lunes, 22 de febrero de 2016

Diez negritos, Agatha Christie

VII

     Blore fue el primero en recobrarse.
     Perdone, Rogers -se disculpó-, pero hemos oído a alguien que se movía por este cuarto y hemos creído que...
     Rogers le interrumpió.
     Les ruego que me perdonen, señores. -Tenía la mirada fija en el médico-. Estaba recogiendo mis cosas; he pensado que ustedes no tendrían ningún inconveniente en que duerma en una de las habitaciones que hay libres en el piso de abajo, en la más pequeña.
      Por supuesto... -respondió Armstrong-. Instálese a su comodidad, Rogers.
     Rogers evitó mirar el cuerpo que estaba sobre la cama tapado con una sábana.
     Gracias, señor.
     El criado salió de la estancia, llevándose sus ropas, y bajó al primer piso.
     El doctor Armstrong se dirigió hacia la cama, levantó la sábana y examinó el semblante apacible de la muerta. El miedo había desaparecido para dar lugar a la tranquilidad de la nada.
     ¡Qué lástima que no tenga mi instrumental aquí! Me hubiese gustado saber de qué veneno se trataba -se volvió hacia los otros dos-. Acabemos con esto. Tengo la impresión de que no encontraremos nada.
     Blore se afanaba con los cerrojos de la trampilla que comunicaba con el desván.
     Ese tipo se desliza como una sombra. Hace sólo un par de minutos que estaba en el jardín y ninguno de nosotros lo ha oído subir -hizo observar Blore.
     Por eso sin duda hemos creído que había algo extraño en esta habitación -respondió Lombard.
     Blore desapareció en la oscuridad del desván. Lombard sacó una linterna del bolsillo y le siguió. 
     Cinco minutos después los tres se encontraban en un rellano de la escalera. Llenos de polvo y telarañas, una profunda decepción se leía en sus semblantes.
     ¡No había nadie más en toda la isla que ellos ocho!

Agatha Christie, Diez negritos, Barcelona, Editorial Molino, colección Agatha Christie, 1940, págs. 121-122.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-16.

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