lunes, 26 de enero de 2015

Nana, Emile Zola.

     Entonces, sin que Fauchery se tomara la molestia de preguntárselo, le dijo lo que sabía de los Muffat. En medio de la conversación de las señoras, que proseguía junto a la chimenea, bajaban ambos la voz; y cualquiera, viéndolos con sus corbatas y sus guantes blancos, hubiera creído que trataban algún tema grave, con un lenguaje selecto. Así, pues, mamá Muffat, a quien la Faloise había tratado mucho, era una vieja inaguantable, siempre entre sotanas; por lo demás, un porte magnífico, un gesto autoritario que lo doblegaba todo. En cuanto a Muffat, hijo tardío de un general hecho conde por Napoleón I , había salido naturalmente muyt favorecido con lo del 2 de diciembre. Tampoco era persona alegre, pero tenía fama de muy honrado, muy recto. Había que añadir a eso unas opiniones del otro mundo y un concepto tan elevado de su cargo en la corte, de sus dignidades y sus virtudes, que llevaba la cabeza como si fuera un sacramento. Aquella espléndida educación se la debía a mamá Muffat: confesión diaria, ninguna escapada, ninguna juventud, fuese del tipo que fuese. Era practicante y tenía arrebatos de fe de una violencia sanguínea, parecidos a accesos de delirio. Al final, para pintarlo con el último detalle, La Faloise le soltó a su primo una frase al oído.

Emile Zola, Nana. Editorial, Planeta. página,55. 1985, Barcelona.
Seleccionado por Nuria Muñoz Flores . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

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