lunes, 20 de octubre de 2014

Nuestra Señora de París, Victor Hugo

     Capítulo 1: El gran salón

     Hace hoy tresciento cuarenta y ocho años, seis meses y diecinueve días que los vecinos de París fueron despertados por el ruido de todas las campanas de la ciudad repicando a todo repicar dentro del triple recinto de la Cité, la universidad y la VIlla.
     Aquel 6 de enero de 1482 no es, sin embargo, un día del que la historia haya guardado un recuerdo especial.
El acontecimiento que agitaba desde muy de mañana las campanas y a los burgueses de París no tenía nada de particular. No se trataba de un asalto de las gentes de Picardía o de Borgoña, ni de una reliquia llevada en procesión, ni de una revuelta de estudiantes en la viña de Laas, ni la entrada de nuestro muy timido y respetado señor el rey, ni tan siquiera de una hermosa ceremonia en el patíbulo de París, colgando de la horca a un buen racimo de ladrones y ladronas. Tampoco se trataba de la llegada, tan frecuente en el siglo XV, de alguna embajada empenachada y emperifollada. Hacía apenas dos días que la última de esas cabalgatas, la de los embajadores flamencos encargados de concertar el matrimonio del delfín con Margarita de Flandes, había hecho su entrada en París, con gran disgusto de monseñor el cardenal de Borbón que, para complacer al rey, había tenido que poner buena cara a toda aquella rústica multitud de burgomaestres flamencos, y obsequiarles, en su palacio de Borbón, con la representación de <> mientras que una lluvia torrencial empapaba los magníficos tapices colocados a la entrada.





Victor Hugo, Nuestra señora de París. Editorial, Alianza, Madrid, 2008, páginas 17 y 18.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

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