lunes, 11 de enero de 2016

El guardián entre el centeno, Jerome David Saligner

     Por entre las cortinas de la ducha se filtraba en su cuarto un poco de luz. Estaba en la cama, pero se le notaba que no dormía.
     —Ackley -le pregunté-. ¿Estás despierto?
     —Sí.
     Había tan poca luz que tropecé con un zapato y por poco me rompo la crisma. Ackley se incorporó en la cama y se quedó apoyado sobre un brazo. Se había puesto por toda la cara una pomada blanca para los granos. Daba miedo verle así en medio de aquella oscuridad.
     —¿Qué haces?
     —¿Cómo que qué hago? Estaba a punto de dormirme cuando os pusisteis a armar ese escándalo. ¿Por qué os peleábais?
     —¿Dónde está la llave de la luz? -tanteé la pared con la mano.
     —¿Para qué quieres luz? Está ahí, a la derecha.
     Al fin la encontré. Ackley se puso la mano a modo de visera para que el resplandor no le hiciera daño a los ojos.
     —¡Qué barbaridad! -dijo-. ¿Qué te ha pasado?
     Se refería a la sangre.
     — Me peleé con Stradlater -le dije. Luego me senté en el suelo. Nunca tenían sillas en esa habitación. No sé qué hacían con ellas-. Oye -le dije-, ¿jugamos un poco a la canasta? -era un adicto a la canasta.
     —Estás sangrando. Yo que tú me pondría algo ahí.
     —Déjalo, ya parará. Bueno, ¿qué dices? ¿Jugamos a la canasta o no?
     —¿A la canasta ahora? ¿Tienes idea de la hora que es?
     —No es tarde. Deben ser sólo como las once y media.
     —¿Y te parece pronto? -dijo Ackley-. Mañana tengo que levantarme temprano para ir a misa y a vosotros no se os ocurre más que pelearos a media noche. ¿Quieres decirme qué os pasaba?
     —Es una historia muy larga y no quiero aburrirte. Lo hago por tu bien, Ackley - le dije.
     Nunca le contaba mis cosas, sobre todo porque era un estúpido. Stradlater comparado con él era un verdadero genio.
     —Oye -le dije-, ¿puedo dormir en la cama de Ely esta noche? No va a volver hasta mañana, ¿no?
     Ackley sabía muy bien que su compañero de cuarto pasaba en su casa todos los fines de semana.
     —¡Yo qué sé cuándo piensa volver! -contestó. ¡Jo! ¡Qué mal me sentó aquello!
     — ¿Cómo que no sabes cuándo piensa volver? Nunca vuelve antes del domingo por la noche.
     —Pero yo no puedo dar permiso para dormir en su cama a todo el que se presente aquí por las buenas.
     Aquello era el colmo. Sin moverse de donde estaba, le di unas palmaditas en el hombro.
     —Eres un verdadero encanto, Ackley, tesoro. Lo sabes, ¿verdad?
     —No, te lo digo en serio. No puedo decirle a todo el que...
     —Un encanto. Y un caballero de los que ya no quedan -le dije. Y era verdad.
     —¿Tienes por casualidad un cigarrillo? Dime que no, o me desmayaré del susto.

     Jerome David Saligner, El guardián entre el centeno, Madrid, Alianza Editorial, S.A. , El libro de bolsillo, 1996, pág. 54-55.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez. Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.

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