lunes, 30 de noviembre de 2015

El último abencerraje, François René de Chateaubriand

           Cuando Boabdil, último rey de Granada, se vio obligado a abandonar el reino de sus padres, se detuvo en la cima del monte Padul, desde donde se descubría el mar en que el desventurado monarca iba a embarcarse para África; descubríase también a Granada, la vega y el Genil, en cuyas orillas se alzaban las tiendas de campamento de Fernando e Isabel. A la vista de tan delicioso país, y de los cipreses que aún señalaban aquí y acullá los sepulcros de los musulmanes, Boabdil rompió en acerbo el llanto. Su madre, la sultana Aixa, que le acompañaba en el destierro con los grandes que un tiempo componían su corte, le dijo: <> Bajaron de la montaña, y Granada se ocultó para siempre de sus ojos.
           Los moros españoles que compartieron la suerte de su rey, se dispersaron por el el África. Las tribus de los cegríes y los gomeles se establecieron en el reino de Fez, de que eran descendientes. Los vanegas y los alabes se detuvieron en la costa, desde Orán hasta Argel; y por último, los abencerrajes fijaron su morada en las mediaciones de Túnez, formando enfrente de las ruinas de Cartago una colonia que todavía se distingue de los moros africanos por la elegancia de sus costumbres y la benignidad de sus leyes.
           Estas familias llevaron a su nueva patria el recuerdo de la antigua. El Paraíso de Granada no se borraba de su memoria; las madres repetían su nombre a sus hijos aun en la lactancia, y los adormecían con los romances de los cegríes y los abencerrajes. De cinco en cinco días oraban en la mezquita, volviéndose hacia Granada, para conseguir de Alá restituyese a sus elegidos aquella tierra de delicias.



    François René de Chateaubriand, El último abencerraje, Sevilla, Paréntesis, ed. 24, Orfeo, página 17.
    Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.

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