Un viaje a Liliput, capítulo 4.
Una mañana, a los quince días aproximadamente de haber obtenido mi libertad,
Reldresal, secretario principal de Asuntos Privados -como ellos le intitulan-, vino a mi casa
acompañado sólo de un servidor. Mandó a su coche que esperase a cierta distancia y me
pidió que le concediese una hora de audiencia, a lo que yo inmediatamente accedí, teniendo
en cuenta su categoría y sus méritos personales, así como los buenos oficios que había
hecho valer cuando mis peticiones a la corte. Le ofrecí tumbarme para que pudiera hacerse
oír de mí más cómodamente; pero él prefirió permitirme que lo tuviese en la mano durante
nuestra conversación. Empezó felicitándome por mi libertad, en la cual, según dijo, podía
permitirse creer que había tenido alguna parte; pero añadió, sin embargo, que a no haber
sido por el estado de cosas que a la sazón reinaba en la corte, quizá no la hubiese obtenido
tan pronto. «Porque -dijo- por muy floreciente que nuestra situación pueda parecer a los
extranjeros, pesan sobre nosotros dos graves males: una violenta facción en el interior y el
peligro de que invada nuestro territorio un poderoso enemigo de fuera. En cuanto a lo
primero, sabed que desde hace más de setenta lunas hay en este imperio dos partidos
contrarios, conocidos por los nombres de Tramecksan y Slamecksan, a causa de los tacones
altos y bajos de su calzado, que, respectivamente, les sirven de distintivo. Se alega, es
verdad, que los tacones altos son más conformes a nuestra antigua constitución; pero, sea
de ello lo que quiera, Su Majestad ha decidido hacer uso de tacones bajos solamente en la
administración del gobierno y para todos los empleados que disfrutan la privanza de la
corona, como seguramente habréis observado; y por lo que hace particularmente a los
tacones de Su Majestad Imperial, son cuando menos un drurr más bajos que cualesquiera
otros de su corte -el drurr es una medida que viene a valer la decimoquinta parte de una
pulgada-. La animosidad entre estos dos partidos ha llegado a tal punto, que los
pertenecientes a uno no quieren comer ni beber ni hablar con los del otro. Calculamos que
los Tramocksan, o tacones-altos, nos exceden en numero; pero la fuerza está por completo
de nuestro lado. Nosotros nos sospechamos que Su Alteza Imperial, el heredero de la
corona, se inclina algo hacia los tacones-altos; al menos, vemos claramente que uno de sus
tacones es más alto que el otro, lo que le produce cierta cojera al andar. Por si fuera poco,
en medio de estas querellas intestinas, nos amenaza con una invasión la isla de Blefuscu,
que es el otro gran imperio del universo, casi tan extenso y poderoso como este de Su
Majestad. Porque en cuanto a lo que os hemos oído afirmar acerca de existir otros reinos y
estados en el mundo habitados por criaturas humanas tan grandes como vos, nuestros
filósofos lo ponen muy en duda y se inclinan más bien a creer que caísteis de la Luna o de
alguna estrella, pues es evidente que un centenar de mortales de vuestra corpulencia
destruirían en poco tiempo todos los frutos y ganados de los dominios de Su Majestad. Por
otra parte, nuestras historias de hace seis mil lunas no mencionan otras regiones que los dos
grandes imperios de Liliput o Blefuscu, grandes potencias que, como iba a deciros, están
empeñadas en encarnizadísima guerra desde hace treinta y seis lunas. Empezó con la
siguiente ocasión: Todo el mundo reconoce que el modo primitivo de partir huevos para
comérselos era cascarlos por el extremo más ancho; pero el abuelo de su actual Majestad,
siendo niño, fue a comer un huevo, y, partiéndolo según la vieja costumbre, le avino
cortarse un dedo. Inmediatamente el emperador, su padre, publicó un edicto mandando a
todos sus súbditos que, bajo penas severísimas, cascasen los huevos por el extremo más
estrecho. El pueblo recibió tan enorme pesadumbre con esta ley, que nuestras historias
cuentan que han estallado seis revoluciones por ese motivo, en las cuales un emperador
perdió la vida y otro la corona. Estas conmociones civiles fueron constantemente
fomentadas por los monarcas de Blefuscu, y cuando eran sofocadas, los desterrados huían
siempre a aquel imperio en busca de refugio. Se ha calculado que, en distintos períodos,
once mil personas han preferido la muerte a cascar los huevos por el extremo más estrecho.
Se han publicado muchos cientos de grandesvolúmenes sobre esta controversia; pero los
libros de los anchoextremistas han estado prohibidos mucho tiempo, y todo el partido,
incapacitado por la ley para disfrutar empleos. Durante el curso de estos desórdenes, los
emperadores de Blefuscu se quejaron frecuentemente por medio de sus embajadores,
acusándonos de provocar un cisma en la religión por contravenir una doctrina fundamental
de nuestro gran profeta Lustrog, contenida en el capítulo cuadragésimocuarto del
Blundecral -que es su Alcorán-. No obstante, esto se tiene por un mero retorcimiento del
texto, porque las palabras son éstas: «Que todo creyente verdadero casque los huevos por el
extremo conveniente.