lunes, 27 de octubre de 2014

Aventuras de Robinsón Crusoe, Daniel Defoe

                                                 Capítulo VII


     Comencé a observar el movimiento regulaar de cada estación lluviosa o seca, y aprendí a preverlas y a tomar las precauciones necesarias; pero ese estudio me costó caro, y lo que voy a referir es una de las experiencias que me desanimó más. He dicho ya que había conservado un poco de cebada y arroz que había crecido de un modo casi milagroso; poco más o menos, tendría unas treinta espigas de arroz y unas veinte de cebada. Creí que pasada la estación de las lluvias sería el momento propicio para sembrar, entrando el Sol en el solsticio de verano y alejándose de mí.
     Cavé, pues, del mejor modo que pude y supe con mi azadón de madera un trozo de tierra, en la cual hice dos divisiones, y empecé a sembrar el grano. Afortunadamente, en medio de la operación se me ocurrió que sería conveniente no sembrarlo todo la primera vez, pues ignoraba cuál fuera etación más propia para la siembra; no aventuré, pues, más que las dos terceras partes de mi grano, reservando poco más de un puñado de cada especie.





Daniel Defoe, Aventuras de Robinsón Crusoe. Editorial Espasa-Calpe. página,98. 1981, Madrid.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

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