lunes, 19 de enero de 2015

Robert L. Stevenson, La isla del tesoro





Capítulo XII
Consejo de guerra


        Pasos precipitados cruzaron la cubierta. Oí el tropel de la gente que subía presurosa de la cámara y del rancho de la marinería, y , deslizándome en un instante fuera del barril, me agazapé bajo la cangreja del trinquete, di un rodeo hacia popa y volví a aparecer sobre la cubierta despejada a tiempo para reunirme con Hunter y el doctor Livesey, que corrían hacia la amura de barlovento.
       Allí estaba yatodo el mundo. Un banco de niebla se había levantado en cuanto apareció la luna. Allá lejos, al suroeste de nosotros, vimos dos colinas bajas, a un par de millas un de otra, y alzándose por detrás de una de ellas, otra tercera  y más alta, cuya cima aún estaba envuelta en la niebla. Las tres parecían escarpadas y de forma cónica.
       Todo eso lo vi casi en sueños, pues aún no me había repuesto del horrible pavor que sentía un minuto antes. Oí la voz del capitán Smollett, que daba órdenes. La Hispaniola se ciñó un par de cuartas más al viento; seguíamos ahora un derrotero que bordeaba la isla justo por el este.
       - Vamos a ver, muchachos -dijo el capitán cuando se terminó la maniobra-, ¿alguno de vosotros ha estado antes en esa tierra?
         -Yo, señor -dijo Silver-. Yo he hecho aguada aquí con un bajel mercante del que era cocinero.
         - El fondeadero está al sur, detrás de un islote, ¿no es eso? -preguntó el capitán.
         - Sí, señor; la Isla del Esqueleto lo llaman. Antiguamente fue refugio de piratas, y un marinero que llevábamos a bordo sabía todos los nombres de estos lugares. Aquella colina hacia el norte la llaman el Trinquete; después hay tres hacia el sur, señor: Trinquete, Mayor y Mesana




Robert L. Stevenson, La isla del tesoro, Barcelona, Vicens Vives, 1996, página 93-94. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
       

Cantar del Roldán, Anónimo

Dichas estas razones, calla el emperador.
Allí el conde Roldán, que en ello no consiente,
se levanta muy firme y va a contradecirlo.
Dice al rey: "¡Mala hora si creéis a  Marsil!
Hace ya siete años que vinimos a España;
por vos he conquistado a Noples y Commibles,
he tomado Valterna y la tierra de Pina,
y también Balaguer, y Tudela y Sezilla.
El rey Marsil entonces hizo una gran tradición:
quince de sus paganos nos mandó mensajeros,
llevaban en la mano sendos ramos de olivo
y os dijeron las mismas palabras que ahora dicen.
Allí a vuestros franceses les pedisteis consejo:
fuisteis aconsejado bastante locamente;
a dos de vuestros condes mandasteis al pagano,
el uno era Basán, el otro era Basilio:
cortóles la cabeza en los montes de Altilia.
Continuad la guerra que tenéis iniciada,
llevad a Zaragoza vuestra hueste levada,
asediadla muy fuerte mientras sigáis con vida,
así podréis vengaros del que mató a traición."


  Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, Cátedra, 1999, ed. 5, página 44-45. 
  Seleccionado por Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Jules Renard, Pelo de zanahoria


La miga de pan.

     El señor Lépic, si está de buen humor, no duda en entretener él mismo a los niños. Les cuenta cuentos por los caminos del jardín y a veces ocurre que el hermano mayor Félix y Pelo de Zanahoria se revuelcan por el suelo de tanto reírse. Esta mañana, ya no pueden mas. Pero su hermana Hernestine viene a decirles que la comida está lista y con eso se tranquilizan. En todas las reuniones de la familia, los rostros se ponen ceñidos.
     Se come rápido, como siempre, y sin respirar, y nada impediría ya dejar la mesa a otros si estuviera reservada, cuando la señora Lepic dice: 
       -¿Quieres alcanzarme una misa de pan, por favor? Es para acabar la compota.
       ¿A quién se dirige?
       La señora Lepic se sirve casi siempre ella misma, y solo habla con el perro. Le informa del precio de las verduras y le explica lo difícil que es alimentar con poco dinero, hoy en día, a seis personas y a un animal.          
     -No -le dice a Pyrame que gruñe de amistad y golpea el felpudo con su cola-, no sabes tú bien el trabajo que me cuesta llevar esta casa. Te imaginas, como los hombres que una cocinera lo tiene todo a cambio de nada. A ti te da igual que la mantequilla suba y que los huevos estén inasequibles.

     Jules Renard, Pelo de zanahoria, Madrid, Akal Literaturas, 2002. Página 69.
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Cancionero II


CCXXXIX
     Hacia la aurora, donde dulce el aura
     en la nueva estación mueve las flores,
     y comienzan los pájaros sus versos,
     tan dulces las ideas en el alma
     se van a quien las tiene por la fuerza
     que regressa conviéneme a mis notas.

     ¡Templar pudiera en tan süaves notas
     mi suspirar para endulzar a Laura,
     haciendo la razón lo que en mí fuerza!
     Más será invierno el tiempo de las flores
     antes que amor florezca en aquel alma
     que nunca valoró rimas ni versos.

     ¡Cuántas lágrimas, triste, y cuántos versos
     esparcí ya en mi tiempo; en cuántas notas
     he procurado doblegarle el alma!
     Mas ella sigue como roca al aura
    que, aunque mueve las frondas y las flores,
     nada puede si encuentra mayor fuerza.

     A hombres, dioses, Amor venció por fuerza,
     como puede leerse en prosa y verso,
     y yo cómo lo comprobé al brotar las flores.
     Ni mi señor ahora ni sus notas
     ni mis ruegos ni llanto hacen que Laura
     prive de vida o de martiro al alma.

Francesco Petrarca, Cancionero II, Madrid, ed.Cátedra, col.Tercera, página 722,723
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

La Divina Comedia, Dante Aligheri

                                          INFIERNO



                                     CANTO VIGÉSIMO




     A lo que me dijo: -Aquel a quien le baja la barba por la ennegrecida espalda, fue augur al tiempo en que Grecia se vio tan escasa de hombres, que apenas quedaron más que los niños de las cunas, y juntamente con Calcante dio en Aullide la señal para que cortasen el primer cable. Tuvo por nombre Euripilo, y le celebra mi alta Tragedia en algún lugar: bien lo recordarás tú, que la sabes toda. El otro tan estrecho de ijares, fue Miguel Escoto, ducho en el arte de las mágicas imposturas. Mira a Guido Bonnati, mira a Asdente, que desearía ahora habérselas con el cordobán y el cabo, y se arrepiente, pero tarde. Mira a las desdichadas que dieron de mano a la aguja, a la lanzadera y al huso por meterse a encantadoras, y que componían sus maleficios con drogas y con figuras. Mas ven ahora; que ya llega Caín con su carga de espinas al confín de ambos hemisferios, y se entra en el mar cerca de Sevilla, y ya ayer noche de luna estaba redonda: lo cual no habrás olvidado, porque te alumbró más de una vez en la obscura selva.
     Así me hablaba, y entre tanto seguíamos andando.




Dante Aligheri, David, La Divina Comedia, Barcelona, Biblioteca Universal, Editorial Océano, s-a, páginas 98 y 99.  Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CCCXLIII"


CCCXLIII

Recordando el mirar que hoy honra el cielo,
la dorada cabeza, aquella cara, 
y aquella voz angélica y humilde
que me endulzaba, y ahora me acongoja,

no comprendo que pueda seguir vivo,
si aquélla, que más bella o más honesta
en duda nos dejara, no llegase
en mi socorro al despuntar la aurora.

¡Qué dulces y piadosas acogidas!
¡Y cómo atentamente escucha y sigue
la larga historia de mis penas todas!

Después cuando la hiere el claro día,
regresa al cielo, sin poder perderse,
con las mejillas húmedas de llanto.


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, página 971
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

Cantar de Roldán, Anónimo

XVIII


     Señores mis barones, ¿a quién enviaremos que vaya al sarraceno que tiene a Zaragoza? "
     Responde allí Roldán: ''Me presto voluntario."
     Dice el conde Oliveros: "Vos no podéis hacerlo.
     Vuestro carácter es áspero y altanero, 
     y yo mucho me temo que la violencia surja.
     Si el rey lo permitiese, yo seŕe el enviado"
     Allí responde el rey: "Uno y otro, ¡calláos!
     Ninguno de los dos pondréis allí los pies.
     ¡Por esta barba mía que ya veis blanquear, 
     ninguno de los Doce Pares será enviado!"
     Los franceses se callan, todos están callados.



     Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, ed.Cátedra, col. Letras Universales, 1999, página 47.
     Seleccionado por Laura Tomé Pantrigo. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.



Fausto, Johann W. Goethe

    SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA 
PRIMER ACTO
PARAJE AMENO

     ARIEL. ¡Escuchad el estruendo de las Horas!
     Sonando a los oídos del espíritu
     el nuevo día acaba de nacer.
     Puertas de roca suenan y retumban,
     ruedas de Febo avanzan con estruendo,
     ¡qué estrépito se acerca con la luz!
     Hay ruido de tambores y trompetas,
     se pasman las miradas, los oídos ;
     no se oye lo inaudito. Deslizaos
     dentro de las corolas de las flores,
     más hondo, hasta habitar en el silencio,
     en las rocas, debajo del follaje.
     Sordos os quedaréis, si os llega el ruido.
     FAUSTO. El pulso de la vida late con frescor vivo,
     al saludar, benigno, la aurora por el éter.
     Tu también, tierra, has sido constante en esa noche,
     y alientas reviviendo otra vez a mis pies,
     y empiezas a rodearme de nuevo de alegría;
     mueves y excitas una decisión poderosa
     de esforzarme constante a la vida más alta...

Johann W. Goethe, Fausto, Barcelona, Planeta, 1980, página 141
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo . Segundo de bachillerato. Curso 2014-1015


Los cuentos de así fue, Rudyard Kipling

ASÍ FUE COMO AL LEOPARDO LE SALIERON SUS MANCHAS

   
     INICIO aquí la historia que cuenta que, en los días en que todos empezaban a vivir, mi querido niño, el leopardo habitaba un lugar llamado Alta Meseta, o la Meseta Arbustácea, ni la Meseta Baldía, sino la desnuda, caliente y brillante Alta Meseta, en la que había arena, y rocas de color arenoso, y tan amarillo de la arena. Allí vivían la jirafa, la cebra, el eland, el kudú y el búfalo; y por todas partes estaba el color arenoso amarillento parduzco; en cuanto al leopardo, ése era el más arenoso amarillento parduzco de todos..., era un especie de animal gatuno de color grisáceo amarillento que hasta en el último de sus pelos se confudía con el color exclusivamente amarillento grisáceo parduzco de la Alta Meseta*. Eso era fatal para la jirafa, la cebra y el resto de los animales, pues el leopardo se tumbaba sobre un matojo de hierbas o una piedra de color exclusivamente amarillento grisáceo parduzco, y cuando la jirafa, o la cebra, o el eland, o el kudú o el macho de los arbustos o el antílope rojizo pasaban junto a él, les podía arrebatar por sorpresa sus vidas saltarinas. ¡Vaya si lo hacía! Había, además, un etíope que llevaba arco y flechas (por aquel entonces era un hombre de color exclusivamente grisáceo parduzco amarillento), que vivía en la Alta Meseta con el leopardo; y los dos solían cazar juntos- el etíope con su arco y flechas, y el leopardo sólo con sus dientes y garras-, hasta que llegó un momento, mi querido niño, en el que la jirafa, y el eland y el kudú y el cuaga ya no sabían en qué dirección saltar. ¡De verdad que no lo sabían!


     Rudyard Kipling, Los cuentos de así fue, Madrid, Editorial Akal, S.A., Páginas 83, 84, 2002. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CCCLXV"

CCCLXV

Yo voy llorando mis pasados tiempos
en los que amé las cosas de este mundo,
sin elevar el vuelo, habiendo alas,
para dar de mí acaso nombre ejemplo.

Tú que ves los indignos males míos,
inmortal e invisible Rey del cielo,
socorre al alma frágil y perdida,
y llena con tu gracia su defecto;

que si ha vivido en guerra y en tormenta,
que muera en paz y en puerto; si la estancia
vana fue, que no sea la partida.

Para el poco vivir que ya me queda
y para el buen morir dame tu mano:
Tú sabes bien que en nadie más confío.


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, página 1027
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

D.H. Lawrence, El amante de lady Chatterley


XII

     Connie se fue al bosque directamente después de comer. Era un día hermoso. Los primeros dientes de león se abrían como soles, y las primeras margaritas eran muy blancas. La arboleda de avellanos formaba una labor de encaje con las hojas semiabiertas y la espiga perpendicular de los amentos. Las amarillas celidonias, constituía legiones, abiertas del todo y echadas hacia atrás, en un gesto de turgencia, con su esplendor amarillo. Era el amarillo, el poderoso amarillo de principios de verano. Y las anchas prímulas, henchidas de pálido abandono, se abrían en espesos macizos olvidando su timidez. El verde oscuro y exuberante de los jacintos era un mar, con los botones alzándose como pálidos granos de maíz. mientras que  en el camino se desmelenaban matas de nomeolvides y las aquileñas desplegaban sus encajes purpúreos, y aparecían cascarones azunlencos de huevo de pájaros bajo los matorrales. ¡En todas partes había yema y brotes de vida!


  Lawrence D.H., El amante de lady Chatterley, Madrid, Bibliotex, S.L., 1960 Página: 211
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

David Copperfield, Charles Dickens

CAPÍTULO XVIII

DISOLUCIÓN DE SOCIEDAD

     Me apresuré a poner inmediatamente en ejecución el plan que había formado relativo a los debates parlamentarios. Era uno de los hierros de mi forja que había que golpear mientras estuviera caliente, y me puse a ello con una perseverancia que me atrevo a admirar. Compré un célebre tratado sobre el arte de la taquigrafía (que me costó diez chelines) y me sumergí en un océano de dificultades, y al cabo de algunas semanas casi me habían vuelto loco todos los cambios que podía tener uno de esos acentos que colocados de una manera significaban una cosa y otra en tal otra posición; los caprichos maravillosos figurados por círculos indescifrables; las consecuencias enormes de un signo tan grande como una pata de mosca; los terribles efectos de una curva mal colocada, y no me preocupaban únicamente durante mis horas de estudio: me perseguían hasta durante mis horas de sueño. Cuando por fin llegué a orientarme más o menos a tientas, en medio de aquel laberinto y a dominar casi el alfabeto, que por sí solo era todo un templo de jeroglíficos egipcios, fui asaltado por una procesión de nuevos horrores, llamados signos arbitrarios. Nunca he visto signos tan despóticos; por ejemplo, querían absolutamente que una línea más fina que una tela de araña significara espera, y que una especie de candil romano se tradujera por perjudicial. A medida que conseguía meterme en la cabeza todo aquello me daba cuenta de que se me había olvidado el principio. Lo volvía a aprender, y entonces olvidaba lo demás. Si trataba de recordarlo, era alguna otra parte del sistema la que se me escapaba.

Charles Dickens, David Copperfield, Pozuelo de Alarcón (Madrid), Espasa Calpe, Colección Austral, 1999, Páginas 668-669.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

Cantar de Roldán, Anónimo

                                                                   LV
 El rey Carlos el Magno ha devastado España,
tomado sus castillos, quebrado sus ciudades.
La guerra ha terminado, dice el emperador.
Hacia la dulce Francia cabalgata el rey Carlos :
allí el conde Roldán ha plantado la enseña
en la cima de un cerro y hacia el cielo la eleva.
Los franceses acampan por toda la comarca.
Los paganos cabalgan por los valles inmensos
las lorigas vestidas y con sus cotas dobles,
los yelmos bien sujetos, ceñidas las espadas,
los escudos al cuello, las lanzas preparadas.
Encima de los mones, en un bosque descansan :
son cuatrocientos mil los que esperan el alba.
¡Dios, qué gran dolor: los franceses lo ignoran!

Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, Catedra, 1999, página 64. Seleccionado por Nuria Muñoz Flores. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Edgar Allan Poe, Cuentos II

                                                                    Bon-Bon



     No creo que ninguno de los parroquianos que, durante el reino de... frecuentaban el pequeño café en el cul-de-sac Le Febre, en Ruán, esté dispuesto a negar que Pierre Bon-Bon era un restaurateur de notable capacidad. Me parece todavía más difícil negar que Pierre Bon-Bon era igualmente bien versado en la filosofía de su tiempo. Sus patés de foies eran intachables, pero, ¿qué pluma podría hacer justicia a sus ensayos sur la Nature, a sus pensamientos sur láme, a sus observaciones, sur l'esprit? Si sus omelettes, si sus fricandeaux eran inestimables, ¿qué literato de la época no hubiera dado el doble por una idée de Bon-Bon que por la despreciable suma de todas las idées de los savants? Bon-Bon había explorado bibliotecas que para otros hombres eran inexploradas; había leído más de lo que otros podían llegar a concebir como lectura; había comprendido más de lo que otros hubieran imaginado posible comprender; y si bien no faltaban en la época de su florecimiento algunos escritores de Ruán para quienes <>, y a pesar, nótese bien de que sus doctrinas no eran comprendidas de manera muy general, no se sigue empero de ello que fuesen difíciles de comprender. Pienso que su propia evidencia hacía que muchas personas las tomaran por abstrusas. Kant mismo -pero no llevemos las cosas más allá- debe principalmente su metafísica a Bon-Bon. Este no era platónico ni, hablando en rigor, aristotélico; tampoco, a semejanza de Leibnz, malgastaba preciosas horas que podían emplearse mejor inventando una fricassée o, facili gradu, analizando una sensación, en frívolas tentativas de reconciliar todo lo que hay de inconciliable en las discusiones éticas.



Edgar Allan Poe, David Cuentos II, Madrid, El libro de Bolsillo, Alianza Editorial, 1984, páginas 266 y 267. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

El viejo y el mar, Ernest Hemingway





EL VIEJO Y EL MAR

     Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado, los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orcen de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
     El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.
       Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
       Santiago- le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba varado el bote-. Yo podría volver con usted. Hemos hecho algún dinero. El viejo había enseñado al muchacho a pescar y el muchacho le tenía cariño. -No -dijo el viejo-. Tú sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.




Ernest Hemingway, El viejo y el mar, Barcelona, Booket, 1997, página 7-8. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CLX"

CLX

Amor y yo de maravilla lleno,
como quien nunca ha visto lo increíble, 
vemos a aquella cuando habla o ríe
que tan sólo a ella misma se parece.

Desde el bello sosiego de las cejas
mis leales estrellas tanto brillan
que no existe otra luz que inflame o guíe
a quien amar tan alto se propone.

¡Qué milagro es aquél, cuando en la hierba
casi una flor parece, o cuando oprime
con su cándido seno un verde brote!

¡Y qué dulzura en la estación temprana
verla pasar a solas pensativa,
tejiendo una guirnalda al oro terso!


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, páginas 551
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

Francesco Petrarca, Cancionero II "Soneto CLVIII"

CLVIII

Aquel acerbo y honorable día
tan viva al corazón mandó su imagen
que no ha de describirlo ingenio o pluma,
aunque vuelvo hacia él con la memoria.

El gesto lleno de piedad y dulce
amargo lamentar que yo escuchaba
dudar hacían mortal o diosa
era aquella que al cielo aquietó en tornor.

Oro el cabello, el rostro nieve cálida,
cejas y ojos, ébano y estrellas,
donde Amor no tendía su arco falso;

perlas y rosas, donde recogido daba el dolor ardientes voces bellas;
cristal el llanto, y llama los suspiros.


Francisco Petrarca, Cancionero II, Madrid, Editorial: Cátedra, Colección: Tercera, páginas 545
Seleccionado por Alejandro López Sánchez. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015