viernes, 26 de febrero de 2016

Crimen y castigo, Fiodor Dostoievsky

    Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido... Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental.
      Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla.
      Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de 11 aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía...
         Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante , pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida... Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos...
        Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener..., pues..., ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch..., ¿ha oído usted hablar de él...?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido.

   Fiodor Dostoievsky, Crimen y castigo,
http://dgb.conaculta.gob.mx/coleccion_sep/libro_pdf/31000000403.pdf.
   Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.


Utopía, Tomás Moro


Los magistrados
Todos los años, cada grupo de treinta familias elige s u juez, llamado Sifogrante en laprimitiva lengua del país, y Filarca en la moderna. Cada diez sifograntes y sus correspondientes trescientas familias, están presididos por un protofilarca,antiguamente llamado Traniboro. Finalmente, los doscientos sifograntes, después de haber jurado que elegirán a quien juzguen más apto, eligen en voto secreto y proclaman príncipe a uno de los cuatro ciudadanos nominados por el pueblo. La razón de esto es que la ciudad está dividida en cuatro distritos, cada uno de los, cuales presenta su candidato al senado. El principado es vitalicio, a menos que el príncipe sea sospechoso de aspirar a la tiranía. Por su parte los traniboros se someten todos los años a la reelección, si bien no se les cambia sin graves razones. Los demás magistrados son renovados todos los años.
Cada tres días, incluso con más frecuencia, si así lo piden las circunstancias, los traniboros, presididos por el príncipe, se reúnen en consejo. Deliberan sobre los a suntos públicos y dirimen con rapidez los varios conflictos q que pudieran surgir entre los particulares. Invitan siempre a las deliberaciones del senado a dos sifograntes, que son distintos cada sesión.
La ley establece que las mociones o problemas de interés general sean discutidos en el
senado tres días antes de ser ratificados o decretados. Por otra parte, se considera como
un crimen capital, tomar decisiones sobre los intereses de interés público fuera del Senado o al margen de las asambleas locales. Tal reglamentación se dirige a impedir que tanto el Príncipe como los traniboros conspiren contra el pueblo, le opriman por la tiranía cambiándose así la forma de gobierno. Por esta misma razón, todas las decisiones importantes son llevadas a las asambleas de los Sifograntes. Estos las exponen a las familias de las que son representantes, no sin discutirlas con ellas antes de devolver las
conclusiones al senado.
En ocasiones el asunto se presenta al consejo de toda la isla. Por otra parte, uno de los usos del senado es no discutir asunto alguno el día mismo que se presenta por primera vez. Prefieren postponerlo para la sesión próxima. De este modo se evita el que alguien exprese lo que primero le viene a los labios. Y sobre todo, que comience a dar razones que justifiquen su manera de pensar, sin tratar de decidir lo mejor para la comunidad y sacrificando el bien público a su reputación. Tanto más, por absurdo que pueda parecer, que le avergüenza admitir que su primera idea fue precipitada, y que debió reflexionar antes de hablar.

Tomás Moro,  Utopía, www.biblioteca.org.ar/libros/300883.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


La hija del capitan, Alexander Pushkin



Yo quedé completamente convencido y me dediqué al aprendizaje con gran aplicación. Surin me animaba con voz fuerte; se sorprendía de mis rápidos progresos y al cabo de varias lecciones me propuso que jugáramos dinero, no más de un groshf, no por ganar, sino sólo por no jugar de balde, lo cual, según él, era una de las peores costumbres. También accedí a ello, y Surin pidió ponche y me convenció de que lo probara, repitiendo que había que acostumbrarse al servicio y que sin ponche no hay servicio. Le hice caso. Entre tanto, nuestro juego seguía adelante. Cuanto más sorbía de mi vaso, más valiente me sentía. A cada instante las bolas volaban por encima del borde de la mesa; yo me acaloraba, reñía al mozo, que contaba según le parecía, constantemente subía la apuesta... ; en una palabra, me portaba como un chiquillo recién liberado de la tutela familiar. El tiempo pasó sin que me diera cuenta. Surin miró el reloj, dejó el taco y me anunció que yo había perdido cien rubios. Esto me azoró un poco: mi dinero lo guardaba Savélich. Empecé a disculparme, pero Surin me interrumpió: -¡Por favor! No te preocupes. No me corre ninguna prisa, y mientras tanto vamos a ver a Arinushka. ¿Qué iba a hacer? El final del día fue tan indecoroso corno el principio. Cenamos en casa de Arinushka. Surin me servía vino constantemente, repitiendo que había que acostumbrarse al servicio. Al levantarme de la mesa, apenas podía tenerme en pie. A media noche Surin me llevó a la hostería.
 Alexander Pushkin, La hija de   capitán,  http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/P/Pushkin,%20Alexander%20-%20La%20hija%20del%20capitan.pdf, seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, segundo de bachillerato curso 2015-2016.

El Cid, Corneille


ESCENA TERCERA .La Infanta, Jimena, Leonor 

LA INFANTA.—Sosiega, Jimena, sosiega tu dolor; hazte fuerte contra esa desventura. Volverás a  encontrar la calma, tras esa débil tempestad; tu dicha no se ha ensombrecido sino por una nube ligera y no has perdido nada por verla diferida. 
JIMENA.—Mi corazón, lleno de pesadumbre. no  se atreve a esperar nada. Una tempestad tan imprevista, turbando la bonanza, nos trae el  anuncio de un seguro naufragio: no podría dudarlo y yo pereceré en el puerto. Amaba, era amada, y nuestros padres estaban de acuerdo; os refería la dichosa nueva, en el mismo desventurado instante en que nacía su querella, cuyo fatal relato, tan pronto como os ha sido hecho, ha destruído el cumplimiento de tan dulce esperanza. ¡Maldita ambición, locura detestable, de la que hasta los más nobles sufren la tiranía! ¡Honra tan sin piedad para mis vehementes deseos, cuántas lágrimas y gemidos vas a costarme! 
LA INFANTA.—Nada tienes que temer en su disputa: en un instante surgió y en un instante desaparecerá. Ha hecho demasiado ruido para que no pueda concertarse, y es ya el rey quien los quiere reconciliar. Bien sabes que mi corazón, tan sensible a tus inquietudes, hará lo imposible por hacerlas desaparecer. 

Corneille, El Cidhttps://marisabelcontreras.files.wordpress.com/2013/11/el-cid.pdf,
Seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

los tres mosqueteros, Alexandre Dumas

     Al salir de la habitación paterna, el joven encontró a su madre, que lo esperaba con la famosa receta cuyo empleo los consejos que acabamos de referir debían hacer bastante frecuente. Los adioses fueron por este lado más largos y tiernos de lo que habían sido por el otro, no porque el señor D'Artagnan no amara a su hijo, que era su único vástago, sino porque el señor D'Artagnan era hombre, y hubiera considerado indigno de un hombre dejarse llevar por la emoción, mientras que la señora D'Artagnan era mujer y, además, madre. Lloró en abundancia y, digámoslo en alabanza del señor D'Artagnan hijo, por más esfuerzo que él hizo por aguantar sereno como debía estarlo un futuro mosquetero, la naturaleza pudo más, y derramó muchas lágrimas de las que a duras penas consiguió ocultar la mitad. El mismo día el joven se puso en camino, provisto de los tres presentes paternos y que estaban compuestos, como hemos dicho, por trece escudos, el caballo y la carta para el señor de Tréville; como es lógico, los consejos le habían sido dados por añadidura. Con semejante vademécum, D'Artagnan se encontró, moral y físicamente, copia exacta del héroe de Cervantes, con quien tan felizmente le hemos comparado cuando nuestros deberes de historiador nos han obligado a trazar su retrato. Don Quijote tomaba los molinos de viento por gigantes y los carneros por ejércitos: D'Artagnan tomó cada sonrisa por un insulto y cada mirada por una provocación. De ello resultó que tuvo siempre el puño apretado desde Tarbes hasta Meung y que, un día con otro, llevó la mano a la empuñadura de su espada diez veces diarias; sin embargo, el puño no descendió sobre ninguna mandíbula, ni la espada salió de su vaina. Y no es que la vista de la malhadada jaca amarilla no hiciera florecer sonrisas en los rostros de los que pasaban; pero como encima de la jaca tintineaba una espada de tamaño respetable y encima de esa espada brillaba un ojo más feroz que noble, los que pasaban reprimían su hilaridad, o, si la hilaridad dominaba a la prudencia, trataban por lo menos de reírse por un solo lado, como las máscaras antiguas. D'Artagnan permaneció, pues, majestuoso a intacto en su susceptibilidad hasta esa desafortunada villa de Meung. Pero aquí, cuando descendía de su caballo a la puerta del Franc Meunier sin que nadie, hostelero, mozo o palafrenero, hubiera venido a coger el estribo de montar, D'Artagnan divisó en una ventana entreabierta de la planta baja a un gentilhombre de buena estatura y altivo gesto aunque de rostro ligeramente ceñudo, hablando con dos personas que parecían escucharle con deferencia. D'Artagnan, según su costumbre, creyó muy naturalmente ser objeto de la Comentario [L17]: El castillo de los D'Artagnan, que pertenecía a la familia materna, estuvo en la región de Bigorre, cuya ciudad principal era Tarbes. conversación y escuchó. Esta vez D'Artagnan sólo se había equivocado a medias: no se trataba de él, sino de su caballo. El gentilhombre parecía enumerar a sus oyentes todas sus cualidades y como, según he dicho, los oyentes parecían tener gran deferencia hacia el narrador, se echaban a reír a cada instante. Como media sonrisa bastaba para despertar la irascibilidad del joven, fácilmente se comprenderá el efecto que en él produjo tan ruidosa hilaridad.


Dumas , Alexandre, Los tres mosqueteros, http://getafe.es/wp-content/uploads/Dumas-Alejandro-Los-Tres-Mosqueteros.pdf, seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Otelo, William Shakespeare


OTELO 
Noble Montano, siempre fuisteis respetado. 
El decoro y dignidad de vuestra juventud 
son bien notorios y grande es vuestro nombre 
en boca del sabio. ¿Qué os ha hecho 
malgastar de este modo vuestra fama 
y cambiar el regio nombre de la honra 
por el de pendenciero? Contestadme. 
MONTANO 
Noble Otelo, estoy muy malherido. 
Yago, vuestro alférez, puede informaros 
de todo lo que sé, ahorrándome palabras 
que me cuestan. Y no sé que esta noche 
yo haya dicho o hecho nada malo, 
a no ser que sea pecado la caridad 
con uno mismo o la defensa propia 
cuando nos asalta la violencia. 
OTELO 
¡Dios del cielo! 
La sangre empieza a dominarme la razón 
y la pasión, que me ha ofuscado el juicio,
va a imponerse. ¡Voto a ... ! Con que me mueva 
o levante este brazo, el mejor de vosotros 
cae bajo mi furia. Hacedme saber 
cómo empezó tan vil tumulto y quién lo provocó, 
y el culpable de esta ofensa, aunque sea 
mi hermano gemelo, para mí está perdido. 
En una ciudad de guarnición, aún inquieta, 
con la gente rebosando de pavor, 
¿emprender una pelea particular 
en plena noche y en el puesto de guardia? 
Es demasiado. Yago, ¿quién ha sido? 
MONTANO 
Si por parcialidad o lealtad de compañero 
no te ajustas al rigor de la verdad, 
no eres soldado. 
YAGO 
No toquéis esa fibra. 
Que me arranquen esta lengua 
antes que ofender a Miguel Casio. 
Aunque creo que decir la verdad
no puede dañarle. Oídla, general. 
Conversando Montano y yo, 
viene uno clamando socorro 
y Casio detrás con espada amenazante, 
dispuesto a arremeter. Este caballero 
se interpone y pide a Casio que se calme. 
Yo salí tras el tipo que gritaba, 
temiendo que sus voces, como luego sucedió, 
espantaran a las gentes. Mas fue veloz, 
logró escapar, y yo volví al instante, 
porque oí un chocar y golpear de espadas 
y a Casio maldiciendo, lo que no había oído 
hasta esta noche. Cuando volví,
que fue en seguida, los vi enzarzados 
a golpes y estocadas, igual que cuando vos 
después los separasteis. 
De este asunto no puedo decir más. 
Los hombres son hombres, y hasta el mejor 
se desquicia. Aunque Casio le ha hecho algo, 
pues la furia no perdona al más amigo, 
me parece que Casio también recibió 
del fugitivo algún insulto grave 
que no tenía perdón. 
OTELO 
Ya veo, Yago, 
que tu afecto y lealtad suavizan la cuestión 
en beneficio de Casio. Casio, aunque os aprecio, 
nunca más seréis mi oficial

William Shakeapeare,  Otelo, infojur.ufsc.br/aires/arquivos/ShakespeareOtelo.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

El príncipe, Nicolás Maquiavelo.


     CAPÍTULO V 
 DE QUE MODO HAY QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS PROPIAS LEYES 

    Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba  acostumbrado  a  regirse  por  sus  propias  leyes  y  a  vivir  en  libertad:  primero, destruirlo;  después,  radicarse  en  él;  por  último,  dejarlo  regir  por  sus  leyes, obligarlo  a  pagar  un  tributo  y  establecer  un  gobierno  compuesto  por  un  corto número  de  personas,  para  que  se  encargue  de  velar  por  la  conquista.  Como  ese gobierno  sabe  que  nada  puede  sin  la  amistad  y  poder  del  príncipe,  no  ha  de reparar  en  medios  para  conservarle  el  Estado.  Porque  nada  hay  mejor  para conservar —si se la quiere conservar— una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos. 
       Ahí  están  los  espartanos  y  romanos  como  ejemplo  de  ello.  Los  espartanos ocuparon a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligárquico, y, sin  embargo,  las  perdieron.  Los  romanos,  para  conservar  a  Capua,  Cartago  y Numancia, las arrasaron, y no las perdieron. Quisieron conservar a Grecia como lo habían hecho los espartanos, dejándole sus leyes y su libertad, y no tuvieron éxito: de modo que se vieron obligados a destruir muchas ciudades de aquella provincia para  no  perderla.  Porque,  en  verdad,  el  único  medio  seguro  de  dominar  una ciudad  acostumbrada  a  vivir  libre  es  destruirla.  Quien  se  haga  dueño  de  una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre tendrán  por  baluarte  el  nombre  de  libertad  y  sus  antiguos  estatutos,  cuyo  hábito nunca podrá hacerle perder el tiempo ni los beneficios. Por mucho que se haga y se prevea,  si  los  habitantes  no  se  separan  ni  se  dispersan,  nadie  se  olvida  de  aquel nombre  ni  de  aquellos  estatutos,  y  a  ellos  inmediatamente  recurren  en  cualquier contingencia, como hizo Pisa luego de estar un siglo bajo el yugo florentino. Pero cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco  se  deciden  a  tomar  las  armas  contra  el  invasor,  un  príncipe  puede fácilmente conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más  odio,  más  ansias  de  venganza.  El  recuerdo  de  su  antigua  libertad  no  les concede, no puede concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es destruirlas o radicarse en ellas. 

Nicolás Maquiavelo, El príncipehttp://www.ciudadoriental.com/elprincipe.pdf, texto seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Werther, WOLFGANG JOHANN GOETHE

¡Cuánto me alegro de haber partido! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, a quien tanto amo y de quien era inseparable, y sin embargo estar feliz! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía yo pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…? ¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí? Quiero y te lo prometo, amigo mío, enmendar mi falta; no volveré, como hasta ahora, a rumiar ni un poco de las amarguras que nos pone el destino; voy a gozar de lo actual y lo pasado como si no existiera. En verdad tienes mucha razón, querido amigo; los hombres sentirían menos sus trastornos (Dios sabrá por qué lo hizo así) de no ocupar su imaginación con tanta frecuencia y con tal esmero en recordar los males pasados, en vez de en hacer soportable lo presente. Te ruego digas a mi madre que no olvido sus encargos y que en breve te hablaré de ellos. He visto a mi tía, esa mujer que goza de tan mala reputación en casa, y está muy lejos de merecerme mal concepto: es vivaracha y apasionada, tal vez, pero de estupendo corazón. Le expliqué todo lo relacionado con la retención de la parte de herencia de mi madre y ella me expresó las razones que tenía para actuar así, me dijo las condiciones por las que estaba dispuesta a entregarme no sólo lo que se le pide, sino más. En fin, por hoy no me extenderé en este tema; dile a mi madre que todo estará bien. Estoy convencido de que la negligencia y las discusiones producen en este mundo más daños y trastornos que la malicia y la maldad. Por lo menos, éstas no abundan tanto. Estoy aquí en la gloria. La soledad en este país encantador es el bálsamo perfecto para mi corazón, tan dado a las emociones fuertes; y la estación del momento, en la que todo se renueva y rejuvenece, derrama sobre él un suave calor. Cada árbol, cada seto, es un ramillete de flores; le dan a uno ganas de volverse abejorro o mariposa para sumergirse en el mar de perfume y respirar el aromático alimento. La ciudad en sí es desagradable, pero en sus cercanías, en cambio, la naturaleza hace gala y ostentación de bellezas inefables. Esto fue lo que movió al difunto conde de M*** a plantar un jardín en uno de estos oteros que con gran variedad forman los valles más deliciosos. El jardín es muy sencillo y en cuanto se entra en él, se nota que no se trazó por una mano de hábil jardinero, sino por un corazón sensible que quería deleitarse. Mucho he llorado al recordarle en las ruinas de un pabellón que era su retiro predilecto y que también se ha hecho el mío. Pronto será el dueño del jardín; estoy aquí desde hace pocos días y el jardinero siempre se muestra muy atento y afectuoso conmigo. No lo perderá.



GOETHE,WOLFGANG JOHANN , Werther,  https://ciervalengua.files.wordpress.com/2011/01/werther-texto1.pdf
      Seleccionado por Paola Moreno Díaz, Segundo de Bachillerato, Curso 2015-2016.





Retrato de un adolescente, James Joyce

El día siguiente aportó consigo muerte y juicios y con ellos el despertar del alma de Stephen de su inerte desesperación. La vaga vislumbre de miedo se convirtió ahora en espanto cuando la voz ronca del predicador fue introduciendo la idea de la muerte en su alma. Sufrió todas las miserias de la agonía. Sintió el escalofrío de la muerte que se apoderaba de sus extremidades y se deslizaba hacia el corazón; el velo de la muerte que le velaba los ojos; cómo se iban apagando cual lámparas los centros animados de su cerebro; el postrer sudor que rezumaba de la piel; la impotencia de los miembros moribundos; la palabra que se iba haciendo torpe e indecisa, extinguiéndose poco a poco; el palpitar del corazón, cada vez más tenue, más tenue, casi rendido ya, y el soplo, el pobre soplo vital, el triste e inerte espíritu humano, sollozante y suspirante, en un ronquido, en un estertor, allá en la garganta. ¡No hay salvación! ¡No hay salvación! El —él mismo— aquel cuerpo al cual se había entregado en vida, era quien moría. ¡A la sepultura con él! ¡A clavetear bien ese cadáver en una caja de madera! ¡A sacarlo de la casa a hombros de mercenarios! ¡Que lo arrojen fuera de la vista de los hombres en un hoyo largo, a pudrirse, a servir de pasto a una masa bullidora de gusanos, a ser devorado por las ratas de remos ágiles y fofo bandullo!

James Joyce, Retrato de un adolescente, http://biblio3.url.edu.gt/Libros/joyce/retrato.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.


El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

    Inmediatamente se produjo un cambio en las aguas; la serenidad se volvió menos brillante pero más profunda. El viejo río reposaba tranquilo, en toda su anchura, a la caída del día, después de siglos de buenos servicios prestados a la raza que poblaba sus márgenes, con la tranquila dignidad de quien sabe que constituye un camino que lleva a los más remotos lugares de la tierra. Contemplamos aquella corriente venerable no en el vívido flujo de un breve día que llega y parte para siempre, sino en la augusta luz de una memoria perenne. Y en efecto, nada le resulta más fácil a un hombre que ha, como comúnmente se dice, "seguido el mar" con reverencia y afecto, que evocar el gran espíritu del pasado en las bajas regiones del Támesis. La marea fluye y refluye en su constante servicio, ahíta de recuerdos de hombres y de barcos que ha llevado hacia el reposo del hogar o hacia batallas marítimas. Ha conocido y ha servido a todos los hombres que han honrado a la patria, desde sir Francis Drake hasta sir John Franklin, caballeros todos, con título o sin título... grandes caballeros andantes del mar. Había transportado a todos los navíos cuyos nombres son como resplandecientes gemas en la noche de los tiempos, desde el Golden Hind, que volvía con el vientre colmado de tesoros, para ser visitado por su majestad, la reina, y entrar a formar parte de un relato monumental, hasta el Erebus y el Terror, destinados a otras conquistas, de las que nunca volvieron. Había conocido a los barcos y a los hombres. Aventureros y colonos partidos de Deptford, Greenwich y Erith; barcos de reyes y de mercaderes; capitanes, almirantes, oscuros traficantes animadores del comercio con Oriente, y "generales" comisionados de la flota de la India. Buscadores de oro, enamorados de la fama: todos ellos habían navegado por aquella corriente, empuñando la espada y a veces la antorcha, portadores de una chispa del fuego sagrado. ¡Qué grandezas no habían flotado sobre la corriente de aquel río en su ruta al misterio de tierras desconocidas!... Los sueños de los hombres, la semilla de organizaciones internacionales, los gérmenes de los imperios.


        Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, http://mural.uv.es/deladel/El%20corazon%20de%20las%20tinieblas.pdf.
        Seleccionado por Lidia Rodriguez Suárez. Segundo de bacchillerato. Curso 2015-2016.

La cartuja de Parma, Stendhal


  El marqués profesaba un odio vigoroso a la ilustración y a las luces. Las ideas, decía, son las que han perdido a Italia. Y no sabía cómo conciliar este santo horror de la instrucción con el deseo de ver a su hijo Fabricio perfeccionar la educación que había comenzado tan brillantemente con los jesuitas. Para no arriesgarse mucho, encargó al buen abate Blanes, cura de Grianta, que continuase los estudios de latín de Fabricio. Para ello hubiera sido preciso que el cura mismo supiera esta lengua; mas el cura despreciaba el latín y sus conocimientos en este punto se limitaban a recitar de memoria las oraciones de su misal y a explicar su sentido aproximado a los feligreses. No por eso el cura dejaba de ser muy respetado y hasta temido en la comarca; siempre había dicho que la célebre profecía de San Giovita, patrón de Brescia, no se cumpliría ni en trece semanas ni en trece meses. Y cuando hablaba con amigos seguros añadía que ese número trece tenía que ser interpretado de un modo que llenaría de estupor a mucha gente, si fuera permitido decirlo todo (1813) . El hecho es que el abate Blanes, personaje de una honradez y una virtud primitivas y además hombre de talento, se pasaba las 30 noches en lo alto del campanario; tenía la obsesión de la astrología. Después de pasarse el día calculando conjunciones y posiciones estelares, empleaba la mayor parte de las noches observando el cielo. Como era pobre, no tenía más instrumentos que una lente larga con el tubo de cartón. Puede fácilmente pensarse qué desprecio no sentía por el estudio de las lenguas, un hombre que se pasaba la vida descubriendo la época precisa en que habían de derrumbárselos imperios y estallar las revoluciones que cambian la faz del mundo. Cuando me han enseñado que caballo en latín se dice equus, ¿qué es decía a Fabricio lo que he aprendido de nuevo acerca de ese animal?

Stendhal, La cartuja de Parma, http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/s/Stendhal%20-%20La%20cartuja%20de%20Parma.pdf, seleccionado por Julia Mateos Gutiérrrez, segundo de bachilletaro,curso 2015-2016.

Orgullo y perjuicio, Jane Austen


           


        Elizabeth estaba sentada con su madre y sus hermanas meditando sobre lo que había escuchado y  sin saber si debía o no contarlo, cuando apareció el propio Sir William Lucas, enviado por su hija, para  anunciar el compromiso a la familia. Entre muchos cumplidos y congratulándose de la unión de las dos  casas, reveló el asunto a una audiencia no sólo estupefacta, sino también incrédula, pues la señora Bennet,  con más obstinación que cortesía, afirmó que debía de estar completamente equivocado, y Lydia, siempre 
indiscreta y a menudo mal educada, exclamó alborotadamente: 

    ––¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, sir William? ¿No sabe que el señor Collins quiere 
casarse con Elizabeth? 
         Sólo la condescendencia de un cortesano podía haber soportado, sin enfurecerse, aquel  comportamiento; pero la buena educación de sir William estaba por encima de todo. Rogó que le  permitieran garantizar la verdad de lo que decía, pero escuchó todas aquellas impertinencias con la más  absoluta corrección. 

Elizabeth se sintió obligada a ayudarle a salir de tan enojosa situación, y confirmó sus palabras, 
revelando lo que ella sabía por la propia Charlotte. Trató de poner fin a las exclamaciones de su madre y de 
sus hermanas felicitando calurosamente a sir William, en lo que pronto fue secundada por Jane, y  comentando la felicidad que se podía esperar del acontecimiento, dado el excelente carácter del señor 
Collins y la conveniente distancia de Hunsford a Londres. 

La señora Bennet estaba ciertamente demasiado sobrecogida para hablar mucho mientras sir 
William permaneció en la casa; pero, en cuanto se fue, se desahogó rápidamente. Primero, insistía en no 
creer ni una palabra; segundo, estaba segura de que a Collins lo habían engañado; tercero, confiaba en que 
nunca serían felices juntos; y cuarto, la boda no se llevaría a cabo. Sin embargo, de todo ello se desprendían 
claramente dos cosas: que Elizabeth era la verdadera causa de toda la desgracia, y que ella, la señora 
Bennet, había sido tratada de un modo bárbaro por todos. El resto del día lo pasó despotricando, y no hubo 
nada que pudiese consolarla o calmarla. Tuvo que pasar una semana antes de que pudiese ver a Elizabeth 
sin reprenderla; un mes, antes de que dirigiera la palabra a sir William o a lady Lucas sin ser grosera; y 
mucho, antes de que perdonara a Charlotte.

           El estado de ánimo del señor Bennet ante la noticia era más tranquilo; es más, hasta se alegró,
porque de este modo podía comprobar, según dijo, que Charlotte Lucas, a quien nunca tuvo por muy lista,
era tan tonta como su mujer, y mucho más que su hija.

           Jane confesó que se había llevado una sorpresa; pero habló menos de su asombro que de sus
sinceros deseos de que ambos fuesen felices, ni siquiera Elizabeth logró hacerle ver que semejante felicidad
era improbable. Catherine y Lydia estaban muy lejos de envidiar a la señorita Lucas, pues Collins no era
más que un clérigo y el suceso no tenía para ellas más interés que el de poder difundirlo por Meryton.

         Lady Lucas no podía resistir la dicha de poder desquitarse con la señora Bennet manifestándole el
consuelo que le suponía tener una hija casada; iba a Longbourn con más frecuencia que de costumbre para
contar lo feliz que era, aunque las poco afables miradas y los comentarios mal intencionados de la señora
Bennet podrían haber acabado con toda aquella felicidad.

              Entre Elizabeth y Charlotte había una barrera que les hacía guardar silencio sobre el tema, y
Elizabeth tenía la impresión de que ya no volvería a existir verdadera confianza entre ellas. La decepción  que se había llevado de Charlotte le hizo volverse hacia su hermana con más cariño y admiración que
nunca, su rectitud y su delicadeza le garantizaban que su opinión sobre ella nunca cambiaría, y cuya
felicidad cada día la tenía más preocupada, pues hacía ya una semana que Bingley se había marchado y
nada se sabía de su regreso.


J.Austen, Orgullo y perjuicio ,www.educ.mec.gub.uy/b/biblioteca_digital/libros/a/austen
Seleccionado por Maria Alegre Trujillo, Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016




Macbeth, William Shakespeare

Entra un MENSAJERO.
 ¿Qué nuevas traes?
MENSAJERO: El rey viene esta noche.
LADY MACBETH :¿Qué locura dices? ¿Tu señor no le acompaña? Me habría avisado para que preparase la acogida.
 MENSAJERO: Con permiso, es cierto: el barón se acerca. Se le ha adelantado uno de mis compañeros, que, extenuado, apenas tenía aliento para decir su mensaje.
LADY MACBETH :Cuídale bien; trae grandes noticias.
Sale el MENSAJERO.
 Hasta el cuervo está ronco de graznar la fatídica entrada de Duncan bajo mis almenas. Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme la ternura y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para que ni pesar ni incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio, ni intercedan entre él y su efecto. Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen, dondequiera que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible. Ven, noche espesa, y envuélvete en el humo más oscuro del infierno para que mi puñal no vea la herida que hace ni el cielo asome por el manto de las sombras gritando: « ¡Alto, alto!»
Entra MACBETH.
 ¡Gran Glamis, noble Cawdor y después aún más grande por tu proclamación! Tu carta me ha elevado por encima de un presente de ignorancia, y ya siento el futuro en el instante.
MACBETH: Mi querido amor, Duncan viene esta noche.



           Shakespeare, William, Macbeth, http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/s/Shakespeare%20-%20Macbeth.pdf
           Seleccionado por Paola Moreno Díaz. Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Don Juan o el convidado de piedra, Molière


SGANARELLE: (Viendo a MATURINA) ¡Ah, ah!
MATURINA: (A DON JUAN) Señor ¿qué hacéis ahí con Carlota? ¿Le estáis hablando de amor también?
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) No, al contrario, es ella la que anhela ser mi mujer, y yo le contestaba que estaba comprometido con vos.
CARLOTA: (A DON JUAN) ¿Qué os quiere Maturina?
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Está celosa de verme hablaros, y quisiera realmente que me casase con ella; más le he dicho que es a vos a quien amo.
MATURINA: ¡Cómo, Carlota...!
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) Todo cuanto le digáis será inútil; se le ha metido eso en la cabeza
CARLOTA: ¡Cómo, Maturina...!
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Le hablaréis en vano: no le quitaréis ese antojo
MATURINA: Pero ¿es que...?
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) No hay manera de hacerla entrar en razón
CARLOTA: Yo quisiera
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Es tan terca como todos los diablos
MATURINA: Realmente...
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) No le digáis nada; es una loca
CARLOTA: Yo creo...
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Dejadla; es una extravagante
MATURINA: No, no; tengo que hablarle
CARLOTA: Quiero conocer tus motivos
MATURINA: ¡Cómo!
DON JUAN: (Bajo a MATURINA) Apuesto a que va a deciros que le he prometido casarme con ella.
CARLOTA: Yo...
DON JUAN: (Bajo a CARLOTA) Apuesto a que va a sosteneros que le he dado palabra de hacerla mi esposa.
MATURINA: ¡Hola Carlota! No está bien eso de querer meterse en el cercado ajeno.
CARLOTA: No es honrado, Maturina, que no sintáis celos porque el señor me hable.


Molière, Don Juan o el convidado de piedra, www.vayamosalteatro.com/uploaded/imgteatro_espectaculos_pdf/192f9e832cb036e3d176d7b018a7915f.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


Los miserables, Víctor Hugo

Una hora después, en la oscuridad de la noche, dos hombres y una niña se presentaban en el número 62 de la calle Picpus. El más viejo de los dos cogió el aldabón y llamó. Eran Fauchelevent, Jean Valjean y Cosette. Los dos hombres habían ido a buscar a la niña a casa de la frutera, donde la había dejado Fauchelevent la víspera. Cosette había pasado esas veinticuatro horas sin comprender nada y temblando en silencio. Temblaba tanto, que no había llorado, no había comido ni dormido. La pobre frutera le había hecho mil preguntas sin conseguir más respuesta que una mirada triste, siempre la misma. Cosette no había dejado traslucir nada de lo que había oído y visto en los dos últimos días. Adivinaba que estaba atravesando una crisis y que era necesario ser prudente. ¡Quién no ha experimentado el terrible poder de estas tres palabras pronunciadas en cierto tono al oído de un niño aterrado: "¡No digas nada!" El miedo es mudo. Por otra parte, nadie guarda tan bien un secreto como un niño. Fauchelevent era del convento y sabía la contraseña. Todas las puertas se abrieron. Así se resolvió el doble y difícil problema: salir y entrar. La priora, con el rosario en la mano, los esperaba ya, acompañada de una madre vocal con el velo echado sobre la cara. Una débil luz aclaraba apenas el locutorio. La priora examinó a Jean Valjean. Nada escudriña tanto como unos ojos bajos.(...)



Hugo, Víctor, los miserables, http://www.claseshistoria.com/general/pdf/miserables.pdf , seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016