jueves, 20 de octubre de 2016

La edad de la inocencia, Edith Wharton

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Era un día fresco, con un viento primaveral vivaz y polvoriento. Todas las ancianas de ambas familias habían sacado sus viejas martas y amarillentos armiños, y el olor a alcanfor de los primeros bancos casi ahogaba el ligero aroma primaveral de los lirios que cubrían el altar.
     Newland Archer había salido de la sacristía a una señal de sacristán, situándose con su padrino en los escalones del entrecoro de la iglesia de la Gracia.
     La señal significaba que el brougham que traía la novia y su padre estaba a la vista: peros sin duda habría un considerable intervalo de ajuste y consultas en el vestíbulo, donde las damas de honor revoloteaban ya como un manojo de flores de Pascua. Se suponía que , durante este inevitable periodo de tiempo, el novio, en prueba de su ansiedad, debía exhibirse en solitario ante los asistentes reunidos; y Archer había cumplido esta formalidad con la misma resignación que todas las otras, que, en conjunto convertían una boda neoyorquina en el siglo XIX en un rito que comprometido a recorrer, todo era igualmente fácil--o igualmente doloroso, según las preferencias de cada cual_y, Archer había obedecido las nerviosas instrucciones de su padrino con la misma mansedumbre con que otros novios habían obedecido las suyas cuando les correspondió guiarles por el laberinto.
       Hasta el momento estaba razonablemente convencido de haber cumplido con todas sus obligaciones. Los ramilletes de lilas blancas y lirios silvestres de las ochos damas de honor se habían enviado puntualmente, así como los gemelos de oro y zafiro de los ocho mozos de honor y el alfiler de corbata de ojo de gato del padrino; Archer había pasado media noche en vela tratando de dar cierta variedad a sus palabras de agradecimiento por el último contingente de regalos de amigos y ex-amadas; los emolumentos del obispo y el rector reposaban seguros en el bolsillo de su padrino; su equipaje estaba ya en casa de Mrs Manson Mingott, donde había de celebrarse el desayuno nupcial, y también estaban allí las ropas de viaje para después; y se había reservado un comportamiento en el tren que había de transportar a la joven pareja a su secreto destino... pues la ocultación del lugar donde transcurriría la noche de bodas era uno de los más sagrados tabús del prehistórico ritual.
      --¿Seguro que llevas el anillo? --susurró el joven van der Luyden Newland, que era inexperto en las labores de padrino y estaba abrumado por el peso de su responsabilidad.
       Archer hizo el gesto que había visto hacer a incontables novios; con la mano derecaha, desnuda, palpó el bolsillo de su chaleco gris oscuro, asegurándose de que el pequeño anillo de oro (en cuyo interior se había  grabado Newland a May, ... abril, 187...) estaba en su sitio; después, recomponiendo su anterior postura, el sombrero de copa y los guantes gris perla con puntadas negras firmemente sujetos en la mano izquierda, miró a la puerta de la iglesia.
       Por encima de sus cabezas, la Marcha de Händel se hinchó pomposa por las bóvedas de piedra falsa, portando en sus ondas el desvaído paso de las muchas bodas en las que Archer  se había plantado, con alegre indiferencia, en la misma escalera de antecoro, observando a otras novias flotar nave arriba hacia otros novios.
     

       Edith Wharton, La edad de la inocencia, Barcelona, 1920, Appleton & Company, Narrativa Actual, pág 115-116

       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

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