viernes, 6 de noviembre de 2015

El ruido y la furia, William Faulkner


La metí a rastras en el comedor. Se le desabrochó el quimono que flotaba a su alrededor, dejándola casi desnuda, la muy... Dilsey nos siguió
renqueando. Me volví y le cerré la puerta en las narices de
una patada.
«Fuera de aquí», digo.
Quentin estaba apoyada en la mesa ciñéndose el
quimono. La miré.
«Ahora», digo, «quiero saber qué pretendes, escapándote de la escuela y contándole mentiras a tu abuela y
falsificando su firma en las notas y matándola a disgustos.
¿Qué pretendes con todo eso?».
Ella no dijo nada. Estaba cerrándose el quimono
alrededor del cuello ajustándoselo, mirándome. Todavía
no había tenido tiempo de pintarse y tenía aspecto de haberse frotado la cara con una bayeta. Me acerqué y la cogí de la muñeca.
 «¿Qué pretendes?», digo.
«No es asunto tuyo», dice. «Suéltame.»
Dilsey apareció en la puerta.
 «Eh, Jason», dice.
«Sal ahora mismo de aquí como te he dicho», digo, sin volverme. «Quiero saber adónde vas cuando haces
novillos», digo. «¿O es que ni pisas la calle? Porque yo te
vería. ¿Con quién te escapas? ¿Es que te vas al bosque con
alguno de esos asquerosos niñatos? ¿Es eso?»
«¡Eres un... eres un...!» dice. Intentó soltarse pero la sujeté. «Eres un pedazo de...», dice.
«Yo te enseñaré», digo. «Quizás puedas asustar a una vieja, pero ya te enseñaré yo quién manda aquí ahora.» La sujeté con una mano, entonces dejó de forcejear y
me observó con los ojos negros abiertos de par en par.
«¿Qué vas a hacer?», dice.
«Espera a que me quite el cinto y lo verás», digo
quitándome el cinturón. Entonces Dilsey me cogió del
brazo.
«¡Jason!», dice. «Jason, ¿es que no le da vergüenza?»
«Dilsey», dice Quentin, «Dilsey».
«No se lo permitiré», dice Dilsey, «no te preocupes, preciosa». Me tenía cogido del brazo. Entonces saqué
el cinturón y me solté y la eché a un lado. Chocó contra la
mesa. Era tan vieja que apenas podía moverse. Pero no
importa: necesitamos que alguien en la cocina se coma lo
que los jóvenes desprecian. Se interpuso torpemente entre
nosotros, intentando volver a sujetarme. «Pues pégueme a
mí», dice, «si lo único que quiere es pegar a alguien, pé-
gueme a mí», dice.
«¿Crees que no sería capaz de hacerlo?», digo.
«No hay nadie peor que usted», dice. Entonces oí
a Madre en la escalera. Debería haberme imaginado que
no estaba dispuesta a mantenerse al margen. La solté.

W.Faulkner, El ruido y la furiahttp://www.serlib.com, pdf.pág 188-189
Seleccionado por Daniel Carrsasco Carril, Segundo de bachillerato, Curso 2015-2016

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