jueves, 17 de noviembre de 2011

Ramayana, Valmiki

Hay una vasta comarca, fértil, sonriente, abundante en toda clase de riquezas, tanto en cereales como en ganado, asentada en la orilla del Sarayú, llamada Kauzala. En esta comarca, existía una ciudad, célebre en todo el mundo por haber sido fundada por Manú, cabeza del género humano.
En esta ciudad se llamaba Ayodhayá.
Feliz y bella ciudad, provista de puertas distribuidoras a distancias bien calculadas, estaba atravesada por grandes calles, ampliamente trazadas, entre las que desollaba la calle Real, en donde los surtidores de agua abatían el vuelo del polvo. Numerosos compradores frecuentaban sus bazares e innumerable joyas adornaban sus tiendas. Inexpugnable, su suelo estaba ocupado por grandes mansiones y embellecido por bosquecillos y jardines públicos. Profundos fosos, imposibles de franquear, la circundaban. Sus arsenales estaban repletos de variadas armas y sus puertas estaban cornamentadas por arcadas en donde los arqueros velaban constantemente.
Un magnánimo rey, llamado Dazaratha, cuyas victorias engrandecían periódicamente al Imperio, gobernaba por aquel entonces esta villa, como Indra gobierna su Amaravati, ciudad de los Inmortales.
Este príncipe, bien instruído en justicia y para quien ésta era el fin supremo, no tenía ningún hijo en quien continuar su estirpe y su corazón se consumía de melancolía.
Un día, meditando sobre su desdicha, le vino a la mente esta idea: ''¿Quién me impide celebrar un azwa-medha para conseguir un hijo?''
El monarca fue a encontrar a Vazisthe, le rindió el homenaje que el decoro exigía y le habló con este respetuoso lenguaje: ''Es preciso celebrar inmediatamente el sacrificio en la forma que ordena el Zasrta, y ordenarlo todo con tal esmero que ninguno de esos genios destructores de ceremonias sagradas pueda interponer algún impedimento. A ti te toca, pues, cargar sobre tus hombres el pesado fardo de un sacrificio tal''
-''¡Sí!- respondió al rey más virtuoso de los regentados-. Con toda seguridad, haré lo que Tu Majestad desea.''
Habiendo hecho llamar a Sumatra, el ministro ''Invita-le dijo Vazistha-; invita a cuantos reyes son devotos de la justicia de la tierra.''
Después de transcurridos unos cuantos días y unas cuantas noches, llegaron numerosos reyes a quienes Dazaratha había enviado pedrerías, como real obsequio. Entonces Vazistha, con el alma satisfecha, dirigió estas palabras al monarca: ''Todos los reyes han llegado¡o ¡oh, el más ilustre de los soberanos! tal como tú habías mandado. A todos les he tratado bien y les he honrado dignamente.''
Encantado por estas palabras de Vazisthe, dijo el rey: ''Que el sacrificio provisto en todas sus partes de cosas ofrecidas a todos deseo sea celebrado hoy mismo''
En seguida, los sacerdotes, consumados en la ciencia de la Sagrada Escritura, empezaron la primera de las ceremonias la ascensión del fuego, siguiendo los ritos enseñados por la tradición de Kalpa. Las reglas de las expiaciones fueron asimismo observadas enteramente e hicieron todas las libaciones que las circunstancias prescribían.
Entonces Kaauzalya describió un pradakshina , alrededor del caballo consagrado; le veneró con la debida piedad y le prodigó ornamentos, perfumes y guirnaldas de flores.



Valmiki, Ramayana, segunda edición, Barcelona, año 1982, págs 3-5, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

Cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer

Había una vez en Siria una rica compañía de mercaderes, gente sobria y honrada, que exportaba sus esperencias, paño de oro y satenes de vivos colores, a lo largo y ancho del mundo. Tan original y barata era su mercancía, que todos estaban dispuestos a venderles género y hacer negocio con ellos. Sucedió un día que algunos de los mercaderes decidieron ir a Roma, alojándose en el barrio que les pareció más conveniente para sus menesteres.
Estos mercaderes pasaron una temporada a sus anchas en la ciudad, pero sucedió que llegó a oídos de cada uno de ellos noticia de la excelente fama de la hija del emperador , doña Constanza. La información que recibieron decía: "nuestro emperador en Roma, cuya vida guade Dios muchos años, tiene una hija; si sumas su bondad ala belleza, no ha habido otra igual desde que el mundo es mundo. Que Dios proteja su honor, vanidad, junventud sin desenfreno ni capricho; la virtud guia todas sus acciones; con su humildad pone freno a toda arrogancia; es el espejo de la cortesía; su corazón es un ejemplo de santidad y su mano es generosa reparitendo caridad."
Y toda esta información era tan veraz como Dios es verdadero. Pero volviendo a la historia que estaba relatando, cuando los mercaderes acabaron de cargar sus barcos y hubieron visto a esta bendita doncella, regresaron satisfechos a su hogar en Siria y prosiguieron con sus negocios com antes . No puedo deciros nada más, sino que vivieron prósperamente para siempre. Ahora bien, ocurría que estos mercaderes se hallaban en buenas relaciones con el sultán de Siria, por lo que siempre que regresaban de un país extraño, el los recibí con generosa hospitalidad y los interrogaba sobre los diversos países para estar bien informado de todas las maravillas y portentos que pudieran haber visto y oído. Y, entre otras cosas, los mercaderes le hablaron particularmente de dona Constanza y le felicitaron una explicación circunstanciada de su gran valía con tal seriedad, que su imagen se apoderó de la mente del sultán y le obsesionó totalmente hasta que su único deseo fue el de amarla hasta el fin de sus días.


Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, Madrid, editorial Cátedra S. A., 1997, páginas 170 y 171. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

Las mil y una noches, "Noche 200"

Llegada la noche, Dinasard pidió a su hermana Shahrasad que, si no tenía sueño, les siguiera contando la historia para pasar más agradablemente la velada. Y Shahrasad accedió encantada:
Cuentan, majestad, que el joyero siguió narrando lo que había ocurrido:
Después de manifestar la voluntad de que fuera su madre quien lo enterrara, se desmayó, permaneciendo inconsciente un buen rato. Pero ya había recobrado el conocimiento cuando oímos que una doncella recitaba los siguientes versos:

Después de gozar de amor y felicidad,
la separación dolor nos ha traído.

Estar juntos, y separados luego,
no puede más que destrozar amantes.

Mejor es el breve momento de la muerte
que los largos días de distanciamiento.

Aunque Dios a todos los amantes reúne,
de mí se ha olvidado y en ansia vivo.

Casi sin darme cuenta, la doncella acabó el poema en el mismo momento que Nuraddín Alí ben Bakkar hacía un estertor y su alma abandonaba el cuerpo Yo mismo amortajé el cadáver y dejé que nuestro anfitrión lo custodiara.
Dos días después, emprendí el camino de regreso a Bagdag. Mi obligación era dirigirme, tan pronto como me fuera posible, a casa de Nuraddín Alí ben Bakkar. Y así lo hice. Los sirvientes me recibieron con gran parabién, pero yo tenía intención de hablar con la madre de Nuraddín Alí inmediatamente y pedí el permiso correspondiente. La mujer me recibió con cortesía y me invitó a sentarme.
-Que Dios Excelso os tenga de su mano -le dije, al poco rato-. Dios es quien dicta el destino de todos nosotros, y nadie puede eludir lo que Él dispone.
-Me estáis diciendo que mi hijo ha muerto, ¿no es así? -me dijo mientras lloraba amargamente.
La verdad es que no pude contestarle porque también a mí el llanto me impedía hablar. El cuerpo de la mujer se desplomó inconsciente, pero pronto acudieron un grupo de doncellas para reanimarla.
-¿Qué le ha ocurrido? -me preguntó, al volver en sí.
No tuve más remedio que explicarle la larga historia de sufrimiento y dolor de mi buen amigo Nuraddín Alí y le expresé mi más profundo pesar por haberle perdido.
-Nunca me había revelado su secreto -dijo la mujer-. ¿Cuál ha sido su última voluntad?
Le repetí las palabras que Nuraddín Alí me había dicho antes de morir y me fui, dejándola triste y desconsolada. Iba yo inmerso en mis pensamientos, triste y desconsolado por la pérdida de mi amigo, recordando los días en que tan a menudo lo visitaba, cuando de repente una mujer me agarró de la mano. Era de nuevo la sirvienta de Shamsannahar. Esta vez vestía de negro y tenía aspecto de estar profundamente afectada por alguna desgracia. No tardé en comprender que Shamsannahar también había muerto y no puede contener las lágrimas. Así pues, la sirvienta y yo intentamos consolarnos mutuamente para no derramar más llanto y sufrir más de lo necesario. Nos dirigimos a mi casa y allí le conté cómo había muerto Nuraddín Alí y me interesé por las circunstancias que habían rodeado la muerte de la joven Shamsannahar.
-Tal como os dije -me contó la sirvienta-, el califa la había encerrado en sus aposentos pero, por lo que parece, su majestad en ningún momento dio crédito a las acusaciones de que era víctima Shamsannahar. Además, el califa la quería tanto que no cesaba de elogiar sus virtudes, físicas e intelectuales y de insistir que, para él, era completamente inocente y que la quería como a ninguna otra persona. De modo que, al cabo de unos días, ordenó que fuera trasladada a una espléndida habitación con detalles de oro por todas partes. Esta decisión, sin embargo, no fue del agrado de Shamsannahar. Aquella misma tarde, el califa se dispuso, como de costumbre, a disfrutar de la compañía de sus concubinas e hizo que Shamsannahar se sentara en lugar preferente para que a nadie le quedara ninguna duda de que seguía ocupando un lugar preeminente en su corazón. Pero Shamsannahar estaba triste, no podía disimular el respeto y el miedo que le inspiraba el califa. Y una de las doncellas recitó:

El amor ha hecho una llamada a mis lágrimas,
y han contestado, esparciéndose por mis mejillas.

Mis párpados soportan el peso de la desgracia,
mostrando la pena y escondiendo el amor.

¿Cómo podré disimular mi profunda pasión
si este deplorable mío me delata?

Si la persona amada está lejos, prefiero la muerte,
y me gustaría saber si a ella lo mismo le ocurre.

Las mil y una noches, Barcelona, ed. Ediciones Destino, año 1998, págs. 420-422. Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.