miércoles, 24 de marzo de 2010

Anna Kerenina, León Tolstói

--> PRIMERA PARTE. CAPíTULO XIX
Cuando Anna entró en el saloncito, Dolli estaba tomando la lección de francés a un niño gordito, con la cabeza rubia, el vivo retrato de su padre. El niño, en tanto leía, intentaba arrancar de la chaqueta un botón que colgaba
y esta­ba a punto de caer. La madre, al ver que no conseguía quitarle la manita del botón, lo arrancó y lo guardó en un bolsillo. -iLas manos quietas, Grisha!
Dolli se entregó a la labor. Hada tiempo que estaba hacien­una colcha de ganchillo, para distraerse de los malos ratos e estaba pasando. Trabajaba nerviosamente, doblando
y des­blando los dedos, contando y volviendo a contar los puntos.
Aunque el día antes había dicho a su marido que le importaba poco la llegada de su cuñada, tenía ya todo dispuesto para recibirla, y la esperaba con alguna emoción.

A pesar de la pena que tenía, no dejaba de recordar que su cuñada era una
grande dame,. y el marido de ésta una de las más célebres personalidades de Peterburgo. No quería ofender a Anna. “¿Por qué no he de recibirla? ¿Qué culpa tiene ella? Nada sé de ella que no sea en su favor, y siempre me ha profesado un afecto sincero” Pero Dolli veía en el género de vida que llevaban los Karenin algo de falso que le daba mala impresión. “¡Con tal de que no venga a consolarme! ¡He meditado mucho sobre eso y sé lo que valen los consuelos, esos consejos y esas exhortaciones de perdón!”
Dolli había pasado esos tristes días sola con sus hijos. No quería contar sus penas a nadie y, sin embargo, no podía ha­blar de otra cosa. Comprendía que, con Anna, habría de rom­per el silencio, y tan pronto le parecía grato como intolerable el tener que confesar su humillación a su cuñada.

Con los ojos clavados en el reloj, contaba los minutos y esperaba a cada instante que se presentara su cuñada; pero, como suele suceder en semejantes casos, tan abismada estaba en sus pensamientos, que no oyó sonar la campanilla. Cuando unas leves pisadas y el roce de un vestido cerca de la puerta le hicieron alzar la cabeza, su rostro expresó sorpresa en vez de alegría. Se levantó y besó a su cuñada.

-¿Has llegado ahora?

-Tenía muchas ganas de verte.

-
Y yo a ti -respondió Dolli con desmayada sonrisa.
Miró a Anna al rostro y creyó ver en éste compasión, por lo que pensó que su cuñada ya estaba enterada de todo.
Y deseando retardar el momento de inevitable explicación, dijo: -Te llevaré a tu habitación.
-¡Dios mío, lo que ha crecido Grisha! -exclamó Anna.
Y sólo después de haber besado al niño, con las mejillas encendidas, mirando a su cuñada a los ojos, respondió a ésta-: quedémonos aquí, si te parece.
Anna se quitó la pañoleta, y, como un rizo de su negra cabellera habíase pegado al sombrero, lo desprendió sacudiendo la cabeza.

-Te veo rebosante de felicidad y salud -ponderó Dolli, con acento de envidia en la voz.

-Sí, gracias a Dios -respondió Anna. Y al ver a Tania, que había entrado, la cogió en brazos y la llenó de besos- ¡Tania! iQué guapa! Tiene la misma edad de mi Seriozha. Enséñame ahora a los otros.

Anna recordaba, no solamente los nombres y las edades de sus sobrinos, sino también sus caracteres y las enfermedades que habían tenido. Eso le llegaba al corazón de Dolli.

-Bien, vayamos a verlos -dijo-. Pero Vasia duerme, y es una lástima.

Después de ver a los niños volvieron al salón, donde el café estaba ya servido. Anna cogió la bandeja y luego la apartó. -Dolli, mi hermano me ha contado todo.

Dolli miró con frialdad a su cuñada. Esperaba que le dedicase frases de fingido dolor; pero Anna no las pronunció. -iDolli, querida! No quiero hablarte en su favor ni consolarte, porque esto es imposible -prosiguió Anna-. Déjame decirte solamente que te compadezco con toda el alma.

Los ojos de Anna brillaban. Las lágrimas humedecieron sus bonitas pestañas. Se sentó más cerca de la cuñada y le tomó la mano con la suya, pequeña y enérgica. Dolli no la retiró, pero la expresión severa de su rostro no varió.

-Nadie puede consolarme. Después de lo que ha pasado, todo ha acabado para mí.

Pero, cuando hubo pronunciado estas palabras, fue más dulce la expresión de su rostro. Anna se llevó a los labios la mano de su cuñada y la besó.

-¿Qué piensas hacer, Dolli? Esto no puede seguir así. Busquemos el medio de salir de esta falsa situación.

-Todo ha terminado. Y lo peor es que no puedo separarme de él. Me atan los hijos. Y, no obstante, seguir viviendo eon él es cosa superior a mis fuerzas. Sólo verle, es ya un tormento para mí.

-¡Dolli querida! Me ha hablado con el corazón en la mano. Para juzgar, hay que oír a las dos partes. Ahora cuéntame tú lo tuyo.


Lev TOLSTOI, Anna Karenina, Madrid, Ed. Cátedra, col Letras Universales, 1986, págs. 129-131.

(Fragmento Seleccionado por Nazaret Martín Mahíllo)