viernes, 27 de noviembre de 2015

El proceso, F. Kafka


EL TÍO 
LENI 
Una tarde, cuando K estaba ocupado abriendo la correspondencia, el tío de K, Karl, un pequeño terrateniente de la provincia, se abrió paso entre dos empleados que llevaban algunos escritos y entró en el despacho. K se asustó menos de la llegada del tío de lo que le había asustado la simple idea de su posible visita. El tío iba a venir, de eso estaba seguro desde hacía un mes. Ya al principio había creído verlo, cómo le alcanzaba la mano derecha sobre el escritorio, algo inclinado, con su  sombrero de jipijapa en la mano izquierda, mostrando una prisa desconsiderada y arrollando todo lo que se le ponía en su camino. El tío siempre tenía prisa, pues le perseguía el infeliz pensamiento de que en su estancia de un día en la ciudad tenía que tener tiempo para realizar todo lo que se había propuesto, sin perderse tampoco cualquier conversación, negocio o placer que ocasionalmente pudiera surgirle. En todo ello tenía que ayudarle K, pues había sido su tutor y estaba obligado; además le tenía que dejar dormir en su casa. K le solía llamar «el fantasma rural». 

Inmediatamente después de saludarse ––no tenía tiempo para seguir la invitación de K y sentarse en el sillón––, le pidió a K si podían conversar a solas. 

––Es necesario ––dijo, tragando con esfuerzo––, es necesario para mi tranquilidad. 

K hizo salir a los empleados del despacho  con instrucciones de que no dejaran pasar a nadie. 

––¿Qué ha llegado a mis oídos, Josef? ––exclamó el tío en cuanto se quedaron solos. A continuación, se sentó sobre la mesa y, sin verlos, puso varios papeles debajo para sentarse con más comodidad. 

K no respondió: sabía lo que vendría a continuación, pero, repentinamente relajado al dejar el fatigoso trabajo, se apoderó de él una agradable lasitud, por lo que se limitó a mirar por la ventana hacia la calle de enfrente, de la que desde su sitio sólo se podía ver una pequeña esquina, la pared desnuda de una casa entre dos escaparates de tiendas. 

––¡Y te dedicas a mirar por la ventana! ––exclamó el tío alzando los brazos––. ¡Por amor al Cielo, Josef ¡Respóndeme! ¿Es verdad? ¿Puede ser verdad? 

––Querido tío ––dijo K, y salió de su ensimismamiento––, no sé qué quieres de mí. 

––Josef ––dijo el tío advirtiéndole––, siempre has dicho la verdad, por lo que sé. ¿Acaso tengo que tomar tus últimas palabras como un mal signo?

––Supongo lo que quieres ––dijo K sumiso––. Probablemente has oído hablar de mi proceso. 

––Así es ––respondió el tío, asintiendo con la cabeza lentamente––, he tenido noticia de tu proceso. 

––¿Quién te lo ha dicho? ––preguntó K. 

––Ema me lo ha escrito ––dijo el tío––. No tiene ningún trato contigo, por desgracia te preocupas mucho de ella, sin embargo se ha enterado. Hoy he recibido la carta y venido de inmediato. Por ningún otro motivo, pues me parece motivo suficiente. Te puedo leer la parte de la carta que se refiere a ti. 

Sacó la carta del bolsillo. 

––Aquí está. Escribe: «Hace tiempo que no veo  a Josef, hace una semana estuve en el banco, pero Josef estaba tan ocupado que no me dejaron verle. Estuve esperando casi una hora, pero tuve que irme a casa porque tenía la lección de piano. Me hubiera gustado hablar con él, es posible que se presente otra oportunidad. Para mi cumpleaños me envió una gran caja de bombones de chocolate, fue muy atento y cariñoso. Se me olvidó escribíroslo, pero ahora que me preguntáis, lo recuerdo. Los bombones no duran mucho en la pensión, apenas tiene uno conciencia de que le han regalado bombones, cuando ya se han acabado. En lo que concierne a Josef os quería decir algo más. Como os he mencionado, en el banco no me 
dejaron entrar a verle porque en ese momento estaba tratando algo importante con un hombre. Después de esperar tranquilamente durante un buen rato, pregunté a un empleado si la reunión duraría mucho más. Él contestó que podría ser, pires probablemente tenía que ver con el proceso que se había incoado contra el gerente. Pregunté qué proceso y si no se equivocaba y me respondió que no se equivocaba, que era un proceso y, además, grave, pero que no sabía más. A él mismo le gustaría ayudar al gerente, pues le consideraba un hombre bueno y justo, pero que no sabría cómo empezar, sólo deseaba que personas influyentes lo apoyaran. Era muy probable que esto ocurriera, y todo terminaría bien, pero por ahora, como se, desprendía del mal humor del señor  gerente, las cosas no iban nada bien. Por supuesto, no di mucha importancia a esta información, intenté tranquilizar al sencillo empleado, le aconsejé que no hablase de ello con otros y lo tuve todo por rumores infundados. Sin embargo, tal vez fuera conveniente que tú, querido padre, le visitaras la próxima vez que vinieras, a ti te será fácil averiguar algo y, si realmente fuera necesario, podrías intervenir con algunos de tus influyentes amigos. Y si no resulta necesario, que será lo más probable,al menos le darás a tu hija la oportunidad de abrazarte, lo que le alegrará mucho». 

––Una niña encantadora––dijo el tío al terminar de leer la carta y se secó algunas lágrimas que brotaban de sus ojos. 

K asintió. A causa de todos los problemas que había tenido en los últimos tiempos, había olvidado por completo a Ema, incluso se había olvidado de su cumpleaños y la historia de los bombones había sido sólo una fábula para protegerle frente a sus tíos. Era algoenternecedor, Y ni siquiera se lo podría pagar con las entradas para el teatro que, a partir de ahora, pensaba enviarle con regularidad, pero  no se sentía con berzas para visitarla en la pensión, ni tampoco para sostener una conversación con una niña de diecisiete años que aún acudía al instituto.

F. Kafka, El proceso, www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/K/Kafka,%20Franz%20-%20El%20Proceso.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez. Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

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