martes, 19 de junio de 2018

Flores del mal, Charles Baudelaire

APÉNDICES

XV

EL REBELDE

Como águila un ángel baja airado del cielo
y al incrédulo haciendo con furor los cabellos,
le sacude y le dice: ¡Acatarás la norma!
(porque soy tu ángel bueno, ¡no lo entiendes? ¡Lo exijo!)

Necesitas amar, sin viajes de honor,
a los pobres y malos, contrahechos y locos,
para hacer cuando pase por tu lado Jesús
una alfombra triunfal hecha de caridad.

El amor es así. No te venza el hastío,
a la gloria de Dios reaviva tus éxtasis;
es el único goce que podrá ser perenne.

y con tanta dureza como amor, ay, el ángel
con sus puños gigantes martillea al precito.
Pero el réprobo sigue repitiendo: ¡No quiero!


Charles Baudelaire, Las flores del mal, Planeta, (1840), páginas: 176-177-178

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018

martes, 12 de junio de 2018

REBELIÓN

CXX

LAS LETANÍAS DE SATÁN

¡Oh, el más sabio y más bello de los ángeles todos,
Dios privado de suerte a quien nadie bendice,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Yo te llamo el gran Príncipe del destierro, agraviado
y que cuando es vencido, vuelve a erguirse más fuerte,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡tu que todo lo sabes, rey del mundo abismal,
curandero perenne de congojas humanas,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que incluso al leproso, a los parias malditos,
a través del amor haces ver el Edén,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que amando a la muerte, vieja y recia querida,
la esperanza engendraste... esa espléndida loca.

Oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que das al proscrito esa altiva mirada
que condena a las gentes ante todo cadalso,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que sabes en dónde, en qué tierra envidiosa,
ocultó un Dios celoso los tesoros del mundo,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que ves con tus ojos el profundo escondrijo
donde duerme enterrado el metal que buscamos,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que ocultas abismos en tu anchísima mano
al sonámbulo errante de las altas cornisas,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que mágicamente haces blandos los huesos
del borracho inseguro al que arrolla un caballo,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que das el consuelo al que es débil y sufre
enseñando a mesclar con azufre el salitre,

oh Satán, ten piedad de mi larga dedicha!

¡Tú que dejas tu signo, sutilísimo cómplice,
en la frente del Creso implacable y ruin,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que inspiras en pechos de rameras el culto
de la llaga sangrante y el amor al andrajo,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Oh bastón de exiliados y candil de inventores,
confesor del ahorcado y aquel que conspira,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

¡Tú que adoptas por hijos al objetivo de cólera
que Dios Padre expulsó del Jardín del Edén,

oh Satán, ten piedad de mi larga desdicha!

                    ORACIÓN

Gloria a ti y alabanza, Satanás, en la altura
donde antaño reinaste, y el las simas más hondas
del Infierno, en que sueñas el silencio y vencido.
Haz que  mi alma, a la sombra de aquel Árbol de Ciencia,
a tu lado repose, cuando sobre tu frente
como un Templo novísimo sus ramajes se extiendan.


Charles Baudelaire, Las flores del mal, Planeta, (1840), páginas: 176-177-178


Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018

Flores del mal, Charles Baudelaire

FLORES DEL MAL


CIXX

LA DESTRUCCIÓN

A mi lado se agita sin cesar el Demonio,
flota en torno a mí como un aire impalpable;
le respiro y le siento abrazar mis pulmones
que me llena de un ansia sin final y culpable.

Como sabe mi amor por el Arte, se viste
con figuras que fingen seductoras mujeres,
y con ruines pretextos de adivinar el esplín,
acostumbra mis labios a los filtros infames.

me conduce muy lejos de los ojos de Dios,
jadeante y rendido de fatiga, hacia el centro
de los llanos del Tedio, despoblados, sin limites,

y me nubla la vista, hasta hacerla confusa,
con ropajes manchados, con heridas abiertas,
¡oh escenario sangriento de lo que es Destrucción!




Charles Baudelaire, Las flore del mal, Planeta, (1840), páginas: 158

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018

viernes, 8 de junio de 2018

Las flores del mal, Charles Baudelaiere

EL VINO

CVIII

EL VINO DE LOS AMANTES

¡Hoy me parece espléndido el espacio!
Sin freno, sin espuelas y sin brida,
cabalgando en el vino atravesemos
esos cielos divinos y fantásticos.

Vamos a ser los dos como unos ángeles
que abrasa una implacable calentura,
en el cristal azul de la mañana, 
sigamos los remotos espejismos.

blandamente mecidos sobre el ala
del torbellino que es inteligente,
en medio de un delirio paralelo,

oh hermana mía, nadaremos juntos,
huyendo sin reposo y sin treguas,
hacía aquel paraíso de mis sueños.


Charles Baudelaire, Las flore del mal, Planeta, (1840), páginas: 156

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018


Las flores del mal, Chales Baudelaire

SPLÍN E IDEAL

XLIX

EL VENENO

Sabe el vino dotar al tugurio más sórdido
de un lujo que parece milagroso,
y a menudo da vidas a portales de fábula
con sus rojos vapores que lo doran,
como un sol que se pone en un cielo de brumas.

Sé que el opio agiganta lo que no tiene límites,
que hace lo ilimitado mayor aún,
profundiza en el tiempo, los deleites ahonda,
y de placeres negros, melancólicos,
llena el alma hasta hacer que rebose de excesos.

Mas todo eso no puede compararse al veneno
de tus ojos tan verdes, que son lagos
donde el alma se ve temblorosa, invertida...
Allí acuden mis sueños en tropel
a beber en abismos que son todo amargura.

Mas todo eso no puede compararse al prodigo
cruel de tu saliva que corre,
que hunde mi alma incontrita en un pozo del olvido,
y la lleva arrastrada por el vértigo,
ya sin fuerzas, a orillas del gran mar de la muerte.


Charles Baudelaire, Las flore del mal, Planeta, (1840), páginas: 68

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018

viernes, 18 de mayo de 2018

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift

Viaje a Liliput
Libro primero 
Capitulo I


     Poseía mi padre una pequeña hacienda en el condado de Northingham. Yo era el tercero de sus cinco hijos. Cuando cumplí catorce años me envió a Chambridge, al colegio Enmanuel, en el que residí otros tres, enfrascados de lleno en mis estudios. Pero como los gastos de mi mantenimiento (aunque la cantidad a mí asignada era muy exigua) resultaban excesivos para mi fortuna  tan reducida, me vi obligado a entrar como aprendiz del señor James Bates, cirujano eminente de Londres, con quien permanecí cuatro años. Mi padre me enviaba de vez en cuando pequeñas cantidades de dinero que yo empleaba en aprender técnicas de náutica y otras ramas de matemáticas que resultaban de utilidad para quienes tienen la intención de viajar, cosa que desde siempre pensé que se me presentaría la oportunidad de hacer, tarde o temprano. Tras dejar al señor Bates, volví junto a mi padre, allí, gracias a su ayuda, a la de mi tío John, y a la de algunos otros parientes, obtuve cuarenta libras, además de una promesa de otras treinta anuales con que mantenerme en Leiden, donde estudié medicina durante dos años y siete meses, sabiendo lo útil que me habría de ser en mis largos viajes.
     Recién regresado de Leiden, mi maestro, el bueno del señor Bates, me recomendó como cirujano del Golondrina, al mando del cual estaba el capitán Abraham Pannell; con él permanecí tres años y medio, en los que hicimos un par de viajes al Oriente y a otros lugares. A mi vuelta tomé la determinación de establecerme en Londres, alentándome a ello el señor Bates, mi maestro, quien también me recomendó ante algunos parientes suyos. Alquilé parte de una pequeña casa en el barrio de la Judería Vieja, y habiéndoseme aconsejado que me convenía cambiar de estado, me casé con la señorita Mary Burton, la hija segunda del señor Edmund Burton, mercero de la calle Newgate, junto con la cual recibí una dote de cuatrocientas libras.
     Pero como el bueno de mi maestro viniese a morir al cabo de dos años y el número de amigos con que contaba fuera muy escaso, mi activida profecional comenzó a venirse abajo, porque mi pundonor no me permitía imitar las malas artes de muchos de mis colegas. Por ello, después de haber consultado con mi mujer y con algunas amistades, decidí regresar a la mar. fui cirujano en dos barcos sucesivamente, y durante seis años hice varios viajes a las indias Orientales y Occidentales, con lo cual conseguí aumentar mi patrimonio. Ocupaba mis horas de asueto con la lectura de los mejores autores, así antiguos como modernos, provisto como siempre estaba de un buen número de libros; y cuando ponía pie en tierra me dedicaba a observar las costumbres y formas de vida de aquella gente, así como aprender su lengua, cosa que me resultaba muy fácil gracias a la enorme capacidad de mi memoria.
     El último de estos viajes no resulto muy afortunado, por lo que terminé cansado de la mar, de suerte que me propuse quedarme en casa de mi mujer y mi familia. Trasladé mi residencia desde la Judería Vieja a Fetter Lane, y desde ahí a Wapping, con la esperanza de poder prosperar entre los marineros; pero estos planes no se iban a ver cumplido. Después de una espera de tres años en la idea de que las cosas mejorarían, acepté una ventajosa oferta del capitán William Pritchard, patrón de Antílope, que llevaba a cabo un viaje al mar del sur. nos dimos a la vela desde Bristol el 4 de mayo de 1699, y nuestro viaje se presentó al principio muy venturoso.
     no viene al caso, por motivos varios, abrumar al lector con los pormenores de nuestras aventuras por aquellos mares; baste decir, a guisa de información, que en nuestras travesía desde aquí a las indias Orientales nos vimos arrastrados por un violento temporal hasta el noreste de la tierra de Van Diemen. Supimos, tras llevar a cano unos cálculos, que nos hallábamos a 30º y 2 minutos de latitud sur. Doce miembros de nuestra tripulación habían parecido a causa del excesivo trabajo y la mala alimentación, mientras que el resto se hallaba en situación de extrema debilidad. El 5 de noviembre, que es cuando comienza el verano en aquella zona, y encontrándonos envueltos por una espesa niebla, los marineros distinguieron de pronto un escollo a unas cincuenta brazas de distancia del barco. Pero la fuerza del viento era tal que fuimos lanzados directamente contra él, y el barco, al instante se partió en dos. Seis miembros de la tripulación, entre los que me encontraba yo mismo, nos apresuramos para alejarnos del barco y del escollo en el bote que a habíamos echado al agua.


Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Nilenium, 1713, Milenium, páginas

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018
     

viernes, 4 de mayo de 2018

Cancionero, Francesco Petrarca

PRIMERA PARTE

I

Vosotros que escucháis en sueltas rimas
el quejumbroso son que me nutría
en aquel juvenil error primero
cuando en parte era otro del que soy,

del vario estilo en que razono y lloro
entre esperanzas vanas y dolores,
en quien sepa del amor por experiencia,
además de perdón, piedad espero.

pero ahora bien sé que tiempo anduve
en boca de la gente, y a menudo
entre mí de mí mismo me avergüenzo;

de mi delirio la vergüenza es fruto,
y el que yo me arrepienta y claro vea
que cuando agrada al mundo es breve sueño.

II

Por vengarse con gracia y ligereza,
castigando en un día mil ofensas,
tomó Amor el arco ocultamente,
como el que espera la ocasión propicia.

Estaba mi virtud dentro del pecho
para hacer su defensa allí y en los ojos,
cuando el golpe mortal bajó hasta donde
solía despuntarse todo dardo.

Pero, turbada en el primer asalto,
no tubo fuerzas ni tampoco espacio
para empuñar el arma ante el peligro,

o bien al alto y fatigoso otero
sagazmente apartarme del suplicio
del que hoy quiere, y no puede, liberarme.

III

Era el día en que al sol se la nublaron
por la piedad de su hacedor los rayos,
cuando fui prisionero sin guardarme,
pues me ataron, señora, vuestros ojos.

No creí fuera tiempo de reparos
contras golpes de amor, por ello andaba
seguro y sin sospechas; así mis penas
en el dolor común se originaron.

Hallóme Amor de todo desarmado,
con vía libre al pecho por los ojos,
que de llorar se han vuelto puerta y paso;

pero, a mi parecer, no puede honrarle
herirme en ese estado con el dardo,
y a vos armada el arco ni mostraros.

El que infinita providencia y arte
demostró en su admirable magisterio,
que creó este hemisferio y aquel otro
y a Jove más que a Marte hizo clemente,

viniendo al mundo a iluminar escritos
que la verdad habían ocultado,
apartó de la red a Juan y a Pedro,
y en el reino del cielo les dió parte.

De sí naciendo a Roma no hizo gracia,
mas si a Judea, porque siempre quiso
exaltar la humildad sobre otro estado;

y ahora un sol nos ha dado en una aldea,
y dan gracias el sitio y la natura
donde mujer tan bella vino al mundo.



Francesco Petrarca, Cancionero,Catedra, (1444-1482), Letras universales, páginas:  31-33-35-37

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018












viernes, 20 de abril de 2018

Cantar de los Nibelungos, Anónimo

CANTO III
De cómo Sigfrido fue a Worms

44     Jamás habían aquejado al joven héroe cuitas amorosas, cuando oyó contar que en Burgundia                                                               vivía una hermosa doncella digna de todo amor. De ellas hubo luego de recibir muchas alegrías, pero sufrir gran infortunio.

45     Su belleza sin par era famosa por doquier y la apuesta elegancia de esta doncella era admirada por muchos caballeros. Esta fama atraía multitud de forasteros al país de Gunter. 

46     Pero aunque era grande el número de sus pretendientes, nunca estimó Krimilda en los mas íntimo de su ser que hubiera uno de ellos a quien pudiera entregar su amor. Aquel a quien iba a rendir su corazón le era todavía desconocido.

47     Fue por entonces cuando el joven Sigfrido sintió las ansias de un noble amor. A su lado ninguno de los otros pretendientes significaba nada. Bien merecía el amor de las bellas damas. Y así ocurrió que después la noble Krimilda llegó a ser esposa del valeroso Sigfrido.

48     Sus parientes y muchos de sus vasallos le aconsejaron que, puesto que aspiraba a un amor constante, buscara mujer de condición igual a la suya. A esto dijo el valiente Sigfrido: "Entonces tomaré por esposa a Krimilda,

49     la hermosa doncella de Burgundia, por su singular belleza. Yo puedo afirmar que jamás hubo emperador alguno tan poderoso, que, deseando desposarse, no hubiese tenido por digna de su amor una reina tan noble como ella".

50     Esta nueva llegó a oídos de Sigmundo; Las gentes de su séquito hablaron de ello y así se enteró de la intención de su hijo. Mucho le pesó que él pretendiera doncella tan encumbrada.

51     La noticia alcanzó también a Siglinda, la esposa del noble rey. Ella sintió gran inquietud por la suerte de su hijo, pues bien conocía a Gunter y sus vasallos. Entonces le hicieron ver al héroe losriesgos de su proyecto.

52     Aquí habló el intrépido Sigfrido: "antes quisiera yo, querido padre,quedarme sin el amor de las nobles damas que renunciar a la que mi corazón a preferido. Dígase lo que se quiera, de esto no me va a disuadir nadie."

53     "Pues si tu no quieres cambiar de opinión", Habló entonces el rey, "yo ciertamente aceptaré con gusto tu decisión y te ayudaré lo mejor que pueda a realizar tu deseo. Pero el rey Gunter tiene muchos arrogantes caballeros.

54     Aunque no hubiera otro más que el valeroso Hagen, éste es capaz de hacer espléndidamente tales hazañas caballerescas, que yo temo mucho que nos haya de pesar el espiral el aspirar a doncella de tanto alto linaje."

55     Habló entonces Sigfrido: "¿Y qué es lo que eso nos puede impedir? Lo que yo no consiga amistosamente de ellos lo logrará sin más mi brazo por la fuerza. Creo qu puedo obligarles a cederme la gente y la tierra."

56     Ahora dijo el rey Sigmundo: "Tus palabras me causan dolor. Si se enteran de ellas en el país renano, jamás podrías presentarte allí. hace mucho que conozco a Gunter y Gernot.

57     Por la fuerza nadie puede conquistar a esa doncella", continuuo el rey Sigmundo, "eso lo sé bien. Pero si tu quieres dirigirte a Worms con la hueste de guerreros, habrá que convocar pronto a los amigos que tengamos".

58     "No es mi intención", replicó Sigfrido, "que me acompañe a Worms una hueste de guerreros. Ni es por las armas- eso me pesaría mucho- como yo quiero conquistar a la muy noble doncella.

60     De esto supo luego su madre Siglinda, que empezó a acongojarse por su querido hijo: temía perderlo a manos de los guerreros de Gunter. La noble reina se echo a llorar amargamente.


Anónimo, Cantar de los Nibelungos, Catedra, Siglo XIII, Letras universales, Páginas 48-49-50

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018



viernes, 9 de marzo de 2018

Ensayos, Michel De Montaigne

     El que inventó este cuento paréceme haber comprendido muy bien la fuerza de la costumbre: una mujer de pueblo, habiendo comprendido a acariciar y a llevar en sus brazos a un ternero, desde que éste nació, siguió haciéndolo siempre y ocurrióle que, por costumbre, cuando llego a ser buey grande, aún lo llevaba. Pues es en verdad la costumbre, violenta y traidora maestra de escuela. Poco a poco, y la chita callando, nos pone encima la bota de su autoridad; mas con este suave y humilde principio, al haberla asentado y plantado con la ayuda del tiempo, nos descubre de pronto un furioso y tiránico rostro, contra el que ya no tenemos ni siquiera la posibilidad de alzar los ojos. Vémosla forzar en toda ocasión las reglas de la naturaleza. "Ussus efficacissimus rerum omnium magister".
     Créome, a este repecto, el antro de Platón en su "República"; y que tan a menudo dobleguen los médicos las razones de su arte a su autoridad; y que aquel rey, por conducto suyo, obligase a su estómago a alimentarse de veneno; y lo que cuenta Albert de la joven que se acostumbró a vivir de arañas; en el mundo de las nuevas Indias. Hallaron grandes pueblos y de distintos climas que vivían, hacían provisión de ellas y las comían, y otro tanto con los saltamontes, las hormigas, los lagartos y murciélagos; y fue vendido un sapo por seis escudos durante una escasez de víveres; los cuecen y preparan en salsas distintas. Hallaron otros para los cuales eran nuestras carnes y viandas mortales y venenosas. "Consuetudinis magna vis est. Pernogtant venatores in nive: in montibus uri se patiuntur. Pugiles caestibus contusi ne ingemiscunt quidem".
    Estos alejados ejemplos no han han de parecer extraños si consideramos cuánto embrutece la costumbre nuestros sentidos, cosa que experimentamos de ordinario. No es preciso que recurramos a lo que se dice de los vecinos de las cataratas del Nilo; ni lo que piensas los filósofos de la música celeste, que los cuerpos de esos círculos, sólidos y lamiéndose y frotándose unos contra otros al rodar, no pueden dejar de producir armonía maravillosa con cuyos cortes y matices se modulan los desvíos y cambios de las danzas de los astros, mas que los oídos de las criaturas, universalmente adormecidos como los egipcios por la continuidad de este sonido, no pueden percibirlo por grandes que sea. Los mariscales, molineros y armeros, no podrán soportar el ruido que los rodea, si les fuera tan extraño como a nosotros. Sírvele a mi nariz mi collar de flores, mas después de habérmelo puesto tres días seguidos, solo sirve ya a las narices de los asistentes. Más extraño es que, a pesar de los largos intervalos e interrupciones , la costumbre puede unir a nuestro sentidos el efecto de su impresión y establecerlo en ellos: como lo experimentan los vecinos de los campanarios. Vivo en una torre que, a diana y a retreta, toca todos los días el ave María una enorme campana. Este estruendo espanta a la misma torre; y a pesar de parecerme insoportable los primeros días, en poco tiempo heme familiarizado de tal forma con él, que lo oigo sin molestia y a menudo sin despertarme.



Michel de Montaigne, Ensayos, Cátedra, (1533-1592), letras universales, páginas 157-158-159

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018






viernes, 16 de febrero de 2018

El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde

     Cuando Dorian despertó, hacía ya un buen rato que el medio día había quedado atrás. Su camarero personal había entrado a la habitación de puntillas en varias ocasiones para ver si se movía, extrañado de ver dormir a su señor hasta tan altas horas de la mañana. Por fin hizo sonar la campanilla y Victor apareció sigilosamente en la habitación con una taza de té y un montón de cartas sobre una pequeña bandeja de vieja porcelana de Sèvres y descorrió las cortinas de satén de color verde aceituna forradas de azul brillantes que cubrían los tres ventanales.
    -Monsieur ha dormido bien esta mañana -dijo embozando una sonoriza.
    -¿Que hora es, Victor? -preguntó Dorian, todavía adormilado.
    -La una y cuatro, monsieur.
    ¡Que tarde era! Dorian se sentó en la cama y, tras haber tomado unos sorbos de té, echó una mirada a las cartas. Una de ellas era de Lord Henry, que habían entregado en mano esa misma mañana. Dudó por un instante y la separó del resto. Luego, abrió las demás sin demasiado interés. Contenían la serie habitual de tarjetas, invitaciones a cenas, entradas a exposiciones privadas, programas de conciertos benéficos y cosas de la suerte que reciben los jóvenes elegantes todas las mañanas de la temporada. Encontró también una factura de importe considerable. El objeto de la compra era un juego de tocador de plata cincelada estilo Luis XV que aún no había tenido el valor de enviar a sus tutores, gente chapada a la antigua e incapaz de comprender que vivíamos en una época en que las cosas superfluas no son necesarias, y había también unas cuantas notas de prestamistas de Jermyn Street, redactadas en obsequiosos términos, que le ofrecían adelantarle, a interés más que razonable, cualquier suma que pudiera necesitar.
     Unos diez minutos más tarde se levantó por fin y, después de ponerse un elaborado batín de lana de cachemir bordada en seda, pasó al cuarto de baño, una sala con el suelo de ónice. El agua fría le refresco tras las largas horas de sueño. Parecía haber olvidado todo lo que había vivido la noche anterior. En un par de ocasiones le embargó una leve sensación de haber participado en una extraña tragedia, aunque un recuerdo contenía toda la irrealidad propia de un sueño.
     En cuanto se vistió, se dirigió a la biblioteca y se sentó a disfrutar de un ligero desayuno francés servido en una mesita redonda junto a la ventana abierta. Hacía un día perfecto. El aire cálido del mediodía parecía impregnado de especias. Entro una abeja y empezó a revolotear alrededor del jarrón azul con forma de dragón y lleno de rosas de color azul sulfuroso que tenía delante. Se sentía inmensamente feliz.
     De pronto se fijó en el biombo con el que había cubierto el retrato y se sobresaltó.
     -¿Demasiado frío para monsieur? -preguntó el camarero al tiempo que dejaba una tortilla encima de la mesilla-.¿Desea que cierre la ventana?
     -no, no tengo frío -murmuro Dorian.
     ¿Era cierto entonces? ¿De verdad había cambiado el retrato o era solo su imaginación la que le había llevado a ver una expresión de maldad allí donde había una expresión de alegría? Un lienzo pintado no podía alterarse así, sin más. Qué idea tan absurda. Sin duda era una historia que algún día debería compartir con Basil, le haría sonreír con ella.


Oscar Wilde, el retrato de Dorian Gray, penguin, 1891, clásicos, 156-157-158.

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachilerato,curso 2017-2018



Frankenstein o el moderno prometeo

     No hay nada fantasmal, inexplicable o sobrenatural en la empresa de Victor Frankenstein y en sus consecuencias. Tanto el como su monstruo pertenecen firmemente a una tradición secular,de reflexión sobre el origen de la vida, sobre el conocimiento (entendido también como autoconocimiento) y sobre las implicaciones morales, sociales e individuales, de las propias acciones. El carácter eléctico, voluntariamente anacrónico en algunos casos de las lecturas e intereses de Victor Frankenstein, no impide que este trabaje con los procedimientos del científico tal y como comenzaban a ser establecidos en su época. Por su parte, el mostruo , a diferencia de la imagen que nos ha transmitido el cine, es incluso mas humano que su creador y reacciona, en todas y cada una de las ocasiones, como tal. Como Victor Frankenstein, es un hijo de su época: habla, piensa y actúa en un mundo dominado por el lema kantiano de "átrevete a saber", y sufre sus consecuencias. De echo, es precisamente su capacidad de pensar y de hablar (desafortunadamente escamoteada en las versiones fílmicas) la que le convierte en el personaje mas complejo y rico de la novela, mucho mas capaz que el propio Victor Frankenstein de aceptar, entender y practicar su completa libertad como individuo. Su gigantesca estatura o su fuerza, sus habilidades físicas y mentales)-incluso su fealdad- son plenamente humanas, aunque extraordinarias.
  De las misma manera que se elimina de la historia de Frankenstein toda connotación mágica o fantasmal, se obvia también el recurso a las fuentes de terror religioso habituales en novela gótica. La impiedad de que fue acusada a la novela y el escándalo moral que suscitó provinieron, en parte, como ha señalado G. Levine, de su radical inscripción en un mundo sin Dios y sin religión que respetar, pervertir o transgredir. Simplemente la cuestión religiosa está fuera de de la discusión en Frankenstein. La única referencia a Dios de toda obra la realiza el monstruo, más bien retóricamente y en passant, en su discurso de despedida.
Desde ese punto de vista se aprecia el mejor el alcance de la contribución de Mary Shelley a la secularización, que, en manos del romanticismo, sufrió el mito de Prometeo y El paraíso perdido de John Milton. Mientras en el primero el conflicto básico se producía entre los hombres y los dioses-o sus mediadores-, en Milton es el hombre el sujeto de una pugna entre Dios y Satán por el control de su alma y de su voluntad. En el romanticismo, Prometeo y Satán son elevados al papel de héroes transgresores y sublimes que se enfrentan a una omnipotente e injusta autoridad divina.
En Frankenstein, donde está última lectura y dispersa a la vez en los caracteres del monstruo y de su creador, la fuente del conflicto original se  seculariza e interioriza, definitivamente. Sus personajes habrán de luchar, prioritariamente, consigo mismos y con las consecuencias de sus acciones; con los fantasmas que su propio poder de transgresión y el ejercicio de su libertad han sido capaces de producir.


Mary W. Shelley; ''Frankenstein o El moderno Prometeo''. Editorial; Catedra. Colección 'Catedra letras universales'. Edición; 10ª edición 2016. 353 páginas.

Seleccionado por Grisel Sánchez Barroso, primero de bachillerato, curso 2017-2018

viernes, 19 de enero de 2018

Narraciones, Heinrich Von Kleist


EL DUELO

     EL duque Wilhelm von Breysach, quien a partir de su secreta unión con una condesa llamada Katharina von Heerbruck, de la casa Alt-Hüningen, la cual parecía serle inferior en rango, vivía enemistado con su hermanastro, el conde Jacob Barbarroja, regresaba a finales del siglo XIV, cuando compensaba a caer la noche de San Remigio, de un encuentro mantenido en Worms con el emperador e Alemania, en el transcurso del cual obtuviera del soberano el reconocimiento, a falta de hijos legítimos que había perdido, de un hijo natural, el conde Fhilipp von Hüningen, engendrado con su esposa antes de contraer matrimonio. Mirando hacía el futuro con mayor júbilo que durante todo su mandato, había alcanzado ya el parque ante el cual se alzaba su palacio cuando, de improviso, surgió una flecha disparada desde la oscuridad de los arbustos que traspasó el cuerpo justo bajo el esternón. Micer Friedrich von Trota, su chambelán, profundamente  consternado por tal suceso, con la ayuda de unos caballeros más lo condujo al palacio, donde sólo tuvo energías para leer, en brazos de su desolada esposa, el acta imperial de legitimación ante una asamblea de vasallos del reino convocada apresuradamente a instancias de la última; y luego que los vasallos hubieran cumplido su última voluntad expresa, no sin viva residencia por recaer la corona, según la ley, sobre su hermanastro, el conde Jacob Barbarroja, y reconocido con la salvedad de obtener el beneplácito del emperador al conde Fhilipp como heredero del trono y, por ser éste menor de edad, a la madre como tutora y regente, se reclinó y murió. La duquesa ascendió sin más al trono, esperando simplemente a su cuñado, el conde Jacob Barbarroja, por medio de algunos emisarios; y las peticiones de varios caballeros de la corte, que creían entrever el talante reservado de éste, se cumplieron a juzgar cuando menos por las apariencias externas: Jacob Barbarroja se consoló, sopesando con prudencia las circunstancias vigentes, de la injusticia que su hermano había cometido con él; por de pronto se abstuvo de paso alguno que contrariase la voluntad del duque, y deseó de corazón a su joven sobrino fortuna para el trono que había obtenido. Describió a los emisarios a quienes sentó a su mesa con gran jovialidad y simpatía, cómo desde la muerte de su esposa, que le había legado una fortuna digna de un rey, vivía libre e independiente en su castillo; cuán adoraba a las mujeres de la nobleza vecina, su propio vino y la caza en compañía de alegres amigos, y que una cruzada hacía Palestina, en la que pensaba espiar los pecados de una turbulenta juventud, los cuales debía de reconocer que iban lamentablemente en aumento con la edad, era toda la empresa que planeaba al término de su vida. En vano le hicieron sus dos hijos varones, educados con la esperanza cierta de la sucesión al trono, los más amargos reproches a causa la insolencia e indiferencia con la que, contra toda esperanza, toleraba que se infligiera tan irreparable agravio a sus aspiraciones: imberbes como eran, les mandó a callar con breves y burlonas órdenes, los forzó a seguirlo a la ciudad el día del solemne sepelio y una vez ahí a dar junto a él sepultura a la cripta al viejo duque, su tío, en debida forma; y  tras rendir pleitesía en la sala de trono del palacio ducal al joven príncipe, su sobrino, en presencia de la madre regente, al igual que todos los restantes Grandes de la corte, rehusando cuantos cargos y dignidades le brindó ésta, acompañado de las bendiciones del pueblo, que no veneraba doblemente por su generosidad y su mesura, regresó de nuevo a su castillo.


Heinrich Von Kleist, (Narraciones), cátedra,1801-1811, letras universales, páginas 223-224

Seleccionado por: Jorge Egüez yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018

viernes, 22 de diciembre de 2017

Rebelión en la granja, George Orwell




     El casco partido de boxeador tardó mucho tiempo en curarse. Al día siguiente de terminar las celebraciones de la victoria habían empezado la construcción del molino de viento. Boxeador se negaba a tomar siquiera un día libre y, por la cuestión de honor, ocultaba su sufrimiento. De noche admitía ante Trébol que el casco le molestaba mucho. Trébol se as curaba con emplastos de hierva que preparaba masticándolas, y tanto ella como benjamín le pedía que trabajara menos. "Los pulmones de un caballo no son eternos", le decía. Pero Boxeador no le prestaba atención. Explicaba que solo tenía una verdadera ambición: ver muy avanzada la construcción del molino de viento antes de tener que jubilarse.

     Al principio, en el momento de formular por primera vez las leyes de la Granja Animal, habían fijado en doce años la edad de jubilación para los caballeros y los cerdos, en catorce para las vacas, en nueve para los perros, en siete para las ovejas y en cinco para las gallinas y los gansos. Se habían acordado poderosas pensiones. hasta el momento no se había retirado a ningún animal, pero últimamente se hablaba cada vez más del tema. Ahora que el pequeño campo detrás de las huertas se había conservado para la cebada, corría el rumor de que se cercaría un rincón de la pradera grande para convertirlo en sitio de pastoreo para animales jubilados. se decía que para un caballo la pensión sería  de cinco libras de maíz por día y, en invierno, quince libras de heno, además de una zanahoria o quizá  una manzana los días festivos. Boxeador cumpliría doce años a finales del verano del año siguiente.

     Entretanto, la vida resultaba dura. El invierno era tan frío como el anterior y la comida aun más escasa, redujeron de nuevo las raciones,excepto las de los cerdos y los perros. Una igualdad demasiado rígida en las raciones-Explico Chillón-había ido en contra de los principios del animalismo. En todo caso, no tenía dificultad para demostrar a los animales quien en realidad,a pesar e las apariencias, no acrecían de alimentos. Por el momento había sido necesario,sin duda, reajustar las raciones (Chillón siempre hablaba de "reajuste", nunca de "reducción"), pero en comparación de los tiempos de Jones la mejoría era enorme. Leyendo las cifras con voz aguda y rápida, les demostró detalladamente que tenía más avena, más heno, más nabos que en tiempos de Jones, que trabajaban menos horas, que el agua era de mejor calidad, que vivían más tiempo, que una mayor proporción de sus crías sobrevivían a la infancia, que tenían más paja en el establo y sufrían menos las pulgas. Los animales creyeron todo al pie de la letras, a decir verdad, Jones y todo lo que él representaba, casi se les había borrado de la memoria. Sabían que la vida ahora era dura y ajustada, que a menudo pasaban hambre y frío y que por lo general trabajaban todo el tiempo que no dormían. Pero en otras épocas seguramente habían sido peor. Era lo que les gustaba creer. Además, antes habían sido esclavos y ahora eran libres; como no dejaba de señalar Chillón, esa era una diferencia enorme.



George Orwell, (Rebelión en la granja), Debolsillo, contemporánea, 1945, páginas 104-105.

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018





viernes, 24 de noviembre de 2017

El escarabajo de oro, Edgar Allan Poe






    Había algo en el tono de la carta que me llenó de inquietud. Su estilo difería por completo del de Legrand. ¿En qué estaría soñando? ¿Qué nueva excentridad se había posesionado de su excitable cerebro? ¿Qué asunto "de la más alta importancia" podía tener entre manos? Las noticias que de el me daba Júpiter no aguardaban nada nuevo. Temí que el continuo peso del infortunio hubiera terminado por desequilibrar del todo la razón de mi amigo. Por eso, sin un segundo de vacilación, me praparé para acompañar al negro.

    Llegamos al muelle vi que en el fondo del bote donde embarcaríamos había una guadaña y tres palas, todas ellas nuevas.

     -¿Qué significa esto, Jup?- pregunté.
     -Eso, massa, es una guadaña y tres palas.
     -Evidentemente. Pero, ¿qué hacen aquí?
     -Son la guadaña y las palabras que massa Will me hizo comprar en la ciudad, y maldito si no ham costado una cantidad de dinero.
      -Pero, dime, en nombre de todos los misterios: ¿qué es lo que va hacer tu massa Will con guadañas y palas?
      -No me pregunte lo que no sé, massa, pero que el diablo me lleve si massa Will sabe más que yo. Todo esto es por culpa del bicho.
    
    Comprendiendo que no lograría ninguna explicación de Júpiter, cuyo pensamiento parecía absorbido por "el bicho", salté al bote e icé la vela. Aprovechando una brisa favorable, pronto llegamos a la pequeña caleta situada al norte del Fuerte Moultrie, y una caminata de dos millas nos dejó en la cabaña. Serían las tres de la tarde cuando llegamos. Legrand nos había estado esperando con ansiosa expectativa. Estrechó mi mano  con un  empressement nervioso que me alarmo y me hizo temer todavía más lo que venía sospechando. Mi amigo estaba pálido, hasta parecer un espectro, y sus profundos ojos brillaban con un resplandor anormal. Después de indagar acerca de su salud, y sin saber qué decir, le pregunté si el teniente G... le había devuelto el escarabajo.


      -¡Oh, sí!-me respondió, ruborizandose violentamente-. Lo recuperé a la mañana siguiente. Nada podría separarme de ese escarabajo.¿Sabe usted que Júpiter tenía razón acerca de él?
   

Edgar Allan Poe, "El escarabajo de oro". Editorial; Vicens Vives, colección Vicens Vives. Edición, 1988. 99 páginas.

Seleccionado por; Grisel Sánchez Barroso, primero de bachillerato, curso 2017-2018

Otra vuelta de tuerca, Henry James



     Hasta el día siguiente no hablé con la señora Grose; el rigor con que mantenía a mis alumnos al alcance de mi vista solía dificultarme conversar con ella en privado, y mucho más conforme apreciamos la convivencia de no despertar -ni en los servicios ni en los niños- la menor sospecha de alarma de nuestra parte ni de conversaciones misteriosas. En este sentido, su placidez me daba gran seguridad. Nada en la frescura de su cara podía traspasar a los demás mis horribles confidencias. Ella me creía, de eso estaba absolutamente convencida; de no ser así, no sé qué habría ocurrido, pues no habría sabido desenvolverme sola. Pero ella constituía un magnífico monumento a la santa falta de imaginación, y sin en nuestros pupilos sólo veía su belleza y amabilidad, su felicidad e inteligencia, tampoco tenía comunicación directa con los motivos de mi angustia. De haber padecido ellos un daño visible o de haber sido maltratados, sin duda se hubiera crecido como un halcón, hasta ponerse a su altura; sin embargo, tal como estaban las cosas, cuando vigilaba a los niños con sus grandes brazos blancos cruzados con la habitual serenidad de su mirada, la sentía dar gracias a la bondad de Dios porque, aunque en ruinas, sus piezas aún sirvieran, en su mente, los vuelos de la imaginación daban lugar a un frío calo sin llama, y yo estaba empezando a percibir cómo, al crecer el convencimiento de que -conforme pasaba el tiempo sin incidentes manifiestos- nuestros jóvenes podrían cuidarse solos, después de todo, ella podía dedicar la mayor parte de su atención al triste caso de la institutriz. Para mí, esto simplificaba las cosas: podía comprometerme a que mi rostro no delatara lo que ocurría al exterior, pero en aquellas condiciones hubiera sido una enorme tensión adicional estar pendiente de que ella tampoco las contara.
     En la ocasión a que me refiero, la señora Grose me acompañaba, a petición mía, en la terraza donde, con el cambio de estación, ahora era agradable el sol de la tarde; y estábamos sentadas allí mientras, delante de nosotras, a cierta distancia, pero al alcance de la voz, los niños corrían de un lado a otro con el humor de lo más dócil. se movían lentamente y al unísono bajo nuestra mirada; el niño leía un libro de cuentos y pasaba el brazo alrededor de la hermana para mantenerla atenta. La señora Grose los observaba evidentemente complacida; luego sorprendí el sofocado gruñido con que conscientemente se volvió hacia mí para que le enseñara la otra cara de la moneda.




Henry james, (Otra vuelta de tuerca), Penguin, clásicos, 1898, páginas 103-104.

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018