viernes, 22 de marzo de 2013

El fantasma de Canterville, Oscar Wilde

I


Cuando el diplomado norteamericano Hiram B. Otis compró la mansión de los Canterville, todo el mundo le dijo que hacía una locura, porque no cabía la menor duda de que el lugar estaba encantado. Hasta el propio Lord Canterville, hombre de honradez escrupulosa, se creyóen el deber de comentárselo cuandohablaron de las condiciones. 
    -Nosotros mismos dejamos de residir allí -dijo Lord Canterville- desde que mi tía abuela, la duquesa viuda de Bolton, sufrió un ataque de nervios, del que nunca llegóa recuperarse, cuando las manos de un esqueleto se le apoyaron en los hombros mientras se vestíaparalacena, y me siento obligado a advertirle, señor Otis, que al fantasma lo han visto varios miembros de la familia, lo mismo que el párroco, elreverendo Augustus Dampier, miembro del King`s College de Cambridge. Tras el desafortunado accidente de la duquesa, la servidumbre más joven no quiso seguir con nosotros, y era frecuente que Lady Canterville no pudiera conciliar el sueño a causa de los ruidos misteriosos que venían del pasillo y de la biblioteca.
    -Milord-contestó el diplomático-, por el mismo precio me quedo con el mobiliario y el fantasma. Vengo de un país moderno, donde hay de todo lo que el dinero puede comprar. Con una juventud bulliciosa como la nuestra, que se gasta el dinero a manos llenas en el Viejo Continente y se lleva sus mejores actores y cantantes de ópera, estoy seguro de que, si en Europa existiera algo parecido a un fantasma, pronto lo exhibiríamos en alguno de nuestros museos o en algún espectáculo ambulante.
    -Me temo que el fantasma existe -dijo Lord Canterville, sonriendo-, aunque puede que se haya resistido a las ofertas de sus activos empresarios teatrales. Hace tres siglos que se sabe de él: para ser exactos, desde 1584, y siempre se presenta antes de que fallezca algún miembro de la familia.
    -Bueno, lo mismo que el médico de cabecera, Lord Canterville. Los fantasmas no existen, milord, e imagino que la aristocracia británica no es una excepción a las leyes de la naturaleza.
    -Se lo toman ustedes con mucha naturalidad en América -contestó Lord Canterville, que no había entendido del todo el último comentario de Otis-;  sino le importa que haya un fantasma en la casa, perfecto; pero recuerde que se lo advertí.
    Semanas más tarde se cerró el trato, y a finales de verano el diplomático se trasladó con su familia a Canterville.
   La señora Otis (de soltera Lucretia R. Tappen,calle53 Oeste, Nueva York, donde había sido toda una belleza), era ahora una mujer elegante de mediana edad, ojos hermosos y un perfil encantador. Cuando salen de su país, muchas norteamericanas adoptan un aire de enfermas crónicas, en la idea de que es una forma de refinamiento europeo, pero la señora Otis nunca había caído en ese error. Dotada de una constitución envidiable y de una sorprendente reserva de vitalidad, era en muchos aspectos muy inglesa, la verdad, y un buen ejemplo de cómo en realidad tenemos todo en común con Norteamérica , menos el idioma, naturalmente.
    El mayor de los hijos, al que los padres en un momento de patriotismo bautizaron con el nombre de Washington (lo que nunca dejó de lamentar), era un joven rubio y bien parecido que se había preparado para el cuerpo diplomático dirigiendo el cotillón tres temporadas seguidas en el casino de Newport, y que hasta en Londres tenía fama de buen bailarín. Sus únicas debilidades eran las gardenias y la nobleza. Por lo demás, era de lo más sensato.

    Oscar Wilde, El fantasma de Canterville , páginas 5, 6 y 7, Aula de literatura Vicens Vives. Seleccionado por Natalia Sánchez Martín,  segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

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