lunes, 15 de febrero de 2016

La llamada de lo salvaje, jack london

Capítulo V
El trabajo agotador del tiro y de las pistas

A los treinta días de haber abandonado Dawson, el correo de Salt Water, con Buck y sus compañeros al frente, llegó a Skaguay. Se encontraban en un estado lamentable, rendidos y agotados. Loa sesenta y tres kilos que solía pesar Buck habían quedado reducidos a cincuenta y dos. Sus compañeros, aunque eran más pequeños que él, habían perdido relativamente más peso. Pike, el haragán, que en su vidallena de engañosa menudo había fingido que tenía una pata herida, cojeaba ahora de veras. Sol-leks también cojeaba, y Dub tenía la paletilla dislocada.
Todos tenían los pies terriblemente lastimados, y habían perdido toda su elasticidad y su resistencia. Sus patas caían pesadamente sobre el camino, sacudiéndose el cuerpo entero y duplicando, por tanto, el cansancio de cada día de viaje. No les ocurría nada, sólo que estaban muertos de cansancio. No era el profundo cansancio que aparece tras un esfuerzo breve y desmesurado, del que te recuperas en cuestión de horas, sino el profundo cansancio que aparece tras el agotamiento lento y prolongado de las fuerzas a lo largo de varios meses de arduo trabajo. Ya no tenía capacidad de recuperación, ni fuerzas de reserva a las que recurrir. Las habían agotado todas, hasta la última gota. Cada uno de sus músculos, de sus nervios, de sus células, estaban cansados, profundamente cansados. Y con razón. En menos de cinco meses habían recorrido cuatro mil kilómetros, y en los últimos tres mil sólo habían disfrutado de cinco días de descanso.
Cuando llegaron a Skaguay, parecían en las últimas. Apenas podían mantener las riendas tirantes y, cuando iban cuesta abajo, les costaba trabajo evitar que el trineo los atropellase.
-¡Adelante, patitas doloridas!-les gritaba el perrero para animarlos cuando bajaban tambaleantes por la calle mayor de Skaguay-. Esto ya es el final. Luego nos tomaremos un largo descanso. ¿Vale? Claro que sí. Un descanso de primera.
Loa perreros confiaban en disfrutar de unos días de reposo. También ellos habían recorrido dos mil kilómetros con tan sólo dos días de descanso y, con toda razón y justicia, merecían un período de asueto. Pero eran tantos los hombres que habían acudido al Klondike, y tantas las novias, esposas y parientes que se habían quedado en casa, que el correo acumulado estaba tomando proporciones gigantescas; y además, había despachos. Varias remesas de perros, recién llegados de la bahía de hudson, iban a sustituir a los que ya no servían para la ruta. Había que deshacerse de los inútiles y, como los perros apenas si valen nada comparados con los dólares, tuvieron que venderlos.
Pasaron tres días, durante los cuales Buck y sus compañeros se dieron cuenta de lo cansados y débiles que se encontraban. Al cabo, en la mañana del cuarto día, llegaron dos hombres de Estados Unidos y los compraron, con arreos y todo, medio regalados.

london jack, la llamada de lo salvaje, barcelona, vicens vives, 1988, 154, seleccionado por Jennifer garrido gutiérrez, 2016/2017


publicado por el alumno I.E.S Peréz comendador

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