viernes, 19 de enero de 2018

Narraciones, Heinrich Von Kleist


EL DUELO

     EL duque Wilhelm von Breysach, quien a partir de su secreta unión con una condesa llamada Katharina von Heerbruck, de la casa Alt-Hüningen, la cual parecía serle inferior en rango, vivía enemistado con su hermanastro, el conde Jacob Barbarroja, regresaba a finales del siglo XIV, cuando compensaba a caer la noche de San Remigio, de un encuentro mantenido en Worms con el emperador e Alemania, en el transcurso del cual obtuviera del soberano el reconocimiento, a falta de hijos legítimos que había perdido, de un hijo natural, el conde Fhilipp von Hüningen, engendrado con su esposa antes de contraer matrimonio. Mirando hacía el futuro con mayor júbilo que durante todo su mandato, había alcanzado ya el parque ante el cual se alzaba su palacio cuando, de improviso, surgió una flecha disparada desde la oscuridad de los arbustos que traspasó el cuerpo justo bajo el esternón. Micer Friedrich von Trota, su chambelán, profundamente  consternado por tal suceso, con la ayuda de unos caballeros más lo condujo al palacio, donde sólo tuvo energías para leer, en brazos de su desolada esposa, el acta imperial de legitimación ante una asamblea de vasallos del reino convocada apresuradamente a instancias de la última; y luego que los vasallos hubieran cumplido su última voluntad expresa, no sin viva residencia por recaer la corona, según la ley, sobre su hermanastro, el conde Jacob Barbarroja, y reconocido con la salvedad de obtener el beneplácito del emperador al conde Fhilipp como heredero del trono y, por ser éste menor de edad, a la madre como tutora y regente, se reclinó y murió. La duquesa ascendió sin más al trono, esperando simplemente a su cuñado, el conde Jacob Barbarroja, por medio de algunos emisarios; y las peticiones de varios caballeros de la corte, que creían entrever el talante reservado de éste, se cumplieron a juzgar cuando menos por las apariencias externas: Jacob Barbarroja se consoló, sopesando con prudencia las circunstancias vigentes, de la injusticia que su hermano había cometido con él; por de pronto se abstuvo de paso alguno que contrariase la voluntad del duque, y deseó de corazón a su joven sobrino fortuna para el trono que había obtenido. Describió a los emisarios a quienes sentó a su mesa con gran jovialidad y simpatía, cómo desde la muerte de su esposa, que le había legado una fortuna digna de un rey, vivía libre e independiente en su castillo; cuán adoraba a las mujeres de la nobleza vecina, su propio vino y la caza en compañía de alegres amigos, y que una cruzada hacía Palestina, en la que pensaba espiar los pecados de una turbulenta juventud, los cuales debía de reconocer que iban lamentablemente en aumento con la edad, era toda la empresa que planeaba al término de su vida. En vano le hicieron sus dos hijos varones, educados con la esperanza cierta de la sucesión al trono, los más amargos reproches a causa la insolencia e indiferencia con la que, contra toda esperanza, toleraba que se infligiera tan irreparable agravio a sus aspiraciones: imberbes como eran, les mandó a callar con breves y burlonas órdenes, los forzó a seguirlo a la ciudad el día del solemne sepelio y una vez ahí a dar junto a él sepultura a la cripta al viejo duque, su tío, en debida forma; y  tras rendir pleitesía en la sala de trono del palacio ducal al joven príncipe, su sobrino, en presencia de la madre regente, al igual que todos los restantes Grandes de la corte, rehusando cuantos cargos y dignidades le brindó ésta, acompañado de las bendiciones del pueblo, que no veneraba doblemente por su generosidad y su mesura, regresó de nuevo a su castillo.


Heinrich Von Kleist, (Narraciones), cátedra,1801-1811, letras universales, páginas 223-224

Seleccionado por: Jorge Egüez yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018

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