lunes, 17 de noviembre de 2014

Tragedias, Agamenón, Esquilo




Agamenón

    Por esto debemos pagar a los dioses una gratitud que nunca se olvide, puesto que hicimos que nos pagaran el desprecio rapto de Helena, y, por una mujer, el monstruo argivo -la cría del caballo, la tropa portadora de escudos -, que dio un salto enorme al ponerse las Pléyades, redujo a polvo una ciudad. L uego de haber saltado más allá de la torre un león carnicero, fue lamiendo la regia sangre hasta saciarse.

     En honor de los diosas alargué este preludio.
    En cuanto a tus sentimientos , tal cual los oigo en mi memoria los tengo anotados. Te digo lo mismo: tienes en mí un defensor.
      A pocos hombres les es connatural el rendir honores sin sentir envidia al amigo que tienes suerte. Un veneno malévolo que se la agarra al corazón dobla el color del que ya tiene esa enfermedad. Se mortifica personalmente con sus propios padecimientos y gime al ver la dicha ajena. Como lo sé, lo puedo decir, pues conozco muy bien el espejismo del trato amistoso. Una imagen de sombra eran realmente quienes parecían serme leales




Esquilo, Tragedias, AgamenónBarcelona, Biblioteca básica Gredos, 2000, página 137.
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

La llamada de lo salvaje, Jack London

Capítulo I:

HACIA LO PRIMITIVO

     Cuando hombres llevaron cautelosamente el cajón a un pequeño patio de altas tapias. Un hombre corpulento, con un suéter rojo muy escotado, salió y firmó el recibo de entrega al conductor. Ése era el hombre, presintió Buck, el próximo verdugo, y se lanzó fieramente contra los barrotes. El hombre sonrió torvamente, y fue a por un hacha y un barrote.
     -¿No irás a soltarlo ahora?- le preguntó el conductor.
     -Claro que sí- contestó el hombre, y comenzó a abrir el cajón con el hacha.
     Inmediatamente, los cuatro hombres que lo habían traído pusieron pies en polvorosa, se encaramaron a lo largo de la tapia y se dispusieron a contemplar el espectáculo.
     Buck se arrojó sobre las maderas astilladas, hincándoles los dientes, zarandeándolas y luchando contra ellas. Allá donde el hacha golpeaba, atacaba él, rugiendo y gruñendo, tan rabiosamente ansioso por salir del cajón como el hombre del suéter rojo estaba decidido a sacarlo de allí sin alterarse.
     -¡Vamos, demonio de ojos rojos!- dijo cuando el boquete era lo suficientemente grande como para que pasara el cuerpo de Buck. Al mismo tiempo soltó el hacha y se pasó el garrote a la mano derecha.
     Buck era un verdadero demonio de ojos rojos cuando se dispuso a saltar, con el pelo erizado, la boca echando espuma y un brillo demente en los ojos inyectados de sangre. Se lanzó directo contra el hombre con sus sesenta y tres kilos de furia, acrecentada por la cólera acumulada durante los dos días y las dos noches de encierro. Ya en el aire, cuando sus mandíbulas se disponían a cerrarse sobre el hombre, recibió un golpe que lo detuvo en seco y que le ensambló las mandíbulas en una dentellada de dolor. Giró en el aire y cayó al suelo sobre su lomo y uno de sus costados.Como nunca en su vida le habían pegado con un garrote, no entendía lo que estaba pasando. Con un gruñido que era más un grito que un ladrido, se incorporó de nuevo y se lanzó al aire. Y una vez más se encontró con un golpe que lo dejó aplastado contra el suelo. Esta vez se dio cuenta de que era el garrote, pero su locura le impedía ser prudente. Atacó una docena de veces, y otras tantas el garrote desbarató su ataque y lo derribó.
     Tras un golpe particularmente violento, se arrastró hacia los pies del hombre, completamente aturdido como para atacar. Se tambaleaba sin fuerzas, le manaba sangre de la nariz, la boca y los oídos, y su bonito pelaje estaba salpicado y recubierto de babas sanguinolentas.



Jack London, la llamada de lo salvaje, Barcelona, Editorial VICENS VIVES, S.A., 1996, páginas 14,15,16 y 17. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.