jueves, 9 de febrero de 2017

El asno de oro, Apuleyo

      En cuanto se disipó la noche y el sol trajo un nuevo día, desperté y salté de la cama, impaciente y lleno de curiosidad por conocer cosas raras y maravillosas. <>. Suspenso así entre la impaciencia y la curiosidad, observaba cada cosa con el mayor interés. Nada de cuanto veía en la ciudad me parecía ser lo que aparentaba; todo se me figuraba alterado y transformado por una fórmula infernal: si veía una piedra, me imaginaba que era un hombre petrificado; si oía aves, también eran personas cubiertas de plumas; los árboles que rodeaban el recinto de la ciudad eran igualmente personas cargadas de follaje; las aguas de las fuentes manaban de algún cuerpo humano. Creía que en cualquier momento las estatuas e imágenes echarían a andar, que las paredes se pondrían a hablar, que los bueyes y otros animales análogos anunciarían el porvenir, que del propio cielo y de la órbita radiante del sol bajaría de pronto algún oráculo.













Apuleyo, El asno de oro, Madrid, Biblioteca clásica Gredos, Editorial Gredos S.A 2001, pág 26
Seleccionado por: Marta Talaván González, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017

Del Espíritu de las Leyes, Montesquieu




Cuarta parte
Libro XX
De las leyes en relación con el comercio, considerado en su naturaleza y en sus distinciones
Capítulo XXII: Reflexión particular

   Impresionados por lo que se practica en algunos Estados, algunos piensan que se necesitan en Francia leyes que inviten a los nobles a ejercer el comercio. Pero éste sería el medio de destruir la nobleza sin ninguna utilidad para el comercio. La práctica de este país es muy acertada: los negociantes no son nobles, pero pueden serlo. Tienen la esperanza de alcanzar la nobleza, pero no sus inconvenientes actuales. No disponen de otro medio más seguro para salir de su profesión que ejercerla bien y honorablemente, cosa que va normalmente unida a su capacidad.
   Las leyes que no permiten el cambio de profesión y ordenan que ésta pase de padres a hijos no son, ni pueden ser útiles, sino en los Estados despóticos, donde nadie puede ni debe tener emulación.
   Que no se alegue que cada uno ejercería mejor su profesión al no poder abandonarla por otra; afirmo que, por el contrario, cada cual ejercerá mejor su profesión cuando los que se hayan destacado esperen poder cambiar.
   La adquisición de la nobleza por dinero, estimula a los negociantes para lograr conseguirla. No analizo aquí si es bueno dar de este modo a las riquezas el premio de la virtud: hay determinados Gobiernos donde esto puede ser muy útil.



Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento, 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 229, cuarta  parte, libro XX.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero de bachillerato, curso 2016-2017.


Historia de roma desde su fundación, Tito Livio

      La alarma no fue ciertamente menor en toda la ciudad que en el campo de batalla; muchos puestos de guardia fueron abandonados en la huida despavorida,y también los muros al saltar  de ellos cada uno por donde le cogía más a mano. Cuando Escipión, que había salido hasta la llamada Colina de Mercurio, se percato de que las murallas estaban desguarnecidas de defensores en muchos tramos hizo salir a todos del campamento y les dio orden de avanzar al asalto de la ciudad y llevar escalas. El protegido por los escudos que tres jóvenes vigorosos sostenían ante él, pues eran ya muy grande la cantidad de dardos de todo tipo de todo tipo que salían volando de los muros, se acercó a la ciudad . Animaba, daba las ordenes precisas, y, cosas que tenían gran importancia para enardecer los ánimos de los soldados, estaba allí presente como testigo ocular del valor o la cobardía de cada cual. Por eso corren arrostrando heridas y armas arrojadizas; ni los muros ni los combatientes que hay sobre ellos pueden impedir que rivalicen por escalarlos. También se inició al mismo tiempo el ataque naval de la parte de la ciudad que baña el mar;
   pero por ese nado era mayor el ruido que la fuerza que se podía emplear. Mientras abordan, mientras desembarcan precipitadamente escalas y hombre, mientras se apresuran a saltar a yerra por otro sitio más a mano se estorban unos a otros con las propias prisas por ser los primeros.

Tito Livio, Historia desde su fundación, Editorial Gredos, publicada en Madrid en 2001, libro XXVI/XXX,página 89 /90 parte XXVI.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Epístolas morales a Lucilio II, Séneca

      86
Elogio de la virtud de Escipión. El trasplante del olivo y de la vid.

      Te escribo estas letras mientras descanso en la misma quinta de Escipión Africano, después de haber venerado sus manes y el altar que sospecho que constituye la tumba de tan egregio varón. Tengo la convicción de que su espíritu ha vuelto al cielo de que procedía, no porque se acaudilló numerosos ejércitos (pues estos también los poseyó el furioso Cambises, que utilizó con éxito su furor), sino por su noble moderación y por su patriotismo, que consideró en él más admirable cuando abandonó la patria que cuando la defendió; o Escipión debía permanecer en Roma, o permanecer en libertad . "No quiero -afirmó- derogar en el ápice de las leyes , ni en la de las instituciones, que el derecho sea igual para todos los ciudadanos. Sírvete, oh patria, de mis beneficios sin mi presencia. He sido para ti la causa de la libertad, seré también la prueba de que la tienes; me marcho, si me he encumbrado más de lo que a ti te conviene."
      ¿Por qué no admirar esta grandeza de alma con que se retiró a un destierro voluntario y aligeró de un peso a la ciudad? Al tal extremo había llegado la situación, que o lalibertad ocasionada afrenta a Escipión, o Escipión a la libertad. Ni lo uno ni lo otro lo permitían los dioses; por ello dio prelación a las leyes y se retiró a Literno, dispuesto a cargar en cuenta a la República tanto su destierro como el de Aníbal. 
      He contemplado la quinta construida con piedras labradas, el muro en derredor del parque, también las torres erigidas a uno y a a otro lado para protección de la quinta, la cisterna escondida entre los edificios y jardines y que podía satisfacer las necesidades las necesidades hasta de un ejército, la sala de baño reducida ,oscura conforme a la antigua usanza; a nuestros mayores no les parecía abrigada si no era oscura.


       Séneca, Epístolas morales a Lucilio II, Madrid, Editorial Gredos S.A, 2001, páginas 60-62.
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín, Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.

La obra, Émile Zola

        Claude corrió raudo a coger su caja de pinturas al pastel y una gran hoja de papel. Luego, acuclillado junto a su silla baja, posó sobre sus rodillas un cartapacio y se puso a dibujar con una gran felicidad pintada en el semblante, Toda su turbación, su curiosidad carnal, su deseo contra el que había lucha desembocaban en aquel deslumbramiento de artista, en aquel entusiasmo por la bellas tonalidades y los bien articulados músculos. Se habían olvidado ya de la muchacha y estaba bajo el hechizo de la nieve de los pechos, que resplandecían entre el delicado color ambarino de los hombros. Una modestia inquieta le empequeñecía ante la naturaleza, apretaba los codos, volviéndose un niño pequeño, muy prudente, atento y respetuoso. Esto duró cerca de un cuarto de hora, se detenía a veces, aguzaba la vista para ver mejor. Pero como temía que ella moviese, se volvía a poner manos a la obra, conteniendo la respiración, por temer a despertarla.
         Sin embargo, comenzaban a rondarle de nuevo por la mente vagos razonamientos mientras estaba concentrado en el trabajo. ¿Quién podía ser? Seguro que una pordiosera no, como había creído, porque estaba demasiado lozana. Pero, ¿por qué razón le había contado una historia tan poco creíble? Y se imaginaba otras historias: que era una actriz debutante que había ido a parar a París con un amante, el cual la había plantado; o una pequeña burguesa corrompida por una amiga, que no se atrevía a volver a casa sus padres; o incluso, un drama más complicado, perversiones ingenuas y poco corrientes, cosas espantosas que nunca sabría. Tales hipótesis no hacían sino aumentar su incertidumbre, por lo que pasó al esbozo el rostro, estudiándolo cuidadosamente. La parte superior revelaba la gran bondad y dulzura, con la frente despejada, lisa como un espejo claro, la nariz pequeña, de finas aletas nerviosas; y bajo los párpados se percibía la mirada risueña, una mirada que debía de iluminar el rostro entero. Sólo la parte inferior estropeaba esta irradiación de ternura: la mandíbula era prominente, los labios demasiado carnosos de un color sangre, que mostraban unos dientes blancos y firmes. Era como una pasión imprevista, la pubertad rebosante de vida y que se ignoraba a sí misma en aquellas facciones esfumadas, de una delicadeza infantil.



   Émile Zola, La obra, Barcelona, Penguin Clásicos, ed. 20, 2007, pág 65
    Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016