viernes, 19 de febrero de 2016

Werther, J.W. Goethe


26 de mayo  
Tú conoces, hace mucho tiempo, mi modo de arreglarme; sabes cómo me gusta alistar una cabaña en un sitio aislado donde pueda vivir con gran simplicidad. ¡Pues bien! Sabrás que he encontrado en este lugar un rinconcito seductor. Como a una legua de la ciudad, se tiende una campiña  llamada Wahlheim. Situado en la cima de una colina, la vista del pueblo es muy pintoresca. Al subir el camino que lleva a él, se ve todo el valle con una sola mirada. Una mujer buena y servicial, ágil para su edad, tiene ahí una taberna o expendio de bebidas y se sirve café, vino y cerveza. Lo que llama la atención son dos tilos soberbios de ramas abundantes, que dan sombra a la plazuela de la igual, cuyo recinto lo cierran casas, pajares y corrales. Con dificultad se encontraría en otra parte un sitio más propicio para mis gustos: me hago traer una mesita y una silla; tomo mi café y leo mi Homero. La primera vez que la casualidad me llevó a este sitio era una tarde magnífica; encontré el lugar solo porque todo el vecindario estaba en el campo y sólo vi a un niño, como de cuatro años, que sentado en el suelo sostenía en sus piernas a otro niño de meses, sentado también, al que pegaba a su pecho con los brazos. A pesar de la vivacidad que brillaba en sus ojos negros, estaba muy quieto. Esta vista me encantó; me senté sobre un arado frente a ellos, tomé mis lápices y empecé a 
dibujar este cuadro fraternal con indescriptible placer; agregué un seto, la puerta de una granja, una rueda rota de carro y algunos otros aperos de labranza mezclados entre sí con poca claridad.  

Después de una hora encontré que había hecho un dibujo bien entendido, un cuadro muy interesante, sin haberlo pensado ni haber puesto nada de mi parte. Esto me confirmó en mi propósito de no atenerme más que a la naturaleza misma, porque ella sola es la que tiene riquezas inagotables y la que forma los verdaderos y grandes artistas. Mucho puede decirse a favor de las reglas y preceptos del arte, y más o menos lo mismo que puede decirse para alabar las leyes sociales. Un hombre que se conforma y atiene a ellas con rigor no 
produce nunca nada carente de sentido o positivamente malo, lo mismo que aquel que se conduce con arreglo a las leyes y a lo que exigen las conveniencias sociales no será nunca un mal vecino ni un insigne 
malvado; pero tampoco producirá nada notable, porque sin importar lo que se diga, toda regla, todo precepto, es una especie de traba que sofocará el sentimiento real de la naturaleza, hará estéril el verdadero 
genio y le quitará su verdadera expresión. Me dirás que tiene esto mucha fuerza. Pues bien, yo te diré que lo que hace la regla es podar las ramas chuponas, impedir que crezcan y se expandan. Escucha una 
comparación; sucede con esto como con el amor: un joven con el corazón virgen y sensible se apasiona por una joven amable y bonita; pasa todo el tiempo junto a ella; prodiga su fortuna; hace uso de todas 
sus capacidades para probarle en todo momento que es suyo del todo sin la menor reserva, y he aquí que se cruza un inoportuno revestido con el carácter de un ministerio público con su traje oficial y le dice “caballerito, amar es de hombres; ama, pues, pero ama como un hombre; arregla tus horas del día; consagra unas al estudio, al trabajo, y otras a tu ídolo; haz un cálculo preciso de tus rentas, de cuánto será lo superfluo que te quede después de haber cubierto todo lo necesario. No te prohíbo le hagas algunos regalos, pero raras veces y en épocas mismas, como el día de su santo”.  

Si nuestro joven se conforma con seguir las indicaciones del entrometido, llegará a ser personaje muy útil y yo sería el primero en aconsejar a todo príncipe que lo colocara en algún ministerio; pero en lo que respecta a su amor, pronto habría huido, ¡y no digo menos de su talento si era artista! ¡Oh, amigos míos! ¿Por qué desbordan tan rara vez sus olas impetuosas sus almas deslumbradas? Esto se debe a que en las dos orillas habita gente grave y reflexiva, cuyas quintas y casas de descanso, sus cuadros de tulipanes y sus huertos, se veían inundados, arruinados, destruidos; y éstos producen personajes con un gran cuidado de construir diques y presas, de hacer sangrías al torrente, para que el peligro constante desaparezca.  


Johann Wolfgang von Goethe, Werther, taller-palabras.com/Datos/Cuentos_Bibliotec/ebooks/Las%20%20penas%20del%20joven%20Werther.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


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