ESCENA TERCERA .La Infanta, Jimena, Leonor
LA INFANTA.—Sosiega, Jimena, sosiega tu dolor; hazte fuerte contra esa desventura. Volverás a encontrar la calma, tras esa débil tempestad; tu dicha no se ha ensombrecido sino por una nube ligera y no has perdido nada por verla diferida.
JIMENA.—Mi corazón, lleno de pesadumbre. no se atreve a esperar nada. Una tempestad tan imprevista, turbando la bonanza, nos trae el anuncio de un seguro naufragio: no podría dudarlo y yo pereceré en el puerto. Amaba, era amada, y nuestros padres estaban de acuerdo; os refería la dichosa nueva, en el mismo desventurado instante en que nacía su querella, cuyo fatal relato, tan pronto como os ha sido hecho, ha destruído el cumplimiento de tan dulce esperanza. ¡Maldita ambición, locura detestable, de la que hasta los más nobles sufren la tiranía! ¡Honra tan sin piedad para mis vehementes deseos, cuántas lágrimas y gemidos vas a costarme!
LA INFANTA.—Nada tienes que temer en su disputa: en un instante surgió y en un instante desaparecerá. Ha hecho demasiado ruido para que no pueda concertarse, y es ya el rey quien los quiere reconciliar. Bien sabes que mi corazón, tan sensible a tus inquietudes, hará lo imposible por hacerlas desaparecer.
Corneille, El Cid, https://marisabelcontreras.files.wordpress.com/2013/11/el-cid.pdf,
Seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.
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