lunes, 11 de enero de 2016

Los sótanos del Vaticano, André Gide

                                                Libro tercero, Amédée Fleurissoire

                     »EL PAPA ESTÁ ESPERANDO
          Y luego levantó los brazos al cielo.
     -¡Cómo! ¿Tiene usted el insigne honor de disponer de su libertad y se hace esperar? Tema, señora, tema que Dios, cuando le llegue a usted la hora suprema, no haga esperar de igual manera a su alma insuficiente a las puertas del paraíso.
     Se tornaba amenazador, terrible. Luego, bruscamente, se llevó a los labios el crucifijo de un rosario y se recogió en una breve oración.
     -Por lo menos, mientras escribo a París y me contestan- gimió la condesa, confusa.
     -¡Ponga un telegrama! Que su banquero abone los sesenta mil francos al Crédit Foncier de París que, a su vez, telegrafiará al Crédit Foncier de Pau para que le abone a usted la cantidad inmediatamente. Es sencillísimo.
     -Tengo algún dinero depositado en Pau - se atrevió a decir la condesa.
     -¿En un banco?
     -En el Crédit Foncier, precisamente.
   Entonces llegó al colmo de la indignación.
     -¡Ay, señora! ¿Por qué tantos rodeos para decírmelo?
  ¿Esa es la diligencia que manifiesta? ¿Qué diría usted ahora si me negara a admitir su ayuda?
 Luego, paseando por la habitación con las manos cruzadas en la espalda, y como predispuesto en adelante contra todo cuanto pudiera escuchar, comentó:
     -Eso es más que tibieza - y manifestaba su repugnancia chasqueando con la lengua repetidas veces-, es casi doblez. 
     -Padre, por favor.
    Durante algunos instantes, el sacerdote continuó paseándose con las cejas fruncidas, inflexible. Por fin, dijo:
     -Ya sé que usted conoce al padre Boudin, con quien he de comer hoy- sacó el reloj-... y voy a llegar tarde. Extienda un cheque a su nombre: él cobrará en mi lugar los sesenta billetes y me los entregará luego. Cuando usted lo vea, dígale sencillamente que era «para la capilla expiatoria»; es un hombre discreto, que no se complica la vida y no insistirá. ¡Vamos! ¿Qué está usted esperando? 
    La condesa, postrada en el canapé, se incorporó, fue como a rastras hacia un pequeño escritorio, lo abrió, sacó un talonario alargado, verde oliva, y llenó una de sus hojitas con su letra picuda.


        André Gide, Los sótanos del Vaticano, Madrid, Alianza, ed. 2, página 113.
        Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.

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