuevo. Rápidamente llegaron cuatro servidores con hachas en las manos, y con una buena espada ceñida cada uno de ellos, que abrieron la puerta y le dijeron:
                   -Entrad.
                   Si los servidores vivieran en prosperidad, serían muy gentiles, pero habían pasado tanta miseria que su estado, entre ayunos y vigilias, era cosa digna de asombro; y si el muchacho había encontrado fuera una tierra desnuda y desierta, dentro encontró poca cosa, ya que por dondequiera que pasara tan sólo hallaba calles destrozadas y veía casas en ruinas, abandonadas de hombres y mujeres. Había en la villa dos monasterios, uno de monjas atemorizadas, otro de monjes indefensos, que en sus tiempos fueron abadías. No los encontró bellamente adornados ni con pinturas, sino que vio caídos y agrietados los muros y desmochadas las torres. Las casas permanecían abiertas tanto de día como de noche. En todo el castillo no hay horno que cueza ni molino que muela; allí no había vino ni pasteles ni cosa ninguna a la venta que se pudiera comprar con dinero. En tal miseria encontró al castillo, donde no había pan, ni pasta, ni vino, sidra ni cerveza. Los cuatro servidores le conducen a un palacio techado con pizarras, le apean y le desarman.

Chrètien de Troyes, La Historia de Perceval o Cuento del Grial, Capítulo 6, La doncella sitiada, Madrid, Editorial Magisterio Español, Colección Novelas y Cuentos, 1979, págs 55-56, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.
           

Fancesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CCXXXVIII"

CCXXXVIII
     Real natura, angélica intelecto,
     pronta vista, alma clara, ojo de lince,
     providencia veloz, mente elevada,
     y digna ciertamente de aquel pecho;

     de damas siendo un número escogido
     para adornar el gran festivo día,
     enseguida eligió el criterio honrado
     aquel que era perfecto entre los bellos.

     A las otras mayores o más ricas
     con su mano ordenó quedarse aparte,
     y acogió con cariño a la que es una.

     Ojos y frente con semblante afable
     besóle, y se alegraron las restantes,
     y yo envidié aquel raro y dulce gasto.


   

Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, ed.Cátedra, col.Tercera, página 721
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015


Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer

                                                               Capítulo VIII


     No había más que hablar; su suerte estaba echada. Se escaparía de casa y emprendería una vida nueva. Empezaría a la mañana siguiente sin falta. Así que tenía que comenzar los preparativos. Reuniría todos sus recursos. Se acercó a un tronco podrido que había allí cerca y empezó a cavar debajo de un extremo con su navaja Barlow. Pronto chocó con madera que sonaba a hueco. Metió la mano allí y con voz solemne pronunció este conjuro:
     -¡Lo que no ha venido aquí, que venga! ¡Lo que ya está aquí, que se quede!
     Entonces raspó la suciedad, y dejó al descubierto una teja de madera de pino... la levantó y apareció un cofrecito muy bien hecho, con el fondo y los laterales de tejas de pino. Dentro había una canica. ¡Tom no salía de su asombro! Se rascó la cabeza, con aire perplejo y dijo:
     -Vaya, ¡esto no hay quien lo entienda!
     Luego tiró la canica malhumorado y se quedó reflexionando. La verdad es que les había fallado una superstición que él y todos sus compañeros siempre habían considerado infalible. Si entierras una canica diciendo unas palabras mágicas y no la tocas durante dos semanas y luego descubres el escondite con las miasmas palabras que habías pronunciado te encuentras allí juntas todas las canicas que se te hayan perdido, por muy lejos que estuvieran.



Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, Ed. castellana, Editorial Anaya, 1984, página 73 y 74. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

La vuelta al mundo en ochenta días, Jules Verne

17. Que trata de unas y otras cosas durante la travesía de Singapur a Hong-Kong

     Desde ese día, Passepartout y el policía se encontraron con frecuencia, pero ya Fix se mostró siempre más reservado y se abstuvo de tirarle de la lengua. Tan sólo una o dos veces entrevió a Phileas Fogg, quien permanecía a menudo en el gran salón del Rangoon, bien haciendo compañía a Aouda, bien jugando al whist, según su invariable costumbre.
     A Passeapartout había empezado a darle que pensar ese singular azar que ponía una vez más a Fix en su camino. Era muy extrañi, en efecto. Ese caballero tan amable y complaciente al que encuentra en Suez, que se embarca en el Mongolia, que desembarca en Bombay, donde dice que va a permanecer, al que halla de nuevo en el Rangoon en ruta hacia Hong-Kong, en una palabra, ese hombre que sigue paso a paso el itirenario de Phileas Fogg, daba que pensar. Era una serie de coincidencias más bien extrañas. ¿Qué pretendía Fix? Passepartout habría apostado sus babuchas, que conservaba como un bien precioso, a que Fix saldría de Hong-Kong al mismo tiempo que ellos y probablemente en el mismo barco.



Jules Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, Madrid, El libro de bolsillo, Editorial Alianza, 1997, página 49. Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.



Decameron, Giovanni Boccaccio

     -¡Oh, Lisabetta!, no haces más que llamarme y te entristeces por mi larga tardanza y me acusas ferozmente con tus lágrimas; por lo que debes saber que ya no puedo regresar aquí, pues el último día que me viste tus hermanos me mataron.
     E indicándole exactamente el lugar donde le habían enterrado, le dijo que no lo llamase más ni lo esperase, y desapareció.
     La joven, al despertarse y creerse la visión, lloró amargamente. Después, cuando se levantó por la mañana, como no osaba decirles nada a sus hermanos, decidió que quería ir al lugar indicado y ver si era cierto lo que se le había aparecido en sueños. Y obteniendo permiso para alejarse algo de la ciudad dando un paseo, se fue allá ki antes que pudo en compañía de una que antes había trabajado para ellos y sabía todo lo suyo; y quitando las hojas secas que había allí, cavó donde la tierra le pareció menos dura; y no hubo cavado mucho cuando encontró el cuerpo de sus desdichado amante no estropeado aún ni corrompido; por lo que supo manifiestamente que su visión había sido verdadera. Y más afligida que mujer alguna por ello, sabiendo que allí no había que llorar, si hubiese podido de buen grado se habría llevado todo el cuerpo para darle más adecuada sepultura; pero al ver que esto no podía ser, con un cuchillo, lo mejor que pudo, le separó la cabeza del cuerpo, y envolviéndola en una toalla, tras echar la tierra sobre el resto del cuerpo, poniéndosela en el regazo de la sirvienta, si que nadie le hubiese visto, se marchó de allí y se volvió a su casa.

Giovanni Boccaccio, Decamerón. Fuenlabrada (Madrid), ed. Catedra, col. Letras universales, 1998, página 535-536.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

John Banville, Copérnico.


"Orbitas lumenque"

     A la luz de la vela espiaba a su madre arrodillada junto a él por encima de las manos unidas en actitud de rezo. Bajo la brillante mata de cabello recogido, su rostro estaba pálido y hermoso, como la cara de la virgen en el cuadro. Tenía los ojos cerrados y sus labios se movían y pronunciaban para sí las piadosas frases que él recitaba en voz alta . Cuando tropezaba con palabras difíciles, ella lo ayudaba dulcemente, con una voz tierna y maravillosa. Le dijo que la quería más que a nadie, y ella lo acunó en sus brazos y le cantó una canción.

Margery Daw sube y baja,
 este pequeño poñuelo
se perdió entre la caja.

     Le gustaba estar despierto en la cama, escuchar los ruidos furtivos de la noche a su alrededor, los crujidos, gemidos y súbditos estallidos ahogados que a él parecían la voz de la casa que se lamentaba bajo el peso de la enorme oscuridad del exterior y, con sigilo, intentaba cambiar de posición o estirar los doloridos huesos de su espalda.

      John Banville, Copérnico, Madrid, editorial Edhasa, 1990, página 12-13. Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Anónimo, Cantar de Roldán





III

Entre gente pagana es Blancandrín oído:
por su gran valentía era buen caballero
y n gran hombre de pro al servicio del rey.
Díjoles: Rey, no es hora de sucumbir al miedo;
enviad al rey Carlos, hombre orgulloso y fiero,
palabras de vasallo y mensaje de amigo.
Mandad como presente leones, osos, perros,
setecientos camellos, mil azores mudados
y cuatrocientos mulos de oro y plata cargados,
también cincuenta carros, con que hará un buen convoy:
muy bien podrá pagar con esto a sus soldados.
Decidle que esta tierra la tiene ya asolada,
que lo mejor sería volverse a Aix, a Francia,
que el día de San Miguel estaréis en su corte en donde tomaréis la fe de los cristianos:
con gran honor y bien os haréis su vasallo.
Si quisiera rehenes, vos debéis enviarlos,
que sean diez o veinte, por darle confianza.
Aunque sean los hijos de nuestra propia esposa,
yo enviaría al mío aun si fuera a su muerte.
Más valdría que todos perdieran sus cabezas
que perdamos nosotros honor y señorío,
ni alcemos nuestras manos ansiosas de limosnas.
  


Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, Catedra, 1999, página 36-37. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

La vuelta al mundo en ochenta días, Jules Verne

     4. En el que Phileas Fogg asombra a Passepartout


    A las siete y veinticinco, Phileas Fogg, que había ganado una veintena de guineas al whist, se despidió de sus honorables contertulios y abandonó el Reform-Club.
A las siete cincuenta, entraba en su casa.
     Passepartout, que había estudiado concienzudamente su programa, quedó sorprendido al ver al señor Fogg, culpable de inexactitud, aparecer a hora tan insólita, pues el programa prescribía el regreso del inquilino de Savillerow a las doce en punto de la noche.
     Phileas Fogg subió a su habitación y llamó a Passepartout.
     Passepartout no respondió. No podía ser él el destinatario de la llamada. No era la hora.
     -¡Passepartout! -repitió el señor Fogg, sin elevar la voz.
     Passpartout se presentó.
     -Es la segunda vez que le llamo. -dijo el señor Fogg.
     -¡Pero si no es medianoche! -respondió Passepartout, reloj en mano.


Jules Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, Madrid, El libro de bolsillo, Editorial Alianza, 1997, páginas 151-152. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.