viernes, 11 de enero de 2013

El sueño, Roman de la Rose, Guillaume de Lorris

EL SUEÑO.
Hay muchas personas que dicen que en sueños 
todo es una fábula, todo una mentira;
no obstante, sucede que pueden soñarse
cosas que no son nada fabulosas 
sino que, al contrario, son muy verdaderas.
Y así podría  traer de testigo 
un autor famoso llamado Macrobio,
que nunca a los sueños tuvo por quimeras
y que escribó aquella visión
que le sucedió al rey Escipión.
Así, todo aquel que piense o que diga
que sea una broma o cosa de locos 
creer que los sueños son tan verdaderos,
quien esto sostenga, que me llame loco.
Pues en cuanto a mí, estoy convencido
de que nosrevelan el significado
del bien y del mal que ocurre a la gente;
puesmuchaspersonas sueñan por la noche
muchísimas cosas que entender no pueden,
pero que después se ven perfectamente.
Así, cuando yo cumplí veinte años,
al punto en que Amor toma posesión
de todos los jóvenes, estaba acostado
una bella noche, tal como solía,
y quedé dormido muy profundamente;
un sueño me vino mientras que dormía,
el cual fue muy bello y mucho me plugo.
Y en mi sueño nada sucedió,
ni unsolo detalle, quedespués los hechos
nohayan confirmado tal como soñé.
Está en mi intención contároslo todo
para amenizar vuestros corzones:
Amor me lo pide, Amor me lo manda.
Y si acaso alguno quisiera saber 
cómo quiero yo que la narración
quevoy a iniciarsea conocida,
quiero que se llame Roman de la Rosa,
do está contenido el arte de amar.
Su materia es muy bella y muy nueva.
A Dios le suplico que sepa aceptarla 
aquélla a la cual yo se la dedico:
ella encierra en sítan grandes virtudes
y tan grandes méritos para ser amada,
que el nombre de Rosa le debe ser dado. 

Guillaume De Lorris y Jean deMeun, Roman de la Rose págs 41 y 42. Selecionado por Natalia Sánchez Martín, segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013

La leyenda de Sleepy Hollow, Washington Irving

En ese apartado lugar de la naturaleza vivió, en un periodo remoto de la historia norteamericana (es decir, hace unos treinta años), un individuo respetable llamado Ichabod Crane, que habitaba o, como él decía, "se demoraba" en Sleepy Hollow, con el fin de educar a los niños de la vecindad. Era natural de Connecticut, un estado que abastece a la Unión con pioneros, no sólo de los bosques sino también del espíritu, y cada año exporta legiones de leñadores y maestros de escuela. El apellido, que significa "grulla", no resultaba inapropiado para su persona, pues era alto y enjuto, de hombros estrechos, piernas y brazos exageradamente largos, manos que colgaban a un kilómetro de las mangas y pies que bien podrían servirle de palas; su figura entera,en fin, parecía a punto de descoyuntarse. Tenía la cabeza pequeña y la mollera plana, las orejas enormes, los ojos grandes, verdes y vidriosos, y una larga nariz de garza que parecía un gallo de veleta encaramado en el eje del cuello para indicar la dirección de los vientos. Al verle caminar por el perfil de una colina en un día de viento, con las ropas hinchadas y  ondeantes sobre su figura, bien podría confundírsele con el genio del hambre descendiendo sobre la tierra, o con algún espantapájaros escapado de un maizal.
Su escuela era una edificación de poca altura con una sola aula de buen tamaño, toscamente construida con troncos; las ventanas estaban en parte acristaladas y en parte cubiertas con hojas de cuadernos viejos. Cuando estaba desocupado, el edificio disponía de un ingenioso sistema de seguridad consistente en un mimbre enrollado en la manilla de la puerta y una serie de postes que atrancaban por fuera las contraventanas, de tal modo que, aunque un ladrón pudiera entrar con toda facilidad, salir le resultaría más complicado; una idea para la que el arquitecto; Yost Van Houten,se inspiró con toda seguridad en el misterio de las nasas para anguilas.

Washington Irving,  La leyenda de Sleepy Hollow, edit. Vicens Vives. Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de Bachillerato, curso 2012-2013.

Tartufo, Molière

DAMIS: ¡Que me parta un rayo aquí mismo y que por doquier se me trate como al mayor de los bergantes si existe poder alguno o autoridad en el mundo que me detenga y me impida hacer algo sonado!
DORINA: Contened, por favor, vuestro arrebato; hasta ahora, vuestro padre lo único que ha hecho es hablar. No siempre se lleva a cabo lo que uno se propone, y bien sabéis que del dicho al hecho hay mucho trecho.
DAMIS: Ya es hora de poner corto a los manejos de ese fatuo. Voy a decirle cuatro palabras bien dichas.
DORINA: ¡Poco a poco, por favor! Dejad que sea vuestra madrastra quien se encargue de él y de vuestro padre. Ella goza de cierto ascendiente sobre Tartufo, quien se muestra solícito a todo lo que dice, y hasta es posible que sienta cierta inclinación por ella. ¡Ojalá que fuera así! Sería más de lo que podemos pedir. Lo cierto es que, por el afecto que ella os tiene, se ha visto en la obligación de mandarlo llamar para así poder sondearlo acerca de esa boda que tanto os preocupa; pretende conocer sus sentimientos y advertirle de las enojosas complicaciones que se derivarían de seguir él abrigando la esperanza de hacer realidad tales planes. Su criado me haos dicho que está rezando y por eso no he podido verle, pero también me ha asegurado que tenía intención de bajar de un momento a otro. Marchaos, pues, os lo ruego, y dejadme que sea yo quiero lo espere aquí.
DAMIS: Podré estar presente en esa conversación, supongo.
DORINA: ¡De ninguna manera! Es imprescindible que estén los dos solos.
DAMIS: Pero si yo no abriré la boca.
DORINA: Bromeáis. De sobra conocemos vuestros  habituales arrebatos; seríais muy capaz de echar a perder el asunto. Marchaos.
DAMIS: ¡No! Lo presenciaré y prometeo no perder los estribos.
DORINA: ¡Qué tercero os ponéis! ¡Mirad, ahí viene!¡Retiraros!

Jean-Baptiste Poquelin. Molière, Tartufo, pág 60 . Selecionado por Beatriz Iglesias, segundo de
Bachillerato. Curso 2012/2013

Tratado de las pasiones, Discurso del método, Descartes

      De la envidia
      Lo que se llama comúnmente envidia es un vicio que consiste en una perversión de la naturaleza, que hace que algunos se disgusten por el bien que ven que les ocurre a los demás. Pero yo amplío aquí esta palabra para designar una pasión que no es siempre viciosa. La envidia, pues, considerándola como una pasión, es una especie de tristeza mezclada de odio, que viene de que se ve cómo les sobreviene un bien a quienes se considera que son indignos de él. Lo que no se puede pensar con razón más que de los bienes de la fortuna. Porque los del alma, o incluso los del cuerpo, como se los tiene de nacimiento, ya es suficiente, para ser dignos de ellos, el haberlos recibidos de Dios antes de ser capaz de realizar ningún mal.

René Descartes, Tratado de las pasiones, Discurso del método. Ed. RBA. Texto seleccionado por Eduardo Montes, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

Decamerón, Giovanni Boccaccio

Y el abad le dijo:
  ''Ánima mía graciosa, no os maravilléis, que por esto no viene la santidad en menosprecio; porque ella está en el ánima y aquello que yo os pido es pecado del cuerpo. Mas, comoquiera que sea, vuestra excesiva belleza ha tenido tanta fuerza, que amor me apremia a que yo esto haga; y en verdad os digo que vos os podéis glorificar de vuestra hermosura más que mujer del mundo, pensando que ella place a los santos, que usan ver las hermosuras del cielo; mirad, pues qué hará a mí que puesto yo sea abad, soy hombre como cualquier otro, y como bien veis yo no soy tan viejo para que hacer esto os sea grave, antes lo debéis desear, porque, entretanto que que Ferondo estará en el Purgatorio, yo os haré compañía haciéndoos, de noche, aquella consolación que él os había de dar, de manera que jamás persona alguna de ello sabidor sea, creyendo cada uno, de mí, aquello que vos, poco antes de ahora, creíais. Por ende, no rehuséis la gracia que Dios os envía; que muchas otras mujeres la desearon alcanzar, y haberla no pudieron, la cual vos, si sanamente tomáis mi buen consejo, podéis haber. Y allende de esto, yo ya tengo muy ricas y preciosas joyas, las cuales yo entiendo que para otra persona no sean salvo para vos. Haced, pues, ánima mía, por mí aquello que yo hago por vos de muy buena gana''

             Giovanni Boccaccio, Decamerón, Madrid, Vicens Vives, ed.5, pág 202
             Seleccionado por Laura Mahíllo, Segundo de Bachillerato, curso 2012/2013

Muerte en la tarde "Capítulo 8", Ernest Hemingway.

     Aquellos años que siguieron a la muerte de Joselito y la retirada de Juan Belmonte fueron los peores que ha conocido el toreo. La plaza había sido dominada por dos figuras que, en su propio arte -sin olvidar, por supuesto, que se trata de un arte efímero y, por tanto, menor- fueron comparables a Velázquez y a Goya o, en literatura, a Cervantes y a Lope de Vega; porque, aunque nunca me ha gustado Lope, tiene la reputación necesaria para establecer la comparación. Y cuando desaparecieron fue como si, en la literatura inglesa, Shakespeare hubiese muerto de repente, Marlowe se hubiera retirado y se hubiera dejado el campo libre a Ronald Firbank, que escribía muy bien, pero que, digámoslo, era un especialista.
Manuel Granero, de Valencia, fue el único torero en quien la afición tenía una gran confianza. Era uno de aquellos tres muchachos que, contando con dinero y protección, entraron en la carrera del toreo con los mejores medios de educación mecánica y de instrucción, practicando con vacas de las fincas de los alrededores de Salamanca.Granero no llevaba en sus venas sangre de torero y sus parientes más cercanos querían que fuese violinista; pero tenía un tío ambicioso y talento natural para la lidia, así como un gran valor; era el mejor de los tres.
Los otros dos eran Manuel Jiménez , llamado Chicuelo, y Juan Luis de La Rosa.

Ernest Hemingway, Muerte en la tarde "Capítulo 8", edit. Debolsillo. Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.