sábado, 21 de noviembre de 2009

Edipo rey, Sófocles

CORO:
¡Ah dolor, terrible de contemplar para los hombres!
El más duro de todos cuantos yo he encontrado.
¿Qué locura, triste de ti, te entró?
No puedo mirarte.
Tal es el miedo que me causas.
Y no es extraño que en mitad de estos infortunios un doble duelo llores y una doble pena arrastres.
Hiciste algo terrible.
¿Como te atreviste así a arrasar tus ojos?

EDIPO: Apolo fue. Fue Apolo, amigos míos, Apolo el que todos mis males trajo. Si hubiera muerto entonces no habría sido asesino de mi padre, ni esposo de mi madre. Ahora soy un maldito de los dioses.
¡Oh, Citerón!
¿Por qué no me mataste aquel día infausto? ¡Oh, cruce de caminos, valle oculto, encinar, angostura del camino que bebisteis la sangre de mi padre, ¡la mía!, de mis manos! ¡Oh, madre, madre me diste el ser y luego me diste hijos a mí y diste a luz, padres, hermanos, hijos, todos juntos en sangre! Llevadme fuera, por los dioses y escondedme o matadme o arrojadme a la mar, allí donde no volváis a verme.

CORIFEO: Aquí llega Creonte para obrar y resolver, pues él solo ha quedado como guía de este país.

(Llega Creonte)
CREONTE: Edipo, no he venido para burlarme, ni vengo para reprocharte nada de lo ya pasado. Acompañadlo a casa, pues sólo la familia puede, sin faltar a la piedad, ver sin horror y escuchar los males de los suyos.

EDIPO: Por los dioses, tú el más noble concédeme una gracia.

CREONTE: ¿Qué quieres obtener de mí?

EDIPO: Échame pronto del país, donde no pueda hablarme ninguno de los hombres.

CREONTE: Así se dijo; sin embargo, en esta situación, es preferible preguntar a los dioses qué hay que hacer.

EDIPO: Deja que viva en las montañas, donde está el Citerón que llaman mío, el que mi padre y mi madre me destinaron como tumba, para que muera según ellos lo quisieron. De mis hijos varones no te cuides, Creonte; hombres son y, donde quiera que estén, no carecerán de recursos de vida. Cuídame, en cambio, a mis pobres niñas, prendas desgraciadas, jamás mi mesa ha estado sin ellas; en todo lo mío ellas tenían siempre parte. Déjame que las toque con mis manos y llore mi desdicha. Mi llanto es por vosotras -no puedo veros-; pienso en el resto de vuestra vida amarga.

CREONTE: Basta ya de lágrimas.

EDIPO: Llévame de aquí ya.

CREONTE: ¡Vete!

EDIPO: ¡Hijas! ¿Dónde estáis?

CREONTE: No quieras tener poder en todo, que aún aquellas cosas que tuviste no te han seguido a lo largo de la vida.

Sófocles, Edipo rey, adaptación de Miguel Lumera Guerrero de las traducciones de Assela Alamillo, Agustín García Calvo y Francisco Rodríguez Adrados.

Edipo rey, Sófocles

(Llega Tiresias)
EDIPO: Tiresias, tú que todo lo sabes, lo explicable y lo inexplicable, lo que pasa en el cielo y en la tierra, dinos qué enfermedad padece esta ciudad, pues tú aunque ciego, eres el único salvador que le encontramos.
No calles la respuesta de las aves ni otro camino de la adivinación. Sálvate, salva a la ciudad y sálvame. Aleja toda la impureza que nos rodea.
¡Que un hombre ayude a otros es la más noble de todas las acciones!

TIRESIAS: ¡Qué terrible es saber cuando no rinde provecho al que lo sabe!
Yo lo sé muy bien, pero lo había olvidado; si no, no hubiera venido hasta aquí.

EDIPO: ¿Qué te sucede? ¡Con mucho desánimo has llegado?

TIRESIAS: Déjame ir a mi casa; es así como mejor soportaremos nuestra vida, la tuya tú y la mía yo, si me haces caso.

EDIPO: Por los dioses, si lo sabes, no lo calles; te lo pedimos todos estos suplicantes.

TIRESIAS: Porque ninguno lo sabéis. Pero no hay cuidado de que yo revele mis desdichas... por no decir las tuyas.

EDIPO: ¿Cómo? ¿Sabiéndolo, no vas a hablar? ¿Piensas traicionarnos y arruinar tu ciudad?

TIRESIAS: Son cosas que vendrán aunque yo las envuelva en mi silencio.

EDIPO: Pues bien, si han de venir, debes decírmelas.

TIRESIAS: No diré una palabra más. Ante esto ya, si quieres, enfurécete con la cólera más fiera.

EDIPO: Sabe que me pareces haber tramado el crimen y haberlo ejecutado, y si pudieras ver, diría que el crimen fue obra tuya.

TIRESIAS: Te requiero a que cumplas la proclama que has lanzado: ¡desde este día no nos hables ni a éstos ni a mí, pues tú eres la maldición funesta que contamina este país!

EDIPO: ¿Dónde piensas huir de esto que has hecho?

TIRESIAS: Estoy ya a salvo: llevo en mí la verdad, ésta es mi fuerza.

EDIPO: ¿De quién la sabes?

TIRESIAS: De ti. Tú me forzaste a hablar mal de mi grado.

EDIPO: No te he entendido bien. Habla de nuevo.

TIRESIAS: Digo que eres el asesino al que buscas.

EDIPO: No dirás dos veces tan contento injurias tales.

TIRESIAS: ¿Qué más he de decir, para que más te encolerices? No advertiste que tenías un trato infame con los más queridos y no ves adónde puede llegar tu desgracia. Tú eres desgraciado por hacer reproches que ninguno de éstos dejará de hacerte muy en breve.

EDIPO: ¿Es cosa tuya o de Creonte esta maquinación?

TIRESIAS: No es Creonte ningún mal para ti; sino tú para ti mismo.

EDIPO: ¡Riqueza y poder y astucia, cómo os envidian! Creonte el fiel, el amigo de siempre me ataca y desea destronarme lanzándome este brujo, este tramposo, este embustero charlatán.
Penando pagaréis la culpa el que esto ha urdido y tú.

CORIFEO: Edipo, lo mismo sus palabras que las tuyas han sido dichas con ira.
No son estas palabras las que resultan necesarias, sino buscar cómo descifraremos mejor el oráculo del dios.

TIRESIAS: Aunque tú eres el rey, quiero contestarte, pues yo no vivo como esclavo tuyo, sino de Apolo; no voy a aliarme con Creonte como patrono.
Te digo, ya que tú como a ciego me injuriaste: teniendo vista, tú no ves a qué punto has llegado de desgracia, ni dónde moras, ni con quién vives.
La doble maldición de tu madre y tu padre ha de expulsarte un día de esta tierra, un día en el que tú, que ahora tienes vista, sólo verás las tinieblas.
¡Después de esto injuria a Creonte y a mí también cúbreme de insulto y lodo: que no habrá mortal ninguno que peor que tú se vea un día atormentado.

EDIPO: ¡Vete a los infiernos! ¡Da la vuelta y vete y marcha lejos de este palacio!

TIRESIAS: No habría venido aquí, si no me hubieras llamado.

EDIPO: Porque no sabía que tu boca iba a decir palabras insensatas.

TIRESIAS: Me voy pues ya he dicho aquello para lo que vine, no por miedo de tu persona; pues no puedes causarme mal alguno. Yo te digo: ese hombre al que buscas hace tiempo, amenazando y lanzando proclamas sobre la muerte del rey Layo, está aquí: pasa por extranjero aquí asentado, pero pronto se verá que ha nacido tebano y no se alegrará con el hallazgo: porque ciego habiendo visto y mendigo en vez de rico, recorrerá tierras extrañas.

TIRESIAS y CORO:
Verán todos que es al mismo tiempo
padre y hermano de los hijos con quien vive,
hijo y esposo de la mujer de que nació
y heredero del lecho y asesino de su padre.
Reflexiona sobre esto
y si descubres que he mentido,
di ya que de adivinación
no entiendo nada.
(Sale Tiresias)

Sófocles, Edipo rey, Adaptación de Miguel Lumera Guerrero de las traducciones de Assela Alamillo, Agustín García Calvo y Francisco Rodríguez Adrados.

Deucalión y Pirra.

Deucalión, hijo de Prometeo y de la oceánide Clímene, reinó en el territorio de Ftía y casó con Pirra, hija de Epimeteo y Pandora. Habiendo decidido Zeus destruir la raza humana sepultándola bajo las aguas, Prometeo aconsejó a su hijo que construyera una gran arca, la llenara de provisiones y se metiera en ella con su esposa.
Iniciado el diluvio, el arca navegó durante nueve días a la deriva, hasta que, al fin, se acercó al monte Parnaso, el único lugar que no había sido anegado.
Cuando cesaron las lluvias, Deucalión y Pirra desembarcaron y ofrecieron sacrificios a Zeus, dirigiéndose después al oráculo de Temis para preguntarle cómo podrían conseguir compañeros. La respuesta fue que arrojaran tras de sí los huesos de su madre, y ellos entendieron que se trataba de la Madre-Tierra, cuyos huesos debía ser las piedras; en efecto, de las piedras lanzadas por Deucalión iban naciendo hombres, y de las que arrojaba Pirra, mujeres.


Anónimo, Deucalión y Pirra, Mitología Griega. Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de bachillerato curso 2009-2010.