lunes, 19 de enero de 2015

El viejo y el mar, Ernest Hemingway





EL VIEJO Y EL MAR

     Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado, los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orcen de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
     El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.
       Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
       Santiago- le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba varado el bote-. Yo podría volver con usted. Hemos hecho algún dinero. El viejo había enseñado al muchacho a pescar y el muchacho le tenía cariño. -No -dijo el viejo-. Tú sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.




Ernest Hemingway, El viejo y el mar, Barcelona, Booket, 1997, página 7-8. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

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