viernes, 12 de marzo de 2010

El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad.

-Me le quedé mirando, perdido en el asombro. Allí estaba delante de mí, en su traje de
colores, como si hubiera desertado de una troupe de saltimbanquis, entusiasta, fabuloso.
Su misma existencia era algo improbable, inexplicable y a la vez anonadante. Era un
problema insoluble. Resultaba inconcebible ver cómo había conseguido ir tan lejos, cómo
había logrado sobrevivir, por qué no desaparecía instantáneamente. "Fui un poco más
lejos", dijo, "cada vez un poco más lejos, hasta que he llegado tan lejos que no sé cómo
podré regresar alguna vez. No me importa. Ya habrá tiempo para ello. Puedo
arreglármelas. Usted llévese a Kurtz pronto, pronto..." El hechizo de la juventud envolvía
aquellos harapos de colores, su miseria, su soledad, la desolación esencial de sus fútiles
andanzas. Durante meses, durante años, su vida no había valido lo que uno puede adquirir
en un día, y allí estaba, galante, despreocupadamente vivo, indestructible según las
apariencias, sólo en virtud de su juventud y de su irreflexiva audacia. Me sentí seducido
por algo parecido a la admiración y la envidia. La aventura lo estimulaba, emanaba un
aire de aventura. Con toda seguridad no deseaba otra cosa que la selva y el espacio para
respirar y para transitar. Necesitaba existir, y moverse hacia adelante, hacia los mayores
riesgos posibles, y con los más mínimos elementos. Si el espíritu absolutamente puro, sin
cálculo, ideal de la aventura, había tomado posesión alguna vez de un ser humano, era de
aquel joven remendado. Casi sentí envidia por la posesión de aquella modesta y pura
llama. Parecía haber consumido todo pensamiento de sí y tan completamente que, incluso
cuando hablaba, uno olvidaba que era él (el hombre que se tenía frente a los ojos) quien
había vivido todas aquellas experiencias. Sin embargo, no envidié su devoción por Kurtz.
Él no había meditado sobre ella. Le había llegado y la aceptó con una especie de
vehemente fatalismo. Debo decir que me parecía la cosa más peligrosa de todas las que le
habían ocurrido.

Conrad Joseph, El corazón de las tinieblas, http://www.google.es/#hl=es&source=hp&q=el+corazon+de+las+tinieblas+joseph+conrad&meta=
&aq=0&aqi=g10&aql=&oq=el+corazon+de+las+tinieblas&fp=ae5def97ee1dda6c. Fragmento seleccionado por Cristina Martín.

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