PRIMERA PARTE
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La sirena de la fábrica lanzaba su clamor estridente, cada día, el aire ahumado y grave del arrabal obrero. Entonces, un gentío tristón, de músculos todavía cansados, salía con rapidez de las casitas grises, corriendo como las cucarachas llenas de susto. A la media luz fría, íbanse por la calleja angosta hacia los paredones altos de la fábrica que los esperaba segura, alumbrando la calzada fangosa con sus innumerables ojos cuadrados, amarillos y viscosos. Bajo los pies chascaba el barro. Voces dormidas resonaban en roncas exclamaciones, injurias rasgaban el aire, y una oleada de ruidos sordos acogía a los obreros: el sonar pesado de las máquinas, el gruñido del vapor. Por encima del arrabal, a semejanza de bastones, sombrías y repelentes como centinelas, perfilábanse las altas chimeneas negruzcas.
Al anochecer, cuando se ponía el sol y sus rayos rojos brillaban en las vidrieras de las casas, vomitaba la fábrica de sus entrañas de piedra toda la escoria humana, y los trabajadores, ennegrecidos de humo, volvían a desparramarse por la calle, dejando detrás húmedos relentes de grasa de máquinas, centelleándoles las dentaduras hambrientas. Había a la sazón en sus voces animación y hasta alegría; se acabaron por unas horas los trabajos forzados; cena y descanso estaban esperándole en casa.
Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 27.
Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.