lunes, 29 de febrero de 2016

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift

     Al elegir las personas para todos los puestos oficiales, atienden más a las buenas costumbres que a la mayor cualificación profesional. Y dado que el gobierno es necesario a toda la humanidad, creen que la capacidad normal del entendimiento humano ha de convenir tanto a un oficio como a otro, y que la providencia nunca pretendió que el manejo de los asuntos públicos fuese un misterio, sólo comprensible por algunos pocos de inteligencia extraordinaria, de los que es raro que nazcan más de tres en cada generación; por el contrario, suponen que la verdad, la justicia, la templanza y demás virtudes están al alcance de cualquier nombre, y que su práctica, acompañada por la experiencia y la buena voluntad, capacitaría a cualquiera para servir a su país, excepto cuando se requieren los estudios de una carrera. Creían que la falta de virtudes morales estaba tan lejos de ser sustituida por dotes intelectuales superiores, que los cargos públicos nunca debían ponerse en tan peligrosas manos como son las de personas de tales aptitudes; y que al menos los errores cometidos con ignorancia pero con disposición virtuosa, nunca tendrían tan fatales consecuencias para el bienestar público como las acciones de un hombre cuya inclinación natural le hace propenso a la corrupción y posee gran capacidad para organizar, multiplicar y justificar sus corrupciones.
     De la misma manera, la falta de creencia en una providencia divina inhabilita a un hombre para ejercer cargos públicos, porque si los reyes se reconocen como representantes de la providencia, piensan los liliputienses que no puede haber nada más absurdo para un príncipe que tomar a su servicio a una clase de hombres que niegan la autoridad bajo la que él actúa.
     Cuando relato esta leyes y las que le siguen, quisiera que se me entendiera que me estoy refiriendo sólo a las instituciones originales, y no a las corrupciones más escandalosas en las que este pueblo ha caído, dada la condición degenerada de la naturaleza humana. Porque en lo que se refiere a aquella práctica infamante de lograr altos cargos danzando sobre un hilo, o señales de favor y distinciones por saltar sobre un bastón y arrastrarse bajo él, el lector deberá tener en cuenta que las introdujo por primera vez el abuelo del emperador ahora reinante, y que fue creciendo hasta el alto nivel de ahora a causa del progresivo incremento de partidos y facciones.

Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Madrid, Unidad Editorial, colección Millenium, 1940, pág. 53.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-16.

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