lunes, 10 de noviembre de 2014

Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar



EL COFRE PINTADO A FRANJAS


    - ¿Qué saca usted en consecuencia de esa embarcación, Allarddyce? - le pregunte.
     El segundo oficial estaba a mi lado en la popa, con sus piernas cortas, gruesas y abiertas en el ancho compás, porque el ventarrón había dejado tras sí una considerable marejada y las dos lanchas de cuarta casi tocaban la superficie de las aguas a cada balanceo de la embarcación. Asentó sus gemelos en los obenques de mesana y miró largo rato fijamente al barco desconocido y lamentable, mientras lo levantaba la cresta de una ola y permanecía en alto durante algunos segundos antes de hundirse por el lado contrario de aquélla. Estaba tan hundido en el agua que solo pude vislumbrar en algunas ocasiones la línea verdosa de las amuradas. 
     Era un bergantín, pero su palo mayo había sido arrancado de cuajo a unos diez pies por encima de la cubierta y no parecía que hubiese hecho para cortar y desembarcarse de aquella ruina que flotaba con sus velas y vergas, igual que el ala rota de una gaviota herida junto al costado  de la embarcación. El palo de trinquete seguía en pie, pero la vela cangreja flotaba en libertad, y las delanteras ondeaban como largos gallardetes blanco. Jamás he visto embarcación más maltratada que aquélla.



 Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar, Madrid, Valdemar, 1998, página 47. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

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