lunes, 19 de enero de 2015

Edgar Allan Poe, Cuentos II

                                                                    Bon-Bon



     No creo que ninguno de los parroquianos que, durante el reino de... frecuentaban el pequeño café en el cul-de-sac Le Febre, en Ruán, esté dispuesto a negar que Pierre Bon-Bon era un restaurateur de notable capacidad. Me parece todavía más difícil negar que Pierre Bon-Bon era igualmente bien versado en la filosofía de su tiempo. Sus patés de foies eran intachables, pero, ¿qué pluma podría hacer justicia a sus ensayos sur la Nature, a sus pensamientos sur láme, a sus observaciones, sur l'esprit? Si sus omelettes, si sus fricandeaux eran inestimables, ¿qué literato de la época no hubiera dado el doble por una idée de Bon-Bon que por la despreciable suma de todas las idées de los savants? Bon-Bon había explorado bibliotecas que para otros hombres eran inexploradas; había leído más de lo que otros podían llegar a concebir como lectura; había comprendido más de lo que otros hubieran imaginado posible comprender; y si bien no faltaban en la época de su florecimiento algunos escritores de Ruán para quienes <>, y a pesar, nótese bien de que sus doctrinas no eran comprendidas de manera muy general, no se sigue empero de ello que fuesen difíciles de comprender. Pienso que su propia evidencia hacía que muchas personas las tomaran por abstrusas. Kant mismo -pero no llevemos las cosas más allá- debe principalmente su metafísica a Bon-Bon. Este no era platónico ni, hablando en rigor, aristotélico; tampoco, a semejanza de Leibnz, malgastaba preciosas horas que podían emplearse mejor inventando una fricassée o, facili gradu, analizando una sensación, en frívolas tentativas de reconciliar todo lo que hay de inconciliable en las discusiones éticas.



Edgar Allan Poe, David Cuentos II, Madrid, El libro de Bolsillo, Alianza Editorial, 1984, páginas 266 y 267. Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

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