lunes, 3 de noviembre de 2014

Tragedias, Ifigenia en Áulide, Eurípides


            MENSAJERO. - ¡Oh hija de Tindáreo, Clitemestra, sal fuera de las casas, a fin de que oigas mi relato.
           CLITEMESTRA. - A oír tu llamada he acudido aquí, temerosa, triste y abatida por el espanto de que hayas venido a traerme alguna otra desgracia además de la presente.
           MENSAJERO. - Acerca de tu hija quiero anunciarte hechos asombrosos, y tremendos,
           CLITEMESTRA. - ¡No te demores entonces, sino dilo a toda prisa!
           MENSAJERO. -  Entonces, querida señora, lo sabrás todo con claridad. Lo contaré desde un comienzo, a no ser que mi entendimiento me falle y confunda a mi lengua en mi relato.
            Así que, una vez que llegamos al bosque y a las praderas cargadas de flores consagradas a Ártemis la hija de Zeus, donde era el lugar de reunión del campamento de los aqueos, conduciendo a tu hija, al punto se congregó la multitud de argivos. Y apenas el rey Agamenón vio avanzar a la muchacha a través del bosque sagrado hacia su sacrificio, comenzó a lanzar gemidos, mientras que, a la vez, desviando la cabeza, prorrumpía en lágrimas, extendiendo su manto hasta sus ojos. Pero ella se detuvo al lado de su progenitor y le dijo: "Padre, aquí estoy junto a ti, y mi cuerpo por mi patria y por toda Grecia entrego voluntariamente a los que me conducen al sacrificio en el altar de la diosa, ya que éste es el mandato del oráculo. ¡Y por lo que de mí depende, que seáis felices y consigáis la victoria para nuestras lanzas y el regreso a la tierra patria! Por eso, que ninguno de los argivos me toque, que ofreceré en silencio mi garganta con animoso corazón". Eso fue lo que dijo. Y todo el mundo, al oírla, admiró la magnanimidad y el valor de la muchacha virgen. Alzóse en medio Taltibio, a cuyo oficio esto concernía, y ordenó comportamiento respetuoso y silencio a la tropa. Y el adivino Calcante en el canastillo labrado de oro depositó el puñal afilado, que con su mano había desenvainado, en medio de los granos de cebada; y coronó la cabeza de la joven. Y el hijo de Peleo agarró el canastillo y el cántaro de agua ritual y roció  el altar de la diosa en derredor, y dijo: "Hija de Zeus, tú que cazas animales salvajes, y que en la noche volteas la blanca luz astral, acepta esta víctima que te ofrecemos come regalo el ejército de los aqueos y el soberano Agamenón: la sangre pura de un cuello hermoso y virginal. Y concédenos realizar una navegación indemne y arrasar los muros de Troya por la lanza".

Eurípides, Tragedias: Infigenia en Áulide, Madrid, Ed. Gredos, Biblioteca Clásica Gredos, 1985, Págs 318 - 319, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, 2º de Bachillerato, 2014-2015.
           

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