lunes, 24 de noviembre de 2014

Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra



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     El 24 de mayo de 1863, un domingo, mi tío, el profesor Lidenbock, regresó precipitadamente a su pequeña casa, situada en el número 19 de la Königstrasse, una de las más antiguas calles del barrio viejo de Hamburgo.
      La buena Marta debió creer que se había atrasado mucho, ya que la comida apenas había empezado a hervir en el fogón.
     ¡Vaya! - me dije-, como vengacon hambre mi tío, que es el hombre más impaciente del mundo, la va a armar.
     ¡El señor Lidenbrock ya aquí! -exclamó, estupefacta, la buena Marta, al tiempo que entreabría la puerta del comedor.
     -Sí, Marta. Pero es natural que la comida no esté hecha todavía. Aún no son las dos. Apenas si acaba de sonar la media en San Miguel.
     -Entonces, ¿por qué está ya de vuelta el señor Lidenbrock?
     -Supongo que él nos lo dirá.
     - ¡Ahí está! Yo me voy, señor Axel. Hágale entrar en razón.
     Marta volvió a su laboratorio culinario  y medejó solo. Hacer entrar en razón al mas irascible de los profesores era algo por encima de las fuerzas de un carácter ta irresoluto como el mío. Así, pues, me suponía, prudentemente, a volver arriba, a mi cuarto, cuando se oyó chirriar la puerta de la calle sobre sus goznes. La escalera de madera crujió bajo las fuertes oisadas del dueño de la casa, quien, tras atravesar el comedor, se precipitó hacia su gabinete de trabajo.
     Pero ya, al paso, había arrojado a un rincón su bastón lanzado sobre la mesa su sombrero y dicho, con voz estentórea, a su sobrino:
    - Axel, sígueme.



Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, Madrid, Alianza, 1998, páginas 23 y 24. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

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