viernes, 22 de marzo de 2013

Los cuentos de así fue. Rudyard Kipling



     La mariposa que pateó.

    Tienes aquí, mi queridísimo niño, una historia..., una historia nueva y maravillosa..., una historia totalmente distinta de todas las demás..., una historia sobre el requesabio soberano Suleiman-bin-Daoud: Salomón, hijo de david.
    De las trescientas cincuenta y cinco historias que hay sobre Suleiman-bin-Daoud, ésta no es ninguna de ellas. No es la historia del avefría que encontró el agua, ni la de la abubilla que con su sombra libró  del calor a Suleiman-bin-Daoud. No es tampoco la historia del pavimento de cristal, ni la del rubí del agujero retorcido, ni la de los lingotes de oro de Balkis. Ésta es la historia de la mariposa que pateó.
    ¡Así que vuelve a prestar toda tu atención y escucha!
    Suleiman-bin-Daoud era sabio. Entendía lo que decían las bestias, las aves, los peces y los insectos. Entendía lo que decían las rocas de las profundidades de la tierra, cuando se hacían reverencias unas a otras y gemían; y entendía el significado del susurro de los árboles a media mañana. Todo lo entendía, desde el obispo del tribunal hasta el hisopo del muro; y Balkis, su primera reina, era casi tan sabia como él.
    Suleiman-bin-Daoud era fuerte. Llevaba un anillo en el dedo anular de la mano derecha. Cuando lo hacía girar una vez, surgían de la tierra demonios malignos y espíritus para hacer lo que él mandara, Cuando lo hacía girar dos veces bajaban del cielo las hadas para hacer lo que él les dijera y cuando lo hacía girar tres veces , el propio e inmenso ángel Azrael de la espada se le presentaba vestido de aguador para contarle las noticias de los tres mundos: el de arriba, el de abajo y el de aquí.
    Y sin embargo Suleiman-bin-Daoud no era orgulloso. Raras veces se mostraba jactancioso, y cuando así lo hacía se sentía apenado por ello. En una ocasión trató de alimentar a todos los animales del mundo en un solo día, pero cuando la comida estaba preparada salió un animal de las profundidades del mar y lo devoró todo en tres bocados. Suleiman-bin-Daoud se quedó muy sorprendido y preguntó:
   -¡Oh animal! ¿Quién eres tú?
    Y el animal respondió: -¡Oh rey. que vivas por siempre! Soy el más pequeño de treinta mil hermanos que tenemos nuestra casa en el fondo del mar. Nos enteramos de que ibas a los animales de todo el mundo y mis hermanos me mandaron a preguntar cuándo estaría lista la comida.
    Suleiman-bin-Daoud quedó más sorprendido que nunca y le dijo: -¡Oh animal! Te has comido todo lo que había preparado para los animales de todo el mundo.
    Y el animal replicó: -¡Oh rey, que vivas por siempre! ¿De verdad llamas a eso una comida? En el lugar de donde vengo nos zampamos al menos el doble cada uno sólo entre comidas.
    Entonces Suleiman-bin-Daoud se tiró al suelo boca abajo y exclamó: -¡Oh animal! Daba esa comida para demostrar qué rey tan grande y rico soy, no porque en realidad quisiera ser amable con los animales. Me has dado una lección y me siento avergonzado.
    Suleiman-bin-Daoud era un hombre verdaderamente sabio, mi queridísimo  niño. Después de aquello nunca olvidó que la ostentación es una tontería; y ahora empieza la parte de mi verdadera historia.
   Se casó con muchas esposas: con novecientas noventa y nueve esposas, sin contar a la hermosísima Balkis; y todas vivían en un inmenso palacio dorado que estaba en un maravilloso jardín de fuentes. No quería en realidad a novecientas noventa y nueve mujeres, pero en aquellos tiempos todo el mundo se casaba con muchas esposas, y como es lógico el rey se tenía que casar con muchas más, sólo para demostrar que era el rey,
    Algunas de las esposas eran agradables pero otras eran realmente horribles, y las horribles se peleaban con las agradables y las volvían horribles, y todas se peleaban con Suleiman-bin-Daoud, lo cual era horrible para él. Pero Balkis la hermosa no se peleaba nunca con Suleiman-bin-Daoud. pues lo amaba demasiado- Se quedaba sentada en sus aposentos del Palacio Dorado, o paseaba por el jardín del palacio, y se sentía realmente apenada por él.
    Desde luego que si hubiera querido girar una vez el anillo en el dedo. habría convocado a los espíritus y demonios malignos, quienes habrían enmagado a las novecientas noventa y nueve esposas pendencieras, convirtiéndolas en mulas blancas del desierto. o en galgos o en semillas de granada; pero Suleiman-bin-Daoud pensaba que eso sería ostentoso. Por eso, cuando se peleaban mucho, se iba a pasear solo a una zona de los bellos jardines de palacio y deseaba no haber nacido.
    Un día, cuando llevaban peleándose tres semanas seguidas -las novecientas noventa y nueve esposas- Suleiman-bin-Daoud salió como de costumbre a buscar paz y tramquilidad; y encontró entre los naranjos a Balkis la hermosísima, que estaba muy apenada al ver a Suleiman-bin-Daoud tan preocupado. Y ella le dijo:
    -¡Oh señor mío y luz de mis ojos! Haz girar tu anillo y demuestra a estas reinas de Egipto, de Mesopotamia, de Persia y de China que ers un rey grande y terrible.
    Pero Suleiman-bin-Daoud negó con la cabeza y dijo: -¡Oh mi señora y delicia de mi vida! Me acuerdo del animal que salió del mar y me avergonzó delante de todos los animales del mundo por haber sido jactancioso. Si ahora hiciera ostentación ante estas reinas de Persia y de Egipto, de Abisinia y de China, sólo porque me preocupan, podría quedar más avergonzado que nunca.
    Balkis la hermosísima respondió: -¡Oh mi señor, tesoro de mi alma! ¿Qué vas a hacer?
    Suleiman-bin-Daoud  respondió: -¡Oh mi señora, contento de mi corazón! Seguiré soportando mi destino en manos de estas novecientas noventa y nueve reinas que me vejan con sus continuas disputas.
    Siguiño paseando, por tanto, entre los lilos, los ciruelos japoneses, las cañas y los jengibres de fuerte aroma que creían en ese jardín, hasta que llegó al robusto alcanforero conocido con el nombre de alcanforero de Suleiman-bin-Daoud. Entretanto, Balkis, para estar cerca de su gran amor Suleiman-bin-Daoud, se había ocultado entre los altos lirios, los moteados bambúes y los lilos rojos que había detras del alcanforero.
    De pronto parason volando bajo el árbol dos mariposas en disputa.
    Suleiman-bin-Daoud oyó que el marioposo le decía a la mariposa:
    -Me asombra tu presunción al hablarme de ese modo. ¿Acaso no sabes que si pateara el suelo con  mi pie, todo el palacio de Suleiman-bin-Daoud y todo esta jardín se desvanecerían inmediatamente y con un seco estampido?
    Entonces Suleiman-bin-Daoud se olvidó de sus novecientas noventa y nueve esposas y se rió  de la ostentación del mariposo hasta sacudir el alcanforero. Extendió su dedo y dijo:
    -Pequeño, ven aquí.
    El mariposo se sintió terriblemente asustado, pero consiguió volar hasta la mano de Suleiman-bin-Daoud, y se quedó allí agarrado, abanicándose con las alas. Suleiman-bin-Daoud inclinó la cabeza y susurró co suavidad: -¿No te das cuenta, pequeño,  de que tu pateo no doblaría ni una hoja de hierba?  ¿Por qué le cuentas tan fea mentirilla a tu esposa?... Pues sin duda es tu esposa.
    El mariposo miró a Suleiman-bin-Daoud y vio que los ojos del más sabio de los reyes titilaban como estrellas en una noche helada, se armó de valor moviendo ambas alas, ladeó la cabeza y dijo: -¡Oh rey, que vivas por siempre! Es mi esposa y ya sabes cómo son las esposas.
   Apareció una sonrisa tras la barba de Suleiman-bin-Daoud, que dijo: -Vaya si lo sé, hermanito.
   -Hay que tenerla a raya como sea -añadió el mariposo-, y llevaba ya toda la mañana discutiendo conmigo. Le dije eso para callarla.
    Suleiman-bin-Daoud dijo: -¡Ojalá eso la calle! Vuelve con ella hermanito, y  déjame escuchar lo que dice.
    El mariposo regresó volando junto a su esposa, que estaba toda temblorosa detrás de una hoja, y le dijo ella: -¡Te ha odio! ¡El propio Suleiman-bin-Daoud te ha odio!
    -Por supuesto que me ha odio -respondió el mariposo-. Lo dije para que me oyera.
    -¿Y qué te dijo? ¡Oh! ¿Qué te dijo?
    -Bueno -dijo el mariposo, dándose gran importancia con el abaniqueo de sus alas- , que quede entre tú y yo, querida, me pidió que no pateara y le prometí que no lo haría... Desde luego no se lo puedo echar en cara, pues su palacio debió de costar una fortuna, y precisamente ahora están madurando las naranjas.
    -¡Jope! -exclamó la esposa, y se quedó sentada y calladita; pero Suleiman-bin-Daoud lloró de la risa que le daba el descaro del pequeño mariposo.
     Balkis la hermosísima, que lo había oído todo entre los lilos que había detrás del árbol, sonrió para sí y pensó: << Si actúo con sabiduría, aún puedo salvar a mi señor de las persecuciones de las pendencieras reinas>>
     Extendió un dedo y susurró suavemente a la esposa del mariposo: -Ven aquí, pequeña.
     La mariposa echó a volar, muy asustada, y se posó sobre la blanca mano de Balkis. Ésta inclinó su hermosa cabeza y preguntó: -Dime, pequeña,¿te has creido lo que acaba de decir tu esposo?
     La mariposa miró a Balkis y vio que los ojos de la hermosísima reina brillaban como la luz de las estrellas en balsas profundas, movió ambas alas para reunir valor y respondió: -¡Oh reina, como siempre seas tan maravillosa! Tú ya sabes cómo son los hombres.
     La reina Balkis, la sabia Balkis de Saba, se llevó lamano sobre los labios para ocultar una sonrisa y dijo: -Vaya si lo sé, hermanita.
     -Se encolerizan por nada -dijo la mariposa-, pero hemos de complacerlos, oh reina, No creen nunca ni la mitad de lo que dicen. Pero si a mi esposo le gusta creer que yo creo que puede hacer deaparecer el palacio de Suleiman-bin-Daoud con un pateo de su pie, ¿a mi qué me importa? Lo habrá olvidado todo mañana.
     -Mucha razón tienes, hermanita -le dijo Balkis-;pero la próxima vez que empieze con sus ostentaciones, tómale la palabra. Pídele que patee y que vea lo que sucede. Ya sabemos cómo son los hombres, ¿verdad? Se quedará muy avergonzado.
    La mariposa se fue volando junto a su marido, y a los cinco minutos se estaban peleando más que nunca.
   -¡Acuérdate! -dijo el mariposo- ¡Recuerda lo que puede pasar si pateo con m pie!
   -No te creo nada de nada -respondió ella-. Me encantaría ver cómo lo haces. Venga, patea ahora.
    -Le prometí a Suleiman-bin-Daoud que no lo haría, y no quiero faltar a mi promesa.
    -Nada importaría si lo hicieras -dijo la mariposa-. Con tu pateo no podrías doblar ni una hoja de hierba. Te desafío a que lo hagas: ¡patea!, ¡patea!, ¡patea!
   Suleiman-bin-Daoud, que estaba sentado sobre el alcanforero, lo había oido todo, y rió como no había reído en su vida. Se olvidó completamente de sus reinas; se olvidó del animal que salió del mar; se olvidó de lo que pensaba de la obstentación. Simplemente reía de gozo, y Balkis, que estana al otro lado del árbol, sonrió al ver gozoso a su querido amor.
   Entonces el mariposo, muy enfadado e hinchado, fue dando vueltas hasta la sombra que daba el alcanforero y dijo: ¡Quiere que patee! ¡Oh Suleiman-bin-Daoud, quiere ver lo que sucede! Sabes bien que no puedo hacerlo, y a partir de ahora no creerá una sola palabra de lo que le diga. ¡Se reirá de mi hasta el final de mis días!
    -No, hermanito -tranquilizó Suleiman-bin-Daoud-. No volverá a reirse de ti nunca más -e hizo girar el anillo de su dedo, pero no para hacer ostentación, sino por el bien del mariposillo... ¡Y al instante surgieron cuatro espítitus de la tierra!
   -Esclavos -ordenó Suleiman-bin-Daoud- cuando este caballero que está sobre mi dedo -pues allí estaba sentado el frescales del mariposillo- golpee una vez el suelo con su pata deñantera, haréis que mi palacio y jardines deasperezcan con un golpe seco. Cuando vuelva a patear lo recompondréis todo  cuidadosamente.
   -Ahora, hermanito, vuelve con tu esposa y patea a placer.
   El marioposo se fue con su esposa que estaba gritando: ¡A que no lo haces! ¡A que no o haces! ¡Venga, patea, anda, patea!
   Balkis vio que los espíritus cogían las cuetro esquinas del jardín, en cuyo centro estaba el palacio, batió palmas suavemente y dijo:
   -¡Al menos en nombre del mariposo Suleiman-bin-Daoud hará lo que debía haber hecho en su propio benefiicio, y así las reinas pendencieras quedarán aterrorizadas!
    En ese momento el mariposo pateó. Los espíritus sacudieron el palacio y los jardines lanzándolos a mil kilómetros por el aire: se oyó un terrible golpe seco y todo se volvió negro como la tinta. La esposa del mariposo revoloteó en la oscuridad gritando: -¡Seré buena! ¡Cuánto lamento haber hablado! Vuelve a traer los jardines, amado esposo y no te volveré a contradecir.
    El mariposo estaba casi tan asustado como su esposa, y Suleiman-bin-Daoud tebnía tal ataque de risa que pasaron varios minutos antes de que pudeira recupeara el aliento necesario para susurrar al mariposo: -Patea de nuevo, hermanito. Devuélveme mi palacio, grandísimo mago.
    -Sí, devuélvele el palacio -dijo la mariposa, que seguía revoloteando en la oscuridad como una mariposa nocturna-. Devuéveselo y no vuelvas a hacer estas magias horribles.
    -Está bien, querida -dijo el mariposo aparentando valentía como podía-. Ya ves adónde nos han conducido tus continuas regañinas. A mí, desde luego, todo esto no me importa nada -estoy acotumbrado a estas cosas-, pero en tu beneficio y en el de Suleiman-bin-Daoud me avengo a enderezar las cosas.
    Volvió a patear y al instante los espíritus volvieron a bajar el palacio y los jardines sin producir el más ligero chasqudo. El sol brilló en las hojas color verde oscuro de los naranjos; las fuentes juguetearon entre los sonrosados lilos egipcios; los pájaros osiguienron con sus cantos; y la esposa del mariposo se tumbó de lado bajo el alcanforero, moviendo las alas y repitiendo entre jadeos: -¡Me portaé bien! ¡Me portaré bien!
    Suleiman-bin-Daoud reía de tal modo que apenas podía hablar. Se recostó hacia atrás, debilitado e hipando, y movió su dedo ante el mariposo mientras decía: -Oh gran brujo, ¿de qué me vale que me devuelvas mi palacio si al mismo tiempo me matas de risa?
    Se oyó entonces un terrible ruido, pues las novecientas noventa y nueve esposas salían del palacio corriendo, gritando, chillando y llamando a sus hijos. Bajaron precipitadamente, cien en fondo, por las grandes escalinatas de marmol que había bajo la fuente, y la requetesabia Balkis se adelantó a recibirlas con gran majestad.
   -¿Qué os preocupa, oh reinas?- preguntó Balkis.
    Se detuvieron en las escalinatas de mármol, de cien en fondo y gritaron: -¡Que qué nos preocupa? Estábamos viviendo pacíficamente en nuestro palacio dorado, tal como acostumbrábamos, cuando de pronto el palacio desapareció y nos quedamos sentadas en una espesa y ruidosa oscuridad; tronó, y los demonios y espíritus se movieron por la oscuridad. Esa es nuestra preocupación, oh primera reina, y por esa preocupación estamos extraordinariamente preocupadas, pues a diferencia de las preocupaciones que habíamos conocido, esa fue una preocupante preocupación.

    Entonces BAlkis la hermosa reina, la más querida por Suleiman-bin-Daoud, reina que fue de Saba y Sebia, y de los ríos de oro del sur, desde el desierto de Zinn a las torres de Zimbabwe, Balkis, casi tan sabia como el propio y requetesabio Suleiman-bin-Daoud, les dijo: -No pasa nada, oh reinas! Es que un mariposo se quejaba de que su esposa siempre estaba peleando con él, y nuestro señor Suleiman-bin-Daoud ha querido enseñarle lo que es la humildad y el hablar en voz baja, pues es sabio que ello es una virtud entre las esposas de los mariposos.
     Se adelantó entonces una reina egipcia, hija de un faraón y dijo: -Nuestro palacio no se puede arrancar de raíz como un puerro en beneficio de un insecto. ¡Ni hablar! Lo que ha debido ocurrir es que es que Suleiman-bin-Daoud ha muerto y lo qie hemos odio y visto ha sido a la tierra tronando y oscureciéndose ante la noticia.
     Balkis le hizo una seña a la audaz reina, sin ni siquiera mirarla, y le dijo a ela y a las otras: -Venid y veréis.
    Bajaron la escalinata de mármol, de cien en fondo, y vieron al requetesabio Suleiman-bin-Daouddebajo de su alcanforero, aún debilitado por la risa, balanceándose hacia adelante y hacia atrás con una mariposa en cada mano, y le oyeron decir: -Oh esposa de mi hermano del aire, acuérdate ahora de complacer a tu marido en todo, para que no lo provoques y vuelva a patear el suelo; pues ves que ha dicho que está acostumbrado a esta magia, y es un gran mago eminentísimo... pues puede hacer desaparecer el propio palacio del mismo Suleiman-bin-Daoud. ¡Id en paz, buenas gentes!
    Los besó entonces en las alas y se alejaron volando. Ante ello, todas las reinas salvo Balkis -la bellísima y espléndida Balkis, que estaba un poco apartada, riendo- cayeron de bruces al suelo y dijeron: -Si suceden tales cosas cuando un mariposo está disgustado con su esposa, ¿qué nos ocurrirá a nosotras que llevamos tantos días molestando a nuestro rey con nuestras voces y disputas?
    Se pusieron los velos sobre las cabezas, se llevaron las manos a la boca y regresaron al palacio muy calladitas y andando de puntillas.
    Entonces Balkis, la hermosísima y excelente Balkis, cruzó los lilos rojos para llegar hasta donde el alcanforero daba su sombra , puso su mano sobre el hombro de Suleiman-bin-Daoud y dijo: -Oh señor mío, tesoro de mi alma, regocíjate, pues hemos dado una memorable lección a las reinas de Egipto y de Meopotamia, de Abisinia y de Persia, de la India y de la China,
    Suleiman-bin-Daoud, que seguía observando cçomo jugaban las mariposas bajo la luz del sol, preguntó: -Oh mi señora, la joya de mi felicidad, ¿cuándo sucedió tal cosa? Pues desde que llegué al jardín no he hecho otra cosa que bromear con una mariposa -y le contó a Balkis lo que había hecho.
    Balkis, la tierna y amantísima Balkis, le respondió: Oh mi señor, que riges mi existencia, estaba escondida detrás del alcanforero y lo vi todo. Fui yo quien le dije a la esposa del mariposo que le pidiera a éste que patalerara, pues esperaba que por seguir la broma mi señor haría una gran magia que verían las reinas, y que las asustaría -y le contó lo que las reinas habían dicho, visto y pensado.
    Entonces Suleiman-bin-Daoud se levantó del asiento que tenía bajo el alcanforero, extendió los brazos, se regocijó y dijo: -Ah mi señora, la que endulza mis días, sabías que si yo hubiera  hecho magia contra mis reinas por orgullo o por cólera, como cuando preparé la fiesta para todos los animale, seguramente habría terminado avergonzado. Pero por tu sabiduría hice la magia en nombre de un pequeño mariposo... ¡Y eso me ha librado también de las molestias de mis molestas esposas! Dime entonces, oh mi señora y corazón de mi corazón, ¿cómo llegaste a ser tan sabia?
    Entonces Balkis la reina, hermosa y alta, se miró en los ojos de Suleiman-bin-Daoud, ladeó un poco la cabeza, igual que la mariposa, y dijo: -Primero, oh mi señor, porque te amo, y segundo, oh mi señor, porque sé cómo son las mujeres.
    Se fueron entonces al palacio y vivieron muy felices desde entonces, ¿Verdad que Balkis fue muy lista?



 Kipling, Los Cuentos de así Fue, Biblioteca, Seleccionado por Sandra Sánchez Perianes, segundo de Bachillerato, curso 2012-2013.

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