lunes, 20 de octubre de 2014

En el camino, Jack Keoruac

                                                            CAPÍTULO IX

     Babe y yo volvimos a la cabaña minera. Me quité la ropa uniéndome a los otros en la limpieza. Era un trabajo tremendo. Roland Major estaba sentado en mitad de la habitación delantera que ya estaba limpia y se negaba a ayudar. En una mesita que tenía delante había una botella de cerveza y un vaso. Cuando pasábamos a su alrededor con cubos de agua y escobas, rememoraba:
     -¡Ah! Si alguna vez vinierais conmigo, beberíamos Cinzano y oiríamos a los músicos de Bandol, eso sí que es vida. Y después, por los veranos, Normandía, los zuecos, el viejo y delicioso Calvados. ¡Vamos, Sam!- dijo a su invisible camarada-. Saca el vino del agua y veamos si mientras pescábamos se ha enfriado bastante. -Y era Hemingway puro.
     Llamamos a unas chicas que pasaban por la calle:
     -Ayudadnos a limpiar esto. Todo el mundo queda invitado a la fiesta de esta noche. -Se unieron a nosotros. Contábamos con un gran equipo trabajando. Por fin, los cantares del coro de la ópera, en su mayoría muy jóvenes, aparecieron y también arrimaron el hombro. El sol se ponía.
     Terminada nuestra jornada de trabajo, Tim, Rawlins y yo decidimos prepararnos para la gran noche. Cruzamos el pueblo hasta el hotel donde se alojaban las estrellas de la ópera. Oíamos el comienzo de la función nocturna.
     -¡Perfecto!- dijo Rawlins-. Entraremos a coger unas navajas de afeitar y unas toallas y nos arreglamos un poco.
     También cogimos peines, colonia, lociones de afeitar, y entramos en el cuarto de baño. Nos bañamos cantando.





     Jack Kerouac, En el camino, Barcelona, Editorial anagrama, S.A., 1989, colección contraseñas, página 69. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.

Otra vuelta de tuerca, Henry James



CAPITULO XVII

 -No, jamás me has hablado de tu colegio. Ni de tus maestros, ni de tus compañeros, ni si quiera me has contado alguna anécdota de tu vida en la escuela. Nunca, querido niño, has hecho la más mínima alusión a algún suceso, algún acontecimiento relacionado con tu persona, que ocurriera mientras estaba en la escuela. Ya puedes imaginarte lo poco que sé sobre tu vida escolar. Hasta que sacaste el tema esta mañana, cuando íbamos a la iglesia, yo sabía muy poco sobre tu vida anterior al momento en que yo te conocí. Vivías solamente para el momento presente, o al menos así me lo parecía. 


Henry James, Otra vuelta de tuerca, Madrid, Anaya,1999, página 125.
Seleccionado por Pablo Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015

El Maravilloso Mago de OZ, Lyman Frank Baum


CAPÍTULO 4: EL CAMINO A TRAVÉS DEL BOSQUE



      Pasadas unas horas, el camino empezó a estar lleno de baches y andar resultaba ta difícil, que el Espantapájaros con las losetas amarillas, que por aquí eran muy desiguales. En realidad, muchas estaban rotas o faltaban, dejando unos boquetes que Toto saltaba y Dorothy tenía que rodear. El Espantapájaros por su parte, al no tener sesos, iba derecho, pisaba en falso y caía cuan largo era sobre las duras losetas. Con todo, nunca se hacía daño y Dorothy lo levantaba y lo ponía de nuevo en pie, mientras que él la acompañaba riendo alegremente ante sus propios contratiempos.
       Las granjas no estaban tampoco tan bien cuidadas por aquí como lo estaban más atrás. Había menos casas y menos árboles frutales y, cuanto más avanzaban, más sombrío y solitario se hacía el paisaje.
         A mediodía se sentaron junto al camino, cerca de un arroyuelo, y Dorothy destapó su cesta y sacó un poco de pan. Ofreció un pedazo al Espantapájaros, pero él lo rechazo.
     - Yo nunca tengo hambre -dijo-, y es una suerte que sea así, porque mi boca solo está pintada. Si cortara un agujero para poder comer, la paja de la que estoy relleno se saldría y eso estropearía la forma de mi cabeza.
       Dorothy se dio cuenta en seguida que era cierto, así que se limitó a asentir y siguió comiendo el pan.
        


 Lyman Frank Baum,El Maravilloso Mago de OZ,León,Editorial Everest,S.A.,2013,páginas 55-56. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de Bachillerato , curso 2014-2015.

Nana, Emile Zola

                              Capítulo IV

     Desde la mañana, Zoé había abandonado el piso a un maitre d'hotel, que venía del restaurante Brébant con un equipo de ayudantes y camareros. Todo debía suministrarlo Brébant, la sobrecena, la vajilla, la cristalería, la mantelería, las flores y hasta algunas sillas y taburetes. En el fondo de sus armarios, Nana no hubiera encontrado ni una triste docena de servilletas, y, no habiendo tenido tiempo para completar su instalación, después de su nuevo lanzamiento, desdeñando ir a un restaurante, había preferido que fuera éste a su casa. Le parecía más fino. Quería celebrar su gran éxito de artista con una sobrecena de la que se hablara mucho.
    Como el comedor era demasiado pequeño, el maitre d´hotel había puesto la mesa en el salón, una mesa en la que cabían veinticinco cubiertos, algo apretados.



Emile Zola, Nana. Editorial, Planeta. página,70 y 71. 1985, Barcelona.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo . Segundo de bachillerato, curso 2014/2015

CAPÍTULO 1.La ruta del peregrino.

-La celebración de navidad sin bonitos regalos no va a aparecer Navidad- murmuró Jo, tumbada sobre la alfombra.
-¡Qué desgracia tan grande es ser pobre!- exclamó Meg mientras se miraba el viaje vestido que las cubría.
-Creo que no es justo que haya chicas que naden en la abundancia mientras otras carecen de todo- agregó Amy, la menor, con un ademán de protesta.
-Tenemos a papá y a mamá, y también, y también a nosotras mismas- repuso Beth en tono jovial desde la esquina en que se hallaba.
Con tan optimistas palabras, se animaron los cuatro rostros juveniles, iluminados por los reflejos de la lumbre; pero volvieron a ensombrecerse cuando Jo se lamentó tristemente:
-Pero a papá no lo tenemos ni lo tendremos con nosotras en mucho tiempo. No se atrevió a decir <>, pero cada una lo pensó para sí, imaginando a su padre tan lejos, en los campos de batalla.
Tras un minuto de angustioso silencio, Meg, cambiando de tono, reaccionó:
-Ya sabéis que mamá nos expuso que la falta de regalos para esta navidad se debía a la previsión de que todos vamos a pasar un invierno muy malo; mamá piensa que no debemos malgastar en caprichos personales mientras nuestros hombres sufren tanto en plena guerra. No es mucho lo que podemos aportar, pero podemos ofrecer generosamente nuestros pequeños sacrificios. Aunque tengo miedo de no saber hacerlo- y Meg acompaño las últimas palabras con un gesto de contrariedad por la renuncia de los valiosos obsequios que tanto anhelaba.

Louisa May Alcott, Mujercitas,León(España), ed. everest,pág 15 y 16.Seleccionado por Nuria Muñoz Flores.Segundo Bachillerato.Curso 2014/2015.

La quimera del oro, Jack London




EL SILENCIO BLANCO


    El sonido de la oscuridad es piadoso, amortajándole a uno como para protegerle, y exhalando mil consuelos intangibles: pero el brillante silencio blanco, claro y frio bajo cielos de acero, es despiadado.
       Pasó una hora, dos horas, pero el hombre no moría. A media tarde el sol, sin elevar su cerco sobre el horizonte meridional, lanzó una insinuación de fuego a través de los cielos, y rápidamente la retiró. Malemute Kid se levantó y arrastró al lado de su compañero. Lanzó una mirada a su alrededor. El silencio blanco pareció burlarse y un gran temor se apoderó de él. Sonó un disparo agudo: Mason voló a su sepulcro aéreo, y Malemute Kid obligó a los perros a latigazos a emprender una salvaje carrera mientras huía veloz sobre la nieve.



Jack London, La quimera del oro, Madrid, Anaya, 1991,página 35. Seleccionado por Pablo Galindo Cano.Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

CAPÍTULO: LA LEY DE LA SELVA, Rudyard Kipling



CAPÍTULO: LA LEY DE LA SELVA    




          Hemos de retroceder ahora hasta la época del primer cuento.Cuando abandonó Mowgli la caverna    de los lobos, después de la lucha que sostuvo con la manada en el Consejo de la Peña, fuése hacia las  tierras de labor donde vivían los campesinos; pero no quiso quedarse allí por hallarse demasiado cerca de la Selva y por saber que en el Consejo había dejado, por lo menos, un enemigo acérrimo. Así, pues, apretó el paso siguiendo un mal camino que iba a parar hasta el valle, y no lo abandonó, corriendo al trote largo durante cosa de unas cinco leguas, hasta que llegó a un país que le era desconocido. El valle se abría allí convirtiéndose en gran llanura, salpicada de rocas y cortada a trechos por barrancos. A un extremo veíase una aldea, y al otro la espesa selva descendía súbitamente hasta las tierras de pastos, parándose de golpe como si la hubieran cortado con la azada. Por toda la llanura pacían búfalos y ganado, y cuando lo muchachos que lo cuidaban vieron a Mowgli, comenzaron a gritas huyendo, mientras los amarillos perros vagabundos que andan siempre alrededor de toda aldea india pusiéronse a ladrar. Siguió Mowgli  adelante, porque se sentía hambriento, y al llegar a la entrada del lugarejo, vio que el gran arbusto espinoso que colocaban frente a ella al oscurecer, para interceptar el paso, estaba entonces corrido hacia un lado.




Rudyard Kipling,El libro de las tierras vírgenes,Madrid,Alianza,1993,páginas 90-91,Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato,curso 2014/2015.

Nuestra Señora de París, Victor Hugo

     Capítulo 1: El gran salón

     Hace hoy tresciento cuarenta y ocho años, seis meses y diecinueve días que los vecinos de París fueron despertados por el ruido de todas las campanas de la ciudad repicando a todo repicar dentro del triple recinto de la Cité, la universidad y la VIlla.
     Aquel 6 de enero de 1482 no es, sin embargo, un día del que la historia haya guardado un recuerdo especial.
El acontecimiento que agitaba desde muy de mañana las campanas y a los burgueses de París no tenía nada de particular. No se trataba de un asalto de las gentes de Picardía o de Borgoña, ni de una reliquia llevada en procesión, ni de una revuelta de estudiantes en la viña de Laas, ni la entrada de nuestro muy timido y respetado señor el rey, ni tan siquiera de una hermosa ceremonia en el patíbulo de París, colgando de la horca a un buen racimo de ladrones y ladronas. Tampoco se trataba de la llegada, tan frecuente en el siglo XV, de alguna embajada empenachada y emperifollada. Hacía apenas dos días que la última de esas cabalgatas, la de los embajadores flamencos encargados de concertar el matrimonio del delfín con Margarita de Flandes, había hecho su entrada en París, con gran disgusto de monseñor el cardenal de Borbón que, para complacer al rey, había tenido que poner buena cara a toda aquella rústica multitud de burgomaestres flamencos, y obsequiarles, en su palacio de Borbón, con la representación de <> mientras que una lluvia torrencial empapaba los magníficos tapices colocados a la entrada.





Victor Hugo, Nuestra señora de París. Editorial, Alianza, Madrid, 2008, páginas 17 y 18.
Seleccionado por Pablo del Castillo Baquerizo. Segundo de bachillerato, curso 2014/2015