viernes, 26 de febrero de 2016

Los miserables, Víctor Hugo

Una hora después, en la oscuridad de la noche, dos hombres y una niña se presentaban en el número 62 de la calle Picpus. El más viejo de los dos cogió el aldabón y llamó. Eran Fauchelevent, Jean Valjean y Cosette. Los dos hombres habían ido a buscar a la niña a casa de la frutera, donde la había dejado Fauchelevent la víspera. Cosette había pasado esas veinticuatro horas sin comprender nada y temblando en silencio. Temblaba tanto, que no había llorado, no había comido ni dormido. La pobre frutera le había hecho mil preguntas sin conseguir más respuesta que una mirada triste, siempre la misma. Cosette no había dejado traslucir nada de lo que había oído y visto en los dos últimos días. Adivinaba que estaba atravesando una crisis y que era necesario ser prudente. ¡Quién no ha experimentado el terrible poder de estas tres palabras pronunciadas en cierto tono al oído de un niño aterrado: "¡No digas nada!" El miedo es mudo. Por otra parte, nadie guarda tan bien un secreto como un niño. Fauchelevent era del convento y sabía la contraseña. Todas las puertas se abrieron. Así se resolvió el doble y difícil problema: salir y entrar. La priora, con el rosario en la mano, los esperaba ya, acompañada de una madre vocal con el velo echado sobre la cara. Una débil luz aclaraba apenas el locutorio. La priora examinó a Jean Valjean. Nada escudriña tanto como unos ojos bajos.(...)



Hugo, Víctor, los miserables, http://www.claseshistoria.com/general/pdf/miserables.pdf , seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016

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