lunes, 10 de febrero de 2014

Los viajes de Gulliver, cuarta parte, capítulo VI, Swift_Jonathan


 Capítulo VI

       Situación de Inglaterra bajo la reina Ana (continuación). Carácter de un primer ministro en las cortes europeas.

       A mi amo no le cabía en la cabeza qué motivos impulsaban a aquella raza de abogados para preocuparse, inquietarse y cansarse por formar una agrupación de injusticia, sólo con el propósito de dañar a sus congéneres animales. Tampoco captaba lo que significaba "hacerlo por dinero". En consecuencia me costó mucho trabajo explicarle el uso del dinero, las materias de que se componía y el valor de los materiales. Le dije que cuando un yahoo había acumulado una gran cantidad de aquella preciosa sustancia, podía comprar lo que se le antojara, los vestidos más refinados, las casas más soberbias, grandes extensiones de terreno, los alimentos, bebidas más caras, y escoger las mujeres más hermosas. Y ya que sólo con dinero se podía conseguir todo esto, nuestros yahoos pensaban que nunca tendrían suficiente para gastar o ahorrar, según se dejaba llevar por su natural propensión a la prodigalidad o avaricia. El rico sacaba provecho del trabajo del pobre y la proporción era de mil pobres por un rico. Que la mayoría de nuestro pueblo se veía obligado a vivir miserablemente, trabajando todos los días por una paga menguada para permitir que otros pormenores, todos tendentes al mismo fin. Pero su Honor seguía si verlo claro ya que suponía que tales animales, y especialmente los encargados de otros, tenían derecho a participar en los productos de tierra. En consecuencia manifestó que le hiciera saber en qué consistían estos alimentos caros y cómo era que los necesitábamos. Comencé a enumerar todos los que me pasaron por la cabeza, con las diversas formas de aderezarlos, subrayando que todo ello exigía el envío de barcos a todas partes del mundo, donde se adquirían licores para beber, salsas para condimentar y otros innumerables productos necesarios. Le aseguré se precisaba circunvalar tres veces el mundo para que una mujer yahoo de la alta sociedad tuviera lo preciso para su desayuno y una taza para tomarlo. Dijo que semejante país debía de ser muy pobre ya que era incapaz de producir alimentos para sus habitantes. Pero lo que más le extrañaba era que estas vastas extensiones que le había descrito estuviesen totalmente desprovista de agua potable y que la gente se viese precisada a enviar barcos a ultramar para poder beber. Le repliqué que Inglaterra (mi amado país natal) se había calculado producía el triple de la cantidad de alimentos que sus habitantes son capaces de consumir, así como de licores extraídos del grano, o prensando los frutos de algunos árboles , de los que se obtenían excelentes bebidas; la misma abundancia se daba en todos los bienes necesarios para vivir. Pero  satisfacer la sensualidad e intemperancia de los hombres y la vanidad de las mujeres, despachábamos la mejor parte de nuestra producción útil a otros países. A cambio, importábamos muchas que originaban enfermedades, locuras y vicios, para nuestros compatriotas, por necesidad, han de ganarse la vida mendigando, robando, hurtando, estafando, chuleando, perjurando, adulando , sobornando, falsificando, apostando, mintiendo, adulando, intimidando, votando, garabateando, haciendo astrólogo, envenenando, prostituyéndose, camanduleando, difamando, haciendo de librepensador y otras ocupaciones por el estilo. Me las vi y deseé para hacérselo entender.
       Le dije que el vino no lo importábamos del extranjero por falta de agua o de otras bebidas, sino porque era un líquido especial que nos alegraba haciéndonos perder la razón; disipaba todos los pensamientos melancólicos, engendraba en  nuestra mente imágenes desordenadas; alimentaba nuestras esperanzas y disipaba los temores, nos privaba completamente, de modo transitorio, del uso de la razón, y de nuestros miembros hasta que caíamos en un profundo sueño. Con todo debe reconocerse que siempre nos despertábamos enfermos y abatidos y que el hábito de esta bebida producía enfermedades que abreviaban e incomodaban la vida.

Jonathan Swift,Los viajes de Gulliver.Cuarta parte, capítulo VI,ed.Planeta,Barcelona,1994,páginas 224-225. Seleccionado por: Paloma Montero Jiménez, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.

Werther,Goethe

10 de septiembre.

       ¡Quénoche,Wilhelm! Ahora ya puedo aguantar lo que venga. ¡No volveré a verla más! ¡Ah!,¡si pudiera volar y arrojarme en tus brazos y expresarte con lágrimas y arrebatos,mi buen amigo, todos los sentimientos que asaltan mi corazón! Aquí me tienes sentado recobrando aliento, intento serenare, espero el amanecer y a la salida del sol están los caballos ya dispuestos.
       ¡Ay!,Lotte duerme tranquila sin pensar que no volveráaverme jamás. Me he separado de ella,he sido lo suficiente fuerte para en una conversación de dos horas no dejar traslucir mi propósito. ¡Y qué conversación, Diosmío!
       Albert me había prometido salircon Lotte al jardín inmediatamentedespués de la cena. Yo estaba en la terraza debajo de los gigantescos castaños y contemplando por última vez ponerse el sol al otro lado del ameno valle y del manso río. ¡Cuántas veces había estado con ella en este mismo lugar contemplando este magnífico espectáculo! y ahora... Estuve paseando deacá para allá en aquella avenida de árboles tan querida para mí; un secreto recíproco atractivo me había retenido allí tantas veces antes de conocer a Lotte,y qué alegría nos produjo cuando descubrimos al principio de nuestra amistad la mutua atracción que sentíamos por este sitio,uno de los más románticos, entre los creados por el arte,que yo hubiese visto.
    En primer lugar, a través de los castaños tiene una amplia panorámica... ¡Ah!,creo recordar, me parece,que ya te he hablado bastante de él, queuna alta muralla de hayas acaba rodeándote y un bosquecillo próximo va haciendo cada vez más sombrío el paseo, hasta acabar al fin en un recinto angosto rodeado de misterioy soledad. Siento todavía la extraña impresión que experimenté la primera vez que penetré allí en plenomediodía; presentísya vagamente qué escenario de dicha y sufrimiento iba a ser aquel lugar.




Johann Wolfgang Von Goethe, Werther, páginas 107- 108. Seleccionado por Paula Sánchez Gómez, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.

El castillo, Franz Kafka

       Cuando K. llegó ya era tarde. Una espesa nieve cubría la aldea. La niebla y la noche ocultaban la colina, y ni un rayo de luz revelaba el gran castillo. K. permaneció largo tiempo sobre el puente de madera, que llevaba de la carretera general al pueblo, con los ojos levantados hacia aquellas alturas que parecían vacías.
       Después se dirigió a buscar alojamiento; los huéspedes no se habían acostado aún; no quedaba habitación, pero, sorprendido y desconcertado por un cliente que llegaba tan tarde, el mesonero le propuso acondicionar un jergón en la sala. K. aceptó. Permanecían todavía allí algunos campesinos sentados a la mesa alrededor de sus jarras de cerveza, pero no deseaban hablar con nadie; él mismo fue a buscar el jergón al granero y se acostó cerca de la estufa. Hacía calor, los campesinos callaban; los miró parpadeando fatigosamente y después se durmió.
       Mas no tardó en despertarse. el mesonero se encontraba junto a lecho en compañía de un joven con aire de actor que tenía los ojos estrechos, de gruesas cejas y vestimenta ciudadana. Los labriegos seguían allí, algunos habían vuelto a sus sillas para ver mejor. El joven se excusó muy educadamente por haber despertado a K. y se presentó como el hijo del alcaide del castillo, declarando después:
       - Esta aldea pertenece al castillo; vivir o permanecer aquí es en cierto modo hacerlo en el castillo. Nadie tiene derecho a ello sin autorización del conde. Usted no posee dicha autorización o, por lo menos, no la ha mostrado.
       K., habiéndose semiincorporado, pasó la mano por sus cabellos como para peinarse, alzó los ojos hacia los dos hombres y dijo:
       -¿En que pueblo me he extraviado? ¿Existe, pues, un castillo aquí?
       -Por supuesto -dijo pausadamente el joven, y algunos de los campesinos asintieron con la cabeza-, es el castillo del conde Westwest.


       Franz Kafka, El castillo, ed. EDAF, Madrid, 1996, páginas 29-30. Seleccionado por Sara Paniagua Núñez, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.