viernes, 5 de febrero de 2010

Las desventuras del joven Werther "libro primero, 18 de julio", Johann Wolfgang von Goethe.

"Wilhem, ¿qué sería sin amor el mundo para nuestro corazón? ¡Una linterna mágica sin luz! ¡Apenas pones la lamparilla aparecen sobre tu blanca pared imágenes de todos los colores! ¡Y aun cuando no fueran más que eso, fantasmas pasajeros, constituyen nuestra felicidad si los contemplamos como niños pequeños y nos extasiamos ante esas maravillosas apariciones! Hoy no he podido ver a Lotte, me retuvo una visita ineludible. ¿Qué hacer?. Le envié mi criado solamente por tener a mi alrededor alguien que hoy hubiera estado cerca de ella. Con que impaciencia le estuve esperando, con que alegría volví a verlo. Si no me hubiera dado vergüenza me habría gustado tomar su cabeza y la habría besado. Cuentan de la piedra de Bolonia que si se la pone al sol absorbe rayos y resplandece algún tiempo durante la noche. Lo mismo me sucedió a mí con el criado. La sensación de los ojos de ella se habían posado en su rostro, en sus mejillas, en sus botones y en el cuello de su casaca ¡hacíamelo tan sagrado, tan valioso!. En aquel instante no hubiera cambiado mi criado por mil táleros. ¡Me sentía tan a gusto en su presencia...! ¡Dios te libre de reírte! Wilhem , ¿será la felicidad producto de la fantasía?


Goethe, Las desventuras del joven Werther , libro primero, 18 de julio, Madrid, Cátedra, Letras Universales, 1989, pp 90-91. Seleccionado por Cristina Perianes Calle, segundo de bachillerato, curso 2009-2010.

William Shakespeare, Macbeth "Escena VI"

LADY MACBETH.- Lo que a ellos emborracha me da valor; lo que
a ellos apaga me enciende. ¡Silencio! Era el búho que ulula, fatal
mensajero, que da sus siniestras «buenas noches». Eso hace. Las puertas
abiertas y los guardias borrachos se mofan de su cargo roncando.
Drogué sus vasos de tal forma que vida y muerte se rifan sus cuerpos.
MACBETH.- ¡Eh! ¿Quién va? (Desde dentro.)
LADY MACBETH.- ¡Silencio! No vayan a despertarse y quede
todo sin hacer. Es el intento y no el acto lo que nos pierde. ¡Silencio!
Dejé allí los puñales. Tiene que verlos. Duncan durmiendo me
recordaba a mi padre, si no, yo misma lo habría hecho.
(Entra MACBETH.)
¡Esposo!
MACBETH.- Está hecho. ¿No has oído nada?
LADY MACBETH.- El grito del búho y el llanto de los grillos. ¿Y
tú no hablaste?
MACBETH.- ¿Cuándo?
LADY MACBETH.- Hace poco.
MACBETH.- ¿Cuándo bajaba?
LADY MACBETH.- Sí.
MACBETH.- ¡Escucha! ¿Quién duerme en la alcoba de al lado?
LADY MACBETH.- Donalbain.
MACBETH.- ¡Qué triste imagen!
LADY MACBETH.- Qué estúpido es decir «triste imagen».

MACBETH.- Uno reía en sueños y el otro despertándose gritó:
«¡Asesino!». Me paré a escucharlos. Rezaban. Y se volvieron a dormir.
LADY MACBETH.- Y juntos siguen durmiendo.
MACBETH.- Uno gritó: «¡Dios nos bendiga!»; y el otro: «Amén»,
como si hubieran visto mis manos de asesino. Los oí con tanto miedo
que al decir: «Dios nos salve», yo no supe decir: «Amén».
LADY MACBETH.- No pienses en ello.
MACBETH.- ¿Pero porqué no supe decir ese «Amén» bendito? ¿Por
qué ese «Amén» se me quedó en la garganta?
LADY MACBETH.- No pienses en ello o acabaremos locos.
MACBETH.- Oí un grito: «¡No durmáis más!» «¡Macbeth mata el
sueño!», el inocente sueño que repara el cansancio, la muerte de cada
día, el baño de las fatigas, bálsamo de la mente herida, primer sustento
en el banquete de la vida.
LADY MACBETH.- ¿Qué quieres decir?
MACBETH.- Y el grito todavía: «¡No durmáis más!» por toda la
casa. «Glamis mató el sueño y por lo tanto Cawdor no dormirá, M acbeth
no dormirá» nunca más.
LADY MACBETH.- ¿Pero quién gritaba? Valeroso señor, ¿por qué
aflojas tu entereza y torturas tu mente? Vamos, coge agua y limpia tus
manos de tan pegajoso testigo. Los puñales. ¿Por qué los has traído? Ve,
llévalos y mancha de sangre a los guardas dormidos.
MACBETH.- No. No me atrevo a mirarlo. M e da horror pensar en lo
que he hecho.
LADY MACBETH.- ¡Débil voluntad! Los puñales. Dámelos.
Sueño y muerte son imágenes falsas del diablo que sólo asustan a los
niños. Si todavía sangra pintaré con sangre la cara de los guardas. Que
parezca suya la culpa. (Sale.)

William Shakespeare, Macbeth "EscenaVI",  http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=14179)

Seleccionado por Fabiola Muñoz, segundo de Bachillerato, curso 2009/2010.

Amor, honor y confianza, Percy Bysshe Shelley.

Amor, Honor, Confianza, como nubes
parten y vuelven, préstamo de un día.
Si el hombre inmortal fuese, omnipotente,
Tú -ignoto y sublime como eres-
dejarías tu séquito en su alma.
Tú, emisario de los afectos,
que creces en los ojos del amante;
¡Tú que nutres al puro pensamiento
cual penumbra a una llama que agoniza!
No partas cuando al fin llega tu sombra:
sin Ti, como la vida y el temor,
la tumba es una oscura realidad.

Bysshe Shelley, Amor, honor y confianza, http://www.poesiaspoemas.com/percy-bysshe-shelley/himno-a-la-belleza-intelectual, Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, segundo de bachillerato, curso 2009 - 2010.

Hamlet, William Shakespeare

Morir…, dormir; no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!… ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos? "

William Shakespeare, Hamlet, http://www.epdlp.com/texto.php?id2=1344
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, curso 2009-2010, Segundo de Bachillerato.

William Shakespeare, Hamlet

Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción.

William Shakespeare, Hamlet, http://www.alohacriticon.com/viajeliterario/article934.html
 Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, curso 2009-2010, Segundo de Bachillerato.

Wiliiam Shakespeare, Macbeth "Escena I"

MACBETH.- Jamás vi un día tan hermoso y tan cruel.
BANQUO.- ¿Cuánto queda para llegar al castillo?
(Entre risas aparecen las Brujas.)
BRUJA 1a.- Salve, M acbeth, señor de Glamis, salve.
BRUJA 2a.- Salve, M acbeth, señor de Cawdor, salve.
BRUJA 3a.- Salve, M acbeth, salve a ti que serás rey.
BANQUO.- ¿Y para mí no tenéis nada?
BRUJA 1a.- Salve.
BRUJA 2a.- Banquo.
BRUJA 3a.- Salve.
BRUJA 1a.- Tú, menos grande que M acbeth, aunque más grande.
BRUJA 2a.- Tú, menos dichoso, pero más dichoso.
BRUJA 3a.- Padre de reyes, aunque tú no serás rey.
BRUJAS .- Salve, M acbeth, salve, Banquo. Salve, Banquo, salve,
M acbeth. (Entre risas desaparecen las Brujas.)
MACBETH.- Tus hijos serán reyes.
BANQUO.- Y tú serás rey.
MACBETH.- ¿Quién se acerca?
(Sale un MENSAJERO.)
3
MENSAJERO .- Salve, M acbeth, el rey ha recibido con gozo las
nuevas de tu victoria en la batalla. Por eso os otorga el título de señor de
Cawdor y os llama a su presencia.
MACBETH.- Gracias por eso. Dile a tu señora que llegaré pronto.
Vayamos hacia el rey .
(Salen MACBETH y BANQUO.)
MENSAJERO.- Lo bello es feo y lo feo es bello. Vuelo entre bruma
y en aire espeso. (Sale.)

William Shakespeare, Macbeth "Escena !", http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=14179 .Seleccionado por Fabiola Muñoz, segundo bachillerato, curso 2009/2010.

William Shakespeare,El mercader de Venecia "Escena III"

Venecia. -Una calle.
Entran SHYLOCK, SALARINO, ANTONIO y un carcelero.
SHYLOCK.- Carcelero, vigiladle. No me habléis de clemencia; ahí está el imbécil que prestaba
dinero gratis. Carcelero, vigiladle.
ANTONIO.- Escuchadme aún, mi buen Shylock.
SHYLOCK.- Quiero que las condiciones de mi pagaré se cumplan; he jurado que serían
ejecutadas. Me has llamado perro cuando no tenías razón ninguna para hacerlo; pero, puesto
que soy un perro, ten cuidado con mis dientes. El dux me otorgará justicia. Me extraña, inútil

carcelero, que seas lo bastante idiota para salir con él cuando te lo pide.
ANTONIO.- Te lo ruego, escúchame.
SHYLOCK.- Quiero que se cumplan las condiciones de mi pagaré; no quiero escucharte; por
consiguiente, no me hables más. No haréis de mí uno de esos buenazos imbéciles, plañideros
que van a agitar la cabeza, ablandarse, suspirar y ceder a los intermediarios cristianos. No me
sigas; no quiero discursos; quiero el cumplimiento del pagaré. (Sale.)
SALARINO.- Es realmente el perro más impenetrable a la piedad que haya tratado en la vida
con los hombres.
ANTONIO.- Dejadle tranquilo; no le fatigaré más con súplicas inútiles. Pretende mi vida, y sé
por qué; a menudo he sacado de sus garras a los deudores que venían a gemir ante mí; por eso
me odia.
SALARINO.- Estoy seguro de que el dux no otorgará jamás la ejecución de ese contrato.
ANTONIO.- El dux no puede impedir a la ley que siga su curso, a causa de las garantías
comerciales que los extranjeros encuentran cerca de nosotros en Venecia; suspender la ley sería atentar contra la justicia del Estado, puesto que el comercio y la riqueza de la ciudad
dependen de todas las naciones. Por tanto, marchemos; estos disgustos y estas pérdidas me
han aplanado tanto, que apenas si estaré mañana en estado de suministrar una libra de carne
a mi cruel acreedor. ¡Vamos, carcelero, marchemos! ¡Dios quiera que Bassanio venga para
verme pagar su deuda, y después no tendré ya más preocupaciones. (Salen.)

William Shakespeare, El mercader de Venecia "Escena III", http://www.acanomas.com/Libros-Clasicos/36289/El-mercader-de-Venecia-(William-Shakespeare).htm .
Seleccionado por Fabiola Muñoz, Segundo bachillerato, curso 2009/2010.

William Shakespeare, El mercader de Venecia "Escena V"

Venecia. -Delante de la casa de SHYLOCK.
Entran SHYLOCK y LAUNCELOT.
SHYLOCK.- Bien; tú verás; tus ojos harán la distinción entre el viejo Shylock y Bassanio. ¡Eh,
Jessica! No te atracarás, como has hecho en mi casa. ¡Eh, Jessica! Ni te darás a dormir y a
roncar y a destrozar el traje. ¡Eh, Jessica, digo!
LAUNCELOT.- ¡Eh, Jessica!
SHYLOCK.- ¿Quién te manda llamar? No te he ordenado que llames.
LAUNCELOT.- Vuestra señoría tenía el hábito de reprocharme el no poder jamás hacer nada sin
órdenes.
(Entra JESSICA.)
JESSICA.- ¿Me llamáis? ¿Qué queréis?
SHYLOCK.- Estoy invitado a cenar, Jessica; he aquí mis llaves. Pero ¿por qué había de ir? No es
por afecto por lo que me invitan; quieren adularme. ¡Bah! Iré por odio, nada más que por
hartarme a expensas del pródigo cristiano. Jessica, hija mía, vigila en la casa. Salgo
verdaderamente contra mi deseo; algo se fragua contra mi reposo, pues he soñado esta noche
con sacos de dinero.
LAUNCELOT.- Os ruego, señor, que vayáis; mi joven amo aguarda vuestra «desgracia».
SHYLOCK.- Y yo la suya.
LAUNCELOT.- Y han conspirado juntos...; no quiero deciros que veréis una mascarada, pero si
la veis no fue entonces baldío el que mi nariz sangrara el último lunes de Pascua, a las seis de
la mañana, que caía este año el mismo día que el miércoles de Ceniza de hace cuatro años por
la tarde.
SHYLOCK.- ¡Cómo! ¿Hay máscaras? Escúchame bien, Jessica. Cierra con cerrojo mis puertas, y cuando escuches el tambor o el silbido ridículo del pífano de cuello encorvado, no te
encarames a las ventanas, ni alargues tu cabeza sobre la vía pública para embobarte ante los
payasos cristianos de pintados semblantes, sino, al contrario, tapa los oídos de mi casa, quiero
decir mis ventanas; no dejes entrar en mi severa morada los ruidos inútiles de la disipación.

William Shakespeare, El mercader de Venecia "Escena V", http://www.acanomas.com/Libros-Clasicos/36269/El-mercader-de-Venecia-(William-Shakespeare).htm
Seleccionado por Fabiola Muñoz, Segundo bachillerato, curso 2009/2010)

El Rey Lear

" ¡He aquí la excelente estupidez del mundo; que, cuando nos hallamos a mal con la Fortuna, lo cual acontece con frecuencia por nuestra propia falta, hacemos culpables de nuestras desgracias al sol, a la luna y a las estrellas; como si fuésemos villanos por necesidad, locos por compulsión celeste; pícaros, ladrones y traidores por el predominio de las esferas; beodos, embusteros y adúlteros por la obediencia forzosa al influjo planetario, y como si siempre que somos malvados fuese por empeño de la voluntad divina! ¡Admirable subterfugio del hombre putañero, cargar a cuenta de un astro su caprina condición! Mi padre se unió con mi madre bajo la cola del Dragón y la Osa Mayor presidió mi nacimiento; de lo que se sigue que yo sea taimado y lujurioso. ¡Bah! Hubiera sido lo que soy, aunque la estrella más virginal hubiese parpadeado en el firmamento cuando me bastardearon.

William Shakespeare, El rey Lear, http://www.epdlp.com/texto.php?id2=1342, Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, Curso 2009-2010, Segundo de Bachillerato